EL MONASTERIO DE PIEDRA 27-03-2019
Si la
semana pasada os contaba lo bonito de nuestra escapada por tierras, aguas y
cascadas burgalesas, hoy os vengo a contar otra nueva escapada tan corta como
espectacular en lo visto y vivido, esta vez de nuevo junto a mi niña pequeña.
Un fin de
semana de los muy pocos que ella puede tener libres, buscó lugar dónde ir y lo
encontró en “El Monasterio de Piedra”, y hasta allí viajamos cargadas de
ilusión.
Teníamos
alojamiento en el propio Monasterio y ya con sólo cruzar la puerta, te das
cuenta que estás en un lugar mágico.
Dormir en
ese hotel Monasterio, es un lujo no sólo para el cuerpo cansado del viaje, es
un lujo para la vista, el olfato y el espíritu. Totalmente recomendable, tanto
como lo es visitar de buena mañana el resto del Monasterio no habilitado como
hotel y que conserva toda su esencia de épocas muy lejanas.
Entramos
al parque para disfrutar de las múltiples cascadas, a cual más bonita e impresionante.
La fuerza de mi ilusión, le ganó la batalla a los 62 años y el montón de kilos
de más que soportan mis huesos y con el mismo esfuerzo que tendría que hacer cualquier
preparado atleta, pude subir y bajar las empinadas cuestas (a veces muy empinadas),
las escaleras estrechas y muy pendientes y todos los difíciles tramos que
llevan a disfrutar de un espectáculo de arte creado por la naturaleza a través de siglos.
La prueba
más “dura”
fue bajar las muchísimas escaleras resbaladizas del túnel que lleva hasta la
cueva de la increíble cascada “Cola de Caballo”; con el techo tan
bajo que en muchos tramos había que descender bajando la cabeza para no peinarnos
con las aristas de las rocas.
Mirar desde
abajo el alto donde habíamos estado antes de comenzar a bajar por la cueva, daba
más vértigo que el propio hecho de subir o bajar las escaleras, pero era tan
increíble lo visto y vivido, que no me hubiera perdonado no haber hecho aquel
recorrido por miedo a mi falta de
fuerzas.
Salimos
del mágico entorno felices y muy satisfechas. Comimos divinamente en el
restaurante del Monasterio y emprendimos camino a Zaragoza.
La primera
parada fue en el Castillo de La Aljafería. Un palacio Mudéjar con unos
preciosos jardines dignos de ser visitados.
Tras la
visita al Castillo, un cómodo y bonito hotel al lado de la Plaza del Pilar nos
esperaba listo para ser ocupado.
Un momento
de relax para quitarnos el polvo del camino y nos echamos a las calles mañas
para contemplar la Basílica con la iluminación nocturna y su reflejo en las
aguas del Ebro que guarda silencio al pasar por El
Pilar para no despertar a su Virgen.
Unas
cuantas fotos a la Plaza del mismo nombre de mí querida Cuata y tras
una cena suavecita, a descansar, que el día había sido precioso y muy intenso.
Un riquísimo
desayuno nos hizo comenzar el día con ganas y energía.
Visitamos
la Basílica
y aledaños por dentro y por fuera, por abajo y por arriba. Compramos recuerditos
y tomamos un vermut bien parlado en la misma Plaza del Pilar.
Comimos en
el hotel, bajamos a hacer unas últimas fotos que no se podían hacer en otro momento
y después, autopista y manta. Del tirón a casa como campeonas.
Durante
los tres días y dos noches, tuvimos suerte del buenísimo tiempo del que
disfruta España. Mal, porque significa un drama el cambio climático, pero buscándole
a ello el lado bueno, la primavera adelantada, las temperaturas magníficas y el
sol radiante, han hecho de esta escapada una magnífica elección y otro motivo más
de agradecer
a la vida las oportunidades que me brinda de ser feliz junto a quien adoro.
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