Bien sabido es, que nunca llueve a gusto de todos. El pasado domingo 13 de abril llovió a gusto de ninguno de los que llenamos el autobús que partía puntual de Alaejos en busca de las tordesillanas y vallisoletanos, que lo tomamos igual de puntualmente en la Feria de Muestras.
A nuestros organizadores, siempre pendientes de hacer las cosas lo mejor que pueden, se les olvidó contratar buen tiempo ¡y así nos fue!
Hemos sufrido uno de los inviernos más secos que se recuerdan; dicen que a causa del cambio climático, al que ahora culpan de demasiadas cosas, porque toda la vida de dios he oído decir que el tiempo estaba loco; eso sí, ahora está más que demente. La mayoría de los pantanos están bajo mínimos y el agua tan necesaria siempre para casi todo en la vida, escasea alarmantemente. Aun así, no nos alegró que las nubes hicieran coincidir la descarga con nuestra esperada primera excursión 2008.
Habíamos emprendido el viaje, alegres y confiados en que “el hombre del tiempo” volviera a equivocarse en la predicción y esta vez no fue así; acertó de pleno.
La primera parada la hicimos en Alar del Rey, más concretamente, en el restaurante “La Cueva”. Al bajar del autocar ya pudimos comprobar que la temperatura era sensiblemente inferior a la que habíamos dejado atrás.
Pocos kilómetros más adelante, en Valoria de Aguilar, Gerardo “sutilmente” nos instó a abandonar el autobús para proceder al cambio de la ropa “de calle” por los maillots que iban a utilizar en la etapa ciclista de esta excursión.
Siete fueron las bicis, siete los ciclistas a los que ni siquiera aplaudimos la salida como suele ser habitual, porque el aire frío nos gritaba que regresáramos al calentito vehículo. Por ese mismo aire frío y porque acabábamos de tomar el café no bajamos neveras –como también suele ser habitual en el comienzo de etapa.
Muy poco después, en “Villaescusa de las Torres” el autocar detuvo su marcha para que los senderistas iniciaran su recorrido.
La revista del club 2008 advertía de la dificultad alta del sendero, circunstancia que, unida al cielo encapotado, viento intenso y alternativa sugerente de recorrer el románico palentino, nos dejó a los menos osados clavaditos al asiento. Aun así no fueron pocos los senderistas que esta vez tuvieron mucho que contar de su precioso recorrido.
Es evidente que los menos atrevidos, además de no hacer el beneficioso ejercicio que supone pedalear o caminar a campo abierto, también nos perdemos las imágenes de los paisajes y el perfume campestre que ofrece nuestra variadísima geografía española.
Afortunadamente, -y aunque no es lo mismo- gracias a nuestros amigos podremos disfrutar de las múltiples fotografías que siempre nos traen de regalo.
No habíamos recorrido el primer kilómetro desde que nos separamos cuando comenzó a chispear, con el consiguiente disgusto de los que habíamos quedado en el autocar, pensando en cómo podrían guarecerse si la lluvia se hacía tan intensa como prometían las oscuras nubes.
Al llegar a San Andrés del Arroyo, tampoco desneveramos los bajos del autocar. Pienso que, de alguna manera, lo desapacible del tiempo nos había quitado el apetito. Esperamos diez minutos hasta que a las 12 nos permitieron la visita al Monasterio de San Andrés, perfectamente descrito en la página 46 de la revista del club 2008.
Fuimos recibidos por “Sor chubasquero”, una amable monja que explicaba los datos técnicos del precioso claustro y sus aledaños.
Ciertamente era tan hermoso como frío el lugar. Me consta que la mayoría deseábamos que la monja lo hubiera explicado con menos detalles “superfluos”, con tal de salir antes de aquella preciosa nevera.
Nuevamente en el autocar, recorrimos algunos pueblecitos en los que no nos apeamos, porque desde las amplias ventanillas del vehículo podíamos disfrutar de las obras románicas salpicadas en ellos.
Sobre las dos de la tarde llegamos a un pequeño pueblo llamado Villallano, que nos recibió con tímido sol y donde ya habían llegado los ciclistas y senderistas.
Los senderistas sí llegaron hasta Las Tuerces pero, en cambio, los ciclistas tomaron una subida equivocada y fueron a parar a un altozano que nada tenía que ver con el paraje que buscaban. La dificultad del terreno y la ausencia de pista les hizo bajar de la bici en más de una ocasión para hacer tramos a pie entre piedras y matorrales. Incluso se sintieron perdidos y desorientados, según contaron. Para colmo de infortunios Gerardo se cayó en una bajada y se golpeó en las costillas.
Tras desandar parte del camino, llegaron hasta un pueblecito prácticamente deshabitado y custodiado por un castillo en ruinas. Preguntaron a un vecino dónde estaban y éste, pensando que le tomaban el pelo, se fue sin responder. Un cartel explicativo próximo a un centro de turismo rural les facilitó las pistas necesarias para saber que el pueblecito se llamaba Gama.
Sorprendidos, entre risas e ironías y una vez orientados, tomaron la carretera que después de 4 km les condujo hasta el punto de encuentro con el resto de excursionistas en Villallano.
Unos se quedaron a comer en el único restaurante que había y otros se adentraron en el pueblo para buscar algún sitio adecuado al aire libre donde poder dar cuenta de la comida que llevaban. Como no había nada mínimamente aceptable y amenazaba lluvia, la mayor parte del grupo regresó al autocar. El conductor se iba a ir a comer a Aguilar y entonces optaron por aprovechar el viaje. Les resultó difícil encontrar un sitio cubierto donde les dejaran abrir las neveras y fiambreras. Finalmente comieron en el restaurante del camping, a unos km de Aguilar.
Mientras tanto, en Villallano, mis amigos y yo, temiendo que pudiera llover, buscamos un lugar donde comer sin mojarnos. En este pueblo sólo había un bar: “Restaurante Ticiano” y como llevábamos las neveras preguntamos si podríamos comer allí: cosa habitual y permitida con agrado en algunos otros lugares con climatología tan adversa como la que estábamos viviendo en la presente.
La inquieta muchacha que atendía las mesas nos dijo que sí, que podríamos hacerlo. Le pedimos la bebida y nos ofreció la carta de vinos. Los precios no eran precisamente asequibles: iba a costarnos el vino tanto como toda la comida que llevábamos (incluido el choricito, salchichón y “torresnos” alaejano-caseros que no tienen precio). Aun así, no nos importaba pagar lo que fuera con tal de comer tranquilos en el único lugar medianamente lógico que había en aquel pueblito palentino de no más de 50 habitantes.
Cuando comenzamos a poner sobre la mesa las viandas, la inquietud de la chica se convirtió en desagradable gesto diciendo que le parecía una falta de educación que, siendo “ella” restaurante, fuéramos a comer allí.
Mire, “persona Restaurante Ticiano”. No sé si es usted señora o señorita y por eso no me dirijo a usted en esos términos; pero sí lo hago con la ilusión de que desde mi Blog o en la propia revista del club 2009 pueda usted leer esta crónica. Espero contribuir a su buen juicio la próxima vez que se encuentre en parecida situación.
No se puede ofender tachando de “mal educados” a quienes pedimos autorización y pensábamos consumir bebidas y cafés, sobre todo cuando ese permiso nos fue concedido sin objeciones por usted misma “doña Restaurante Ticiano”.
Si después de hacerlo su jefe le pegó la bronca, no es nuestra culpa. Hubiera sido infinitamente mejor decirlo así: “lo siento, pero el jefe no me permite tomar decisiones por mi cuenta” o “Por favor, no ocupen demasiado tiempo las mesas porque hoy estamos completos”. Cualquier cosa menos lo que hizo la “mujer joven Restaurante Ticiano”, a la que recomiendo que la próxima vez sea más consecuente con lo que permite y sobre todo, que no llame a nadie mal educado si no entendió algo de la frase: “ya sabemos que ustedes ponen comidas, pero ¿pidiendo las bebidas nos permitiría tomar la nuestra aquí?”.
Naturalmente nosotros, contrariados pero con exquisita educación, dejamos libres aquellas mesas que se nos ofrecieron y después se nos negaron con semejante descaro y mala educación por la empleada de “Restaurante Ticiano”. Lugar al que, obviamente, nunca volveré ni le recomendaré a nadie.
Preguntamos a una amable señora si había algún bar o restaurante más en el pueblo o si vendían pan cerca de allí. Nada, ni lo uno ni lo otro.
En el recodo de una calle vimos un banco de madera que nos pareció buen sitio. Colocamos los manteles en el suelo, que a falta de hierba bueno es asfalto, y los llenamos de rica comida intacta hasta aquel momento.
Acertó a pasar por allí la amable señora. Como la conocíamos de poco antes habíamos entablado casi amistad con ella y la invitamos a tomar algo con nosotros. Negó divertida y amablemente y se alejó de allí deseándonos suerte para que no lloviera durante nuestra comida.
Apenas comenzamos a saciar el hambre que acuñamos durante la mañana cuando la lluvia, haciendo caso omiso al deseo de la buena mujer, nos honró con su presencia: ¡no había mejor momento!
Recogimos como los “top manta” y miramos donde guarecernos del aguacero. Nada, no había donde; sólo una especie de sotechado bajo una vivienda, con el suelo lleno de puchas y más corriente que una central eléctrica, que invitaba a cualquier cosa menos a quedarse allí comiendo, por eso no nos quedó más remedio que aventurarnos y seguir buscando donde resguardarnos.
De pronto encontramos una bonita casa cuya puerta trasera estaba abierta. Eli, nuestra “gaditalaejana”, además de un encanto es muy decidida. Se acercó a aquella puerta y llamó para pedir “posada” durante el chaparrón. Casualmente la dueña de aquella casa era nuestra nueva “amiga” que encontró solución rápidamente. Dejó lo que quiera que estuviera haciendo, corrió bajo la lluvia hasta la casa del alcalde para pedirle una llave y no dudó en acompañarnos a “la escuelita”, un buen local con mesas, sillas, aseos, agua, luz y sobre todo ¡techo!
Enseguida llegó el alcalde, tan amable como su convecina, para ofrecernos lo que fuera necesario.
Desde aquí nuestro agradecimiento a Francisco Javier y Encarnita, dos buenas personas que sin conocernos de nada, confiaron en los doce ruidosos, hambrientos y mojados excursionistas que acabábamos de llegar a su pueblo: Villallano.
Terminamos de comer, buscamos una escoba y limpiamos las migas que pudiéramos haber caído. Queríamos agradecer el gesto de Javier y Encarnita dejando el local tan perfecto como lo encontramos.
Durante la sobremesa salimos a la puerta para disfrutar del solecito que se había dignado lucir, pero las tercas nubes, negras como nuestra suerte, lo taparon por completo y comenzó a granizar y a llover con fuerza hasta las cuatro de la tarde, en que nos rescató el autocar para llevarnos a Revilla de Pomar. Allí teníamos programado visitar la cueva de los Franceses.
No teníamos más remedio que esperar para entrar en la cueva a la que sólo podían acceder como máximo 25 personas en cada turno. En el páramo donde está la citada cueva hacía un viento fortísimo, que nos impedía disfrutar del bonito entorno fuera del vehículo.
También teníamos previsto para aprovechar la espera, ir caminando hasta el cercano “Mirador de Valcabado”; y de no haber sido porque nos acercó el autocar, nos habríamos perdido la magnífica vista del hermosísimo paisaje del que disfrutamos muy poco tiempo, porque nos tiraba el viento y amenazaba con caer el diluvio universal.
Ese paisaje se asemejaba a la maqueta de un gran Belén navideño, al que sólo le faltaban los pastores, animalitos, los reyes, el misterio y el cagón. Todo lo demás lo tenía: montañas, nubes de algodón, agua, casitas, arbolitos; incluso los molinos de viento, aunque estos eran los modernos armatostes que aprovechan la energía eólica.
En pocos segundos comenzó a granizar fuertemente seguido de una intensa nevada que, en menos de diez minutos, había cuajado, para sorpresa del primer “turno de cueva”, que había bajado luciendo levemente el sol y al salir se encontró con una bonita postal navideña.
Ellos tuvieron menos suerte puesto que, mientras que nosotros bajábamos a la cueva, el autocar hizo idéntico recorrido al mirador, pero lo encontraron cubierto de una espesa niebla que les tapaba completamente la vista que acabábamos de contemplar.
A las seis y veinte de la tarde terminaron nuestros veinte minutos de visita a la cueva. Lucía tímidamente el sol y la nieve estaba prácticamente derretida… ¡¡caprichos del clima!!
De nuevo en el autocar, Gerardo nos deseó feliz y merecida siesta para el camino de regreso que duró poco más de dos horas.
Valladolid también nos recibió con fuerte lluvia que afortunadamente había cesado en el momento de recoger las mochilas.
Esta vez no gozamos de buen tiempo pero, como siempre, sí de gratísima compañía. La misma de la que esperamos disfrutar durante otras muchas excursiones, con mejor temperatura y sin aguaceros que nos desmotiven e impidan realizar todo el programa, como desafortunadamente ocurrió este día.
A nuestros organizadores, siempre pendientes de hacer las cosas lo mejor que pueden, se les olvidó contratar buen tiempo ¡y así nos fue!
Hemos sufrido uno de los inviernos más secos que se recuerdan; dicen que a causa del cambio climático, al que ahora culpan de demasiadas cosas, porque toda la vida de dios he oído decir que el tiempo estaba loco; eso sí, ahora está más que demente. La mayoría de los pantanos están bajo mínimos y el agua tan necesaria siempre para casi todo en la vida, escasea alarmantemente. Aun así, no nos alegró que las nubes hicieran coincidir la descarga con nuestra esperada primera excursión 2008.
Habíamos emprendido el viaje, alegres y confiados en que “el hombre del tiempo” volviera a equivocarse en la predicción y esta vez no fue así; acertó de pleno.
La primera parada la hicimos en Alar del Rey, más concretamente, en el restaurante “La Cueva”. Al bajar del autocar ya pudimos comprobar que la temperatura era sensiblemente inferior a la que habíamos dejado atrás.
Pocos kilómetros más adelante, en Valoria de Aguilar, Gerardo “sutilmente” nos instó a abandonar el autobús para proceder al cambio de la ropa “de calle” por los maillots que iban a utilizar en la etapa ciclista de esta excursión.
Siete fueron las bicis, siete los ciclistas a los que ni siquiera aplaudimos la salida como suele ser habitual, porque el aire frío nos gritaba que regresáramos al calentito vehículo. Por ese mismo aire frío y porque acabábamos de tomar el café no bajamos neveras –como también suele ser habitual en el comienzo de etapa.
Muy poco después, en “Villaescusa de las Torres” el autocar detuvo su marcha para que los senderistas iniciaran su recorrido.
La revista del club 2008 advertía de la dificultad alta del sendero, circunstancia que, unida al cielo encapotado, viento intenso y alternativa sugerente de recorrer el románico palentino, nos dejó a los menos osados clavaditos al asiento. Aun así no fueron pocos los senderistas que esta vez tuvieron mucho que contar de su precioso recorrido.
Es evidente que los menos atrevidos, además de no hacer el beneficioso ejercicio que supone pedalear o caminar a campo abierto, también nos perdemos las imágenes de los paisajes y el perfume campestre que ofrece nuestra variadísima geografía española.
Afortunadamente, -y aunque no es lo mismo- gracias a nuestros amigos podremos disfrutar de las múltiples fotografías que siempre nos traen de regalo.
No habíamos recorrido el primer kilómetro desde que nos separamos cuando comenzó a chispear, con el consiguiente disgusto de los que habíamos quedado en el autocar, pensando en cómo podrían guarecerse si la lluvia se hacía tan intensa como prometían las oscuras nubes.
Al llegar a San Andrés del Arroyo, tampoco desneveramos los bajos del autocar. Pienso que, de alguna manera, lo desapacible del tiempo nos había quitado el apetito. Esperamos diez minutos hasta que a las 12 nos permitieron la visita al Monasterio de San Andrés, perfectamente descrito en la página 46 de la revista del club 2008.
Fuimos recibidos por “Sor chubasquero”, una amable monja que explicaba los datos técnicos del precioso claustro y sus aledaños.
Ciertamente era tan hermoso como frío el lugar. Me consta que la mayoría deseábamos que la monja lo hubiera explicado con menos detalles “superfluos”, con tal de salir antes de aquella preciosa nevera.
Nuevamente en el autocar, recorrimos algunos pueblecitos en los que no nos apeamos, porque desde las amplias ventanillas del vehículo podíamos disfrutar de las obras románicas salpicadas en ellos.
Sobre las dos de la tarde llegamos a un pequeño pueblo llamado Villallano, que nos recibió con tímido sol y donde ya habían llegado los ciclistas y senderistas.
Los senderistas sí llegaron hasta Las Tuerces pero, en cambio, los ciclistas tomaron una subida equivocada y fueron a parar a un altozano que nada tenía que ver con el paraje que buscaban. La dificultad del terreno y la ausencia de pista les hizo bajar de la bici en más de una ocasión para hacer tramos a pie entre piedras y matorrales. Incluso se sintieron perdidos y desorientados, según contaron. Para colmo de infortunios Gerardo se cayó en una bajada y se golpeó en las costillas.
Tras desandar parte del camino, llegaron hasta un pueblecito prácticamente deshabitado y custodiado por un castillo en ruinas. Preguntaron a un vecino dónde estaban y éste, pensando que le tomaban el pelo, se fue sin responder. Un cartel explicativo próximo a un centro de turismo rural les facilitó las pistas necesarias para saber que el pueblecito se llamaba Gama.
Sorprendidos, entre risas e ironías y una vez orientados, tomaron la carretera que después de 4 km les condujo hasta el punto de encuentro con el resto de excursionistas en Villallano.
Unos se quedaron a comer en el único restaurante que había y otros se adentraron en el pueblo para buscar algún sitio adecuado al aire libre donde poder dar cuenta de la comida que llevaban. Como no había nada mínimamente aceptable y amenazaba lluvia, la mayor parte del grupo regresó al autocar. El conductor se iba a ir a comer a Aguilar y entonces optaron por aprovechar el viaje. Les resultó difícil encontrar un sitio cubierto donde les dejaran abrir las neveras y fiambreras. Finalmente comieron en el restaurante del camping, a unos km de Aguilar.
Mientras tanto, en Villallano, mis amigos y yo, temiendo que pudiera llover, buscamos un lugar donde comer sin mojarnos. En este pueblo sólo había un bar: “Restaurante Ticiano” y como llevábamos las neveras preguntamos si podríamos comer allí: cosa habitual y permitida con agrado en algunos otros lugares con climatología tan adversa como la que estábamos viviendo en la presente.
La inquieta muchacha que atendía las mesas nos dijo que sí, que podríamos hacerlo. Le pedimos la bebida y nos ofreció la carta de vinos. Los precios no eran precisamente asequibles: iba a costarnos el vino tanto como toda la comida que llevábamos (incluido el choricito, salchichón y “torresnos” alaejano-caseros que no tienen precio). Aun así, no nos importaba pagar lo que fuera con tal de comer tranquilos en el único lugar medianamente lógico que había en aquel pueblito palentino de no más de 50 habitantes.
Cuando comenzamos a poner sobre la mesa las viandas, la inquietud de la chica se convirtió en desagradable gesto diciendo que le parecía una falta de educación que, siendo “ella” restaurante, fuéramos a comer allí.
Mire, “persona Restaurante Ticiano”. No sé si es usted señora o señorita y por eso no me dirijo a usted en esos términos; pero sí lo hago con la ilusión de que desde mi Blog o en la propia revista del club 2009 pueda usted leer esta crónica. Espero contribuir a su buen juicio la próxima vez que se encuentre en parecida situación.
No se puede ofender tachando de “mal educados” a quienes pedimos autorización y pensábamos consumir bebidas y cafés, sobre todo cuando ese permiso nos fue concedido sin objeciones por usted misma “doña Restaurante Ticiano”.
Si después de hacerlo su jefe le pegó la bronca, no es nuestra culpa. Hubiera sido infinitamente mejor decirlo así: “lo siento, pero el jefe no me permite tomar decisiones por mi cuenta” o “Por favor, no ocupen demasiado tiempo las mesas porque hoy estamos completos”. Cualquier cosa menos lo que hizo la “mujer joven Restaurante Ticiano”, a la que recomiendo que la próxima vez sea más consecuente con lo que permite y sobre todo, que no llame a nadie mal educado si no entendió algo de la frase: “ya sabemos que ustedes ponen comidas, pero ¿pidiendo las bebidas nos permitiría tomar la nuestra aquí?”.
Naturalmente nosotros, contrariados pero con exquisita educación, dejamos libres aquellas mesas que se nos ofrecieron y después se nos negaron con semejante descaro y mala educación por la empleada de “Restaurante Ticiano”. Lugar al que, obviamente, nunca volveré ni le recomendaré a nadie.
Preguntamos a una amable señora si había algún bar o restaurante más en el pueblo o si vendían pan cerca de allí. Nada, ni lo uno ni lo otro.
En el recodo de una calle vimos un banco de madera que nos pareció buen sitio. Colocamos los manteles en el suelo, que a falta de hierba bueno es asfalto, y los llenamos de rica comida intacta hasta aquel momento.
Acertó a pasar por allí la amable señora. Como la conocíamos de poco antes habíamos entablado casi amistad con ella y la invitamos a tomar algo con nosotros. Negó divertida y amablemente y se alejó de allí deseándonos suerte para que no lloviera durante nuestra comida.
Apenas comenzamos a saciar el hambre que acuñamos durante la mañana cuando la lluvia, haciendo caso omiso al deseo de la buena mujer, nos honró con su presencia: ¡no había mejor momento!
Recogimos como los “top manta” y miramos donde guarecernos del aguacero. Nada, no había donde; sólo una especie de sotechado bajo una vivienda, con el suelo lleno de puchas y más corriente que una central eléctrica, que invitaba a cualquier cosa menos a quedarse allí comiendo, por eso no nos quedó más remedio que aventurarnos y seguir buscando donde resguardarnos.
De pronto encontramos una bonita casa cuya puerta trasera estaba abierta. Eli, nuestra “gaditalaejana”, además de un encanto es muy decidida. Se acercó a aquella puerta y llamó para pedir “posada” durante el chaparrón. Casualmente la dueña de aquella casa era nuestra nueva “amiga” que encontró solución rápidamente. Dejó lo que quiera que estuviera haciendo, corrió bajo la lluvia hasta la casa del alcalde para pedirle una llave y no dudó en acompañarnos a “la escuelita”, un buen local con mesas, sillas, aseos, agua, luz y sobre todo ¡techo!
Enseguida llegó el alcalde, tan amable como su convecina, para ofrecernos lo que fuera necesario.
Desde aquí nuestro agradecimiento a Francisco Javier y Encarnita, dos buenas personas que sin conocernos de nada, confiaron en los doce ruidosos, hambrientos y mojados excursionistas que acabábamos de llegar a su pueblo: Villallano.
Terminamos de comer, buscamos una escoba y limpiamos las migas que pudiéramos haber caído. Queríamos agradecer el gesto de Javier y Encarnita dejando el local tan perfecto como lo encontramos.
Durante la sobremesa salimos a la puerta para disfrutar del solecito que se había dignado lucir, pero las tercas nubes, negras como nuestra suerte, lo taparon por completo y comenzó a granizar y a llover con fuerza hasta las cuatro de la tarde, en que nos rescató el autocar para llevarnos a Revilla de Pomar. Allí teníamos programado visitar la cueva de los Franceses.
No teníamos más remedio que esperar para entrar en la cueva a la que sólo podían acceder como máximo 25 personas en cada turno. En el páramo donde está la citada cueva hacía un viento fortísimo, que nos impedía disfrutar del bonito entorno fuera del vehículo.
También teníamos previsto para aprovechar la espera, ir caminando hasta el cercano “Mirador de Valcabado”; y de no haber sido porque nos acercó el autocar, nos habríamos perdido la magnífica vista del hermosísimo paisaje del que disfrutamos muy poco tiempo, porque nos tiraba el viento y amenazaba con caer el diluvio universal.
Ese paisaje se asemejaba a la maqueta de un gran Belén navideño, al que sólo le faltaban los pastores, animalitos, los reyes, el misterio y el cagón. Todo lo demás lo tenía: montañas, nubes de algodón, agua, casitas, arbolitos; incluso los molinos de viento, aunque estos eran los modernos armatostes que aprovechan la energía eólica.
En pocos segundos comenzó a granizar fuertemente seguido de una intensa nevada que, en menos de diez minutos, había cuajado, para sorpresa del primer “turno de cueva”, que había bajado luciendo levemente el sol y al salir se encontró con una bonita postal navideña.
Ellos tuvieron menos suerte puesto que, mientras que nosotros bajábamos a la cueva, el autocar hizo idéntico recorrido al mirador, pero lo encontraron cubierto de una espesa niebla que les tapaba completamente la vista que acabábamos de contemplar.
A las seis y veinte de la tarde terminaron nuestros veinte minutos de visita a la cueva. Lucía tímidamente el sol y la nieve estaba prácticamente derretida… ¡¡caprichos del clima!!
De nuevo en el autocar, Gerardo nos deseó feliz y merecida siesta para el camino de regreso que duró poco más de dos horas.
Valladolid también nos recibió con fuerte lluvia que afortunadamente había cesado en el momento de recoger las mochilas.
Esta vez no gozamos de buen tiempo pero, como siempre, sí de gratísima compañía. La misma de la que esperamos disfrutar durante otras muchas excursiones, con mejor temperatura y sin aguaceros que nos desmotiven e impidan realizar todo el programa, como desafortunadamente ocurrió este día.
Si quieres leer la crónica en verso, pincha aquí
3 comentarios:
Me refiero a usted porque aun siendo una persona ajena al restaurante Ticiano creo que no ha sido justa dando su veredicto. Primero es precipitado y segundo por lo que puedo entender todo viene dado de su tacañería y la de sus compañeros. Creo que la misión de estos blogs es la de informar y opinar, pero primero la de informar, es si con criterio, nunca con comentarios desacertados que pueden confundir a la gente y perjudicar a quienes regentan el anteriormente citado restaurante. Mi recomendación es que aprenda a escribir y sino por favor, dedíquese a otra cosa. Espero que como usted realiza críticas igualmente sea capaz de permitir mostrar esta crítica en su blog. Gracias por su atención
Mi deseo hubiera sido darle aquí la respuesta, pero al excederse en caracteres, no me lo permite.
Le remito a una nueva entrada: "EXCURSIÓN TORCIDA A LAS TUERCES (2)" donde tendrá cumplida información sobre sus dudas.
Gracias por su atención, su visita y comentario nada imparcial.
Atentamente:
Marisa
Aquí tiene el enlace para que no se moleste en buscarlo.
http://marisa-alaejosysuscosas.blogspot.com/2010/07/excursion-torcida-las-tuerces-2.html
Nuevamente gracias por su atención y por leer esta vez menos precipitadamente para un mejor razonamiento del texto.
Marisa
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