Manuscrito
03-07-2013
Ya compartí
con vosotros en forma de crónica lo bueno de nuestras vacaciones en el Hotel "Gloria Palace Amadores" en la isla de Gran Canaria. Ahora quiero
contaros lo no tan bueno (nunca malo) ¿O sí? Como siempre todo depende del ojo
que lo mire o de la conformidad o exigencia de cada quien.
Lo único
“malo” de nuestro hotel, sobretodo para quien busca playa y playa, es que está
situado sobre un acantilado y aunque los preciosos ascensores panorámicos nos
bajaban hasta el paseo y desde él, había que caminar: o 250 metros hacia una
playa no tan buena en la zona de Puerto Rico, o 750 metros hasta otra –la de Amadores-
bonita, muy bonita, pero a la que se llega –o se sale de ella- con la lengua
fuera y no por beber sus cristalinas aguas saladas, sino porque en el paseo ondulado
cuesta la cuesta; sobretodo en las subidas.
Las
animaciones nocturnas (de 10 a 11 de la noche); algunas no estaba mal para
pasar un ratillo, pero otras algunas, se limitaban a dialogar con el público en
un idioma perfectamente extranjero –cosa que me parece bien- aunque estimo más
lógico que además se hubiera hablado en español, más que nada porque estamos en
España.
Por mucho
dinero que se dejen aquí los forasteros de otros países, también los de habla
castellana de esta piel de toro queremos sentirnos “como en casa” cuando
salimos de ella.
Afortunadamente
el resto del personal de hotel hablaba con nosotras en un perfecto español.
Siguiendo
con la “crítica” sobre extranjerismo en nuestro país, comentaré también que
concretamente nuestra última noche en la isla coincidió con la de San Juan. Nos
las prometíamos muy felices porque viviríamos la hoguera en una “verdadera
playa”; tan artificial como la de “Las Moreras”; -aunque nada que ver con la
Pucelana- porque aquí teníamos mar y olas.
Después de cenar
y de “disfrutar” de una poco afortunada queimada –y del último espectáculo en
el precioso salón de nuestro hotel- nos encaminamos por el zigzagueante paseo
iluminado poco más que por lamparillas hasta la playa de Amadores, donde no
había rastro de hoguera ni de gentes con ánimo de saltarla.
Decepcionadas
subimos por el mismo ondulado y ahora
empinado camino y regresamos al hotel. Al llegar decidimos tirar un último
intento y paseamos hasta la playa de Puerto Rico con idéntico mal resultado:
nada para arder; las únicas quemadas éramos nosotras (no demasiado tampoco,
sólo lo cuento como anécdota “mala” del viaje) y porque hubiera sido un bonito
broche final para nuestras magníficas vacaciones. Eso si, pudimos contemplar y
disfrutar de una hermosísima luna llena –que alumbraba mucho más que las
farolas- y del sonido de las olas rompiendo contra las rocas bajo un luminoso
manto de estrellas.
Lo cierto
es que de vuelta al hotel, una camarera muy amable y solidaria con nuestra
decepción, nos dijo que San Juan es una fiesta española que hace años se
celebraba muchísimo en la isla, pero que se está perdiendo porque los turistas
extranjeros no conocen esta tradición no les interesa conocerla y ni falta que
hace.
La muchacha
tenía razón, los extranjeros son “muy suyos” y salvo tratar de imitar malamente
alguna guerra de tomates o los inimitables Sanfermines, no exportan nuestras
tradiciones; mientras que los idiotas españoles nos traemos las costumbres extranjeramente
ajenas y festejamos por todo lo alto absurdeces como Hallowin –yo no- y otras cientos que no recuerdo sean
forasteras, porque seguramente llevo tantos años celebrándolas, que hasta pienso
que siempre fueron españolas; mientras dejamos de celebrar las que festejaban
nuestros abuelos.
Mañana toca
en capítulo aparte otra cosa –menos buena- de nuestro viaje.
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