lunes, 21 de diciembre de 2020

OTRO SORTEO DE LA LOTERÍA DE NAVIDAD

 

OTRO SORTEO DE LA LOTERÍA DE NAVIDAD   21-12-2020

 Esta fracción de crónica pertenece a “El olor de los recuerdos”; capítulo titulado “La Navidad de mi infancia”.

 Siempre que escucho la monótona cancioncilla de la lotería de Navidad, es imposible no recordar aquellas navidades maravillosas en que sin tener nada, nada nos faltaba.

 Aunque la dicha cancioncilla no suena igual con los Euros, que con la añorada Pesetas, este año seguramente más que nunca a causa de la necesidad que está dejando la pandemia, cuando bien tempranito mañana televisiones y radios comiencen a emitir el sorteo, se llenarán las casas y las calles de ilusión por saber si nos llegó por fin “el pellizquito”.

 Nos toque la fortuna o no,  el sorteo de la lotería será el pistoletazo de salida a “las Navidades” más extrañas de toda nuestra historia.

Al vivir las presentes, sean como sean, no puedo evitar hilar los recuerdos de algo tan lejano como la Navidad de mi infancia en Alaejos; los mismos o parecidos recuerdos que seguramente guardan en algún lugar escondido de su memoria las personas de mi generación.

 Recuerdo aquellos días navideños como la mejor época del año. Por un corto espacio de tiempo nos sacudíamos la monotonía de vivir en un pueblo pequeño y todo se volvía fiesta y novedad.

En aquellos entonces, muy pocas casas disponían de aparato de radio. Mi madre tenía ganas de tener “un arradio” para escuchar música,  las radionovelas y “el parte” pero mi padre no era partidario. Decía que jamás consentiría que “nadie diera voces en su casa”.

Supongo que era una forma de  que dejar claro que él mandaba en casa (pobre). Una tarde llegaba  con la radio bajo el brazo feliz y contento. Parece que lo estoy viendo llegar, tan fuertote, con el mono de trabajo y el aparato de radio más grande que la propia cocina. Era de segunda mano y él mismo se lo había comprado a  Lula, por cuatrocientas de aquellas pesetas que tanto sudor le costaba ganar.

Toño y yo lo mirábamos expectantes como si entre sus teclas fueran a aparecer las personas que prestaban sus voces.

Era un aparato antiguo, como digo, muy  grande, que tardaba un rato largo en calentarse para emitir sonidos y había que enganchar un cable a la plancha de hierro fundido con que planchaba mi madre, para que pudiera sintonizar alguna emisora, aunque  cuando lo hacía se mezclaba con otra y no se entendía nada pero nos sentíamos privilegiados por tener “aparato de radio en casa”. Aquel año podríamos escuchar en directo el sorteo de la lotería de Navidad ¡¡qué emoción!! Y eso que tan sólo jugaban participaciones de poco dinero de las que vendían en las tiendas. Nunca vi antaño en casa de mis padres ni un solo décimo como los que desde hace años compro ilusionada, fantaseando con ser alguna vez tocados por la barita de la suerte “lotera”.

 Envuelto en sueños, humo de chimenea soltando olor a leña de hogar, juegos y fríos llegaba cada año el 22 de Diciembre.

Nos despertábamos con el sonido monótono de la cancioncilla del sorteo de la lotería de Navidad que regalaba en la pedrea ciento veinticinco mil pesetas... de las de entonces ¡¡un dineral!!

A través de las ondas de los escasos aparatos de radio existentes en la época, se inundaban las calles y las casas del pueblo con la ilusión de que la fortuna podría asomar a ellas.

 Soy muy tradicional y reconozco que aún hoy me gusta mucho más escuchar el sorteo de la lotería en la radio, que verlo por televisión.

Era más emocionante imaginar cómo sería aquella cosa que hacía ruido cuando los niños de San Ildefonso dejaban de cantar números y dineros. Ahora sabemos que son los grandes bombos cargados de bolas que nunca son la nuestra, porque –como dije- aun hoy sigo esperando saber qué se siente al resultar agraciado en uno de los números.

Quizás es cierto lo que muchos piensan: las personas que aparecen en la tele brindando con espumoso y dando absurdos y grandes gritos como posesos, celebrando que les tocó la lotería, no son más que meros actores y al final a nadie le toca, bueno si, todos los años, como el que no se conforma es porque no quiere,  decimos que a todos nos toca… tener salud. Pues ojalá de todo corazón este año a todos nos toque esa salud que estamos perdiendo como el agua en una cesta, aunque ya que estamos, tampoco nos vendría mal a ninguno un pellizquito, porque aunque el dinero NO da la felicidad, ni mucho menos, sí ayuda un poquito a paliar las penas.

Esperemos que este año "al señor de las bolas", no se le caiga ninguna al suelo, porque hay muchos que le culpan de la mala suerte que padecemos desde que esas bolitas rodaron por el parqué del salón de sorteos.

 Continuará…

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