jueves, 14 de julio de 2022

OLA DE CALOR

OLA DE CALOR  13-07-2022

Esta ola de calor que nos asfixia, acalora, estresa, aburre y encorajina… cada vez que escuchamos las noticias, pues parece que en vez de un verano tan caluroso como todos; estuviéramos viviendo un apocalipsis.

 Desde que les ha dado por poner nombre propio a las borrascas, huracanes y tormentas, parece que hay que hablar de ellos como si de un familiar querido se tratara, eso sí, a todas horas.

Tanto enfatizan en el calor que hace, que hasta nos hemos creído que hace más calor que nunca. Ahora el calor es tan insoportable, como escuchar hablar de él a todas horas.

 Todos recordamos haber dicho alguna vez “¡¡Este verano está haciendo más calor que nunca!! Y tres días después refresca y nos quejamos: ¡Ay que ver! ¡¡Este verano con tres días de calor nos apañó y ha hecho hasta frío!!

¿De verdad nos hemos vuelto tan olvidadizos? ¿De verdad nos hemos vuelto tan engarañaus? Nos hemos hecho tan dependientes del progreso, que ya no sabemos respirar sin que tengamos que enchufar algún aparato.

 Dicen que el hambre agudiza el ingenio… y el calor parece que también. ¿Aire acondicionado? ¡Quiá! Ni había ni se le esperaba hace siglos, por eso desde tiempo inmemorial disponemos de un artilugio barato, fácil de usar y hasta decorativo que se combina con el entorno e incluso aportaba “distinción”. Lo llamaron “Abanico” y generalmente lo utilizan las mujeres, y algunas incluso lo utilizaban para enviar señales ocultas al enamorado de turno sin que nadie se percatara, aunque de eso hace ya demasiado y nuestras abuelas, las de  antes, (las de mucho antes que yo), sólo lo utilizaron para darse airecito y al llegar a cierta edad. Las jóvenes no lo utilizábamos porque era cosa de “viejas”… ¡¡Eran otros tiempos!! ¡¡Claro que eran otros tiempos!! Pero el tiempo era igual de caluroso antes que ahora… bueno vale, algún gradito más por el cambio climático.

¿Aire acondicionado? Lo han llevado tan al extremo, que en algunos establecimientos lo ponen tan alto, que es incómodo e insalubre. No puede ser bueno y no lo es, lo diga quien lo diga.

 La modernidad impera y hay que utilizarla ya que la tenemos, pero poniendo el aire unos grados por debajo de los que hay en la calle, no tanto contraste, que hay comercios en los que la mente pide entrar con abrigo para que el cuerpo no se vuelva loco. Ese contraste hace que al salir a la calle, el calor sea insoportable, porque al cuerpo y la mente no les da tiempo de adaptarse a los cambios tan bruscos y nos creemos que hace mucho más calor que nunca, y provocamos esos “golpes de calor”, que el siglo pasado no daban, porque no sabíamos que el calor daba golpes.

 El calor de ahora es el calor de antes, pero dudo que las gentes de ahora sepan (o quieran) aguantar lo que aguantamos las gentes de antes; porque sí: los abuelos de ahora, somos los jóvenes de antes, y nuestros padres y abuelos de antes son las estrellas de ahora que deben estar partidos de risa en el Cielo, viendo en lo quejicas que nos hemos convertido. Y lo difícil que nos va a ser pasar de tener todo lujo de comodidades a tener que renunciar a ellas por no poder pagar los recibos de luz, gas o… casi todo lo demás.

 Ejemplos de gentes aguerridas y de trabajos infernales hay muchos, se podría decir que todos los trabajos tienen su “letra pequeña”, y a cada uno os invito a recordar qué tenía o tiene de malo el vuestro… Porque mi relato no es para que pensáis que soy más valiente que nadie, porque estoy lejos de  ser valiente, o en todo caso, lo soy tanto como cada uno de todos vosotros. Yo sólo cuento mis vivencias como a mis lectores les gusta que lo haga: con todo lujo de detalles.

 ¿Quién no conoce a alguien que realiza trabajos ingratos? Planchadoras, trabajadores de los altos hornos… bomberos, camineros  tras una maquina humeante poniendo brea candente para arreglar  nuestras carreteras… De verdad, hay muchos trabajos infernales para realizarlos en verano,  aunque  de los que hablaré, lógicamente será de los que me quedan –o me quedaron-más cerca.

 Mi padre herrero forjador de profesión, tanto en invierno como en verano tenía que trabajar en una fragua que debía alcanzar los casi 1000 grados de temperatura para conseguir que el hierro se pusiera al rojo vivo y poder moldearlo como chicle. Juro que al lado de esa lumbre precisamente al fresquito no trabajaba mi padre.

En verano, -que es de lo que trata esta crítica- cuando el hombre salía de trabajar de la Fundición, iba a nuestra casa donde tenía una pequeña fragua en la que se tiraba horas punteando rejas de arado, para hacer que el trabajo del labrador fuera más efectivo haciendo surcos en la tierra.

 Ese trabajo de mi querido herrero era para aguantar calor de veras. Las gotas de sudor que regaban la cara y todo el cuerpo de mi padre, era tan negras como el carbón que utilizaba para calentar su fragua. Y mi padre estaba enamorado de su trabajo. Nunca le oí quejarse de calor, ni afortunadamente le dio un golpe; los golpes los daba él y bien fuertes con su martillo encima de la bigornia forjando el hierro.

 Los segadores trabajaban de sol a sol vistiendo trajes de pana, comían al pleno sol en el campo y llegaban a casa prácticamente derechos a la cama donde se metían sin apenas “darse un agua” en un barreño, para no perder ni un segundo de descanso, aunque tuvieran que acostarse con el polvo de la paja pegado a su sudor de un día y otro y otro de siega. ¿Ducha? La ducha era un lujo para las casas de los ricos para los que seguramente trabajaban, Aunque muchos de esos “amos” tampoco disponían de ducha en casa, e incluso ni de agua corriente; ¡¡eran otros tiempos!!

 Mi hermano fue mecánico de automóviles en un taller que sólo el olor mareaba y el calor era insoportable. ¡Cómo sudaba mi hermano! ¡Qué manos tan negras tenía de trabajar entre motores grasientos y calentorros!

 A los albañiles se les tatuaba la camiseta de tirantes a la piel en verano y cuando llegaba septiembre tenían la piel como los conguitos, y no me refiero a bañado de chocolate.

 Poner traviesas de tren a pleno sol en verano, les ponía las orejas tan negras que sólo mirar esas orejas daba dolor… y mucha pena… ¡Besos al cielo!!

 Los cocineros y cocineras ¡¡No pasaban calor las criaturicas!! Ya hubiera que cocinar en lumbre de paja quemándose la cara y destrozándose los riñones, como mis abuelas; en cocina Bilbaína de carbón y leña, mucho más moderna como lo hacía mi madre o en cocina de butano como yo misma empecé a “quemarme el hocico” como decían las amas de casa antañonas.

Mis abuelos paternos tenían una cantina y se dedicaban a ir por los pueblo a comprar y vender vino en un carro medio destartalado y cuyo aire “acondicionado” provenía de la parte trasera de la mula que tiraba de él y no era ni fresco ni perfumado… y no se quejaban por ello porque era lo que tocaba hacer.¡¡Eran otros tiempos!!

 Por supuesto el aire acondicionado era impensable para uso domestico en los hogares modestos como siempre ha sido el mío, aunque voy a confesar que desde hace muchos años me lo hubiera podido permitir y no lo he querido instalar, porque me parece que no puede ser bueno para la salud… y en estos momentos tampoco es bueno para el bolsillo ni para el medio ambiente. Desinstalarlo o verlo instalado pero teniendo que dejar de utilizarlo (quien lo tenga) por no poder pagar la factura, ahora que forma parte de sus vidas, sería un trauma tremendo. Estoy convencida.

 En lo que respecta a mi vida laboral: En los establecimientos comerciales no había, ni en la tiendita donde trabajaba yo tampoco teníamos ni calefacción en invierno (salvo una humilde y vieja estufa de butano que atufaba más que calentar.

La jefa de turno se metía la dicha estufa entre sus partes pudendas y  las dependientas sólo veíamos el receptáculo trasero donde iba colocada la bombona) y por el que lógicamente no salía calor. ¡Esos eran fríos para ponerle nombre propio!

En verano en la tienda donde trabajé desde los 14 a los 20 años, había un destartalado ventilador que colocado en parte semejante a la estufa para la jefa, movía el aire  calentorro de la tienda y el producido por el motor ruidoso para goce y disfrute de las empleadas, pero de aire fresquito para nosotras, ni gota ni gota… Y así, entre cliente y clienta, pasábamos la jornada dándonos airecito con los cartones que venían como armazón estirando las prendas, sobre todo bragas, camisones, calzoncillos, camisetas o medias, (por ejemplo) para que la compradora viera lo bonitas que eran las bragas de blonda, o las medias de seda tan bonitas que vendíamos.

Si durante la jornada de trabajo pasaba calor, la media hora de ida a mi casa a medio día y otra media de vuelta al trabajo a paso agudito, porque siempre iba justita de tiempo, para cumplir con mi horario de tarde, bajo un sol de justicia, tampoco sería bueno… pero lo hacía con naturalidad porque nadie nos había informado machaconamente  que salir de casa a las horas de mayor calor produce golpes… los golpes que recibí en aquellos entonces no eran de calor precisamente.

 Tampoco me dio golpe de calor cuando confeccionaba y planchaba cortinas en una galería que le daba el sol desde que salía y hasta las 3 de la tarde (las horas de mayor calor). Donde no tenía persianas ni ventanas con rotura térmica y esos adelantos. Para coser necesitaba la luz solar y en verano esa luz venía con calefacción gratuita incorporada.

Recuerdo un mes de julio confeccionando una funda de sofá de eskay negro… ¡¡no sudé nada aquel verano!! Me caían el sudor y las lágrimas de impotencia a chorros, y en mi dulce hogar, el único aire lo daban mis tres niñas pequeñas revoloteando por la casa asaditas de calor.

Dejaba de coser por un rato para meterme en la cocina a preparar comida para mi familia, con lo cual, recuperarme al fresco, más bien poco.

 ¿Ventiladores? He tenido varios. Siempre buscaba los menos ruidosos, y así era, no hacían ruido a no ser que pulsara la tecla de encendido, que entonces se mezclaba el ruido del motor con el polvillo de cortar las cortinas que se me pegaban al sudor de la piel y picaba como si me acariciaran ortigas; además de lo incómodo que era que al manejar las telas se volaban con el ventorro calefactor del ventilador de turno, y era muy difícil trabajar así, con lo cual optaba por apagarlo. Tanto como optaba con no encenderlo cuando cocinaba para que no se esparciera por todos los muebles y azulejos habidos y por haber, el aceitito de los guisos.

 Pues después de veinte años en esa galería confeccionando kilómetros de cortinas, va y antier, que ni coso, y tengo las persianas bajadas a cal y canto para evitar que se cuele el calor en la casa; levantando persianas y abriendo ventanas cuando anochece… Ayer va, y me da una lipotimia en mi salón porque me encorajina la oscuridad y el ruido del ventilador.

Si, el clima me castiga porque mi mente y mi espíritu toman decisiones opuestas. Mi mente dice que prefiero el verano al largo y tedioso invierno, y mi cuerpo se revela en todos los sentidos… ¡incluso en ese! Haciéndome enfermar en mi estación del año preferida. En realidad preferida es la primavera, pero aquí pasamos de invierno a verano como en trampolín.

 No le quito al mundo la razón: hace un calor insoportable de día y de noche pero es el mismo calor (repito ahora algún gradito más), que lleva el mundo sufriendo en verano desde el principio de los tiempos, con la diferencia que pasar calor en verano y frio en invierno, antes era lo natural y ahora es una tragedia de dimensiones inconmensurables.

Lo del precio de la luz y el gas para el invierno o el precio desorbitado de las sandías, son tema para otra crítica.

 Alguno habrá que diga al leerme: “Ya está la vieja ésta contando batallitas”. ¡¡Pues y qué!! Afortunadamente he llegado a la edad de poder contarlas. De comparar aquellos tiempos que son igualmente míos y tuyos.

Lo que hoy te parecen “batallitas de vieja”, mañana, si, mañana porque el tiempo vuela y sin darte ni cuenta mañana tendrás tantas arrugas como yo (o más), mañana serán tus propias vivencias y también querrás compartirlas con tus contemporáneos jóvenes de hoy, quizás pensando –iluso- que a alguno pueda interesarles o que incluso puedan valorar los sacrificios que hacías mientras creías que lo que hacías era simplemente ¡¡vivir!!

De todos modos no nos tomemos a risa lo del calentamiento global terráqueo, que existe y bien que  lo sufrimos con aquella Filomena que nos atascó de nieve las neuronas por unos días… ¿o lo de Filomena fue debido al enfriamiento global? ¡¡No me aclaro!!


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