LA MUDANZA
23-09-2017
Tras haber
perdido la fe en la amistad, con esto que os cuento me di aun más cuenta que
amigo no puede ser quien te hace daño. Ahí nunca estuve de acuerdo con mi madre que aprendió de su padre ese: “quien
bien te quiere te hará llorar”.
Amigo es
el que por agazapada que parezca la amistad, siempre aparece en el momento que
más lo necesitas para echarte una mano física o psicológica impagable; aunque
de alguna forma esas dos manos van unidas en apretado lazo.
La mano
física llegó sin duda de la de una gran persona cuya amistad en esta familia es
añeja y eterna. Alguien que sin yo saber el qué, algo bueno he debido de hacer
en mi vida para tenerlo tan cerca como cada uno en su casa… y dios en la de
todos.
En la
tarde de la primera mudanza de piezas grandes, cuando íbamos camino de ella,
nos descargó encima una tormenta brutal. Caía el agua en torrente, como si las
nubes se hubieran abierto para tirar abajo una herrada diciendo “¡¡Agua
va!!”.
No había
forma de parar en el arcén porque apenas se veía ni donde estábamos, y otros coches
podrían no saber que estábamos parados y hubieran podido envestirnos. Los
relámpagos se sucedían sin parar; los limpia no daban más para quitar el agua
del parabrisas. Mi conductora, imperturbable, tranquila y manejando la
situación como si tuviera línea con el cielo para poder decir ¡¡Basta ya!! Y la
hicieran caso.
Además de
ganas de que escampara porque era
peligrosa la conducción, temíamos que si continuaba lloviendo en esa forma no
podríamos cargar y descargar los trastos. Afortunadamente, al llegar a Alaejos,
la tormenta había pasado ya, aunque las nubes continuaban tercas amenazando la
tarde.
Caído del
Cielo con su sonrisa perenne llegó puntual nuestra tabla de salvación.
Gracias a
la tormenta y al temor de que volviera, nos dimos una prisa infernal para
llenar el camión de nuestro ángel de la guarda, recorrer el trayecto y reubicar
los pesados cachivaches empapados eso sí, de sudor, y de agradecimiento.
No
habíamos podido cargar con todo el primer día y hubo un segundo. Esta vez la
nube que descargó sobre nosotros era de mosquitos. No se podía ni respirar el
aire alaejano, pero igualmente llevamos raudos a cabo la mudanza. No importaban
nuestras mermadas fuerzas añosas, la sonrisa de nuestro amigo y su propia
fuerza, nos hizo reactivar los músculos y
llevar a cabo la dura tarea del realojo.
Gracias
infinitas por esa sonrisa que nunca nos faltó, y porque no dudaste ni un
instante en acudir en nuestra ayuda cuando tanta falta nos hizo… y sin pedir
nada a cambio.
El relato
veraniego continuará…
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