Por más que queramos estirar el tiempo como goma; el final del verano llegó irremediablemente.
Mientras escribo esto en mi patio tranquilo con temperatura maravillosa, cielo azulado y sol benévolo; procedente de la mondonguera, disfruto del inconfundible aroma a lentejas con pie y rabo desgrasado de cerdo que me inunda las fosas nasales preparando mi estómago de inquietos jugos gástricos.
A lo que iba, el verano termina y por eso tratamos de disfrutar los escasos minutos que nos van quedando.
Atrás quedaron los largos días envueltos en la caricia de calores y lunas llenas que alargan la luz diurna durante las 24 horas de tibias temperaturas.
Ahora nos esperan las otoñales veladas al amor de la lumbre o bajo cálidas mantas antes de la llegada del largo y tedioso invierno repleto de calefacciones y malos humos.
Durante años sufrí los “insufribles” calores de verano mientras quemaba mi vida cosiendo hasta altas horas bien abrigada en las piernas por montones de metros de tela de cortinas o instalando lo confeccionado durante las tórridas tardes veraniegas, soñando con la llegada de Septiembre que traía las fiestas del pueblo.
Esos días de vacación y regocijo, cambiaba mi máquina de coser por la cámara de vídeo para captar la algarabía festera de mis familiares, amigos y no tanto.
Mientras los demás se divertían o descansaban, yo pasaba las horas cargando la bolsa al hombro y la cámara al ojo, asistiendo a cada evento para que nada faltara en las cintas.
Los más jóvenes se explayaban de noche y se acostaban después de las dianas. Otros menos mancebos, se levantaban para los encierros, el aperitivo en las peñas y la comida en casita tras la cual no les quitaba la siesta ni el revoloteo de las moscas.
Después la corrida… de toros, cenas, verbenas y ya no aguantaban la vaca del alba. Cada cual tenía su horario y yo el de todos. Sólo regresaba a casa a recargar baterías y mirar las camas que no podía ocupar.
Después, al terminar las fiestas, apresurarme a editar, copiar y vender mi trabajo para que ellos disfrutaran viendo cientos de veces lo bien que lo pasaron y yo pudiera comprar los libros escolares para mis tres retoñas y luego seguir cosiendo e instalando como loca hasta el siguiente septiembre.
Nunca podía quedarme descansando algunos días, las niñas eran pequeñas y me necesitaban. Comenzaban sus colegios y mi trabajo no tenía espera.
Ahora las cosas han cambiado sensiblemente.
Ni coso tanto, ni gravo vídeos, ni compro libros, ni empieza el cole para mis hijas.
Este año ¡por fin!, pude divertirme en las fiestas, cargando tan sólo con mis huesos y mirando el espectáculo con los dos ojos abiertos; asistiendo a lo que me dio la gana con la única obligación de atrapar en mi retina y en mi espíritu ratos agradables para alimentarme de energía positiva.
Tras las fiestas, disfrutar del relajo de los días de asueto en compañía de mi marido, sabiendo que mis hijas ya no necesitan de mi presencia para continuar haciendo vida propia, al tiempo que descansan de la paternal escolta.
A todos nos viene bien estos días recargando baterías para afrontar el soporífero invierno.
Por eso valoro y disfruto estos últimos momentos de buena temperatura y tranquilidad patiuda, matando moscas cojoneras, arañas despistadas, hormigas puñeteras y escuchando el trinar de los pájaros que revolotean alrededor de la torre de Santa María, el arrullo de las palomas de un vecino y los maullidos y ladridos de perros y gatos de la vecina, tumbada en mi hamaca leyendo y contemplando la alfombra azulada del cielo o escribiendo bajo el manto de estrellas y mosquitos que revolotean alrededor de la luz alógena que ilumina el patio cuando el sol se apaga.
El tiempo de cocción ha transcurrido y me dispongo a servir un buen plato de legumbre a mi marido, apartar la carne en una fuente y colocar el resto de legumbre, zanahoria y cebolla en el vaso batidor, para hacerme un rico puré.
Al introducir la varilla compruebo que le falta muy poco para que rebose la comida, pienso que con poner un poco más de cuidado no pasará nada.
¡Já! Ya prácticamente terminado el puré, uno de sus remolinos saltó sobre mi mano izquierda que lo sujetaba.
Al sentir la quemazón inmediatamente solté el vaso dejando dentro –como otras mil veces lo hago- la batidora, que al soltarla para abrir el agua del grifo que aliviaría mi mano, se ladeó volcando el vaso, el puré y mi mala leche, vertiendo el contenido sobre la encimera y resbalando por la unión entre dos muebles; salpicando paredes, suelo, mis zapatillas y los cubiertos que descansaban limpios en su recipiente escurridor.
Tras elevar al cielo mis ojos y una oración... ¡otro Já! Ni que decir tiene que me dediqué a dejarlo todo en perfecto orden y limpieza; tal como estaba antes del desastre y tampoco tiene ni que decir, que el único lugar donde no dejó huella el riquísimo puré, fue en mi mano izquierda y que me conformé con lo poco que quedó dentro del vaso batidor; que no fue demasiado. ¡Bonita forma de adelgazar!
¿En qué estaba? ¡A sí! pues eso, que el verano va tocando a su fin.
Quizás llegará la lluvia; tan necesaria como incómoda, y que este año ha brillado... por su ausencia. Eso hace especialmente apremiante su llegada.
Total, después de meses ¿qué más da unos poquitos días más?
Espero que retarde su llegada hasta el final de mis vacaciones. ¿O es que yo no merezco igual trato que los que las disfrutaron antes?
Naturalmente lo contrario sería lo opuesto.
Bien sabido es que durante años, cuando he tenido intención de salir de compras o de comida con las amigas, la meteorología se alió con mi mala fortuna y llovió, granizó, nevó... o diluvió lo justo para estropear la tarde del nueve de Septiembre durante la celebración del concurso de cortes. ¡Único día que programé para asistir a los festejos taurinos que se celebraban en mi pueblo!
¿Tengo o no razón al mantener impávida que solamente llueve para arruinar mis escasas – por gusto- salidas de casa?
El otoño traerá la caída de las doradas hojas y la pesadez de multitud de moscas que presintiendo su final revolotean y se posan sobre nuestra piel más molestas que nunca.
¡Las moscas! Esos animales tan inútiles en las casas como abundantes al aire libre, que nacieron para incordiar y ser exterminadas a golpe de artilugio o aerosol mata capa de ozono.
¿De donde salen? Si matamos millones cada verano, ¿para qué volver a nacer en primavera sabiendo la suerte que les espera? Moscas; inútiles seres vivos que no dejáis leer o escribir en el patio sin interrupciones.
¡Que felicidad cuando estampo alguna con el matamoscas del “tocien”; ¡Tan eficaz!
Se que al matar una extermino a toda su posible descendencia; aunque aún así insistentemente siguen jodiendo a su antojo para nuestro disgusto.
¿Y las arañas? seres molestos que para alimentarse de alguna que otra mosca, llenan las casas con sus antiestéticas telas y provocan las trabajosas limpiezas generales de primavera.
¡Pues anda que las hormigas! ¿Para qué las hormigas? minúsculas y abundantes que escarban los cimientos de las casas rurales aliadas con las arañas en la provocación de limpiezas generales.
¿Alguien sabe para qué sirven? ¿Alguien conoce algún producto eficaz para exterminarlas? Por más que pienso no se me ocurre para qué Noé pondría una pareja... de cada especie en su arca y una vez puestas ¿por qué soltarlas en los aledaños de la civilización?
Si no aparecen terneras, cochinillos, lechazos o incluso pollos entre los rodapiés ¿por qué salen hormigas?
También convivimos con pulgas, mosquitos y toda clase de molestas insignificancias voladoras... De acuerdo que todo el mundo tiene derecho a la vida,¡ pero en su hábitat natural!
Mi casa es mi “hábitat”. Ellos ni son invitados ni bien recibidos... ni ayudan a pagar la hipoteca.
Los pajaritos que nos animan con sus trinos. ¡Son tan graciosos! ¡Son tan alegres! ¡tan románticos!... ¡tan molestos! Revolotean felices y despreocupados cagando sin mirar a donde cae el regalito. ¡Qué más les da!; ¡ellos no van a limpiarlo!... ni a pedir disculpas.
¡Que ricos los pájaros!... para a quien le guste que le jodan los tejados con sus nidos.
Todos los animalejos mencionados son maravillosos vistos detenidamente o aumentados quinientas veces su tamaño en los documentales de la tele, pero en “persona” no tanto la verdad.
¡En fin!; que seguiré disfrutando, apreciando y añorando este relajo.
Mientras escribo esto en mi patio tranquilo con temperatura maravillosa, cielo azulado y sol benévolo; procedente de la mondonguera, disfruto del inconfundible aroma a lentejas con pie y rabo desgrasado de cerdo que me inunda las fosas nasales preparando mi estómago de inquietos jugos gástricos.
A lo que iba, el verano termina y por eso tratamos de disfrutar los escasos minutos que nos van quedando.
Atrás quedaron los largos días envueltos en la caricia de calores y lunas llenas que alargan la luz diurna durante las 24 horas de tibias temperaturas.
Ahora nos esperan las otoñales veladas al amor de la lumbre o bajo cálidas mantas antes de la llegada del largo y tedioso invierno repleto de calefacciones y malos humos.
Durante años sufrí los “insufribles” calores de verano mientras quemaba mi vida cosiendo hasta altas horas bien abrigada en las piernas por montones de metros de tela de cortinas o instalando lo confeccionado durante las tórridas tardes veraniegas, soñando con la llegada de Septiembre que traía las fiestas del pueblo.
Esos días de vacación y regocijo, cambiaba mi máquina de coser por la cámara de vídeo para captar la algarabía festera de mis familiares, amigos y no tanto.
Mientras los demás se divertían o descansaban, yo pasaba las horas cargando la bolsa al hombro y la cámara al ojo, asistiendo a cada evento para que nada faltara en las cintas.
Los más jóvenes se explayaban de noche y se acostaban después de las dianas. Otros menos mancebos, se levantaban para los encierros, el aperitivo en las peñas y la comida en casita tras la cual no les quitaba la siesta ni el revoloteo de las moscas.
Después la corrida… de toros, cenas, verbenas y ya no aguantaban la vaca del alba. Cada cual tenía su horario y yo el de todos. Sólo regresaba a casa a recargar baterías y mirar las camas que no podía ocupar.
Después, al terminar las fiestas, apresurarme a editar, copiar y vender mi trabajo para que ellos disfrutaran viendo cientos de veces lo bien que lo pasaron y yo pudiera comprar los libros escolares para mis tres retoñas y luego seguir cosiendo e instalando como loca hasta el siguiente septiembre.
Nunca podía quedarme descansando algunos días, las niñas eran pequeñas y me necesitaban. Comenzaban sus colegios y mi trabajo no tenía espera.
Ahora las cosas han cambiado sensiblemente.
Ni coso tanto, ni gravo vídeos, ni compro libros, ni empieza el cole para mis hijas.
Este año ¡por fin!, pude divertirme en las fiestas, cargando tan sólo con mis huesos y mirando el espectáculo con los dos ojos abiertos; asistiendo a lo que me dio la gana con la única obligación de atrapar en mi retina y en mi espíritu ratos agradables para alimentarme de energía positiva.
Tras las fiestas, disfrutar del relajo de los días de asueto en compañía de mi marido, sabiendo que mis hijas ya no necesitan de mi presencia para continuar haciendo vida propia, al tiempo que descansan de la paternal escolta.
A todos nos viene bien estos días recargando baterías para afrontar el soporífero invierno.
Por eso valoro y disfruto estos últimos momentos de buena temperatura y tranquilidad patiuda, matando moscas cojoneras, arañas despistadas, hormigas puñeteras y escuchando el trinar de los pájaros que revolotean alrededor de la torre de Santa María, el arrullo de las palomas de un vecino y los maullidos y ladridos de perros y gatos de la vecina, tumbada en mi hamaca leyendo y contemplando la alfombra azulada del cielo o escribiendo bajo el manto de estrellas y mosquitos que revolotean alrededor de la luz alógena que ilumina el patio cuando el sol se apaga.
El tiempo de cocción ha transcurrido y me dispongo a servir un buen plato de legumbre a mi marido, apartar la carne en una fuente y colocar el resto de legumbre, zanahoria y cebolla en el vaso batidor, para hacerme un rico puré.
Al introducir la varilla compruebo que le falta muy poco para que rebose la comida, pienso que con poner un poco más de cuidado no pasará nada.
¡Já! Ya prácticamente terminado el puré, uno de sus remolinos saltó sobre mi mano izquierda que lo sujetaba.
Al sentir la quemazón inmediatamente solté el vaso dejando dentro –como otras mil veces lo hago- la batidora, que al soltarla para abrir el agua del grifo que aliviaría mi mano, se ladeó volcando el vaso, el puré y mi mala leche, vertiendo el contenido sobre la encimera y resbalando por la unión entre dos muebles; salpicando paredes, suelo, mis zapatillas y los cubiertos que descansaban limpios en su recipiente escurridor.
Tras elevar al cielo mis ojos y una oración... ¡otro Já! Ni que decir tiene que me dediqué a dejarlo todo en perfecto orden y limpieza; tal como estaba antes del desastre y tampoco tiene ni que decir, que el único lugar donde no dejó huella el riquísimo puré, fue en mi mano izquierda y que me conformé con lo poco que quedó dentro del vaso batidor; que no fue demasiado. ¡Bonita forma de adelgazar!
¿En qué estaba? ¡A sí! pues eso, que el verano va tocando a su fin.
Quizás llegará la lluvia; tan necesaria como incómoda, y que este año ha brillado... por su ausencia. Eso hace especialmente apremiante su llegada.
Total, después de meses ¿qué más da unos poquitos días más?
Espero que retarde su llegada hasta el final de mis vacaciones. ¿O es que yo no merezco igual trato que los que las disfrutaron antes?
Naturalmente lo contrario sería lo opuesto.
Bien sabido es que durante años, cuando he tenido intención de salir de compras o de comida con las amigas, la meteorología se alió con mi mala fortuna y llovió, granizó, nevó... o diluvió lo justo para estropear la tarde del nueve de Septiembre durante la celebración del concurso de cortes. ¡Único día que programé para asistir a los festejos taurinos que se celebraban en mi pueblo!
¿Tengo o no razón al mantener impávida que solamente llueve para arruinar mis escasas – por gusto- salidas de casa?
El otoño traerá la caída de las doradas hojas y la pesadez de multitud de moscas que presintiendo su final revolotean y se posan sobre nuestra piel más molestas que nunca.
¡Las moscas! Esos animales tan inútiles en las casas como abundantes al aire libre, que nacieron para incordiar y ser exterminadas a golpe de artilugio o aerosol mata capa de ozono.
¿De donde salen? Si matamos millones cada verano, ¿para qué volver a nacer en primavera sabiendo la suerte que les espera? Moscas; inútiles seres vivos que no dejáis leer o escribir en el patio sin interrupciones.
¡Que felicidad cuando estampo alguna con el matamoscas del “tocien”; ¡Tan eficaz!
Se que al matar una extermino a toda su posible descendencia; aunque aún así insistentemente siguen jodiendo a su antojo para nuestro disgusto.
¿Y las arañas? seres molestos que para alimentarse de alguna que otra mosca, llenan las casas con sus antiestéticas telas y provocan las trabajosas limpiezas generales de primavera.
¡Pues anda que las hormigas! ¿Para qué las hormigas? minúsculas y abundantes que escarban los cimientos de las casas rurales aliadas con las arañas en la provocación de limpiezas generales.
¿Alguien sabe para qué sirven? ¿Alguien conoce algún producto eficaz para exterminarlas? Por más que pienso no se me ocurre para qué Noé pondría una pareja... de cada especie en su arca y una vez puestas ¿por qué soltarlas en los aledaños de la civilización?
Si no aparecen terneras, cochinillos, lechazos o incluso pollos entre los rodapiés ¿por qué salen hormigas?
También convivimos con pulgas, mosquitos y toda clase de molestas insignificancias voladoras... De acuerdo que todo el mundo tiene derecho a la vida,¡ pero en su hábitat natural!
Mi casa es mi “hábitat”. Ellos ni son invitados ni bien recibidos... ni ayudan a pagar la hipoteca.
Los pajaritos que nos animan con sus trinos. ¡Son tan graciosos! ¡Son tan alegres! ¡tan románticos!... ¡tan molestos! Revolotean felices y despreocupados cagando sin mirar a donde cae el regalito. ¡Qué más les da!; ¡ellos no van a limpiarlo!... ni a pedir disculpas.
¡Que ricos los pájaros!... para a quien le guste que le jodan los tejados con sus nidos.
Todos los animalejos mencionados son maravillosos vistos detenidamente o aumentados quinientas veces su tamaño en los documentales de la tele, pero en “persona” no tanto la verdad.
¡En fin!; que seguiré disfrutando, apreciando y añorando este relajo.
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