jueves, 31 de diciembre de 2020

NOCHEVIEJA POR FIN NOCHEVIEJA

 NOCHEVIEJA POR FIN  NOCHEVIEJA  31-12-2020

 Ya está aquí, ya llegó el ansiado final de año que esperamos como si al sonar la doceava campanada, como por arte de magia, nuestras babuchas de “andar por casa” fueran a convertirse en zapatos de cristal, y una de las hadas nos concediera el deseo que todos habremos pedido en cada uva.

Tomaremos las uvas ¡faltaría más! Pediremos deseos ¡más faltaría! Lo haremos más por superstición que por ganas, porque con el añito que llevamos ¡¡Y el que nos espera! Cualquiera se para a pensar en entrar con el pie derecho o ponernos las bragas rojas como la nariz de reno de Papá Noé. Todo eso ya lo hemos hecho muchos años y el año transcurrió como tocó en cada momento. El 2020 por fin se va… ¡¡bendito de Dios y cagau de las moscas!! Afortunadamente no volverá, como no volvió ninguno, por bueno o malo que nos fuera.

Para ir rematando fechas añejas, que parece que os están gustando porque os hacen evocar vuestras propias vivencias, hoy toca –lógicamente- recordar la lejanísima Nochevieja de mi niñez en Alaejos.

Esa noche en cuanto a tradición y cena, era casi exacto a la Nochebuena, exceptuando la recogida mañanera de la colación y la visita de Ángel “El Dormido” antes de sentarnos a la mesa, el ceremonial era prácticamente un calco y como lo tenéis fresquito, no vamos a repetirlo.

 La primera época de mi más “tierna infancia”, no recuerdo la forma de tomar las uvas, quizás nos guiábamos por las campanadas del reloj del ayuntamiento… caso de que funcionara.

 Años después, el abuelo compró una vieja “arradio” de segunda mano que tardaba mucho en calentarse para coger sintonía y luego hacía tanto ruido que lo raro fue que el abuelo no lo estampanó contra el suelo en una de aquellas muchas noches de imposible sintonización de emisoras; aunque  ese, si acaso, será otro capítulo de “El olor de los recuerdos”.

 Lo que toca hoy es hablar de la Nochevieja y de tomar a las doce en punto de la noche las uvas que permanecían en el “sobrau” de la abuela guardadas “como oro en paño” desde la vendimia del lejano octubre, y que para entonces eran más pasas que uvas ¡¡y gracias!! Porque como no había las moderneces de ahora, no vendían uvas frescas.  

 En aquella vieja radio escuchábamos la retransmisión de las campanadas desde la Puerta del sol, y tomábamos felices las doce y arrugadas uvas.

Nunca estuvimos pendientes de las supersticiones que poco a poco han ido arraigando en la actual tradición de esta última noche del año.

No importaba –como decía- el color de nuestra ropa interior. Daba igual si en vez de roja era blanca o de colorines, nunca nos preocupó entrar al nuevo año con el pie derecho, no brindábamos con espumoso ni lo poníamos con oro en una larga copa; caso de tener oro, copas largas…o espumoso del que se oía hablar, aunque tan solo unos pocos afortunados podían permitirse el lujo de comprar.

Lo más cercano a espumoso que tomábamos era sidra y las únicas copas con las que podíamos brindar, eran las de anís o coñac, aunque sí recuerdo tras recibir el nuevo año, en los vasos donde tomábamos el agua (no había otros), brindar con sidra… nosotros, los pequeños, sólo un sorbito que me enseñaron muy buenas costumbres desde la cuna.

 Después de las 12 de la noche era tradicional que los hombres –incluido mi hermano desde sus cuatro años- ir a ver encender “la hoguera de los quintos” mientras las mujeres fregaban y yo me aburría solita sentada al calor del brasero en la camilla de la sala. No tenía la suerte de poder jugar con Felisina, porque nunca faltaban en Nochebuena, pero vivían lejos y dos viajes en tan poco tiempo era impensable.

 Nunca hubo tele en casa de mis abuelos. Ni siquiera aquella en blanco y negro con dos cadenas y muchas chiribitas.

Aquella tele con la que ya podía soñar porque las veía en algún bar o cantina, y poquísimos hogares. Aquellas teles que años después ya tuve y que “amenizaban” la primera noche del año con programas largos como condenas y aburridos como los que ponen en la actualidad los mil canales que disfrutamos y en las que emiten en fin de año “refritos”. Imágenes mil veces repetidas de otros tantos finales de año tediosos, como si no hubiera guionistas con una mínima imaginación para entretener a las muchas personas que no vamos de cotillón y “preferimos” quedarnos en casita… con la tele apagada, o viendo pasar el tiempo que corre tan rápido, que es todo un espectáculo.

 La tradición de la hoguera –con marcadas diferencias en los motivos por hacerla- hasta hace poco continuaba existiendo en Alaejos y seguramente en muchos pueblos de España.

 En mi antaño, los chicos que “entraban en quintas” para ir a la obligatoria y tediosa mili, se reunían al amanecer el día 31 de diciembre para recoger leña y formar un montón, una enorme hoguera compitiendo con los quintos de todos los tiempos en que la suya sería la mejor, la más grande y la que mejor ardiera de todos los tiempos.

Pasada la media noche, entre cánticos, borracheras y en presencia de casi todo el pueblo –pocas mujeres, eso si-, se encendía esa gran montaña de leña que durante muchas horas calentaba el aire helado del pedacito de Alaejos donde ardía “la hoguera de los quintos”.

 Como decía, la tradición de la hoguera supongo que sigue existiendo actualmente en mi pueblo, aunque hace muchos años que no sirve para demostrar aquella “virilidad” de antaño por hacerla enorme que tenían los lampiños entrando en quintas.

Desde hace muchos años ya no hay mili obligatoria y desde hace algunos –más de treinta- las chicas y los chicos que cumplirán los 19 a lo largo de los 365 días del año nuevo, se reúnen también para buscar leña, aunque las hogueras “temerosas de grandes”, ahora son un simple recuerdo. En los últimos tiempos, ponen una “hoguerita” por tradición y por tener un motivo más de juerga o para cogerse una de las monumentales “cogorzas” tan habituales desgraciadamente en muchos de nuestros jóvenes, cada vez a más temprana edad.

 Sigamos para rematar, con los recuerdos de la “Nocheañeja” de mi muy lejana infancia.

Después del lustre a “la loza”, y el barrido de cocina y sala, las mujeres íbamos a esperar a los hombres a casa de la tía Victoriana, donde nuevamente reunirnos toda la familia para jugar a las cartas, cantar, reír y pasar una preciosa noche para guardar siempre en la añoranza y en el recuerdo de los bonitos momentos vividos.

 Mi mensaje para el final de éste año, es que: sólo espero que en verdad el 2020 se convierta pronto en un recuerdo –nefasto eso sí- y podamos sobrevivir a la maldita pandemia que trajo con él, heredado de 2019 y que muy a nuestro pesar, dejará en herencia al novato 2021.

Las vacunas ya están comenzando a llegar a esta España nuestra. Somos muchos millones de humanos los que deberemos vacunarnos y los protocolos no son tan fáciles como tomar una uva por cada campanada y en la nº 12, abrazarnos, brindar y se acabó la pesadilla.

 Con todo mi cariño, fuerza mental, ilusión en que esto acabe, risas, abrazos, brindis al cielo y al sol, mucha energía positiva, humor, fantasía y ganas de seguir escribiendo para todo aquel que quiera leerme, os deseo un muy feliz año 2021 lleno de trabajo, esperanza, optimismo, y sobre todo, Paz y mucha, muchísima salud para todos. Lo demás, es lo de menos.

 ¡¡Abrazos!! ¡¡Los que podremos darnos muy pronto!!!

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