BALANCE TRAS LAS NAVIDADES 06-01-2019
Bueno, ¡ya
está! Se acabó la Navidad y toca hacer balance.
Navidades,
esas fiestas que todo el mundo confiesa odiar cuando se habla de ellas.
Cada año
más pronto, -parecen tener prisa por llenar el mundo de espíritu navideño,
vaciador de bolsillos- empiezan en las ciudades a adornarnos la vida con luz y
color de Navidad y en la tele los bombardeos de anuncios navideños; juguetes
exageradamente manipulados que matan la imaginación del niño, que es lo más
valioso que posee.
Publicidad
que atrae la atención consumista del pequeño
de la casa con imágenes y movimientos tan irreales, que cuando el chaval lo
recibe, se lleva más desilusión que si Papá Noé olvidara pasar por su casa en
Nochebuena.
También –como
mínimo un mes antes- comienzas a recibir fotos y vídeos de felicitaciones. La
mayoría son reenvíos de esos que corren a miles por las redes, de personas que
durante el año no visitan tu Facebook, ni leen tus Blogs, ni recuerdan que
escribes ni que existes; pero eres uno de esos nombres que figuran en su larga
lista de “amigos”. Mensajes que
con un sólo clic “felicitan” a 300 sin haber escrito ni una coma que denote que
en verdad pensaron en ti al enviarlo, aunque hay excepciones y algunas las
recibes con verdadera ilusión porque son lo más parecido a aquellos Crismas que
enviabas a toda tu lista de amigos, uno por uno, cuidando y personalizando el
texto… Aunque después no recibieras a cambio ni una cuarta parte de
respuestas.
La cosa es
que hables con quien hables, todo el mundo dice ¡Qué pereza! ¡Cada día me
gustan menos las Navidades! ¡Cuánto será el 8 de Enero! Aunque al final todos
claudicamos y celebramos por todo lo alto, comentando que estas fechas antes las
esperábamos con mucha ilusión, que eran
bonitas porque no sobraban sillas importantes en la mesa, porque estaban los
abuelos; los pequeños disfrutando primos con primos y celebrando mucho con lo
poco que teníamos y que nos parecía lo mejor del mundo. Yo pienso que si las
recordamos como algo bonito, es simplemente porque éramos niños.
Hay que
adornar la casa con luces, bolas, árboles y Belenes. En ocasiones buscar sitio para
los adornos se convierte en algo tan aparatoso como hacer una mudanza.
Lo de reunirse
a celebrar con los familiares es lo mejor, siempre que no pase como en esas familias
que se juntan a regañadientes y prendidas con alfileres las rencillas
acumuladas durante años y años, y que por cualquier tontería puede saltar una
chispa que encienda la llama y no del amor precisamente.
A la que
le toca “poner la casa”, le toca poner prácticamente todo el trabajo y
el gasto, mientras los “invitaus” se van de rositas
delegando en la anfitriona lo de comprar a lo bestia, gastar a esgalla y
pasarse días en la cocina para llenar un batallón de barrigas que se sientan a
la mesa con la servilleta prendida y que como mucho, “pagan a escote” y aún así
protestan porque sin haber movido un dedo, se creen timados por los que se
ocuparon de todo; sin darse cuenta que “llegar a mesa puesta”, no se paga
con el dinero de un escote, ¡palabra de honor! (o barco, da lo mismo).
Después de
la opípara cena, toca comer sobras una semana y por si hubiera sido poco, sin
poder recuperarnos, se presenta la Nochevieja y hay que repetir la traumática
experiencia una semana después como si fuéramos masoquistas… De nuevo la cena,
el gasto, y el trabajo… y la semana entera comiendo sobras.
Tomamos
las uvas, brindamos por un nuevo año y cinco minutos después, se esfuman todos
los buenos propósitos que hicimos, porque lo de “Año nuevo vida nueva”, es
mentira, en realidad son los padres.
Por fin
llega el día de Reyes con su ilusionante noche esperando descubrir si sus
majestades acertaron con lo que les pedimos en la carta.
En mi sensación
personal de este año, me quedo con las caras de ilusión de mis nietas, igual a
las de de miles de niños recibiendo a los magos en la cabalgata.
Emotivos desfiles
multitudinarios, que dejan imágenes de impagables expresiones infantiles que jamás superarán en ilusión a
la espera de ese gordito cariñoso vestido de rojo, por mucho desfile bullicioso
y por mucho que traiga regalos ilusionantes en plenas vacaciones navideñas,
nada puede superar la ilusión de la
magia llegada directamente de Oriente.
Acertaran
o no los magos con sus regalos, celebramos de nuevo llenando el buche más allá
de su propia capacidad, y por fin, aparece sobre la mesa el roscón, rebosando
nata por los bordes, igual que tu propia panza, y con sólo verlo, aún te
sientes más relleno, pero aún así, comes un buen pedazo para ver si te toca la
sorpresa… Y te toca, claro que te toca. Toca hacer balance de las fiestas.
Balance de
cuánto hemos gastado en ñoñería, sincera, pero ñoñería. Cuánto empleado en
emociones intensas, cuánto en barullo en calles y comercios… Cuánto hemos comercio
y
bebercio, fregancio, y trabajancio en la cocina y en soñar
que todo saliera tan bonito como esperábamos.
Si el
balance es positivo ¡Pues cojonudo! (Ya se pueden emplear tacos en el texto, ya
no es Navidad) En mi casa es fiesta siempre que en la mesa reunimos a
nuestras hijas, yernos y nietas. Con lo
cual, festejamos todo el año, evento tras evento, desde hace muchos, porque
siempre veo la risa en la mesa como siempre, el amor de siempre… no necesitamos
que sea Navidad con toda su parafernalia para tenernos y ser felices. Lo somos
siempre que nos juntamos.
Pero, por
lo visto, en muchísimos casos el balance es penoso, y ahí es donde siempre aconsejo no volver a repetir la traumática
experiencia ¡Total! ¿Pa qué?
La tele
por fin nos venderá colecciones de venta en quioscos y librerías; de esas
colecciones que nunca se terminan porque al tercer fascículo o te has cansado
de coleccionar, o dejan de fabricarlo.
Cesarán
los anuncios de juguetes tan “reales”, que cuando la niña coge en brazos su
muñeca sufre dolores de parto y al rato
le dice: ¡Hala, a portase bien que ya eres mayor!
Tan
explícitos los anuncios, que cuando el niño agarra su cochecito teledirigido,
no tiene más remedio que decir ¡¡Papá, devuélvemelo que me lo han traído a mí!!
Y ponerse a jugar con la consola del padre.
Terminan
los anuncios de familias reunidas en torno a mesas repolludas y tan recargadas
de adornos, que no sabes si comerte las bolas y las velas, ahorcarte en el abeto con el espumillón o
meter en una caja los langostinos y guardarlos hasta el año que viene.
Acaban
también los anuncios de todo tipo de comidas tan típicas como caras, y darán
paso a los anuncios de antiácidos estomacales, gimnasios milagrosos que te
quitarán los michelines al tiempo que te harán sentir un ser despreciable por
no tener un cuerpo tan perfecto como tiene todo el mundo menos tú.
Y llega sobre
todo ese anuncio que muestra como con tus arterias rebosantes de colesterol, amenazando
un infarto fulminante, mostrando un plato de comida asquerosa con apariencia de
vómito y te dan ganas de decir: ¡¡Si eso comes en tu casa, no te saldrá
colesterol, te entrará el tifus y no tendrán que volver a preocuparte las cenas
navideñas en tu puñetera muerte!!
También,
como si estuviera prohibido enfermar antes y durante las navidades, de pronto,
cuando acaban, llegará una epidemia de anuncios
con toses, estornudos y descripciones de mocos varios, que con sólo verlos te
contagias… o mueres de asco.
Mi querido
portador de remordimiento navideño: has trabajado porque has querido o porque no
te ha quedado otra, has gastado porque lo tenías ¡O no! y porque lógicamente hay
que corresponder con un buen regalo, has comido porque si, porque en estas
fiestas es obligado atracarse como cebones, y ahora ¿te vas a sentir
culpable porque has engordado? ¡¡Jódete!!
Si tanto
te agobia reunirte con quien luego criticarás, si te esfuerzas en gastar lo que
no tienes, si al acabar estos días de desenfreno te encuentras tan vacío de
emociones como lleno de kilos extras, en tu mano está cambiarlo. Celebra de
otra forma ¿Quién te lo impide?
Pide que
no te regalen para no tener que regalar. Siéntate a la gran mesa adornada y
repleta de viandas exquisitas, y cena una ensaladita de lechuga y una manzana
de postre, mientras los demás comen, charlan animadamente, ríen gustosos y
cenan lo que les apetece, sin pensar en los gastos, ni los kilos que supondrá
cada bocado, y sin cargos de conciencia, en definitiva, si así lo prefieres, vive
las fiestas como los calcetines de Papá Noé: colgada de la chimenea, ¡de
adorno!, vacía, y sin que nadie te haga ni puto caso por fata.
¡Ah! Y en
todo este berenjenal, nadie, pero nadie, (o muy poquitos) pensaron que lo que
estaba celebrando es el nacimiento de un niño, nacido de una mujer virgen, que
le contó al marido que una paloma vino a decirle que estaba preñada (curioso test
de embarazo) y José, el hombre, acepta
ser el padre sin queja, gustoso, y sin
miedo al qué dirán. Aunque deba poner al niño el nombre que viene después del
estornudo ¡¡Jesús!!
Tranquilos,
se acabó la Navidad, pero siempre nos quedarán las rebajas… Y la cuesta de
Enero.
2 comentarios:
Como dijo alguien: "Ya pasó la navidad, pueden seguir odiándose"
Para mí estas fiestas son una tortura. Tengo mis motivos.
Lo que me gustaría es que aun sin ser de mi agrado, fueran unas fiestas sinceras.
¡Bien expresado Marisa!
Si fueran sinceras mi querida chipionera, no podrían celebrarlas demasiada gente.
Os mando todo mi cariño y las ganas de volver a veros. A ver si se nos logra!!
Un abrazo!!
Publicar un comentario