sábado, 7 de junio de 2008

MONÓLOGO "LA JUBILACIÓN DE LOS HOMBRES"

(Original de cualquier momento)
Las mujeres tenemos fama de cotillas, pero quienes nos han colgado el sambenito son ellos; el sexo opuesto. Esos seres que no saben vivir sin nosotras… y nosotros sin ellos, y que se pasan el día maquinando con la incertidumbre de no saber jamás, por qué las mujeres “vamos juntas al water” o “qué llevaremos las mujeres en el bolso”. ¿A alguien le interesa algo tan estúpido?
Los hombres emplean demasiado tiempo en pensar en ello.

Cierto es que lo de ir de dos en dos (o más) al lavabo no tiene ningún misterio y el bolso en muchos casos es como una casa ambulante, pero para mí hay cuestiones mucho más importantes en las que ocupar el cerebro.

¿Nos metemos nosotras acaso, en por qué los maridos se adueñan del coche y lo miman y cuidan infinitamente más que a su mujer? ¿Es que acaso el coche lava, plancha, cocina y…y… y más que la esposa? Naturalmente en esta ocasión me refiero a los matrimonios que disponen de un solo coche.

Hace no tantos años, el hombre era el encargado de trabajar fuera de casa y las mujeres desde la boda trabajaban en el hogar sin contrato, sin derecho a vacaciones y por supuesto sin derecho a jubilación. Ahora nosotras también trabajamos fuera de casa, y sin embargo seguimos sin tener ningún derecho a jubilación, ni siquiera a vacaciones… en las tareas del hogar. Tenemos que seguir “cumpliendo con nuestras obligaciones” hasta el ultimo aliento.

Ellos –la mayoría de los de antes y algunos de ahora- con trabajar y traer el dinero a casa creen que han cumplido, pero sin una mujer que les atienda, están perdidos… aunque jamás lo reconocerán. Más bien al contrario, muchos opinan que sus esposas no hacen nada en casa.
No seré yo quien defienda individualmente a todas las mujeres; algunas verdaderamente no son modelo de virtudes, al igual que todos los maridos tampoco lo son y precisamente ellos son los que más protestan y por tanto sus mujeres no tienen más remedio que pasar el día reprochando lo poco que aprecian su trabajo en el hogar.

Los tiempos cambian, es cierto, hay inventos maravillosos que nos hacen a las amas de casa la vida más fácil y cómoda –y otros que nos la complican más- pero hasta hoy a nadie se le ha ocurrido inventar algo para saber qué podemos hacer las esposas con los maridos cuando se jubilan.

Nos casamos con ellos cuando son jovencitos sin darnos cuenta que tienen fecha de caducidad y que después de “caducados” no se admiten cambios ni devoluciones.
A las mujeres desde que nacemos nos preparan para la vida; vamos a la escuela, estudiamos un oficio… o nos lo enseñan sin libros y algunas estudian una carrera y jamás ejercen lo aprendido porque se casan y “viven del sueldo del marido”.
Ellos lo tienen fácil; cumplen con acudir cada día a trabajar; generalmente en el mismo oficio y que, suelen hacerlo magistralmente de tanto llevarlo a cabo año tras año.

Todos los oficios tienen un nombre para diferenciarlo de los demás: médicos, albañiles, carteros, administrativos, profesores, dependientes… una montonera. Para las mujeres que nos dedicamos a cuidar de la familia sólo hay dos; “amas de casa” o “sus labores”.
Ninguna de las dos se ajusta a la realidad, deberían poner en nuestro carné de identidad “multifuncionarias”.
Además de administrar el sueldo; durante toda nuestra vida de casadas hemos de ir experimentando nuevas recetas de cocina para no caer en la monotonía culinaria y ofrecer a nuestra familia la mejor y más variada mesa.
Aprendemos a ser esposas… madres… y a ser educadoras, enfermeras, administradoras, cocineras, limpiadoras, planchadoras… amantes… siempre dispuestas para cualquier deseo marital… pero no nos preparan para ser la esposa de un jubilado, y mucho menos educan a los hombres para ser un esposo jubilado.

Los hombres son muy creyentes.

Creen que educan a los hijos porque les dan un bofetón cuando molestan.
Creen que conocen a sus hijos porque son capaces de distinguirles físicamente entre otros muchos niños.
Creen que son más fuertes que nosotras porque les dejamos que cambien una bombilla cuando se funde, en vez de cambiarla nosotras que sabemos hacerlo perfectamente.
Creen que nos son indispensables y sólo les damos las tareas que no nos gusta hacer para mantenerles un ratito ocupados.
Creen que por hacerse mayores no tiene nada más que aprender.

¿Os dais cuenta? Hay escuelas para millones de cosas, inventos para otros millones, pero ni una sola academia que nos enseñe a convivir en esa ultima etapa de la vida.

Yo propongo el titulo del curso: “Como no joder, cuando el joder se agota”.

Al casarnos nos hacen creer que somos “las reinas de la casa”, delegan en nosotras para realizar todas las ingratas tareas que ellos ni saben, ni quieren aprender a saber. Generalmente no le ponen demasiadas objeciones a nada y nos afianzamos en ese “reinado”, y cuando se jubilan… ahí es cuando viene lo bueno.

Cuando ellos se jubilan, nosotras seguimos con la misma obligación de siempre: estar pendientes de ellos.
¡Ellos tienen que descansar, que para eso llevan tantos años trabajando!
¿Y nosotras qué? ¿Llevamos toda la vida tocándonos las narices?
Eso es lo que ellos creen, por eso deberíamos “aprender a enseñarles” a valorarnos.

Como se aburren sin hacer lo que han venido haciendo toda su vida, revolotean por la casa a ver qué encuentran para ponerle la más mínima pega y enzarzarse en una absurda discusión que no llevará a ningún sitio.

- ¿Y eso? ¿Qué hace eso aquí? –dice el marido en actitud desafiante.
- Eso está ahí desde que nos casamos –contesta la esposa resignada.
- ¡Pues ya va siendo hora de que lo cambies de sitio!
Y como él ha estado también en el mismo sitio desde que te casaste, quieres cambiarle a él… ¡que ya va siendo hora!

¡Te jubilaste!; ¡Yo también! Ahora cocina tú, plancha tú, lava tú, ten la casa como los chorros del oro tú… y aguántame tú.
¿Qué ahora eres viejo y no vas a ponerte a aprender a hacer todas esas cosas?
¿No llevas toda la vida diciendo que no hago nada? ¡Haz nada!
¿Qué eres viejo y no puedes con el culo para hacer todas esas tareas? ¡Yo también! ; recuerda que hemos envejecido juntos y las hago.
Se aburren y por eso incordian; pues que no se aburran y hagan lo mismo que nosotras que somos capaces de soportarles y hasta de abrillantar nuestro propio nicho incapaces de estar mano sobre mano; ni aun muertas.

¡Hombres!; seres maravillosos que por mear de pie se sienten superiores.
Si no hemos conseguido que bajen la tapa del water o que limpien la gotita que dejan al sacudírsela ¿cómo vamos a conseguir que piensen?

Les hemos dejado creer que son “el sexo fuerte” y así nos va.

Cuando somos aun jóvenes, pero ya llevamos algunos años de casados a nuestras espaldas, es fácil oírles decir:
- ¡A mí me ibas tú a pillar ahora! ¡Con lo bien que viviría yo soltero con todo el sueldo para mí!
Y tú te callas y piensas… o no te callas y le dices:
- Eso lo dices ahora que vives como un rey. Tú si eres el “rey de la casa”. ¿Por qué si no, hay tantos viudos que vuelven a casarse y tan pocas viudas que se casan otra vez?

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