viernes, 30 de octubre de 2020

A LAS 10 EN CASA

 A LAS DIEZ EN CASA   29-10-2020

 ¡¡ A las 10 en casa!! Uf, ¡¡qué de años que no lo escuchaba!! No recuerdo esa orden con especial nostalgia porque aplastó mi juventud. Lo acaté porque no tenía más coj… narices que acatarlo… era lo que había.

 Apenas cumplidos los 14 años empecé a trabajar de dependienta en “Zaida” y aunque era un sueldo muy bajito de aprendiz, ya me ganaba mi pan, iba comprando  mi ajuar, me ganaba mi propina (50 pesetas a la semana) y me vestía al gusto de mi madre porque yo tenía horario de comercio y no podía ni salir de compras. Ella me elegía ropas y calzado, pedía que no ingresaran el dinero en caja, me lo llevaba a probar y volvía a la tienda a hacer el recado final… Y yo lo veía natural y lógico. Era lo que había.

 Trabajaba de lunes a sábado en horario partido de mañana y tarde hasta las 8.30 siempre que no entrara la tía pesada de última hora a robar media hora de mi vida.

De lunes a viernes, mi horario de regreso al hogar dulce hogar, era de casa al trabajo y del trabajo a casa. Al salir de la tienda, corría a mi casa para no tener bronca porque no entendía mi madre lo de “la tía pesada de última hora”. Si salía a los 8,30 media hora de camino, a las 9 en casa y punto.

Sábados y domingos tenía más flexibilidad horaria y tenía que estar ¡¡ A las 10 en casa!! Es decir, salir el sábado de trabajar, con suerte a las nueve menos cuarto de la tarde porque al ser sábado, la jefa remoloneaba el cierre… Quedaba con las amigas para dar un paseo, tomar un refresco y ¡¡ A las 10 en casa!! (Ellas no). Lógicamente apuraba todo lo que podía mi tiempo y me tocaba correr como el rayo para estar ¡¡ A las 10 en casa!!  Sin retrasarme un minuto para que no me cayera la bronca y si hacía falta un par de ostias sin consagrar por mucho que tuviera una buena excusa.

La única excusa que me valía era el Viernes Santo. La procesión de “La Sagrada Pasión del Señor” es preciosa y me encantaba verla todos los años. Me gustaba verla en un lugar próximo a la salida para poder disfrutarla entera y que me sobrara un poquito de tiempo.

En Valladolid no está bien visto cruzar la calle en medio de la procesión y ese día siempre llegaba tarde a casa diciendo que me había pillado la procesión y no podía cruzar… Y me creía. Cierto que la procesión es larga, más de dos horas pasando “capiruchos” y “Santos”, pero ese día  eras más larga mi excusa ¡¡Todos los años la misma!! ¡¡Qué bruja yo!! ¡¡Qué Ignorante!!

 Con 16 añitos conocí a mi Jose y nos hicimos novios, circunstancia que aprovechó mi madre para no subirme la propina que siguió siendo siempre de 50 pelas a la semana, porque según ella: “Ahora no te hace falta más, ¡¡ya tienes quien te lo pague!!” Y Jose me invitaba al cine, al refresco, y a lo que hiciera falta… un pastel, unas pipas… Aprendí a “sisar” unas pesetillas al mes de las comisiones de venta que no figuraban en nómina y siempre había entregado íntegras. Sisando podía tener dinerillo extra para poder hacer algún que otro regalito a mi novio, a mi hermano, a mi padre, mis “primanas” o incluso a mi propia madre, que pensaba que tenía razón, “no me hacía falta más propina… incluso con aquellas 50 pesetas me daba para ahorrar y regalar”.

 ¿Tener novio cambió mi hora de llegar a casa? ¡¡No!! ¡¡ A las 10 en casa!! ¡Sábados y domingos! El resto de la semana de casa al trabajo y del trabajo a casa, que llegábamos mi novio y yo con la lengua fuera (y no de tanto besarnos, que sois unos malpensados).

Tuve que buscarme como tapadera una academia para aprender corte y confección. Una hora diaria… Media la pasaba a la puerta de la academia pelando la pava con mi novio… Y algunos días la hora entera, pero aprendí a coser e incluso me confeccioné alguna prenda de ropa.

Si nos invitaban a alguna boda ¡¡ A las 10 en casa!! Carnavales ¡¡ A las 10 en casa!! La despedida de soltera de una compañera (una merienda en un restaurante formalitas) ¡¡ A las 10 en casa!!

 Nochebuena ¡¡ A las 10 en casa!! Nochevieja  ¡¡ A las 10 en casa!! Recuerdo una Nochevieja que pilló entre semana, pregunté ¿a qué hora vengo a cenar? Mi madre me dijo a las 10… No pillé la ironía y extrañada pero más feliz que unas pascuas, (nunca mejor dicho) llegué puntual a las 10 y toda mi contentura se esfumó de un plumazo al ver la cara de mi madre y la bronca que me cayó… Que si estaba tonta, qué cómo  se me ocurría creer que de verdad tenía que volver a las 10… ¡¡pobre yo!! ¡¡Menuda cena de fin de año y recibimiento del siguiente tuve!! ¡¡Inolvidable!! Ya lo estáis viendo… Ni qué decir tiene que jamás pude celebrar Nochevieja fuera de casa.

  Y continúo… Una excursión en autocar con un grupo cultural de amigos de mi novio ¡¡Una mierda!! “Si te quiere que no vaya él a la excursión y se quede contigo” ¡¡Y mi pobre novio me quería y se quedaba!! Y dejó de salir de excursión los domingos de verano. De hacer alpinismo y acampadas… Por estar conmigo.

Las fiestas del pueblo ¡¡ A las 10 en casa!! ¡¡Cómo no iba a casarme joven, para poder respirar mi propio aire!! ¡¡ Pues me casé con mi primer novio, a los 20 años!! ¡¡Virgen y mártir!!

Y mi madre presumía: “mi hija se casa virgen  porque se lo he dicho yo”. Lo jodido es que tenía razón, pero ¿Lo hice por respeto como ella creía, o por propia  convicción de niña de 20 años? Claramente por convicción, aunque con el paso del tiempo descubrí que fue la mayor bobada del mundo perder tiempo en resguardar algo que utilizarlo hubiera sido tan natural como la vida misma.

Como colofón a mi soltería, os cuento la víspera de mi boda, mi “despedida de soltera”.

Habían ido llegando invitados, entre ellos desde Bilbao “el tío Loren” un gran amigo de la familia y su mujer. Mis padres quedaron con Celes, Manfred, Paqui, Chemari y se fueron las 4 parejas de amigos a cenar. Mi hermano y Lurdes también fueron. Mi madre sentenció: “Tú a dormir que eres la novia y mañana tienes que estar descansada”… Ese día no importó que me quedara un ratito en casa ¡¡a solas con mi novio!! Ni que siendo “la novia” no merecía celebrar una cena entre amigos, aunque fueran los amigos de mis padres que siempre sentí también míos.

Y ya fuera de ¡¡ A las 10 en casa!! Como apunte diré también; mi madre invitó a mi boda a todos sus amigos, a los míos no porque según ella: “son muchos”. Con tal de poder invitarlos, propuse pagar yo los cubiertos de mis amigos, no lo consintió y hasta se enfadó por la propuesta. Tres años después que yo, se casó mi único hermano y en este caso, mi madre sí invitó a todos los amigos del novio (muchos más que los míos) porque “¡Total, es el último que se me casa, y hay que tirar la casa por la ventana!”.

 Ni qué decir tiene que ese “detallito” de ¡¡ A las 10 en casa!!  Sólo era de obligado cumplimiento para mí. Mi hermano al ser chico tenía mucha más flexibilidad de horario y de normas. Él además, era el hijo bueno que no protestaba, que no se revelaba ¡¡Pa qué!! ¡Ni falta que le hacía! En cambio yo era la protestona, la “envidiosa” que de vez en cuando me revelaba mientras continuaba cumpliendo normas a rajatabla, y mi hermano el que se las saltaba ¡Y no pasaba nada!

Motivos de ser envidiosa tuve siempre, pero quien me conoce sabe bien que adoro a mi hermano y lo último que podría sentir por él es envidia. Claramente él era el preferido de mi madre y yo “la niña de los ojos” de mi padre, y así me los demostraron los dos.

Lo malo de esto, es que años más tarde, cuando alguna que otra vez, en esas conversaciones sin intención que se tienen en familia, si comenté los hechos relatados en este ¡¡ A las 10 en casa!! Mi madre me tachaba de “envidiosa desde chiquita”. Como digo, nunca lo fui, pero quizás si tenía muchas razones para serlo.

También en esas conversaciones familiares o a solas con ella, tratando de explicar esa "rebeldía" de la que siempre me acusaba, le decía a mi madre que sus normas amargaron mi juventud, ella daba por zanjado el tema diciendo: “Lo hice y si volviera a nacer mil veces, mil veces lo volvería a hacer”. Nada de un “lo siento, no supe hacerlo mejor”. Otra cosa es que si de esas mil veces, yo volviera a ser su hija, quizás 999 no volvería a soportarlo de la forma que lo hice y nunca se me agradeció, porque ella estaba convencida que “era mi deber acatar”.

Lo bueno de estas experiencias, es que aprendí como NO hacerlo con mis hijas. Ellas ni qué decir tiene, tuvieron horarios lógicamente “estrictos” mientras tuvieron una edad, pero la sintonía entre mis hijas y yo, nunca tuvo nada que ver con la que desafortunadamente tuve con mi madre.

 ¡¡Darme pena ahora esa juventud que tiene que estar a las 10 en casa!! ¡¡Pues va a ser que no!! Tampoco me alegro de ninguna manera, porque tengo la misma prohibición, pero cuando la pandemia lo permita, ellos continuarán teniendo todo los demás derechos. Estar A las 10 en casa quedará en su memoria, si acaso como una anécdota. Será cuestión de ajustar costumbres durante un tiempo, será cuestión de paciencia y sobretodo de cordura.

 El “Covi” de mi juventud era mucho más estricto que el de ahora y duró muchos más años ¡¡ande va a parar!!

2 comentarios:

María y Manuel dijo...

Ya sabes que, salvando las distancias de los años que nos tocaron, la juventud mía fue muy muy parecida a la tuya.
¡Qué bien descrita!
¡Menudo covi teníamos!
Mi covi se llamaba Mercedes y siguió contaminando hasta el último día de su vida.
Ahora que podemos llegar tarde, no salimos jeje...

Besos con cariño

Marisa Pérez Muñoz dijo...

Así es, al cerrar las puertas de una casa, sólo quien se queda dentro sabe lo que allí se vive. Lo demás puede ser absoluto teatro...

Mil besitos de dos a dos

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