ITALIA, UN MUNDO EN EL MUNDO 21-10-2018
Tras la convulsa
noche y día relatados, por fin el efecto del temporal cedió y hubo noche de
gala, cosa que pensamos no podría ser. Afortunadamente el descanso, la ducha y
el maquillaje borraron las secuelas y pudimos disfrutar de esa noche de gala
prevista. Libres ya de olas gigantes y con nudos solamente en los zapatos para
anclar bien los pies al suelo.
Las
señoras del pasaje habíamos llevado los majos más elegantes que teníamos
en el armario para lucirlos en ese evento famoso en los cruceros.
Las
cubiertas 4 y 5 fueron testigos de las ropas que se habrían lucido durante
alguna ceremonia o fiesta del pueblo. Algún que otro árbol de navidad sin bolas,
madrinas sin novio al que llevar del brazo, invitadas que hace años cabían en
el traje y ahora simplemente se embutieron en él a punto de reventarlo… Como en
cualquier evento terrestre, habíamos de todo, tipos, tipazos y tipejos. Todas
tenemos derecho a ponernos lo que nos dé la gana, nos quede como nos quede. Trajes
largos, cortos, a media corva, con olor a alcanfor o al azahar de la última y
reciente boda.
Ellos de
traje, o no, pero también lo más elegantes o prietos que podían, asistimos a la
cena y posterior posado con los capitanes a la puerta del teatro en el que veríamos
las coreografías “de gala”, que aquella
noche tenían en programa.
Amaneció
el día
3 de Octubre. Tras las intensas 48 horas embarcadas, el crucero atracó
en el puerto italiano al pie de las montañas por unas horas, las justas para
realizar las excursiones que llevábamos programadas. Desembarcamos y nos
dirigimos a la salida en busca de nuestra guía. Una simpática napolitana sin
rellenar de chocolate, con nombre de pizza famosa; hablando un perfecto
español, nos presentó a Marco, que no llevaba al mono Amedio en lo alto, pero
conducía muy bien el autocar que nos llevaba a Pompeya.
Margherita
durante el trayecto iba explicando la historia de esa preciosa ciudad que con
toda su gente y sus vidas, fue arrasada por el Vesubio un día 24 no se sabe si
de agosto o de octubre del año 79, es decir, hace 1939 añitos.
Pompeya
fue sepultada bajo varios metros de ceniza, por eso pudo ser “rescatada” para mostrarla
tal como ahora está y que aún continúan los trabajos arqueológicos de recuperación
de sitios o enseres que mostrar al mundo en la propia ciudad o en el museo de Nápoles,
donde al parecer se guardan los hallazgos de mayor valor.
Teníamos
muchas ganas de conocer Pompeya y no nos defraudó lo que vimos. Daba escalofríos
imaginar lo horrible que debió ser no tener escapatoria para huir de una muerte
segura tantísima gente, tantísima vida, tantas historias jamás sabidas porque
nadie quedó para contarlas.
Como dato
curioso, un leve apunte os daré sobre la historia de Rómulo y Remo, que según
la leyenda sobrevivieron amamantados por una loba y así se los representa en
diferentes estatuas, una de ellas a los pies del acueducto de Segovia.
Pues bien,
aquella loba, no era ese animal de cuatro patas que mata ovejas y se comió a Caperucita
y a su abuela. Loba en italiano se dice lupa, y Lupa es como denominaban en
Pompeya a un rango de prostitutas. Lupa= Prostituta… Lupanar= Prostíbulo.
Deducción:
A Rómulo y Remo les amamantó una de las prostitutas de cualquier lupanar, pero
quiso el destino que el mérito se lo llevara una loba esteparia, tatarabuela de
las amigas de Félix Rodríguez de la Fuente. Que nadie diga que no vine con la
lección bien aprendida.
De regreso
a Nápoles, Margherita nos enseñó algunos preciosos edificios, plazas, rincones,
calles en obras y un restaurante donde degustar, ya solitas, su riquísima pizza
homónima.
Un leve
paseo, nos devolvió al barco, a la cubierta 11 donde se sitúan las piscinas y el
Bar
Agua dulce. Ahí tomamos una merecida y fresca cervecita antes de subir o
bajar a las diferentes cubiertas para contemplar la puesta de sol y ver zarpar
el barco. Después una ducha relajante, arreglarnos un poquillo, y bajar a
cenar, tomar copitas y disfrutar del espectáculo en el teatro… O lo que quisiéramos,
que para eso estábamos allí tan felices.
Tras una
noche tranquila y relajada, el amanecer del jueves 4 de octubre nos pilló
preparadas para el desembarco en el puerto de Civitavecchia.
Un autobús
lanzadera nos acercó a la zona de autocares. Allí nos esperaba la guía que nos
acompañó para la excursión a la impresionante ciudad de Roma que nos
enseñaron a pie o a caballo (a los caballos del motor del autobús). En las murallas del Vaticano nos dejó el dicho
autobús e hicimos cambio de guía. Ganamos en el cambio. Un muchacho amable, ágil
y simpático.
Tan impresionante
como la ciudad, la mierda atrasada que había en calles, contenedores y
papeleras rebosantes incluso en el centro histórico donde había también ríos de
gentes en torno a los más emblemáticos monumentos conocidos y por conocer… y ni
un solo barrendero.
Larguísimas
colas para entrar a visitar todos esos edificios que lógicamente no pudimos ver
en esta ocasión porque nuestras excursiones eran de muy pocas horas, no de días.
Tengo que
volver a repetir palabra, porque es la que mejor define lo que vimos… Impresionante
la Plaza de San Pedro, primera parada en nuestra ruta que después continuaríamos
en forma de “visita panorámica”, sin bajar del vehículo.
Nuestro guía
(de cuyo nombre no puedo acordarme, aunque no fuera de La Mancha) también en perfecto español, iba explicándonos todo lo
que veíamos de forma amena y entretenida.
Nueva
parada junto al coliseo, mucho más imponente de lo que se ve en fotos y
postales.
Grandiosa
Roma. Edificios únicos. Plazas, calles llenas de arte en mármol y castañas
asadas que vendían a precio de anillo papal. Aunque lo de vender es un decir. A
nadie vimos comprar ni una de aquellas castañazas grandes como melocotones
que con la boca abierta parecían decir ¡Cómeme! No las compramos para no
perdernos del resto de excursionistas y porque a 83.20 pesetas por castaña, se
nos quitaron las ganas de pedir “una docenita” pa calentarnos las
manos, entre otras cosas porque no las teníamos frías.
Comparadas
con aquellas, hasta la más grande castaña berciana los italianos dirían “Castañi
españoli, enani” ¡Pues si guapi! Pero las castañas españolas te las puedes
comer sin arruinarte y las italianas son de adorni o como un
monumento más, para hacerlas fotos y como mucho destacar en esta crónica su
existencia.
Continuamos
ruta por calles “pedonales” cuajadas de… ¿Cómo se dirá peatón, si peatonal es pedonal?
Bueno, da igual.
Justo antes
de comer llegamos a la famosa Fontana di Trevi. Fabulosa fuente
situada en una placita en la que no cabía ni una persona más y a la que de
espaldas lanzamos la moneda con nuestro deseo y su ritual.
En la
misma plaza está la pizzería “Melograno”, donde comimos la mejor
pizza que hemos probado nunca. Varios sabores pedimos y a cual más exquisitos,
al igual que los helados que también despachan allí. No sólo nos había
maravillado la fontana, también su pizza dejó huella y deseo de volver a
visitarla.
De nuevo
en compañía del guía y el resto de excursionistas, continuamos la visita por
calles y plazas… cada cosa nos gustaba más que la anterior y nos dejaba con más
ganas de volver.
En la Plaza
Navona acabó nuestra visita a Roma. Con la retina llena de arte y las ganas de
volver a flor de piel, donde volvimos fue al autobús que nos devolvía al puerto
de Civitavecchia y a nuestro crucero, que nos recibía con las puertas de
embarque abiertas de par en par y todas las instalaciones listas para ser
disfrutadas por nosotras.
Zarpamos a
la puesta de sol y tras ella, de nuevo cena, teatro, copitas… y el descanso
merecido en nuestro camarote particular.
El vienes 5 de
octubre nos recibió con tan buen tiempo como los días precedentes. En
este caso atracamos en Livorno y al igual que el día anterior, salimos del embarcadero
en autobuses lanzadera hasta el aparcamiento de los autocares de excursiones.
En esta
ocasión la primera visita era a Pisa, la torre que todo el mundo trata
de enderezar para la foto, y después Florencia.
Pisamos
Pisa más rato del previsto por un despiste de la guía; una mujer sosa, hablando
lenta entre toses de “ticses” nerviosos y voz de cazallera
¡¡Qué pava!! Caminaba aun más lenta que hablaba. Una excursión de caracoles nos
adelantó un par de veces.
Viajamos
en autobús hora y pico y otro buen pico en tranvía porque no dejaban entrar
autobuses en Florencia por obras…
Total,
entre unas cosas y otras, eran las 8.30 de la mañana cuando desembarcamos y era
la 1.30 de la tarde cuando comenzaba la visita a Florencia. Lo que vimos nos
impresionó de bonito, aunque con esa la guía, no teníamos cuerpo para
emocionarnos, más bien para haberla hecho subir a lo alto de la catedral y
dejarla allí olvidada, total, ¡para que lo que nos servía!
Zamora no
se ganó en una hora y Florencia no puede verse en hora y media. Lo único que
tendremos que agradecer a la mujer aquella, es las ganas locas de volver ¡¡Sin
ella!!
El sábado
y domingo no tuvimos ganas de desembarcar, preferimos quedarnos a bordo y
disfrutar de todo lo que nos rodeaba… el sol, la brisa, las olas, las puestas
de sol, la comida servida tan amablemente por nuestro camarero particular en
las cenas y por nosotras mismas en los desayunos y comidas, siempre con
tripulación atenta y servicial. Comida de calidad, variada y rica.
Personal
de animación que nos hizo disfrutar y reír con sus actuaciones nocturnas… Todo
ha sido magnífico en nuestro primer crucero. ¿Que ocurrió algo malo? ¡¡Lo hemos
dejado en anécdota de un maravilloso y soñado viaje!!
Sabíamos
que las excursiones cruceristas, son
simples pestañeos para mostrar la puntita del iceberg de los lugares visitados
y la promesa de volver, en este caso a Italia, en otro medio de transporte y
disponiendo de más días para poder decir que realmente hemos visto lo visto.
Nos quedan
también las sensaciones maravillosas
vividas dentro y fuera del barco, los buenos momentos, las risas, y hasta el
mal rato que nos ha unido aún más, ¡¡como si unirnos más, fuera posible!!
Gracias
una vez más por el tiempo que empleáis en leer mis crónicas hasta el final
aunque sean largas. Gracias por esperarlas con ganas, y por pedírmelas por
privado para hacerme saber que en verdad las esperáis. Gracias por dejar un “me gusta”
o un comentario, y hasta a los que me leen a hurtadillas para después
interpretar lo que quieren, que en ocasiones es diametralmente opuesto a lo que
escribo y lo utilizan en mi contra. Gracias también por emplear vuestro tiempo
en leerme. Cada visita al Blog cuenta.
Gracias
por las críticas constructivas que me ayudan a superarme y a saber diferenciar
crítica de critiqueo absurdo.
Gracias a
todos por estar ahí, porque me hacéis sentir que os importo tanto como me
importáis y porque gracias a saber que estáis ahí, me animo a escribir para
vosotros y me sirve para revivir de nuevo lo vivido. Gracias, de corazón
gracias.
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