Movimos algunos hilos pendientes para poder viajar; cargué
mi maleta de ilusiones por volver a ver el dicho espectáculo y la de Irene con algo
de ropa para pasar en los Madriles el finde (al final vais a creer que terminará gustándome
vivir en la ciudad del Chotis), que esta vez nos recibía con magnífica
temperatura otoñal y con las papeleras y contenedores rebosantes de basura –algunos
de ellos con muestras de haber sido quemados-; restos de botellón en algún
parque, suelo regado de papeles y suciedad por doquier que dejaban constancia
de la huelga de barrenderos y basureros madrileños que defendiendo su puesto de
trabajo y su pan de cada día, llevan varios sin mover una escoba.
Las hojas de los árboles parecían perejil picado y resbaloso,
y el lamentable aspecto de la ciudad aumentaba las ganas de gritar que la
huelga debería ser, depositar toda esa mierda a la puerta de las casas de todos
y cada uno de los responsables de que
esos puestos desaparezcan; máxime cuando hay que leer que a la “señora” Botella
(o Frasco, no recuerdo bien el apellido),
PRESUNTAMENTE no se le ocurre otra
cosa que decir: “Que cada madrileño recoja parte de la basura de la calle y la
esconda bajo la alfombra de su casa”. Intuyo que la foto y el texto son un
montaje, aunque de ser cierto, ahí he dejado una bonita manera de continuar “dialogando”
y de ponerles fácil lo que al parecer su “edila” recomienda; pero en su casa, no
en las de cada madrileño; así, con tanta tonelada de caca a las puertas de su
mansioncita, quedaría más en consonancia con el careto de esta “alcalda” y adláteres.
Suerte que estamos en Noviembre y no en Agosto.
Además y con
ese lamentable aspecto, y como si no pasara nada, el domingo, ante la atenta y vigilante mirada de Carlos III; plantaban en la
Puerta del Sol, el navideño “árbol” (gigantesco capirote “semanasantero” con temáticos
bombos de lotería; ¡qué paradoja!) con
que nos comeremos las uvas la próxima Nochevieja.
Obviando –que no olvidando- el problema de olores y
basuras, continuaré con mi crónica:
Con bien de tiempo nos acercamos a la taquilla para
recoger nuestras localidades; entre nosotras comentamos la insignificancia del cartel
-casi transparente- que semi escondido tras una columna, pasa inadvertido para
quien se eclipsa con la fachada cubierta de tanta flor y tanta tarta...
Un gran espectáculo como "En Esencia" y un
brillante nombre como "Ángel Garó" merecían –a nuestro parecer- mejor
reclamo...Y luego supimos que también mejor local.
Al saber que la actuación era en la sala 2 del dicho
teatro, imaginamos que sería un recinto más pequeño que la sala 1 y por tanto más
“intimo” en el que seguramente todos los asistentes estaríamos cerca del actor
durante la representación.
Recogidas sin problemas las gratuitas localidades,
paseamos por la Calle de Alcalá -sin la falda almidoná- buscando un lugar donde
“cená”, cuando de pronto nos cruzamos con dos personas haciendo rodar sendas maletas:
“Ángel, Olga” –dijo Irene para llamar su atención– y la mía. Que de no haber
sido por mi hija, aquellos importantes transeúntes hubieran pasado totalmente desapercibidos
para mí.
Les saludamos amablemente y me presenté nerviosa. Olga
hizo además de parar un instante, al tiempo que Ángel con amplísima sonrisa que
supe interpretar a la perfección, se disculpó diciendo que llevaban prisa.
Naturalmente a poco más de dos horas de un importante
estreno, no era cuestión de parar a tomarse un café con nosotras… ni evidentemente
lo pretendíamos. Nos despedimos con un apresurado “luego nos vemos”… ciertamente
sabíamos quién vería a quién.
Cenamos tejiendo un manojo de tiempo hasta que llegó
la hora de la representación, que comenzó un cuarto de hora tarde porque los
empleados de limpieza tuvieron que adecentar el local ya que el espectáculo inmediatamente
anterior acabó más tarde de lo previsto.
Fuimos las primeras en bajar la escalinata de acceso
al piso de abajo. En el “Jol”, a la puerta de entrada a la sala, por fin un cartelón
-como el que esperé que hubiera en la calle-, anunciaba que allí podríamos disfrutar
de la magia y la fina ironía disfrazada de genial humor de mi actor favorito.
Ante el mentado cartel me hice foto ante de que llegara el gentío que
como riada también bajaba las escaleras con ganas de disfrutar del espectáculo.
Lo que a priori era maravilloso: (sala intima); se
convertía un poco en extraña sorpresa al ver el aspecto -y repito aspecto- de “íntima cámara de tortura” que el
arquitecto –o su santa madre- diseñó para la sala 2.
Podrían haber ideado un techo menos bajo y más
luminoso (que no iluminado); un acceso menos tenebroso y lúgubre; unas butacas
tan no muy cómodas. Aunque el “Chasco” se diluyó al ver en el escenario el sofá
blanco y saber que “En Esencia” volvería a envolvernos de mágico perfume en
cuanto se “alzase” el telón.
Finalmente, lo importante no es el plato donde te sirven la sopa, si no
lo bien cocinada que esté la comida convertida en manjar; y tu predisposición
para alimentarte de ella… soplando si fuera preciso para poder degustarla cuando
está muy caliente.
Hubo un pequeño lío que quizás también retrasó el
comienzo: Cuatro señoras sentadas en lo que creían sus localidades, se disponían
risueñas y alborozadas como quinceñas a disfrutar tanto como el resto de espectadores, hasta que el empleado les dijo
que estaban equivocadas, sus entradas eran para el día siguiente. Tendrían que
abandonar la sala. No sabían si reír o llorar, imagino que sintiendo el mayor
de los ridículos.
Preguntaron si no habría solución y el acomodador dijo
que imposible porque tenía la sala llena. Finalmente al muchacho le comunicaron
algo a través de su pinganillo que solucionó de un plumazo el resbalón: Había
cuatro butacas libres en la misma fila que las nuestras (pensamos que quizás un
par de ganadores del mismo concurso que me había llevado a hacer aquel viaje,
no habían recogido su premio y sus localidades les vinieron de perlas a las
despistadas “Garoleras”, que nuevamente entre risas las ocuparon.
Recién llegado de un hermoso teatro de Murcia, por fin
salió a escena el mismo Ángel Garó de siempre, que desde los primeros instantes
no pudo evitar los síntomas de derretimiento “focal”, por culpa del cañón de
luz que lo apuntó las dos horas largas de actuación.
En solidaridad con el actor, los asistentes sudamos la
gota gruesa (ya sabéis que no me gusta llamar gorda a nadie); sin hacer uso del
abanico para no molestar al espectador de atrás.
Sin duda alguna, Ángel durante su actuación era evidente
que estaba recibiendo el cercanísimo y entregado calor de su público (además
del fuego del mentado cañón); no en vano dijo: “nunca había trabajado en una
freidora”.
Casi al final, algunos espectadores, escalonadamente, (en total una media docenilla) tomando ejemplo
de la estampida de los diputados hace
unos días; abandonaron la sala para no perder su tren. Aunque a diferencia de “sus
señorías” éstos no lo hicieron en avalancha, sino lentamente (dos de ellos
cruzando parsimoniosos por delante del escenario, en maleducada tranquilidad,
que nos hizo por medio instante perder el hilo del espectáculo).
Otro, para llamar la atención de una señora que se sentaba
arriba -y del resto de asistentes- lo
hizo agitando su mano, delante del cañón de luz (que al final de la gira habrá
dejado ciego y licuado al actor); Afortunadamente coincidió con uno de los momentos en que Garó estaba
tras “el biombo”.
Una vez más, las dos horas largas de espectáculo, pasaron en un
suspiro; el trabajo de Ángel Garó fue impecable, tanto como la participación de
Olga.
Todos los espectadores reímos, aplaudimos, sudamos, disfrutamos…
“casi” en idéntica medida.
Fuimos saliendo de la sala OVNI y ya de nuevo en el “Jol”,
los dos actores lo atravesaron como centellas confundidos entre la gente para
dirigirse raudos al camerino: lugar donde se saborean los éxitos o se lloran
los fracasos en días de estreno.
En cuanto pude pedí a un empleado de la sala (que por
cierto, poco antes tropezó en las escaleras y a punto estuvo de caer “rendido a
nuestros pies” ¡pobre!). Como decía, para no importunar ese íntimo momento en camerinos,
le pedí al empleado que por favor le llevara al señor Garó, mi ejemplar de “Málaga
de mi Pasión”, para que me lo dedicara cuando tuviera un momento. Así lo hizo
el hombre y al casi instante, salió con mi libro y una respuesta: “Dice el
representante que no”.
La cara del chico era un poema de disculpa y yo, le
sonreí, cogí mi libro y lo guardé con el
mismo cariño con que lo llevo guardando desde que lo compré hace un porrón de
años... Luego volvió a entrar y al salir nos dijo -a otras pocas personas y a nosotros- que tenía que cerrar, nos indicó la puerta por la que saldrían los artistas, aunque iban a tardar en hacerlo; las otras personas sí vimos que iban hacia el lugar indicado, pero a mí me pareció interpretar por la cara del chico (pero mejor no molestéis) y discretamente decidí no esperar, pese a la insistencia de Irene por quedarnos, sabiendo la ilusión que me hacía que me dedicara el libro. ¡¡Otra vez será!!
Abandonamos el teatro camino del metro y ya en el
hotel, pudimos descansar a pierna suelta porque para nosotras, todo había
salido a la perfección.
Por las disculpas que hoy he leído en su “Facebook”,
intuyo que terminó su espectáculo muy disgustado; he de decir que
inmerecidamente, porque salvo el calor y sus sudores a chorros; todo lo demás
estuvo perfecto. La entrega entre público y actores, impecable. El espectáculo Garó en toda su esencia;
aunque imagino que el perfeccionismo de este hombre, le impidió perdonar la
avería del aire acondicionado y los fallos o errores ajenos… ¡Ojala todos los profesionales se tomaran
así de rigurosamente su trabajo!
Pasamos el domingo de tiendas y paseos por el corazón
(y las entrañas en forma de metropolitano) de Madrid. Sin prisa, a gusto, disfrutando
de la ciudad y viendo lo variopinto de las gentes que pululaban a nuestro lado
o alrededores.
Me fijé en una chica oriental, que sentada en una
terraza me miró muy fijamente, con los ojos muy abiertos; -¿qué me habrá visto
para mirarme así?... Luego me di cuenta que lo raro no era yo (que también) lo
raro eran sus ojos casi redondos ¿Se habría operado para tenerlos más abiertos?
¿Podría cerrarlos para dormir?
De regreso teníamos
ALVIA, AVANT, (o uno de esos trenes modernos que en una hora nos llevan y traen
cómoda y tranquilamente) para salir a las 21,30, pero como ya lo teníamos todo
hecho y visto, cambiamos el billete para un “INTERCITY” con salida a las 20,12
y que abarrotado salió a trompicones con cuarto de hora de retraso.
Rodó casi todo el camino dando bandazos, como si
circulara por una carretera llena de baches. Le sonaban hasta las tripas. De
vez en cuando hacía un ruido como si un fantasma ululara o ululase. Otras veces
soltaba un gas, que sonaba como si estuvieran echando cubos de agua a la calle…
Terminé pensando que al bajar, tendría que besar el
andén como hacía el Papa.
Afortunadamente todo salió perfectamente y poco más de
una hora después de salir de “Chamartín”, llegamos a “Campo Grande”, donde nos
esperaba mi maridito casi en el mismo lugar donde nos había dejado 30 horas
antes; esta vez para traernos a nuestro “hogar dulce hogar”.
2 comentarios:
Muchas gracias por hacernos partícipes de una noche especial. Me encantaría volver a ver EN ESENCIA, Ángel es un genio de la escena e improvisa mucho,así que no hay dos funciones iguales.
Enhorabuena. Me ha gustado tu crónica.
Gracias Rosama. Un abrazo
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