Original de Enero-2007
Desde que hace años me adentré tímidamente en el mundo de la navegación de Internet, tuve la intención de alguna vez crear mi propia página Web en la que daría a conocer mis inquietudes e ilusiones y compartiría con quienes lo deseasen la experiencia de la vida que haya podido adquirir a lo largo de mis inminentes 50 años.
Consciente de mis enormes limitaciones en el campo del diseño y con la convicción de crear un Web medianamente “visitable”, busqué dónde aprender.
Rellené varias solicitudes en los diferentes lugares que ofrecían cursos de diseño Web y en los dos primeros obtuve un NO como respuesta a la –seguramente nefasta-prueba de acceso.
En la tercera ocasión tuve suerte, quedé en la reserva. Finalmente, dos días después de comenzado el curso, obtuve la deseada respuesta afirmativa y el 4 de Octubre de 2006 fue mi primer día de clase.
Estaba tan ilusionada como nerviosa y tan temerosa como decidida a que no se me notara.
A las 4 de la tarde, me presenté al profesor y como lo primero que le dije era lo mucho que me gusta esto de darle a la tecla, quizás pensó que mis conocimientos eran mucho más amplios de lo que en realidad son.
¡Pobre! no sabía lo que se le venía encima. Y eso que también le expliqué que me cuesta aprender, pero que con constancia lo lograría.
De pronto me encontré en una clase llena de ordenadores y alumnos muchísimo más jóvenes que yo –a poco- y preguntándome ¿¿Qué hago yo aquí??
Los primeros días Alfredo continuaba impartiendo clases de aburrida teoría en las que a veces me costaba mantener los ojos abiertos; sin duda por mi falta de costumbre de estar tanto rato escuchando algo que me sonaba a perfecto chino.
Hasta entonces había “navegado” sola y prácticamente a la deriva. Mis escasos conocimientos no eran ni mucho menos suficientes para estar a la altura del resto de la clase o simplemente para estar a la altura del listón que siempre marco en mi vida.
Me seguía sintiendo como un “bicho raro”. En mi entorno de amigos, lo soy por “entender mucho de ordenadores”… ya se sabe que en el país de los ciegos el tuerto es el rey.
Aquí soy el bicho raro por no saber absolutamente nada.
Menos mal que siempre he tenido los pies sobre al tierra y soy muy consciente de lo que es “saber” o inquietud y tesón por aprender y de esto segundo me sobra.
Reconozco que en al primera práctica estuve a punto de tirar la toalla consciente del espantoso ridículo que iba a hacer al presentar un trabajo horroroso, digno casi de un bebé, que tengas unos poquitos conocimientos informáticos.
David; mi casi compañero de escritorio, siempre me ayudó con la mejor de sus sonrisas. No sabe hasta que punto fue importante esa ayuda para mi precaria “autoestima”.
También ha sido muy importante Ana, porque apoyándonos la una en la otra hemos ido sacando adelante las prácticas, y por supuesto el resto de compañeros –incluido naturalmente el profe- que me han acogido como a una más.
En aquella primera práctica; enrosqué esa “toalla” en lo más profundo de mi pundonor y no la lancé porque no me lo habría perdonado jamás. Me había costado mucho conseguir plaza en aquel curso y no la iba a desperdiciar.
Se que nunca podré acercarme ni en sueños a la imaginación y el maravilloso trabajo de creación y diseño que algunos de mis compañeros realizan. Me conformo con aprender a manejar ligeramente los programas y poder crear una página Web digna y a la que apetezca visitar asiduamente.
Lo de trabajar profesionalmente en ello nunca fue mi meta.
Mis compañeros merecen ese premio a su inteligencia. La recompensa a mi esfuerzo estimo que ya la logré.
Consciente de mis enormes limitaciones en el campo del diseño y con la convicción de crear un Web medianamente “visitable”, busqué dónde aprender.
Rellené varias solicitudes en los diferentes lugares que ofrecían cursos de diseño Web y en los dos primeros obtuve un NO como respuesta a la –seguramente nefasta-prueba de acceso.
En la tercera ocasión tuve suerte, quedé en la reserva. Finalmente, dos días después de comenzado el curso, obtuve la deseada respuesta afirmativa y el 4 de Octubre de 2006 fue mi primer día de clase.
Estaba tan ilusionada como nerviosa y tan temerosa como decidida a que no se me notara.
A las 4 de la tarde, me presenté al profesor y como lo primero que le dije era lo mucho que me gusta esto de darle a la tecla, quizás pensó que mis conocimientos eran mucho más amplios de lo que en realidad son.
¡Pobre! no sabía lo que se le venía encima. Y eso que también le expliqué que me cuesta aprender, pero que con constancia lo lograría.
De pronto me encontré en una clase llena de ordenadores y alumnos muchísimo más jóvenes que yo –a poco- y preguntándome ¿¿Qué hago yo aquí??
Los primeros días Alfredo continuaba impartiendo clases de aburrida teoría en las que a veces me costaba mantener los ojos abiertos; sin duda por mi falta de costumbre de estar tanto rato escuchando algo que me sonaba a perfecto chino.
Hasta entonces había “navegado” sola y prácticamente a la deriva. Mis escasos conocimientos no eran ni mucho menos suficientes para estar a la altura del resto de la clase o simplemente para estar a la altura del listón que siempre marco en mi vida.
Me seguía sintiendo como un “bicho raro”. En mi entorno de amigos, lo soy por “entender mucho de ordenadores”… ya se sabe que en el país de los ciegos el tuerto es el rey.
Aquí soy el bicho raro por no saber absolutamente nada.
Menos mal que siempre he tenido los pies sobre al tierra y soy muy consciente de lo que es “saber” o inquietud y tesón por aprender y de esto segundo me sobra.
Reconozco que en al primera práctica estuve a punto de tirar la toalla consciente del espantoso ridículo que iba a hacer al presentar un trabajo horroroso, digno casi de un bebé, que tengas unos poquitos conocimientos informáticos.
David; mi casi compañero de escritorio, siempre me ayudó con la mejor de sus sonrisas. No sabe hasta que punto fue importante esa ayuda para mi precaria “autoestima”.
También ha sido muy importante Ana, porque apoyándonos la una en la otra hemos ido sacando adelante las prácticas, y por supuesto el resto de compañeros –incluido naturalmente el profe- que me han acogido como a una más.
En aquella primera práctica; enrosqué esa “toalla” en lo más profundo de mi pundonor y no la lancé porque no me lo habría perdonado jamás. Me había costado mucho conseguir plaza en aquel curso y no la iba a desperdiciar.
Se que nunca podré acercarme ni en sueños a la imaginación y el maravilloso trabajo de creación y diseño que algunos de mis compañeros realizan. Me conformo con aprender a manejar ligeramente los programas y poder crear una página Web digna y a la que apetezca visitar asiduamente.
Lo de trabajar profesionalmente en ello nunca fue mi meta.
Mis compañeros merecen ese premio a su inteligencia. La recompensa a mi esfuerzo estimo que ya la logré.
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