martes, 28 de enero de 2020

HASTA SIEMPRE DOÑA MARILUZ



HASTA SIEMPRE DOÑA MARILUZ  28-01-2020

Querida amiga mía, con apenas un hilo de voz y sin poder creer la noticia que me estabas dando: Tu mami querida acaba de volar a la otra orilla.
Me he quedado impresionada, no me esperaba algo así, tan repentino. No puedo dejar de pensar ahora en ti y en tu papi.
Tantos años a su lado, amándose, respetándose. Dedicados ambos a su familia y a la enseñanza. Queridos por tantos niños gaditanos que fueron sus alumnos y aprendieron con ellos todo lo que les depararía la vida.
 Tu mami, dulce y buena, que me abrió junto a tu padre las puertas de su casa, y siempre reciben mis visitas o llamadas telefónicas con una gran ilusión.
Ellos siempre me envían la felicitación navideña por correo, ¡¡Como debe de ser!! Y yo les llamo por teléfono ¡¡Como no debe de ser!! Me encanta recibir esas felicitaciones y yo… ya no las envío.
 Con tanto cariño me enseñaron aquella tarde la sierra del Cádiz de sus amores, en la que está la ermita de la Virgen de los Santos…
Con ellos viajé en el añorado vaporcito del Puerto, y le dimos un homenaje a los mariscos de Romerijo. Ellos me enseñaron la Caleta, el castillo de San Sebastián y el de Santa Catalina. Siempre sus risas, su agradecimiento a la vida por habernos puesto a ti y a mí en el mismo camino…Tengo muchos, bonitos,  gratos y buenos recuerdos de tus padres mi querida tata. Hoy tendrás tú la estrella que más brilla. Su sonrisa no la perderás nunca.


 Te quiero mucho amiga bonita. Envía todo mi cariño especialmente a tu padre. A tus hermanos, tus hijos… Y para ti el cariño inmenso y los miles de abrazos que una vez más la distancia no me deja darte en persona.
 Hoy en brazos de la Virgen de la Luz, tu querida madre tomará posesión de una nueva morada desde la que os cuidará para siempre para que no echéis en falta el amor infinito que os dejó.
 Besos al Cielo. Todo mi respeto y agradecimiento a mi querida doña Mariluz que descansa en la Paz del Señor que amó y veneró.

domingo, 12 de enero de 2020

COMIDA DE AMIGAS-MUSICAL DE COCO Y PINGÜINOS


COMIDA DE AMIGAS-MUSICAL DE COCO Y PINGÜINOS 11-01-2020

Bien sabéis que me encanta compartir con vosotros, sobre todo lo bueno que me ocurra, y éste sábado ha sido magnífico. Una buena compensación a los ya olvidados días precedentes.
También sabéis que no sé escribir crónicas muy cortitas, por lo tanto, os espera folio y medio de lectura a los que siempre me leéis hasta el final. Gracias por ello de antemano. Y a los que se cansan antes también, para que se animen y cada vez lleguen más lejos en la lectura.

Más de 30 años llevamos una de mis  tandas de amigas reuniéndonos para comer el siguiente sábado después de Reyes, casualmente coincidiendo como muchos sabéis, con  la concentración de motos: “Pingüinos” que celebra mi ciudad de acogida y residencia.
Al tiempo que vamos ocultando arrugas, en estas añejas comidas, hemos visto cómo cada año crecen las motos más que las setas en este pinariego Valladolid cuajado de nieblas y con temperaturas mínimas que asustan a los osos polares; aunque no a éstos aguerridos jóvenes y no tan jóvenes encuerados… Por si algún mexicano lo lee, me refiero a revestido de prendas de cuero, no a lo que ellos entienden por “encuerado”.
Pues eso, jóvenes y no tan jóvenes encuerados y con más capas que cebollas mondongueras, montados a lomos de sus caballos metálicos, clavando espuelas y haciéndoles relinchar como fieras indomables.

Así de atestada de cilindradas estaba Pucela. A mis añosas amigas y a mí, nos daba gusto pasearla bien abrigaditas, pensando en ¡¡Quien pudiera tener 30 años menos!! Porque oye, ¡qué bien les sienta el cuero, los cascos de moto  y las bufandas hasta los ojos a los moteros y moteras!

Tras haber visto mil veces (o incluso menos) la película “Coco”, hoy mis hijas me sorprendían invitándome al musical del mismo nombre y trama. Un espectáculo para disfrutar en familia y así lo hicimos.
Terminada la amena comida de “viejentud” en el Casino de la Victoria, fui a la sala Borja para reunirme con dos de mis hijas, mis nietas y uno de mis yernos para verlo. Nos encantó a todos, y mayor fue la ilusión de mi Lucía al poder fotografiarse con Héctor, su personaje favorito, aunque fue un poco lamentable la frialdad del público que en pocas ocasiones entró al trapo de los actores para involucrarse en la historia. No me incluyo, porque nosotras sí lo hicimos, palmeando y jaleando o contestando cuando éramos preguntados en masa… ¡¡Qué fríos!! Y eso que no estábamos a la intemperie, como sí lo estuvimos un rato después en el desfile de antorchas de Pingüinos, a la que asistimos los seis, previo encuentro fortuito y maravilloso con nuestros Pingüinos Laura, Víctor, Maite y Jose, que siempre nos sacan risas y sonrisas y que bien abrigaditos, al amparo de una terraza cubierta y con estufa, daban los últimos coletazos a su participación motero festiva.

¡¡Mira que odio el sonido de una sola moto!! Esas que te quedan sorda cuando en el más más absoluto “adrede” el conductor acelera simplemente para reventar sin sentido el tubo escape de su trasto. Lo odio tanto como los petardos navideños que suenan de improviso cuando maldita la gracia hacen; pero luego soy capaz de disfrutar embelesada y muy cerquita, de una sesión de fuegos artificiales controlada. Pues hoy he aprendido que me encanta el desfile de cientos de motos, muchas de ellas de altísima cilindrada, bramando motores, quemando gasolina y acelerando a lo bestia soltando más humo que el volcán Popocatépetl, haciendo que el aire helador del anochecer, se convirtiera también en irrespirable. Todos esos tubos de escape a pleno rendimiento con flatulencia de fabada y adrenalina de motero, unidos al olor de las antorchas encendidas que soltaban un olor a azufre (o algo así), que mezclado con la intensa niebla, la humareda era tan densa, que se podía cortan únicamente con motosierra. ¡¡Viva la contaminación!! (Ya hoy domingo cuando estoy transcribiendo a ordenador mí manuscrita crónica de anoche, Valladolid al amanecer no tenía visera medioambiental, tenía un “sombrero de tres picos”. Y una capa de hielo compatible con una gran nevada navideña).

Bien, ahora estaréis pensando que odié ese momento, pues nada más lejos: Viví ese desfile de antorchas absolutamente emocionada, feliz, disfrutando incluso del frío intensísimo que odio más a muerte que el ruido inesperado. Estaba con mi yerno David, al lado de mis hijas y nietas. La pequeña de 4 años estaba tan feliz como su abuela. Aplaudía a los moteros que nos saludaban a su paso, sin importarle el olor intensísimo que nos envolvía y sobretodo el ruido ensordecedor de los acelerones, que lo inundaba todo. La emoción que sentí, diluía incluso a la niebla, fundida y confundida con la humareda que antes describí.
Saber que ese desfile y esas antorchas  lucían en honor y recuerdo  a todos los moteros y moteras que lo disfrutan ya desde la otra orilla, porque tuvieron el peor de los finales a su pasión por las dos ruedas: Subidos a lomos de sus cacharros que sin alas les hicieron volar prematuramente para ver su mundo desde arriba.

Acabado el espectáculo ruidístico contaminante, con mi corazón galopando más rápido que una Harley Davidson,  camino a picotear unos buenos calmares bravos en La Mejillonera, y posteriormente calentándonos las manos con un cucurucho de humeantes castañas asadas; al caminar un rato en busca del coche aparcado a cierta distancia, nos caían encima los cristales de hielo que al trasluz de las farolas bien podía parecer lluvia fina o incluso nieve… ¡Qué bonito! Y qué valor, ganas y pasión han de tener los Pingüinos moteros para no hacer esta concentración en la Antártida, mucho más calentitos ¡¡Andevaparar!!

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