NUESTRO PRIMER CRUCERO 21-10-2018
Otro viaje
lleno de vivencias para el recuerdo, porque incluso los malos momentos que en él
vivimos, no queremos olvidarlos. Todo, lo bueno, lo buenísimo y hasta lo horrible,
formará siempre parte de “Nuestro primer crucero”.
En esta ocasión
la sorpresa volvió a llegar de la mano de Irene. Apenas 3 días antes de la fecha
de inicio del viaje, me enteró de ello. Como siempre, ya con todo listo excepto
las maletas.
Una vez más
mi marido decidió quedarse en casita. Así él es feliz. Siempre le echamos de
menos, a mi niña y a mí, nos gustaría (como mínimo) viajar los tres juntos,
vivir las aventuras que tanto nos gustan, pero él prefiere quedarse y así se hacen las
cosas: ¡¡Tal como el rey de mi casa prefiere!!
No pudimos
zarpar desde el puerto de Madrid porque en todos los cruceros colgaba el cartel
de “No quedan localidades”, por eso rodamos en AVE hasta el lugar contratado.
Desde
nuestro hotel nos movimos como pez en el agua (para ir entrenando) hasta el
encuentro con la preciosa Mavi, nuestra guía particular, que sin cobrarnos 1 €
por impuesto turístico, ni por utilizar WC en edificios de servicio público, ni
por enseñarnos los rincones favoritos de la ciudad donde vive; pasamos juntas
una tarde-cena súper agradable y bien reída.
Al día
siguiente, 1 de octubre, recorrimos en taxi los 15€ de distancia que nos
separaban del muelle de cruceros, dejándonos el conductor junto a la proa del
nuestro.
Aguardamos
la cola para los trámites de entrega de nuestras maletas y posterior recogida
de la documentación que nos acreditaba como cruceristas. Con todo listo, antes
del medio día abordamos el barco, repletas de ilusión.
Casi se
nos desencaja la mandíbula al cruzar la puerta de embarque y ver lo bonito que
es. Ilusionadas como niñas, nos dedicamos a pasear para ubicarnos e irnos
familiarizando con las instalaciones.
Después de
comer pudimos tomar posesión de nuestro camarote y dejar en él los equipajes de
mano.
Ya con las
manos libres, continuamos con el reconocimiento ocular del que iba a ser nuestro
hotel flotante durante una semana completa.
Antes de
zarpar, los más de dos mil pasajeros y parte de los casi mil tripulantes,
fuimos avisados por megafonía de ir a los camarotes a recoger los chalecos
salvavidas y con ellos ir aguditas escaleras arriba hasta la cubierta 7 donde
haríamos un simulacro de evacuación, tan leve y suave, que de ocurrir alguna
catástrofe, pereceríamos cual peces en red de pescador. Como decía mi padre: “¡Un
traguito y a tomar polculo!”.
Tras el
simulacro, regresamos al camarote tan inexpertas como salimos de él y deseando
no tener que hacer por nuestras vidas más que comer, viajar, divertirnos y
disfrutar por fin de un crucero, experiencia que sobretodo Irene tenía tantas
ganas de vivir.
Yo siempre
fui más prudente, saber que tendría que estar varios días rodeada de agua, me
daba mucho respeto, aunque poco a poco me había ido convenciendo, por eso, al
recibir la noticia de que nuestro primer crucero iba a ser una realidad, me
sentí completamente feliz e ilusionada.
Subimos a
ver zarpar el barco a la cubierta 13 y desde allí contemplar la hermosa puesta
de sol. Un espectáculo para el que no se necesita localidad, asiento, acomodador
ni actores, pero que es único e irrepetible cada atardecer. Disfrutarlo en alta
mar, es un lujo que paladeamos felices, brindando a nuestros amores esa
felicidad para sentir que estaban a nuestro lado en todo momento, pese a que
tendríamos que desconectar los móviles durante el día y medio que estaríamos
navegando sin tocar ni avistar tierra firme.
Durante
todo ese tiempo “incomunicadas”, ocurrieron cosas tan intensas, que merecen ser
contadas en crónica aparte, aunque hoy no será su publicación, como tampoco lo
serán las escalas y resto de experiencias vividas en aguas y tierras italianas
y españolas.
1 comentario:
Ahi la tienes María. A ver qué te parece la odisea.
Mil besitos preciosa!!!!
Publicar un comentario