04-11-2016
Querida
amiga Yolanda: No sabes la alegría que me dio volver a verte después de tanto
tiempo. Ambas hemos cambiado muchísimo físicamente, pero es lo que tiene la genética,
las enfermedades, los sufrimientos y el paso de los años, que poco a poco nos
quita “lozanía” y nos pone Michelin… o nos regala excedente de arruga. Aquí nadie se libra…
estar a punto de cumplir 60 es lo que tiene.
Fue un
encuentro casual con sabor a reencuentro. Afortunadamente teníamos hueco en
nuestras “apretadas agendas”, y pudimos ponernos al día de ilusiones
conseguidas, sueños cumplidos, pérdidas irreparables, llegadas al mundo
maravillosas y serenidad actual.
En el aire
hubiera quedado una pregunta que me atormenta desde hace mucho. Pregunta que
jamás te hubiera hecho por no herirte. Ni siquiera hubiera comentado contigo
tan doloroso tema. Tú misma comenzaste a
hablar de ello sin yo haberte dicho nada.
Pocos
meses después de dar a luz a mi primera hija, también tuviste la tuya, con la
mala suerte de que Julia nació con vuelta de cordón y jamás pudiste verla,
aunque sí escuchaste su llanto en el paritorio.
Por
aquella época ocurrían con mucha frecuencia esas “vueltas de cordón”; esas
muertes prematuras en recién nacidos, y con Julia, fueron tres las niñas a las que
les ocurrió lo mismo cerca de mi entorno y en fechas no demasiado lejanas entre
sí.
Cada vez
que veía a mi hija en mis brazos, no podía dejar de pensar en los vuestros cruelmente
vacíos. Cada vez que me quedaba embarazada temía que una vuelta de cordón
truncara la vida de mi bebé y con la de él las nuestras.
Afortunadamente
pronto pudiste ser madre dos veces más: Julio y Daniel, a los que vi crecer,
como tú a las mías, y que igual que a mí, ya te han hecho abuela.
Hace algún tiempo las noticias sobre presuntos
bebés robados removieron por unos días los informativos y los debates. Confieso
que pensé en ti y en Julia, pero no tuve valor de llamarte para saber cómo
estabas viviendo tú ese doloroso tema.
Ahora me
cuentas que cuando aquellas oscuras historias salieron a la luz, por un
instante relacionaste tu caso con el de tantas mujeres que contaban historias
demasiado similares a la tuya, aunque estabas tranquila porque el hombre influyente que os ayudó con los trámites era de vuestra máxima confianza... o quizás porque la mente humana no quiere en ocasiones
ver más allá de lo racional. Quizás un mecanismo de defensa. Llevabas más de 35
años sufriendo por la pérdida de tu primera hija, llevando flores a su tumba y ahora
no querías comenzar a sufrir por una posible mentira tan grandiosa.
Lo desechaste
de tu pensamiento. Esa imposible que Julia fuera una de esas niñas robadas, hasta que a la muerte de tu padre hubo que
abrir aquella fosa y el enterrador al retirar la cajita de tu niña, se dio
cuenta que allí no había ningún cuerpo.
Unido al
dolor de enterrar a tu padre venía la atroz verdad: Tu niña nunca estuvo allí y
ahora investigar lo que ocurrió, es demasiado costoso; mucho más sabiendo el
frustrante resultado que han obtenido otros padres.
El dolor
de tener una hija enterrada se evaporó por la obsesión de saber que allí nunca
hubo nada. Que tu niña puede estar viva o muerta, pero que ha vivido una vida
lejos de la tuya que eres su madre, y de la de su padre y sus hermanos.
Te
obsesiona pensar cómo habrá sido esa vida sin todo el amor que tenías para
darle y pasas el día buscando en el rostro de las chicas con las que te cruzas,
de “unos cuarenta”, por ver si encuentras en ellas algún rasgo parecido al de
tus otros dos hijos.
Dices que tu
familia y tú habéis pactado no remover lo que tanto daño podrías haceros y ni
siquiera habláis del tema en casa. Sólo
te queda seguir llorando a Julia sin saber siquiera si ese será su nombre, sin
saber cómo está en realidad: si ha sido feliz, si tiene la vida tan resuelta
como la tienen sus hermanos. Si también te hizo abuela o si ella igualmente te
busca en los rostros de tantas mujeres con las que se cruzará cada día deseando
encontrarte y ninguna de las dos sabe el camino para hacerlo, intentando creer
en los milagros igual que tú lo intentas sabiendo que los milagros no existen.
Durante algunos
días hubo en los informativos revuelos sobre el tema tan doloroso como oculto y
tan horrible como irreparable. La noticia dejó de tener interés; se enterró la
culpa de los culpables, se desenterró el dolor de los inocentes, cuyo daño sólo
importa a ellos mismos, y se cerró en falso la historia tal como se cierran
algunas heridas que jamás sanan.
Hoy tras
volver a verte y a recordar buenos y malísimos tiempos, hemos vuelto a saber
que aunque el tiempo pase, cuando el cariño fue verdadero, lo seguirá siendo
siempre, incluso cuando los caminos de cada cual a veces se cruzan y otras se
separan.
Si llevo
años pensando en ti y en tu dolor por esa niña perdida, ahora cada vez que te
recuerde, pensaré en Julia y te ayudaré a buscar entre los viandantes ese
rostro con rasgos similares a los tuyos. Ojala algún día reciba tu llamada diciendo
que la encontraste, que puedes descansar tranquila y que por fin pudiste
abrazar a tu niña.
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