Remitentes: José y Mariluz; padres de mi gaditana amiga Mariluz.
Mis queridos amigos.
Como siempre me ha sido gratísimo recibir su carta.
He leído atentamente la que publica el diario de Cádiz y no estoy muy de acuerdo con lo que dice en algunos aspectos.
Naturalmente me siento orgullosisima de mi familia:
De mis abuelos a los que respeté y quise mucho y de los que aprendí multitud de cosas.
De mis padres, que me educaron muy bien; aunque no siempre estuve de acuerdo con sus formas, puesto que, si yo era una hija casi modélica –mi mayor defecto; ser una contestona- pedía y pido más confianza en mí de la que obtuve.
De mi marido y nuestras tres hijas, ellos son lo mejor que me pasó en la vida.
Espero algún día poder ser esa abuelita consentidora rodeada de nietos a los que malcriar.
La crónica sería preciosa, de haberla escrito un hijo en época de guerra o posguerra, aunque al saber que está redactada en el año 2005 por un marido de 55 años, ha hecho en mí un efecto contrario al pretendido por el cronista.
Me ha parecido escrita desde el más absoluto machismo, hablando de las obligaciones que tienen las mujeres… las madres, pero no he leído ni una sola línea sobre los derechos de esas pobres “cautivas” que él describe.
A tenor de lo que dice al final de su carta, no me quiero ni imaginar los valores que este hombre inculcará a sus hijos; seguramente basados en la intolerancia y el despotismo de tiempos afortunadamente muy añejos.
Alaba la sumisión de esa esposa, pero no ensalza la entrega sin reservas de las madres que deciden serlo por encima de todo.
Finalmente afea las nuevas leyes apelando a su cristiano catolicismo. Es fácil involucrar el nombre de Dios para encubrir su propia forma de pensar.
En el carné de identidad de mi abuela, donde rezaba profesión, ponía; “las labores propias de su sexo”. Luego lo arreglaron un poco y pone “sus labores”, que no deja de ser igual de denigrante. Otros dicen “ama de casa”. Que cada cual saque sus propias conclusiones. Las mías son que si una mujer casada y además con hijos, es; enfermera, educadora, consejera, economista, cocinera, limpiadora, planchadora, pintora, modista, tejedora, maestra, amante… “sus labores” me parece una pobre descripción, sería mucho más correcto; “multiprofesional”.
Este señor da las gracias a “las mujeres de su vida”, pero me pregunto si él hizo algo alguna vez por aliviar el peso que esas mujeres tuvieron que soportar durante seguramente muchos años.
Al ver publicada su carta de “amor” y “reconocimiento”, seguramente se ha sentido muy bien. Había cumplido con la buena acción del día y se quedó tan pancho.
No se si este hombre se ha dado cuenta realmente de lo que escribía acerca de una madre y esposa en pleno siglo XXI.
Las mujeres ya no queremos un marido “adorno”, queremos alguien que nos acompañe en el camino de la vida, que para eso lo elegimos como padre de nuestros hijos, no para que pague la cuenta del restaurante hinchando el pecho como si acabara de hacer una heroicidad.
Una madre merece alabanzas, pero merece también brazos que la mimen y le echen una mano en su labor y los mejores brazos para tal fin deberían ser los del padre.
A este señor, le faltó aclarar que tiene a su mujer como una reina porque la regala flores el día de la madre o la invita a comer en el aniversario de bodas; cuando se acuerda.
El titula “Carta a la madre”. Yo lo titularía “Carta a una esclava”. Con sólo leer todas las cosas que esa pobre mujer tiene que hacer cada día, me he fatigado.
Y lo peor de todo es que en un altísimo porcentaje, existen hombres que no hacen depende qué cosas porque “son cosas de mujeres”. Afortunadamente cada día quedan menos hombres que piensan así.
Voy punto por punto dando mi humilde opinión.
Quiero expresar todo mi amor por mi esposa: ¡Faltaría más!, si después de todo lo que viene a continuación además no la quiere es para repudiarle.
¡Qué fácil es alabar sin aportar colaboración!
Después expresa: Mi admiración por mis padres y sobre todo por mi madre (que en gloria está) la cual dedicó su vida a sus siete hijos y a su esposo. –No me extraña que esté en la gloria descansando por fin la pobre mujer- A mis suegros, sobre todo por ella, –una vez más- que en posguerra luchó por su esposo y sus cinco hijos sacándoles adelante con gran esfuerzo y penalidades.
Supongo que después de una guerra los padres de entonces también aportaron su grano de arena, aunque si dice que la mujer luchó por su esposo y sus hijos, debo entender que el marido poco hizo por aliviar a esa madre y esposa de tanta penuria.
A mis 55 años estoy convencido de que el hombre y la mujer no son iguales…
¡¡Hombre tenía que ser!! ¡¡Mira que tardar 55 años en darse cuanta de algo tan evidente!! Siendo así no me extraña que piense lo que ha escrito.
Aquí viene ahora todo lo que hace una madre, que para este hombre es justo lo que le ha convencido –por fin- de que los hombres y las mujeres somos distintos:
Ser madre y todos los sentimientos hacia el nacido; cuidar, dar de mamar, enseñar a comer, a andar, a vestirse, a rezar, a estudiar, a trabajar, en dos palabras; a ser personas.
Si todo esto, este hombre lo resume en dos palabras, ¿en cuantas palabras resumirá lo que él NO hace?
Esos “sentimientos”, deberían ser exactos para padre y madre; salvo en dar de mamar naturalmente. El resto no veo por qué debe ser exclusivo de madres como parece dar a entender este hombre.
La madre repercute en la vida de la infancia, adolescencia, juventud y madurez de la persona.
Esto si podría resumirlo en dos palabras: la vida.
Ejerce de médico-enfermera, para atender a nuestros cuerpos tantas veces con fiebre, cuidándonos y sufriendo a nuestro lado.
Aquí ya habla en primera persona con lo cual deduzco que se deja cuidar como un bebé. Ahora mi pregunta es esta: ¿Hace él lo mismo cuando su esposa no se encuentra bien?
Con todo lo que trabaja debe estar agotada, pero una madre nunca pide ayuda por más que la necesite, y es raro el hombre que se fija en ello.
Por mucho que le pese la carga de la vida, una madre está dispuesta a hacer todo lo que éste señor dice y a mucho más. Está dispuesta incluso a que nadie le reconozca ese esfuerzo y sacrificio.
Cuando hace falta imponiendo disciplina, -sobretodo si es la hora en que el padre duerme la siesta, para que no lo molesten y se despierte enfadado- orden –naturalmente si no impone orden será ella quien cargue también con ese trabajo que este señor olvidó- y tolerancia en casa, -no se a que se refiere con tolerancia ¿Lo que a ella le toleran o lo que tiene que tolerar? - aconsejando y consolando, -eso sin dudarlo, es tan cierto como que cada día amanece- siendo medianera entre los hijos y el padre.
Aquí el inciso es mayor. Los padres no se enteran de la misa la mitad. Si algún hijo sufre por algún problema, ahí está de nuevo la madre para solventarlo y cuando el padre se entere –si se entera- ya esté solucionado. Aún así, muchas veces la tolerancia del padre es nula.
En otros casos, mejor solucionarlo primero porque el padre nunca sabría salir del paso airoso y para que su ego no se vea afectado, la madre lo arregla de forma que los méritos sean de su marido y no de ella.
Cuidando la familia con una buena alimentación. -¡¡Bueno!!-, eso no es solamente mérito del “ama de casa” actualmente. Los mercados están estupendamente repletos de buenos y variados alimentos.
Ellas son las encargadas de cuidar a sus ancianos (a sus padres) hasta las ultimas horas.
Parece aclarar en este caso que esos ancianos eran los padres de ella, pero en otras muchas ocasiones no sólo deben cuidar a los padres, también lo hacen con los suegros, es decir; los padres del esposo, a los que cuida con mimo y mucho sacrificio mientras el marido se repone de sus –como mucho- ocho horas de trabajo tranquilito en el bar, evitando llegar a casa por si hiciera falta su ayuda.
Pocos hijos de padres ancianos colaboran en su cuidado y atenciones. En esto también delegan en sus “santas” esposas, como si cuidar enfermos, aunque estos sean los propios padres, no fuera cosa de hombres.
¡La madre es la reina y dueña de la casa! ¡¡Faltaría más!!
Si después de trabajar como una esclava las 24 horas del día, además no fuera la dueña… Este hombre parece un manual de la obsoleta –afortunadamente- sección femenina.
Va al mercado, limpia los suelos, quita el polvo, hace el desayuno, las camas, la comida, friega, lava la ropa, la tiende, hace la merienda, cose la ropa, la plancha, hace la cena ¡¡que respire por Dios!! y además aguanta y soporta al esposo.
Pues sí, sólo le faltó explicar que nunca toma en cuenta sus opiniones porque para él no es más que un simple objeto decorativo y además de todo eso, también tiene la obligación de “aguantar y soportar” al esposo “cumpliendo” con sus “deberes maritales”, tenga o no cuerpo y ganas de ello.
Ella no tiene sábados, ni domingos, ni días de fiesta y por supuesto -¿por supuesto?- ni vacaciones, siempre mirando por los demás y nunca pensando en si misma.
¡Y se queda tan pancho!
Sí tiene sábados; por la noche, para preparar la cena de los amigos del marido que tienen costumbre de reunirse a ver el fútbol y esa noche “es sagrada” –para ellos-. Después, debe recoger el tiradero que dejan, de colillas y botes de cerveza vacíos desparramados por el suelo del salón… que limpió afanosa la mujer por la mañana.
Tiene domingos; para invitar a comer a la pesada de la hermana solterona del marido que viene a contar sus penas sin importarle las ajenas ni un ápice.
Tiene días de fiesta; para que los niños revoloteen por la casa sin dejar un segundo de descanso a su madre. Al padre no lo incordian porque es “sagrada” su presencia en casa y porque después de comer ¡como él si tiene fiesta!, se va al bar a jugar la partida y regresa cuando los niños están dormidos, y la mujer subida a la lámpara… no para hacer el salto del tigre precisamente.
Por supuesto que también tiene vacaciones.
Prepara las maletas para todos, las coloca en el coche (por que al marido nunca le caben), llegan al apartamento en la playa, deshace las maletas, baja a comprar… y continúa con los quehaceres exactamente igual que lo hace en casa, con la particularidad que además los niños no se despegan de ella ni dos segundos mientras el padre se la pasa rezongando por la guerra que dan o porque “ni en vacaciones le dejan en paz”.
Nunca pensando en si misma. ¡¡Si no tiene tiempo!!
Y si además tiene puesto de trabajo en la calle… ¡¡Ya no puedo más!!… si esa pobre mujer de la que habla, además tiene puesto de trabajo en la calle; tendrá que hacer un pacto con el diablo, porque esa es otra, además el marido dirá que trabaja porque ella quiere, que sólo con el sueldo de él vivirían más que holgadamente.
Además aquí se desmonta el único argumento que exhiben los maridos… ¡como yo trabajo fuera, no voy a llegar a casa a ponerme a hacer las camas o a limpiar!, para eso está ella… ¡que cómodo ser hombre!
Tampoco me cabe duda alguna que el amor y el cariño que una madre siente por sus hijos es de otra forma a la que siente el padre. ¡Y tanto!, por no caberle; ni dudas a este señor.
La clave ¿clave? está que ella lo ha ido formando entre sus carnes (durante el embarazo), lo ha parido, por lo general pasa más tiempo con los niños que el padre. Si se refiere que pasa más tiempo durante el embarazo, tiene razón, la madre lo lleva 9 meses y el padre lo expulsa en segundos.
Si quiere dar a entender que es obligación de la madre pasar más tiempo con los hijos, una vez más no estoy de acuerdo. La educación es deber de ambos progenitores, mucho más cuando la madre; “además tiene puesto de trabajo en la calle”.
¿Cuántas veces ella presiente las cosas que le pasan a sus hijos y los padres no nos damos ni cuenta? Menos mal que al menos lo reconoce. Los hombres, sobre todo los padres, casi nunca se dan cuenta de nada, o si se la dan, se hacen los suecos para que una vez más las responsabilidades recaigan sobre la mujer.
Lo demás no tiene lógica ¿y lo anterior si? Como estas leyes que aprueban parte de los humanos –este es claramente del PP- ignorando a Dios, -creo que no debería implicar a Dios en esto porque habría demasiado que hablar sobre las leyes no cumplidas por parte de los religiosos. Esos clérigos que predican humildad y son soberbios; pobreza y la iglesia es al institución más exageradamente rica que existe; celibato y… en fin, mejor no involucrar a Dios en estas leyes humanas- saltándose los pasos fundamentales de la naturaleza, como ser padre y madre, etc. S
Mis queridos amigos.
Como siempre me ha sido gratísimo recibir su carta.
He leído atentamente la que publica el diario de Cádiz y no estoy muy de acuerdo con lo que dice en algunos aspectos.
Naturalmente me siento orgullosisima de mi familia:
De mis abuelos a los que respeté y quise mucho y de los que aprendí multitud de cosas.
De mis padres, que me educaron muy bien; aunque no siempre estuve de acuerdo con sus formas, puesto que, si yo era una hija casi modélica –mi mayor defecto; ser una contestona- pedía y pido más confianza en mí de la que obtuve.
De mi marido y nuestras tres hijas, ellos son lo mejor que me pasó en la vida.
Espero algún día poder ser esa abuelita consentidora rodeada de nietos a los que malcriar.
La crónica sería preciosa, de haberla escrito un hijo en época de guerra o posguerra, aunque al saber que está redactada en el año 2005 por un marido de 55 años, ha hecho en mí un efecto contrario al pretendido por el cronista.
Me ha parecido escrita desde el más absoluto machismo, hablando de las obligaciones que tienen las mujeres… las madres, pero no he leído ni una sola línea sobre los derechos de esas pobres “cautivas” que él describe.
A tenor de lo que dice al final de su carta, no me quiero ni imaginar los valores que este hombre inculcará a sus hijos; seguramente basados en la intolerancia y el despotismo de tiempos afortunadamente muy añejos.
Alaba la sumisión de esa esposa, pero no ensalza la entrega sin reservas de las madres que deciden serlo por encima de todo.
Finalmente afea las nuevas leyes apelando a su cristiano catolicismo. Es fácil involucrar el nombre de Dios para encubrir su propia forma de pensar.
En el carné de identidad de mi abuela, donde rezaba profesión, ponía; “las labores propias de su sexo”. Luego lo arreglaron un poco y pone “sus labores”, que no deja de ser igual de denigrante. Otros dicen “ama de casa”. Que cada cual saque sus propias conclusiones. Las mías son que si una mujer casada y además con hijos, es; enfermera, educadora, consejera, economista, cocinera, limpiadora, planchadora, pintora, modista, tejedora, maestra, amante… “sus labores” me parece una pobre descripción, sería mucho más correcto; “multiprofesional”.
Este señor da las gracias a “las mujeres de su vida”, pero me pregunto si él hizo algo alguna vez por aliviar el peso que esas mujeres tuvieron que soportar durante seguramente muchos años.
Al ver publicada su carta de “amor” y “reconocimiento”, seguramente se ha sentido muy bien. Había cumplido con la buena acción del día y se quedó tan pancho.
No se si este hombre se ha dado cuenta realmente de lo que escribía acerca de una madre y esposa en pleno siglo XXI.
Las mujeres ya no queremos un marido “adorno”, queremos alguien que nos acompañe en el camino de la vida, que para eso lo elegimos como padre de nuestros hijos, no para que pague la cuenta del restaurante hinchando el pecho como si acabara de hacer una heroicidad.
Una madre merece alabanzas, pero merece también brazos que la mimen y le echen una mano en su labor y los mejores brazos para tal fin deberían ser los del padre.
A este señor, le faltó aclarar que tiene a su mujer como una reina porque la regala flores el día de la madre o la invita a comer en el aniversario de bodas; cuando se acuerda.
El titula “Carta a la madre”. Yo lo titularía “Carta a una esclava”. Con sólo leer todas las cosas que esa pobre mujer tiene que hacer cada día, me he fatigado.
Y lo peor de todo es que en un altísimo porcentaje, existen hombres que no hacen depende qué cosas porque “son cosas de mujeres”. Afortunadamente cada día quedan menos hombres que piensan así.
Voy punto por punto dando mi humilde opinión.
Quiero expresar todo mi amor por mi esposa: ¡Faltaría más!, si después de todo lo que viene a continuación además no la quiere es para repudiarle.
¡Qué fácil es alabar sin aportar colaboración!
Después expresa: Mi admiración por mis padres y sobre todo por mi madre (que en gloria está) la cual dedicó su vida a sus siete hijos y a su esposo. –No me extraña que esté en la gloria descansando por fin la pobre mujer- A mis suegros, sobre todo por ella, –una vez más- que en posguerra luchó por su esposo y sus cinco hijos sacándoles adelante con gran esfuerzo y penalidades.
Supongo que después de una guerra los padres de entonces también aportaron su grano de arena, aunque si dice que la mujer luchó por su esposo y sus hijos, debo entender que el marido poco hizo por aliviar a esa madre y esposa de tanta penuria.
A mis 55 años estoy convencido de que el hombre y la mujer no son iguales…
¡¡Hombre tenía que ser!! ¡¡Mira que tardar 55 años en darse cuanta de algo tan evidente!! Siendo así no me extraña que piense lo que ha escrito.
Aquí viene ahora todo lo que hace una madre, que para este hombre es justo lo que le ha convencido –por fin- de que los hombres y las mujeres somos distintos:
Ser madre y todos los sentimientos hacia el nacido; cuidar, dar de mamar, enseñar a comer, a andar, a vestirse, a rezar, a estudiar, a trabajar, en dos palabras; a ser personas.
Si todo esto, este hombre lo resume en dos palabras, ¿en cuantas palabras resumirá lo que él NO hace?
Esos “sentimientos”, deberían ser exactos para padre y madre; salvo en dar de mamar naturalmente. El resto no veo por qué debe ser exclusivo de madres como parece dar a entender este hombre.
La madre repercute en la vida de la infancia, adolescencia, juventud y madurez de la persona.
Esto si podría resumirlo en dos palabras: la vida.
Ejerce de médico-enfermera, para atender a nuestros cuerpos tantas veces con fiebre, cuidándonos y sufriendo a nuestro lado.
Aquí ya habla en primera persona con lo cual deduzco que se deja cuidar como un bebé. Ahora mi pregunta es esta: ¿Hace él lo mismo cuando su esposa no se encuentra bien?
Con todo lo que trabaja debe estar agotada, pero una madre nunca pide ayuda por más que la necesite, y es raro el hombre que se fija en ello.
Por mucho que le pese la carga de la vida, una madre está dispuesta a hacer todo lo que éste señor dice y a mucho más. Está dispuesta incluso a que nadie le reconozca ese esfuerzo y sacrificio.
Cuando hace falta imponiendo disciplina, -sobretodo si es la hora en que el padre duerme la siesta, para que no lo molesten y se despierte enfadado- orden –naturalmente si no impone orden será ella quien cargue también con ese trabajo que este señor olvidó- y tolerancia en casa, -no se a que se refiere con tolerancia ¿Lo que a ella le toleran o lo que tiene que tolerar? - aconsejando y consolando, -eso sin dudarlo, es tan cierto como que cada día amanece- siendo medianera entre los hijos y el padre.
Aquí el inciso es mayor. Los padres no se enteran de la misa la mitad. Si algún hijo sufre por algún problema, ahí está de nuevo la madre para solventarlo y cuando el padre se entere –si se entera- ya esté solucionado. Aún así, muchas veces la tolerancia del padre es nula.
En otros casos, mejor solucionarlo primero porque el padre nunca sabría salir del paso airoso y para que su ego no se vea afectado, la madre lo arregla de forma que los méritos sean de su marido y no de ella.
Cuidando la familia con una buena alimentación. -¡¡Bueno!!-, eso no es solamente mérito del “ama de casa” actualmente. Los mercados están estupendamente repletos de buenos y variados alimentos.
Ellas son las encargadas de cuidar a sus ancianos (a sus padres) hasta las ultimas horas.
Parece aclarar en este caso que esos ancianos eran los padres de ella, pero en otras muchas ocasiones no sólo deben cuidar a los padres, también lo hacen con los suegros, es decir; los padres del esposo, a los que cuida con mimo y mucho sacrificio mientras el marido se repone de sus –como mucho- ocho horas de trabajo tranquilito en el bar, evitando llegar a casa por si hiciera falta su ayuda.
Pocos hijos de padres ancianos colaboran en su cuidado y atenciones. En esto también delegan en sus “santas” esposas, como si cuidar enfermos, aunque estos sean los propios padres, no fuera cosa de hombres.
¡La madre es la reina y dueña de la casa! ¡¡Faltaría más!!
Si después de trabajar como una esclava las 24 horas del día, además no fuera la dueña… Este hombre parece un manual de la obsoleta –afortunadamente- sección femenina.
Va al mercado, limpia los suelos, quita el polvo, hace el desayuno, las camas, la comida, friega, lava la ropa, la tiende, hace la merienda, cose la ropa, la plancha, hace la cena ¡¡que respire por Dios!! y además aguanta y soporta al esposo.
Pues sí, sólo le faltó explicar que nunca toma en cuenta sus opiniones porque para él no es más que un simple objeto decorativo y además de todo eso, también tiene la obligación de “aguantar y soportar” al esposo “cumpliendo” con sus “deberes maritales”, tenga o no cuerpo y ganas de ello.
Ella no tiene sábados, ni domingos, ni días de fiesta y por supuesto -¿por supuesto?- ni vacaciones, siempre mirando por los demás y nunca pensando en si misma.
¡Y se queda tan pancho!
Sí tiene sábados; por la noche, para preparar la cena de los amigos del marido que tienen costumbre de reunirse a ver el fútbol y esa noche “es sagrada” –para ellos-. Después, debe recoger el tiradero que dejan, de colillas y botes de cerveza vacíos desparramados por el suelo del salón… que limpió afanosa la mujer por la mañana.
Tiene domingos; para invitar a comer a la pesada de la hermana solterona del marido que viene a contar sus penas sin importarle las ajenas ni un ápice.
Tiene días de fiesta; para que los niños revoloteen por la casa sin dejar un segundo de descanso a su madre. Al padre no lo incordian porque es “sagrada” su presencia en casa y porque después de comer ¡como él si tiene fiesta!, se va al bar a jugar la partida y regresa cuando los niños están dormidos, y la mujer subida a la lámpara… no para hacer el salto del tigre precisamente.
Por supuesto que también tiene vacaciones.
Prepara las maletas para todos, las coloca en el coche (por que al marido nunca le caben), llegan al apartamento en la playa, deshace las maletas, baja a comprar… y continúa con los quehaceres exactamente igual que lo hace en casa, con la particularidad que además los niños no se despegan de ella ni dos segundos mientras el padre se la pasa rezongando por la guerra que dan o porque “ni en vacaciones le dejan en paz”.
Nunca pensando en si misma. ¡¡Si no tiene tiempo!!
Y si además tiene puesto de trabajo en la calle… ¡¡Ya no puedo más!!… si esa pobre mujer de la que habla, además tiene puesto de trabajo en la calle; tendrá que hacer un pacto con el diablo, porque esa es otra, además el marido dirá que trabaja porque ella quiere, que sólo con el sueldo de él vivirían más que holgadamente.
Además aquí se desmonta el único argumento que exhiben los maridos… ¡como yo trabajo fuera, no voy a llegar a casa a ponerme a hacer las camas o a limpiar!, para eso está ella… ¡que cómodo ser hombre!
Tampoco me cabe duda alguna que el amor y el cariño que una madre siente por sus hijos es de otra forma a la que siente el padre. ¡Y tanto!, por no caberle; ni dudas a este señor.
La clave ¿clave? está que ella lo ha ido formando entre sus carnes (durante el embarazo), lo ha parido, por lo general pasa más tiempo con los niños que el padre. Si se refiere que pasa más tiempo durante el embarazo, tiene razón, la madre lo lleva 9 meses y el padre lo expulsa en segundos.
Si quiere dar a entender que es obligación de la madre pasar más tiempo con los hijos, una vez más no estoy de acuerdo. La educación es deber de ambos progenitores, mucho más cuando la madre; “además tiene puesto de trabajo en la calle”.
¿Cuántas veces ella presiente las cosas que le pasan a sus hijos y los padres no nos damos ni cuenta? Menos mal que al menos lo reconoce. Los hombres, sobre todo los padres, casi nunca se dan cuenta de nada, o si se la dan, se hacen los suecos para que una vez más las responsabilidades recaigan sobre la mujer.
Lo demás no tiene lógica ¿y lo anterior si? Como estas leyes que aprueban parte de los humanos –este es claramente del PP- ignorando a Dios, -creo que no debería implicar a Dios en esto porque habría demasiado que hablar sobre las leyes no cumplidas por parte de los religiosos. Esos clérigos que predican humildad y son soberbios; pobreza y la iglesia es al institución más exageradamente rica que existe; celibato y… en fin, mejor no involucrar a Dios en estas leyes humanas- saltándose los pasos fundamentales de la naturaleza, como ser padre y madre, etc. S
Seguramente además debe pensar que esos “pasos fundamentales” hay que darlos después del matrimonio eclesiástico, por supuesto.
Admito que yo si cumplí con ese “mandamiento”, pero no me parece que cometa pecado mortal quien decida no acatarlo.
Naturalmente los hijos están más protegidos por la ley si lo son dentro de un matrimonio católico, pero si no lo estuvieran ¿Qué culpa tendrían esos hijos? Seguramente fueron engendrados con mucho amor y nadie posee el derecho de menospreciar a un ser humano porque sus progenitores no pasaron primero por la vicaría.
Desgraciadamente ha sido así en muchos casos. Padres cristianos que abandonaron a sus hijas porque cometieron el “pecado” de entregarse a su pareja “antes de tiempo”. ¿Ese es uno de los mandamientos de la ley de Dios? Creo que no, indudablemente son leyes hechas también por humanos aunque vistan sotana y el hábito no siempre esté tan “impoluto” como debería.
¿Ser padre y padre? ¿Ser madre y madre?
Se nota claramente que aquí quería llegar. Alaba a las madres parapetando su intención de expresar su queja hacia los matrimonios homosexuales y recriminar las leyes en las que no está de acuerdo; porque naturalmente no es afín al partido político que lo ha propuesto.
Entiendo que el matrimonio por “ley natural”, para procrear, debe ser entre un hombre y una mujer, pero jamás estaré en desacuerdo con la libertad y el deseo de las personas que quieran unir sus vidas mediante un papel que les otorgue los mismos derechos que a una familia “convencional”.
Lo más hermoso de la vida de pareja, es educar juntos a los hijos, pero aceptando no sólo sus virtudes para poder presumir de ellos como un logro propio, sino admitiendo con el mismo amor sus errores o sus tendencias sexuales.
Lo siento yo como humano, cristiano y católico, no comprendo las nuevas leyes humanas aplicadas actualmente en España.
Quizás entiende mejor aquellas que obligan a una madre soltera a abandonar a sus hijos en orfanatos porque ningún “cristiano” le da trabajo para alimentarlo por contravenir las leyes divinas… No creo que Dios se entretenga en esas minucias. Una vez más me reafirmo en que la ley de Dios la dictaron los humanos. Nadie ha visto a Dios en una sala de juzgado ni en el senado o el parlamento.
Yo como humana, cristiana y católica, estoy en contra de la discriminación que algunos seres humanos ejercen sobre otros por el simple hecho de no tener los cromosomas ordenados “alfabéticamente”.
No quiero ni imaginar la reacción de este hombre si Dios le enviara un hijo homosexual o una hija lesbiana.
Los que tuvimos la suerte de “nacer normales”, no tenemos derecho a juzgar y mucho menos a condenar a quienes presuntamente no lo son.
Si existen personas con preferencias distintas, es por la voluntad de Dios y como tal hay que aceptarlos y ayudarlos a ser felices y no cerrarles las puertas con la intransigencia que exhiben algunos que se dan demasiados golpes de pecho o practican el “a Dios rogando y con el mazo dando”.
La carta termina así:
A mi madre, gracias por ser mi madre, a mi suegra gracias por haber sido la segunda madre para mis hijos –de haber estado tú, quizás no habría hecho tanta falta la abuela que ya merecía descanso por haber criado a los suyos-. A mi esposa, gracias por haberme hecho padre. –Pues sí, porque tú a ella le hiciste la pascua-.
RAMÓN SANCHEZ-GEY (¡¡que curioso; “GEY”!! con lo mal que parecen caerle!) VENEGAS- SAN FERNANDO
MARISA PÉREZ MUÑOZ- VALLADOLID
Esa ha sido mi opinión cargada de fina ironía al respecto de la carta que este hombre escribió en el diario. Estoy convencida que ningún hombre –y seguramente este menos que otros- aguantaría ser madre.
Quizás leyendo mis respuestas pudiera parecer que hablo así de los hombres por propia experiencia, pero debo dar gracias al destino que jugó muy bien su baza el día que propició el encuentro con el maravilloso ser humano que después se convirtió en el hombre de mi vida y con el que llevo conviviendo –naturalmente casada por la iglesia- desde hace más de 28 años.
Juntos hemos guiado los primeros pasos de nuestras hijas y juntos durante su infancia y adolescencia las educamos en la tolerancia y el respeto hacia sus semejantes sin fijarse en la posición social, tendencia sexual o ideas políticas por muy diferentes a las suyas que fueran.
No estoy segura de haber sido buena madre, pero si estoy orgullosa de serlo.
He procurado educar a mis hijas inculcándoles valores como el respeto y el amor, pero sobre todo en valorarse a si mismas y respetarse como personas. Ningún ser humano es más que nadie… pero tampoco menos, y mucho menos en función de su sexo.
Naturalmente ser padres es muy sacrificado, pero el regalo por nuestros desvelos ha sido tener frente a nosotros cada día tres mujeres maravillosas.
Hermanas y amigas en igual medida, hijas y confidentes en exactas proporciones.
Siguen pidiendo consejos a sus padres y con la misma naturalidad han prestado colaboración desde muy pequeñas en las tareas del hogar.
Su padre y su madre nos sentimos muy orgullosos de ellas. Confiamos plenamente en su buen criterio a la hora de conducirse en la vida, sabedores que en gran medida fuimos artífices de su forma de ser y de actuar.
Cuando en algunos momentos de su vida les tocó sufrir, también estuvimos a su lado.
Parí tres seres humanos con sus defectos y sus virtudes, no figuras decorativas para presumir de ellas y tirarlas a la basura cuando pierden el brillo (cuando no hacen lo que se espera de ellas).
Algunos padres no se dan cuenta que los hijos son personas con vida propia que deben cometer sus propios errores y alcanzar sus propias metas.
Mis hijas son mías pero ante todo son personas.
Cada peldaño que suben en la vida es por su esfuerzo y nosotros padres, sólo tenemos el orgullo de haber estado a su lado mientras lo lograban.
Si por el contrario, en vez de subir peldaños, caen en un bache, por profundo que sea, le daremos la mano que lo ayude a salir y continuar su camino de lucha.
Nunca avergonzándonos por que cayó o compararlo con otra persona que consiguió mejores resultados, y sobre todo jamás diciendo: ¡Te lo advertí!, por que seguramente a todos nos advirtieron de algún “mal paso” y aun así, lo dimos por convicción o quizás por rebeldía. Hacer justo lo contrario de lo que se nos exigía, para demostrar nuestra capacidad de tomar decisiones, aun a costa de fracasar y pagar muy cara esa osadía.
Siempre estaremos a su lado mientras ellas lo deseen, pero el día que vuelen del nido trataremos de seguir conquistando su cariño; nunca exigiéndolo.
Ojalá los muchachos que han elegido para compartir sus vidas, sean esas buenas personas que parecen, pero si con los años se dan cuenta que no lo son, las puertas de nuestra casa siempre estarán abiertas y nuestros hombros prestos para su apoyo.
Por mucho que la unión esté bendecida por la iglesia, jamás obligaría a mis hijas a seguir compartiendo su vida con un borracho o un mal nacido que las maltrate física o psicológicamente.
No dediqué mi vida y mis sueños para que me las lastimen gratuitamente, por eso lo primero que hice desde que tengo uso de razón, es no pensar jamás en el “qué dirán”.
Siempre procuro no hacer daño a nadie con mis decisiones, convencida de que nuestros problemas solamente nos atañen a los cinco que vivimos bajo el mismo techo. Por tanto las soluciones las tomaremos también los cinco.
Nunca permití que nadie se inmiscuyera en nuestras vidas, principalmente porque cada uno tiene que mirar dentro de sus casas y dejar a los demás respirar tranquilos.
Mi madre tiene una frase que odio “que se queme la casa pero que no salga el humo”; o lo que es lo mismo; que parezca que todo está bien para que no nos critiquen.
Mi lema es que no se queme la casa, pero si ha de quemarse, que salga el humo para que no nos asfixie”; o lo que es lo mismo; lo que pasa en mi casa a nadie le importa y no voy yo a “asfixiarme” simplemente por guardar unas tontas y absurdas apariencias.
Pienso que mi casa no es especial y que si yo tengo problemas, en las demás casas ocurrirá lo mismo. Otra cosa es que los trapos sucios de unos son los manteles del domingo de otros; ¡o lo que es lo mismo! –otra vez-, quizás quien tanto se fija en mí es porque lo suyo aun es peor, aunque lo esconde y eso me parece mucho más cobarde.
Me decían en su primera carta que algunos progenitores no están valorados en los tiempos que vivimos.
Puede que ellos tampoco apreciaran a los suyos, pero no se siente de igual modo cuando se da que cuando se recibe.
Muchas personas mayores se quejan de lo poco que recogen y seguramente si les preguntaran qué sembraron ellos, no sería muy distinto a lo que ahora cosechan.
Ustedes trabajaron los dos fuera de casa y deben saber muy bien a que me refiero.
Siguen echando una mano a sus hijos en lo que pueden y son los mejores abuelos para sus nietos. Por eso ellos les quieren tanto.
En su segunda carta me aclaran que ustedes vivieron algo parecido con sus madres y por eso entiendo muy bien que les gustara la crónica del señor gaditano, pero los tiempos han cambiado afortunadamente y ahora las madres nos sentimos muy queridas –al menos yo, me siento muy querida por mis hijas- sin necesidad de ser una sombra en vez de ser persona.
No se si pude explicarme con toda la claridad que intenté.
No pretendí juzgar a nadie, simplemente dar mi modesta opinión sobre la vida; a mis 48 años, un poco de la vida ya se, por mucho que mis padres me sigan viendo como a una niña.
Naturalmente los hijos están más protegidos por la ley si lo son dentro de un matrimonio católico, pero si no lo estuvieran ¿Qué culpa tendrían esos hijos? Seguramente fueron engendrados con mucho amor y nadie posee el derecho de menospreciar a un ser humano porque sus progenitores no pasaron primero por la vicaría.
Desgraciadamente ha sido así en muchos casos. Padres cristianos que abandonaron a sus hijas porque cometieron el “pecado” de entregarse a su pareja “antes de tiempo”. ¿Ese es uno de los mandamientos de la ley de Dios? Creo que no, indudablemente son leyes hechas también por humanos aunque vistan sotana y el hábito no siempre esté tan “impoluto” como debería.
¿Ser padre y padre? ¿Ser madre y madre?
Se nota claramente que aquí quería llegar. Alaba a las madres parapetando su intención de expresar su queja hacia los matrimonios homosexuales y recriminar las leyes en las que no está de acuerdo; porque naturalmente no es afín al partido político que lo ha propuesto.
Entiendo que el matrimonio por “ley natural”, para procrear, debe ser entre un hombre y una mujer, pero jamás estaré en desacuerdo con la libertad y el deseo de las personas que quieran unir sus vidas mediante un papel que les otorgue los mismos derechos que a una familia “convencional”.
Lo más hermoso de la vida de pareja, es educar juntos a los hijos, pero aceptando no sólo sus virtudes para poder presumir de ellos como un logro propio, sino admitiendo con el mismo amor sus errores o sus tendencias sexuales.
Lo siento yo como humano, cristiano y católico, no comprendo las nuevas leyes humanas aplicadas actualmente en España.
Quizás entiende mejor aquellas que obligan a una madre soltera a abandonar a sus hijos en orfanatos porque ningún “cristiano” le da trabajo para alimentarlo por contravenir las leyes divinas… No creo que Dios se entretenga en esas minucias. Una vez más me reafirmo en que la ley de Dios la dictaron los humanos. Nadie ha visto a Dios en una sala de juzgado ni en el senado o el parlamento.
Yo como humana, cristiana y católica, estoy en contra de la discriminación que algunos seres humanos ejercen sobre otros por el simple hecho de no tener los cromosomas ordenados “alfabéticamente”.
No quiero ni imaginar la reacción de este hombre si Dios le enviara un hijo homosexual o una hija lesbiana.
Los que tuvimos la suerte de “nacer normales”, no tenemos derecho a juzgar y mucho menos a condenar a quienes presuntamente no lo son.
Si existen personas con preferencias distintas, es por la voluntad de Dios y como tal hay que aceptarlos y ayudarlos a ser felices y no cerrarles las puertas con la intransigencia que exhiben algunos que se dan demasiados golpes de pecho o practican el “a Dios rogando y con el mazo dando”.
La carta termina así:
A mi madre, gracias por ser mi madre, a mi suegra gracias por haber sido la segunda madre para mis hijos –de haber estado tú, quizás no habría hecho tanta falta la abuela que ya merecía descanso por haber criado a los suyos-. A mi esposa, gracias por haberme hecho padre. –Pues sí, porque tú a ella le hiciste la pascua-.
RAMÓN SANCHEZ-GEY (¡¡que curioso; “GEY”!! con lo mal que parecen caerle!) VENEGAS- SAN FERNANDO
MARISA PÉREZ MUÑOZ- VALLADOLID
Esa ha sido mi opinión cargada de fina ironía al respecto de la carta que este hombre escribió en el diario. Estoy convencida que ningún hombre –y seguramente este menos que otros- aguantaría ser madre.
Quizás leyendo mis respuestas pudiera parecer que hablo así de los hombres por propia experiencia, pero debo dar gracias al destino que jugó muy bien su baza el día que propició el encuentro con el maravilloso ser humano que después se convirtió en el hombre de mi vida y con el que llevo conviviendo –naturalmente casada por la iglesia- desde hace más de 28 años.
Juntos hemos guiado los primeros pasos de nuestras hijas y juntos durante su infancia y adolescencia las educamos en la tolerancia y el respeto hacia sus semejantes sin fijarse en la posición social, tendencia sexual o ideas políticas por muy diferentes a las suyas que fueran.
No estoy segura de haber sido buena madre, pero si estoy orgullosa de serlo.
He procurado educar a mis hijas inculcándoles valores como el respeto y el amor, pero sobre todo en valorarse a si mismas y respetarse como personas. Ningún ser humano es más que nadie… pero tampoco menos, y mucho menos en función de su sexo.
Naturalmente ser padres es muy sacrificado, pero el regalo por nuestros desvelos ha sido tener frente a nosotros cada día tres mujeres maravillosas.
Hermanas y amigas en igual medida, hijas y confidentes en exactas proporciones.
Siguen pidiendo consejos a sus padres y con la misma naturalidad han prestado colaboración desde muy pequeñas en las tareas del hogar.
Su padre y su madre nos sentimos muy orgullosos de ellas. Confiamos plenamente en su buen criterio a la hora de conducirse en la vida, sabedores que en gran medida fuimos artífices de su forma de ser y de actuar.
Cuando en algunos momentos de su vida les tocó sufrir, también estuvimos a su lado.
Parí tres seres humanos con sus defectos y sus virtudes, no figuras decorativas para presumir de ellas y tirarlas a la basura cuando pierden el brillo (cuando no hacen lo que se espera de ellas).
Algunos padres no se dan cuenta que los hijos son personas con vida propia que deben cometer sus propios errores y alcanzar sus propias metas.
Mis hijas son mías pero ante todo son personas.
Cada peldaño que suben en la vida es por su esfuerzo y nosotros padres, sólo tenemos el orgullo de haber estado a su lado mientras lo lograban.
Si por el contrario, en vez de subir peldaños, caen en un bache, por profundo que sea, le daremos la mano que lo ayude a salir y continuar su camino de lucha.
Nunca avergonzándonos por que cayó o compararlo con otra persona que consiguió mejores resultados, y sobre todo jamás diciendo: ¡Te lo advertí!, por que seguramente a todos nos advirtieron de algún “mal paso” y aun así, lo dimos por convicción o quizás por rebeldía. Hacer justo lo contrario de lo que se nos exigía, para demostrar nuestra capacidad de tomar decisiones, aun a costa de fracasar y pagar muy cara esa osadía.
Siempre estaremos a su lado mientras ellas lo deseen, pero el día que vuelen del nido trataremos de seguir conquistando su cariño; nunca exigiéndolo.
Ojalá los muchachos que han elegido para compartir sus vidas, sean esas buenas personas que parecen, pero si con los años se dan cuenta que no lo son, las puertas de nuestra casa siempre estarán abiertas y nuestros hombros prestos para su apoyo.
Por mucho que la unión esté bendecida por la iglesia, jamás obligaría a mis hijas a seguir compartiendo su vida con un borracho o un mal nacido que las maltrate física o psicológicamente.
No dediqué mi vida y mis sueños para que me las lastimen gratuitamente, por eso lo primero que hice desde que tengo uso de razón, es no pensar jamás en el “qué dirán”.
Siempre procuro no hacer daño a nadie con mis decisiones, convencida de que nuestros problemas solamente nos atañen a los cinco que vivimos bajo el mismo techo. Por tanto las soluciones las tomaremos también los cinco.
Nunca permití que nadie se inmiscuyera en nuestras vidas, principalmente porque cada uno tiene que mirar dentro de sus casas y dejar a los demás respirar tranquilos.
Mi madre tiene una frase que odio “que se queme la casa pero que no salga el humo”; o lo que es lo mismo; que parezca que todo está bien para que no nos critiquen.
Mi lema es que no se queme la casa, pero si ha de quemarse, que salga el humo para que no nos asfixie”; o lo que es lo mismo; lo que pasa en mi casa a nadie le importa y no voy yo a “asfixiarme” simplemente por guardar unas tontas y absurdas apariencias.
Pienso que mi casa no es especial y que si yo tengo problemas, en las demás casas ocurrirá lo mismo. Otra cosa es que los trapos sucios de unos son los manteles del domingo de otros; ¡o lo que es lo mismo! –otra vez-, quizás quien tanto se fija en mí es porque lo suyo aun es peor, aunque lo esconde y eso me parece mucho más cobarde.
Me decían en su primera carta que algunos progenitores no están valorados en los tiempos que vivimos.
Puede que ellos tampoco apreciaran a los suyos, pero no se siente de igual modo cuando se da que cuando se recibe.
Muchas personas mayores se quejan de lo poco que recogen y seguramente si les preguntaran qué sembraron ellos, no sería muy distinto a lo que ahora cosechan.
Ustedes trabajaron los dos fuera de casa y deben saber muy bien a que me refiero.
Siguen echando una mano a sus hijos en lo que pueden y son los mejores abuelos para sus nietos. Por eso ellos les quieren tanto.
En su segunda carta me aclaran que ustedes vivieron algo parecido con sus madres y por eso entiendo muy bien que les gustara la crónica del señor gaditano, pero los tiempos han cambiado afortunadamente y ahora las madres nos sentimos muy queridas –al menos yo, me siento muy querida por mis hijas- sin necesidad de ser una sombra en vez de ser persona.
No se si pude explicarme con toda la claridad que intenté.
No pretendí juzgar a nadie, simplemente dar mi modesta opinión sobre la vida; a mis 48 años, un poco de la vida ya se, por mucho que mis padres me sigan viendo como a una niña.
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