miércoles, 9 de enero de 2019

BALANCE TRAS LAS NAVIDADES


BALANCE TRAS LAS NAVIDADES  06-01-2019

Bueno, ¡ya está! Se acabó la Navidad y toca hacer balance.

Navidades, esas fiestas que todo el mundo confiesa odiar cuando se habla de ellas.
Cada año más pronto, -parecen tener prisa por llenar el mundo de espíritu navideño, vaciador de bolsillos- empiezan en las ciudades a adornarnos la vida con luz y color de Navidad y en la tele los bombardeos de anuncios navideños; juguetes exageradamente manipulados que matan la imaginación del niño, que es lo más valioso que posee.
Publicidad que atrae la atención consumista  del pequeño de la casa con imágenes y movimientos tan irreales, que cuando el chaval lo recibe, se lleva más desilusión que si Papá Noé olvidara pasar por su casa en Nochebuena.

También –como mínimo un mes antes- comienzas a recibir fotos y vídeos de felicitaciones. La mayoría son reenvíos de esos que corren a miles por las redes, de personas que durante el año no visitan tu Facebook, ni leen tus Blogs, ni recuerdan que escribes ni que existes; pero eres uno de esos nombres que figuran en su larga lista de “amigos”.  Mensajes que con un sólo clic “felicitan” a 300 sin haber escrito ni una coma que denote que en verdad pensaron en ti al enviarlo, aunque hay excepciones y algunas las recibes con verdadera ilusión porque son lo más parecido a aquellos Crismas que enviabas a toda tu lista de amigos, uno por uno, cuidando y personalizando el texto… Aunque después no recibieras a cambio ni una cuarta parte de respuestas. 

La cosa es que hables con quien hables, todo el mundo dice ¡Qué pereza! ¡Cada día me gustan menos las Navidades! ¡Cuánto será el 8 de Enero! Aunque al final todos claudicamos y celebramos por todo lo alto,  comentando que estas fechas antes las esperábamos con mucha ilusión, que  eran bonitas porque no sobraban sillas importantes en la mesa, porque estaban los abuelos; los pequeños disfrutando primos con primos y celebrando mucho con lo poco que teníamos y que nos parecía lo mejor del mundo. Yo pienso que si las recordamos como algo bonito, es simplemente porque éramos niños.

Hay que adornar la casa con luces, bolas, árboles y Belenes. En ocasiones buscar sitio para los adornos se convierte en algo tan  aparatoso como hacer una mudanza.
Lo de reunirse a celebrar con los familiares es lo mejor, siempre que no pase como en esas familias que se juntan a regañadientes y prendidas con alfileres las rencillas acumuladas durante años y años, y que por cualquier tontería puede saltar una chispa que encienda la llama y no del amor precisamente.
A la que le toca “poner la casa”, le toca poner prácticamente todo el trabajo y el gasto, mientras los “invitaus” se van de rositas delegando en la anfitriona lo de comprar a lo bestia, gastar a esgalla y pasarse días en la cocina para llenar un batallón de barrigas que se sientan a la mesa con la servilleta prendida y que como mucho, “pagan a escote” y aún así protestan porque sin haber movido un dedo, se creen timados por los que se ocuparon de todo; sin darse cuenta que “llegar a mesa puesta”, no se paga con el dinero de un escote, ¡palabra de honor! (o barco, da lo mismo).
Después de la opípara cena, toca comer sobras una semana y por si hubiera sido poco, sin poder recuperarnos, se presenta la Nochevieja y hay que repetir la traumática experiencia una semana después como si fuéramos masoquistas… De nuevo la cena, el gasto, y el trabajo… y la semana entera comiendo sobras.
Tomamos las uvas, brindamos por un nuevo año y cinco minutos después, se esfuman todos los buenos propósitos que hicimos, porque lo de “Año nuevo vida nueva”, es mentira, en realidad son los padres.

Por fin llega el día de Reyes con su ilusionante noche esperando descubrir si sus majestades acertaron con lo que les pedimos en la carta.
En mi sensación personal de este año, me quedo con las caras de ilusión de mis nietas, igual a las de de miles de niños recibiendo a los magos en la cabalgata.
Emotivos desfiles multitudinarios, que dejan imágenes de impagables expresiones  infantiles que jamás superarán en ilusión a la espera de ese gordito cariñoso vestido de rojo, por mucho desfile bullicioso y por mucho que traiga regalos ilusionantes en plenas vacaciones navideñas, nada puede superar  la ilusión de la magia llegada directamente de Oriente.

Acertaran o no los magos con sus regalos, celebramos de nuevo llenando el buche más allá de su propia capacidad, y por fin, aparece sobre la mesa el roscón, rebosando nata por los bordes, igual que tu propia panza, y con sólo verlo, aún te sientes más relleno, pero aún así, comes un buen pedazo para ver si te toca la sorpresa… Y te toca, claro que te toca. Toca hacer balance de las fiestas.

Balance de cuánto hemos gastado en ñoñería, sincera, pero ñoñería. Cuánto empleado en emociones intensas, cuánto en barullo en calles y comercios… Cuánto hemos comercio y bebercio, fregancio, y trabajancio en la cocina y en soñar que todo saliera tan bonito como esperábamos.
Si el balance es positivo ¡Pues cojonudo! (Ya se pueden emplear tacos en el texto, ya no es Navidad) En mi casa es fiesta siempre que en la mesa reunimos a nuestras  hijas, yernos y nietas. Con lo cual, festejamos todo el año, evento tras evento, desde hace muchos, porque siempre veo la risa en la mesa como siempre, el amor de siempre… no necesitamos que sea Navidad con toda su parafernalia para tenernos y ser felices. Lo somos siempre que nos juntamos.

Pero, por lo visto, en muchísimos casos el balance es penoso, y ahí es donde siempre  aconsejo no volver a repetir la traumática experiencia ¡Total! ¿Pa qué?

La tele por fin nos venderá colecciones de venta en quioscos y librerías; de esas colecciones que nunca se terminan porque al tercer fascículo o te has cansado de coleccionar, o dejan de fabricarlo.
Cesarán los anuncios de juguetes tan “reales”, que cuando la niña coge en brazos su muñeca sufre dolores de parto  y al rato le dice: ¡Hala, a portase bien que ya eres mayor!
Tan explícitos los anuncios, que cuando el niño agarra su cochecito teledirigido, no tiene más remedio que decir ¡¡Papá, devuélvemelo que me lo han traído a mí!! Y ponerse a jugar con la consola del padre.

Terminan los anuncios de familias reunidas en torno a mesas repolludas y tan recargadas de adornos, que no sabes si comerte las bolas y las velas,  ahorcarte en el abeto con el espumillón o meter en una caja los langostinos y guardarlos hasta el año que viene.

Acaban también los anuncios de todo tipo de comidas tan típicas como caras, y darán paso a los anuncios de antiácidos estomacales, gimnasios milagrosos que te quitarán los michelines al tiempo que te harán sentir un ser despreciable por no tener un cuerpo tan perfecto como tiene todo el mundo menos tú.
Y llega sobre todo ese anuncio que muestra como con tus arterias rebosantes de colesterol, amenazando un infarto fulminante, mostrando un plato de comida asquerosa con apariencia de vómito y te dan ganas de decir: ¡¡Si eso comes en tu casa, no te saldrá colesterol, te entrará el tifus y no tendrán que volver a preocuparte las cenas navideñas en tu puñetera muerte!!

También, como si estuviera prohibido enfermar antes y durante las navidades, de pronto, cuando acaban,  llegará una epidemia de anuncios con toses, estornudos y descripciones de mocos varios, que con sólo verlos te contagias… o mueres de asco.

Mi querido portador de remordimiento navideño: has trabajado porque has querido o porque no te ha quedado otra, has gastado porque lo tenías ¡O no! y porque lógicamente hay que corresponder con un buen regalo, has comido porque si, porque en estas fiestas es obligado atracarse como cebones, y ahora ¿te vas a sentir culpable porque has engordado? ¡¡Jódete!!
Si tanto te agobia reunirte con quien luego criticarás, si te esfuerzas en gastar lo que no tienes, si al acabar estos días de desenfreno te encuentras tan vacío de emociones como lleno de kilos extras, en tu mano está cambiarlo. Celebra de otra forma ¿Quién te lo impide?

Pide que no te regalen para no tener que regalar. Siéntate a la gran mesa adornada y repleta de viandas exquisitas, y cena una ensaladita de lechuga y una manzana de postre, mientras los demás comen, charlan animadamente, ríen gustosos y cenan lo que les apetece, sin pensar en los gastos, ni los kilos que supondrá cada bocado, y sin cargos de conciencia, en definitiva, si así lo prefieres, vive las fiestas como los calcetines de Papá Noé: colgada de la chimenea, ¡de adorno!, vacía, y sin que nadie te haga ni puto caso por fata.

¡Ah! Y en todo este berenjenal, nadie, pero nadie, (o muy poquitos) pensaron que lo que estaba celebrando es el nacimiento de un niño, nacido de una mujer virgen, que le contó al marido que una paloma vino a decirle que estaba preñada (curioso test de embarazo) y José,  el hombre, acepta ser el padre  sin queja, gustoso, y sin miedo al qué dirán. Aunque deba poner al niño el nombre que viene después del estornudo ¡¡Jesús!!


Tranquilos, se acabó la Navidad, pero siempre nos quedarán las rebajas… Y la cuesta de Enero.

2 comentarios:

María y Manuel dijo...

Como dijo alguien: "Ya pasó la navidad, pueden seguir odiándose"
Para mí estas fiestas son una tortura. Tengo mis motivos.
Lo que me gustaría es que aun sin ser de mi agrado, fueran unas fiestas sinceras.
¡Bien expresado Marisa!

Marisa Pérez Muñoz dijo...

Si fueran sinceras mi querida chipionera, no podrían celebrarlas demasiada gente.

Os mando todo mi cariño y las ganas de volver a veros. A ver si se nos logra!!

Un abrazo!!

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