martes, 12 de noviembre de 2013

DE NUEVO LA ESENCIA DE ÁNGEL GARÓ


Poco podía imaginar el pasado 23 de Octubre cuando contesté a una sencilla pregunta, que sería la agraciada con dos entradas para el estreno de “En Esencia” en el Teatro “Nuevo Alcalá” de Madrid.
Movimos algunos hilos pendientes para poder viajar; cargué mi maleta de ilusiones por volver a ver el dicho espectáculo y la de Irene con algo de ropa para pasar en los Madriles el finde  (al final vais a creer que terminará gustándome vivir en la ciudad del Chotis), que esta vez nos recibía con magnífica temperatura otoñal y con las papeleras y contenedores rebosantes de basura –algunos de ellos con muestras de haber sido quemados-; restos de botellón en algún parque, suelo regado de papeles y suciedad por doquier que dejaban constancia de la huelga de barrenderos y basureros madrileños que defendiendo su puesto de trabajo y su pan de cada día, llevan varios sin mover una escoba.
Las hojas de los árboles parecían perejil picado y resbaloso, y el lamentable aspecto de la ciudad aumentaba las ganas de gritar que la huelga debería ser, depositar toda esa mierda a la puerta de las casas de todos y cada uno de  los responsables de que esos puestos desaparezcan; máxime cuando hay que leer que a la “señora” Botella (o Frasco, no recuerdo bien el apellido),
PRESUNTAMENTE no se le ocurre otra cosa que decir: “Que cada madrileño recoja parte de la basura de la calle y la esconda bajo la alfombra de su casa”. Intuyo que la foto y el texto son un montaje, aunque de ser cierto, ahí he dejado una bonita manera de continuar “dialogando” y de ponerles fácil lo que al parecer su “edila” recomienda; pero en su casa, no en las de cada madrileño; así, con tanta tonelada de caca a las puertas de su mansioncita, quedaría más en consonancia con el careto de esta “alcalda” y adláteres. Suerte que estamos en Noviembre y no en Agosto.
Además y  con ese lamentable aspecto, y como si no pasara nada, el domingo, ante la atenta y vigilante mirada de Carlos III; plantaban en la Puerta del Sol, el navideño “árbol” (gigantesco capirote “semanasantero” con temáticos bombos de lotería; ¡qué paradoja!)  con que nos comeremos las uvas la próxima Nochevieja.

Obviando –que no olvidando- el problema de olores y basuras, continuaré con mi crónica:
Con bien de tiempo nos acercamos a la taquilla para recoger nuestras localidades; entre nosotras comentamos la insignificancia del cartel -casi transparente- que semi escondido tras una columna, pasa inadvertido para quien se eclipsa con la fachada cubierta de tanta flor y tanta tarta...
Un gran espectáculo como "En Esencia" y un brillante nombre como "Ángel Garó" merecían –a nuestro parecer- mejor reclamo...Y luego supimos que también mejor local.
Al saber que la actuación era en la sala 2 del dicho teatro, imaginamos que sería un recinto más pequeño que la sala 1 y por tanto más “intimo” en el que seguramente todos los asistentes estaríamos cerca del actor durante la representación.
Recogidas sin problemas las gratuitas localidades, paseamos por la Calle de Alcalá -sin la falda almidoná- buscando un lugar donde “cená”, cuando de pronto nos cruzamos con dos personas haciendo rodar sendas maletas: “Ángel, Olga” –dijo Irene para llamar su atención– y la mía. Que de no haber sido por mi hija, aquellos importantes transeúntes hubieran pasado totalmente desapercibidos para mí.
Les saludamos amablemente y me presenté nerviosa. Olga hizo además de parar un instante, al tiempo que Ángel con amplísima sonrisa que supe interpretar a la perfección, se disculpó diciendo que llevaban prisa.
Naturalmente a poco más de dos horas de un importante estreno, no era cuestión de parar a tomarse un café con nosotras… ni evidentemente lo pretendíamos. Nos despedimos con un apresurado “luego nos vemos”… ciertamente sabíamos quién vería a quién.
Cenamos tejiendo un manojo de tiempo hasta que llegó la hora de la representación, que comenzó un cuarto de hora tarde porque los empleados de limpieza tuvieron que adecentar el local ya que el espectáculo inmediatamente anterior acabó más tarde de lo previsto.

Fuimos las primeras en bajar la escalinata de acceso al piso de abajo. En el “Jol”, a la puerta de entrada a la sala, por fin un cartelón -como el que esperé que hubiera en la calle-, anunciaba que allí podríamos disfrutar de la magia y la fina ironía disfrazada de genial humor de mi actor favorito.
Ante el mentado cartel  me hice foto ante de que llegara el gentío que como riada también bajaba las escaleras con ganas de disfrutar del espectáculo.
Lo que a priori era maravilloso: (sala intima); se convertía un poco en extraña sorpresa al ver el aspecto -y repito aspecto-  de “íntima cámara de tortura” que el arquitecto –o su santa madre- diseñó para la sala 2.
Podrían haber ideado un techo menos bajo y más luminoso (que no iluminado); un acceso menos tenebroso y lúgubre; unas butacas tan no muy cómodas. Aunque el “Chasco” se diluyó al ver en el escenario el sofá blanco y saber que “En Esencia” volvería a envolvernos de mágico perfume en cuanto se “alzase” el telón.
Finalmente, lo importante  no es el plato donde te sirven la sopa, si no lo bien cocinada que esté la comida convertida en manjar; y tu predisposición para alimentarte de ella… soplando si fuera preciso para poder degustarla cuando está muy caliente.

Hubo un pequeño lío que quizás también retrasó el comienzo: Cuatro señoras sentadas en lo que creían sus localidades, se disponían risueñas y alborozadas como quinceñas a disfrutar tanto como el resto de  espectadores, hasta que el empleado les dijo que estaban equivocadas, sus entradas eran para el día siguiente. Tendrían que abandonar la sala. No sabían si reír o llorar, imagino que sintiendo el mayor de los ridículos.
Preguntaron si no habría solución y el acomodador dijo que imposible porque tenía la sala llena. Finalmente al muchacho le comunicaron algo a través de su pinganillo que solucionó de un plumazo el resbalón: Había cuatro butacas libres en la misma fila que las nuestras (pensamos que quizás un par de ganadores del mismo concurso que me había llevado a hacer aquel viaje, no habían recogido su premio y sus localidades les vinieron de perlas a las despistadas “Garoleras”, que nuevamente entre risas las ocuparon.

Recién llegado de un hermoso teatro de Murcia, por fin salió a escena el mismo Ángel Garó de siempre, que desde los primeros instantes no pudo evitar los síntomas de derretimiento “focal”, por culpa del cañón de luz que lo apuntó las dos horas largas de actuación.
En solidaridad con el actor, los asistentes sudamos la gota gruesa (ya sabéis que no me gusta llamar gorda a nadie); sin hacer uso del abanico para no molestar al espectador de atrás.

Sin duda alguna, Ángel durante su actuación era evidente que estaba recibiendo el cercanísimo y entregado calor de su público (además del fuego del mentado cañón); no en vano dijo: “nunca había trabajado en una freidora”.
Casi al final, algunos espectadores, escalonadamente,  (en total una media docenilla) tomando ejemplo de la estampida de  los diputados hace unos días; abandonaron la sala para no perder su tren. Aunque a diferencia de “sus señorías” éstos no lo hicieron en avalancha, sino lentamente (dos de ellos cruzando parsimoniosos por delante del escenario, en maleducada tranquilidad, que nos hizo por medio instante perder el hilo del espectáculo).
Otro, para llamar la atención de una señora que se sentaba arriba -y del resto de asistentes-  lo hizo agitando su mano, delante del cañón de luz (que al final de la gira habrá dejado ciego y licuado al actor); Afortunadamente coincidió  con uno de los momentos en que Garó estaba tras “el biombo”.
Una vez más, las  dos horas largas de espectáculo, pasaron en un suspiro; el trabajo de Ángel Garó fue impecable, tanto como la participación de Olga.
Todos los espectadores reímos, aplaudimos, sudamos, disfrutamos… “casi” en idéntica medida.
Fuimos saliendo de la sala OVNI y ya de nuevo en el “Jol”, los dos actores lo atravesaron como centellas confundidos entre la gente para dirigirse raudos al camerino: lugar donde se saborean los éxitos o se lloran los fracasos en días de estreno.
En cuanto pude pedí a un empleado de la sala (que por cierto, poco antes tropezó en las escaleras y a punto estuvo de caer “rendido a nuestros pies” ¡pobre!). Como decía, para no importunar ese íntimo momento en camerinos, le pedí al empleado que por favor le llevara al señor Garó, mi ejemplar de “Málaga de mi Pasión”, para que me lo dedicara cuando tuviera un momento. Así lo hizo el hombre y al casi instante, salió con mi libro y una respuesta: “Dice el representante que no”.
La cara del chico era un poema de disculpa y yo, le sonreí,  cogí mi libro y lo guardé con el mismo cariño con que lo llevo guardando desde que lo compré hace un porrón de años... Luego volvió a entrar y al salir nos dijo -a otras pocas personas y a nosotros- que tenía que cerrar, nos indicó la puerta por la que saldrían los artistas, aunque iban a tardar en hacerlo; las otras personas sí vimos que iban hacia el lugar indicado, pero a mí me pareció interpretar por la cara del chico (pero mejor no molestéis) y discretamente decidí no esperar, pese a la insistencia de Irene por quedarnos, sabiendo la ilusión que me hacía que me dedicara el libro. ¡¡Otra vez será!!
Abandonamos el teatro camino del metro y ya en el hotel, pudimos descansar a pierna suelta porque para nosotras, todo había salido a la perfección.

Por las disculpas que hoy he leído en su “Facebook”, intuyo que terminó su espectáculo muy disgustado; he de decir que inmerecidamente, porque salvo el calor y sus sudores a chorros; todo lo demás estuvo perfecto. La entrega entre público y actores,  impecable. El espectáculo Garó en toda su esencia; aunque imagino que el perfeccionismo de este hombre, le impidió perdonar la avería del aire acondicionado y los fallos o errores  ajenos… ¡Ojala todos los profesionales se tomaran así de rigurosamente su trabajo!

Pasamos el domingo de tiendas y paseos por el corazón (y las entrañas en forma de metropolitano) de Madrid. Sin prisa, a gusto, disfrutando de la ciudad y viendo lo variopinto de las gentes que pululaban a nuestro lado o alrededores.
Me fijé en una chica oriental, que sentada en una terraza me miró muy fijamente, con los ojos muy abiertos; -¿qué me habrá visto para mirarme así?... Luego me di cuenta que lo raro no era yo (que también) lo raro eran sus ojos casi redondos ¿Se habría operado para tenerlos más abiertos? ¿Podría cerrarlos para dormir?

De  regreso teníamos ALVIA, AVANT, (o uno de esos trenes modernos que en una hora nos llevan y traen cómoda y tranquilamente) para salir a las 21,30, pero como ya lo teníamos todo hecho y visto, cambiamos el billete para un “INTERCITY” con salida a las 20,12 y que abarrotado salió a trompicones con cuarto de hora de retraso.
Rodó casi todo el camino dando bandazos, como si circulara por una carretera llena de baches. Le sonaban hasta las tripas. De vez en cuando hacía un ruido como si un fantasma ululara o ululase. Otras veces soltaba un gas, que sonaba como si estuvieran echando cubos de agua a la calle…
Terminé pensando que al bajar, tendría que besar el andén como hacía el Papa.
Afortunadamente todo salió perfectamente y poco más de una hora después de salir de “Chamartín”, llegamos a “Campo Grande”, donde nos esperaba mi maridito casi en el mismo lugar donde nos había dejado 30 horas antes; esta vez para traernos a nuestro “hogar dulce hogar”.

2 comentarios:

Viviendo de risa dijo...

Muchas gracias por hacernos partícipes de una noche especial. Me encantaría volver a ver EN ESENCIA, Ángel es un genio de la escena e improvisa mucho,así que no hay dos funciones iguales.
Enhorabuena. Me ha gustado tu crónica.

Marisa Pérez Muñoz dijo...

Gracias Rosama. Un abrazo

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