sábado, 27 de octubre de 2018

ITALIA, UN MUNDO EN EL MUNDO


ITALIA, UN MUNDO EN EL MUNDO  21-10-2018

Tras la convulsa noche y día relatados, por fin el efecto del temporal cedió y hubo noche de gala, cosa que pensamos no podría ser. Afortunadamente el descanso, la ducha y el maquillaje borraron las secuelas y pudimos disfrutar de esa noche de gala prevista. Libres ya de olas gigantes y con nudos solamente en los zapatos para anclar bien los pies al suelo.
Las señoras del pasaje habíamos llevado los majos más elegantes que teníamos en el armario para lucirlos en ese evento famoso en los cruceros.
Las cubiertas 4 y 5 fueron testigos de las ropas que se habrían lucido durante alguna ceremonia o fiesta del pueblo. Algún que otro árbol de navidad sin bolas, madrinas sin novio al que llevar del brazo, invitadas que hace años cabían en el traje y ahora simplemente se embutieron en él a punto de reventarlo… Como en cualquier evento terrestre, habíamos de todo, tipos, tipazos y tipejos. Todas tenemos derecho a ponernos lo que nos dé la gana, nos quede como nos quede. Trajes largos, cortos, a media corva, con olor a alcanfor o al azahar de la última y reciente boda.
Ellos de traje, o no, pero también lo más elegantes o prietos que podían, asistimos a la cena y posterior posado con los capitanes a la puerta del teatro en el que veríamos las coreografías “de gala”,  que aquella noche tenían en programa.

Amaneció el día 3 de Octubre. Tras las intensas 48 horas embarcadas, el crucero atracó en el puerto italiano al pie de las montañas por unas horas, las justas para realizar las excursiones que llevábamos programadas. Desembarcamos y nos dirigimos a la salida en busca de nuestra guía. Una simpática napolitana sin rellenar de chocolate, con nombre de pizza famosa; hablando un perfecto español, nos presentó a Marco, que no llevaba al mono Amedio en lo alto, pero conducía muy bien el autocar que nos llevaba a Pompeya.
Margherita durante el trayecto iba explicando la historia de esa preciosa ciudad que con toda su gente y sus vidas, fue arrasada por el Vesubio un día 24 no se sabe si de agosto o de octubre del año 79, es decir, hace 1939 añitos.
Pompeya fue sepultada bajo varios metros de ceniza, por eso pudo ser “rescatada” para mostrarla tal como ahora está y que aún continúan los trabajos arqueológicos de recuperación de sitios o enseres que mostrar al mundo en la propia ciudad o en el museo de Nápoles, donde al parecer se guardan los hallazgos de mayor valor.
Teníamos muchas ganas de conocer Pompeya y no nos defraudó lo que vimos. Daba escalofríos imaginar lo horrible que debió ser no tener escapatoria para huir de una muerte segura tantísima gente, tantísima vida, tantas historias jamás sabidas porque nadie quedó para contarlas.
Como dato curioso, un leve apunte os daré sobre la historia de Rómulo y Remo, que según la leyenda sobrevivieron amamantados por una loba y así se los representa en diferentes estatuas, una de ellas a los pies del acueducto de Segovia.
Pues bien, aquella loba, no era ese animal de cuatro patas que mata ovejas y se comió a Caperucita y a su abuela. Loba en italiano se dice lupa, y Lupa es como denominaban en Pompeya a un rango de prostitutas. Lupa= Prostituta… Lupanar= Prostíbulo.
Deducción: A Rómulo y Remo les amamantó una de las prostitutas de cualquier lupanar, pero quiso el destino que el mérito se lo llevara una loba esteparia, tatarabuela de las amigas de Félix Rodríguez de la Fuente. Que nadie diga que no vine con la lección bien aprendida.

De regreso a Nápoles, Margherita nos enseñó algunos preciosos edificios, plazas, rincones, calles en obras y un restaurante donde degustar, ya solitas, su riquísima pizza homónima.
Un leve paseo, nos devolvió al barco, a la cubierta 11 donde se sitúan las piscinas y el Bar Agua dulce. Ahí tomamos una merecida y fresca cervecita antes de subir o bajar a las diferentes cubiertas para contemplar la puesta de sol y ver zarpar el barco. Después una ducha relajante, arreglarnos un poquillo, y bajar a cenar, tomar copitas y disfrutar del espectáculo en el teatro… O lo que quisiéramos, que para eso estábamos allí tan felices.

Tras una noche tranquila y relajada, el amanecer del jueves 4 de octubre nos pilló preparadas para el desembarco en el puerto de Civitavecchia.
Un autobús lanzadera nos acercó a la zona de autocares. Allí nos esperaba la guía que nos acompañó para la excursión a la impresionante ciudad de Roma que nos enseñaron a pie o a caballo (a los caballos del motor del autobús).  En las murallas del Vaticano nos dejó el dicho autobús e hicimos cambio de guía. Ganamos en el cambio. Un muchacho amable, ágil y simpático.
Tan impresionante como la ciudad, la mierda atrasada que había en calles, contenedores y papeleras rebosantes incluso en el centro histórico donde había también ríos de gentes en torno a los más emblemáticos monumentos conocidos y por conocer… y ni un solo barrendero.
Larguísimas colas para entrar a visitar todos esos edificios que lógicamente no pudimos ver en esta ocasión porque nuestras excursiones eran de muy pocas horas, no de días.
Tengo que volver a repetir palabra, porque es la que mejor define lo que vimos… Impresionante la Plaza de San Pedro, primera parada en nuestra ruta que después continuaríamos en forma de “visita panorámica”, sin bajar del vehículo.
Nuestro guía (de cuyo nombre no puedo acordarme, aunque no fuera de La Mancha) también  en perfecto español, iba explicándonos todo lo que veíamos de forma amena y entretenida.
Nueva parada junto al coliseo, mucho más imponente de lo que se ve en fotos y postales.
Grandiosa Roma. Edificios únicos. Plazas, calles llenas de arte en mármol y castañas asadas que vendían a precio de anillo papal. Aunque lo de vender es un decir. A nadie vimos comprar ni una de aquellas castañazas grandes como melocotones que con la boca abierta parecían decir ¡Cómeme! No las compramos para no perdernos del resto de excursionistas y porque a 83.20 pesetas por castaña, se nos quitaron las ganas de pedir “una docenita” pa calentarnos las manos, entre otras cosas porque no las teníamos frías.
Comparadas con aquellas, hasta la más grande castaña berciana los italianos dirían “Castañi españoli, enani” ¡Pues si guapi! Pero las castañas españolas te las puedes comer sin arruinarte y las italianas son de adorni o como un monumento más, para hacerlas fotos y como mucho destacar en esta crónica su existencia.
Continuamos ruta por calles “pedonales” cuajadas de… ¿Cómo se dirá peatón, si peatonal es pedonal? Bueno, da igual.
Justo antes de comer llegamos a la famosa Fontana di Trevi. Fabulosa fuente situada en una placita en la que no cabía ni una persona más y a la que de espaldas lanzamos la moneda con nuestro deseo y su ritual.
En la misma plaza está la pizzería “Melograno”, donde comimos la mejor pizza que hemos probado nunca. Varios sabores pedimos y a cual más exquisitos, al igual que los helados que también despachan allí. No sólo nos había maravillado la fontana, también su pizza dejó huella y deseo de volver a visitarla.
De nuevo en compañía del guía y el resto de excursionistas, continuamos la visita por calles y plazas… cada cosa nos gustaba más que la anterior y nos dejaba con más ganas de volver.
En la Plaza Navona acabó nuestra visita a Roma. Con la retina llena de arte y las ganas de volver a flor de piel, donde volvimos fue al autobús que nos devolvía al puerto de Civitavecchia y a nuestro crucero, que nos recibía con las puertas de embarque abiertas de par en par y todas las instalaciones listas para ser disfrutadas por nosotras.
Zarpamos a la puesta de sol y tras ella, de nuevo cena, teatro, copitas… y el descanso merecido en nuestro camarote particular.

El vienes 5 de octubre nos recibió con tan buen tiempo como los días precedentes. En este caso atracamos en Livorno y al igual que el día anterior, salimos del embarcadero en autobuses lanzadera hasta el aparcamiento de los autocares de excursiones.
En esta ocasión la primera visita era a Pisa, la torre que todo el mundo trata de enderezar para la foto, y después Florencia.
Pisamos Pisa más rato del previsto por un despiste de la guía; una mujer sosa, hablando lenta entre toses de “ticses” nerviosos y voz de cazallera ¡¡Qué pava!! Caminaba aun más lenta que hablaba. Una excursión de caracoles nos adelantó un par de veces.
Viajamos en autobús hora y pico y otro buen pico en tranvía porque no dejaban entrar autobuses en Florencia por obras…
Total, entre unas cosas y otras, eran las 8.30 de la mañana cuando desembarcamos y era la 1.30 de la tarde cuando comenzaba la visita a Florencia. Lo que vimos nos impresionó de bonito, aunque con esa la guía, no teníamos cuerpo para emocionarnos, más bien para haberla hecho subir a lo alto de la catedral y dejarla allí olvidada, total, ¡para que lo que nos servía!
Zamora no se ganó en una hora y Florencia no puede verse en hora y media. Lo único que tendremos que agradecer a la mujer aquella, es las ganas locas de volver ¡¡Sin ella!!

El sábado y domingo no tuvimos ganas de desembarcar, preferimos quedarnos a bordo y disfrutar de todo lo que nos rodeaba… el sol, la brisa, las olas, las puestas de sol, la comida servida tan amablemente por nuestro camarero particular en las cenas y por nosotras mismas en los desayunos y comidas, siempre con tripulación atenta y servicial. Comida de calidad, variada y rica.
Personal de animación que nos hizo disfrutar y reír con sus actuaciones nocturnas… Todo ha sido magnífico en nuestro primer crucero. ¿Que ocurrió algo malo? ¡¡Lo hemos dejado en anécdota de un maravilloso y soñado viaje!!

Sabíamos que las excursiones cruceristas,  son simples pestañeos para mostrar la puntita del iceberg de los lugares visitados y la promesa de volver, en este caso a Italia, en otro medio de transporte y disponiendo de más días para poder decir que realmente hemos visto lo visto.
Nos quedan también las sensaciones  maravillosas vividas dentro y fuera del barco, los buenos momentos, las risas, y hasta el mal rato que nos ha unido aún más, ¡¡como si unirnos más, fuera posible!!

Gracias una vez más por el tiempo que empleáis en leer mis crónicas hasta el final aunque sean largas. Gracias por esperarlas con ganas, y por pedírmelas por privado para hacerme saber que en verdad las esperáis. Gracias por dejar un “me gusta” o un comentario, y hasta a los que me leen a hurtadillas para después interpretar lo que quieren, que en ocasiones es diametralmente opuesto a lo que escribo y lo utilizan en mi contra. Gracias también por emplear vuestro tiempo en leerme. Cada visita al Blog cuenta.
Gracias por las críticas constructivas que me ayudan a superarme y a saber diferenciar crítica de critiqueo absurdo.
Gracias a todos por estar ahí, porque me hacéis sentir que os importo tanto como me importáis y porque gracias a saber que estáis ahí, me animo a escribir para vosotros y me sirve para revivir de nuevo lo vivido. Gracias, de corazón gracias.

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