DONDE ESTÉS, FELICES SETENTA 04-07-2025
70, una bonita edad en la que no te faltará una celebración especial y gran fiesta sorpresa, de esas que el homenajeado no se entera que va a recibirla, porque para eso se prepara guardándole el secreto, si no, no sería sorpresa… o no sería ni fiesta.
Volverás de permiso por unas horitas, para poder celebrar los 70 en tu hermoso patio, a la sombra del magnolio que con tanta ilusión plantaste. Me lo mostrabas orgulloso, me gustaba verte así: feliz y disfrutándolo, porque para eso era tuyo.
Puedo imaginarte, ilusionado, sonriente y tan guapísimo y completo como naciste. Sentado en el fresquito de tu patio, saboreando una buena cervecita fresca y algo de picar. Te encantaba picar y no creo que en eso hayas cambiado.
También te veo, aunque no me apetece verte, sin parar de fumar junto a un cenicero atestado de colillas...
Nunca aceptabas consejos, cabezón recalcitrante, y para los buenos, sí hacías oídos sordos. Sabías que el vicio de fumar iba a matarte y decías que no lo dejabas porque preferías morirte a dejarlo... aunque al final reconociste, que, de haber sabido que la muerte no sería súbita: que, por tener un cigarro entre los dedos, (uno tras otro), ibas a pagar un precio tan alto antes de alcanzar el descanso eterno, del que ahora gozas, hubieras puesto remedio mucho antes.
Antes… es que, si supiéramos las cosas, ya lo creo que hubiéramos puesto remedio antes… incluso hubiéramos firmado un pacto con el diablo, porque, sin firmar, las palabras se las lleva el viento y el diablo se sale con la suya, sin cumplir ninguna de las últimas voluntades verbales. ¡¡Puto diablo!!
Este 4 de julio, las paredes de tu precioso patio, estarán adornadas con esas pequeñas cosas que atesoraste en vida y que después no sabe uno qué hacer con ellas. Se guardan como recuerdos, aunque no recuerdes el qué, el quién, el cuándo y para qué, lo tenías cubriéndose de polvo. Aunque seguramente, el polvo ahí, era en el sitio que menos te hubiera gustado tener. ¡¡Una pena!!
Ya verás qué bonito: el cascabel de plata de cuando naciste, el álbum del Cid Campeador, tus queridas herramientas, junto a las que conservas de mi padre; el pelador de piñones que el abuelo Ruperto le hizo a la abuela Felisa, cuando eran novios; la chapa de publicidad de cuando la fundición era lo que fue… un pucherito de no sé qué, un platito de no sé cuántos, la cheira gigante con mango de asta de toro, la pequeña máquina aventadora… cosas de la mili… Toda una vida de cachivaches: recuerdos entrañables o estorbos para depende quién lo observe, y que guardabas como tesoros. No faltará ni una de tus cositas para que puedas presumir de ellas por última vez ante tus invitados.
Desde el suelo, apenas podrá verse el cielo, porque estará cuajado de tus fotos, colgadas como ropa tendida: fotografías que van desde pequeñito, pasando por cuando eras ese lebrel travieso, que correteaba por las calles de Alaejos. Alguna habrá de cuando eras un Perillán ligón, que se llevaba a las chicas más guapas de calle, o igual te elegían ellas a ti, porque eras guapísimo…
Seguro que incluso habrá alguna foto de viejo gruñón, al volante de una de tus últimas ilusiones: tu flamante coche. Soñar con conducirlo te mantuvo esperanzado y con ganas de salir del pozo en el que estabas sumido, aunque desde que supiste que no podrías volver a ponerte al volante y tenías que deshacerte de él, te impulsó a abandonar la lucha, parecías tener prisa por marchar, y lo conseguiste.
En esto prevaleció tu voluntad. Habías mantenido la esperanza hasta ese momento. Jamás de tu boca salió: “me quiero morir”. Sí decías: “con estos dolores no se puede vivir”. Tenías razón, eran inhumanos. Desde el principio, te encomendabas emocionado a la Virgen de la Casita, pidiendo que cesaran tus insoportables dolores, sin perder tu Fe en ella, y como la virgen no es más que una talla de madera, ni caso te hizo.
Durante 14 meses ingresado, a veces aislado en habitaciones infernales, entrando y saliendo de UVI y UCI, habías perdido la noción de tu realidad.
Por culpa de la feroz medicación, en ese estado calamitoso de salud física y mental, veías fantasmas y asegurabas con firmeza que eran verdaderas presencias. Quizás fueron culpables, los miles de películas de espías que viste durante años. Creaste tu propia trama, tenías miedo de estar inmerso en conspiraciones que, aunque sólo estaban en tu cabeza, sufrías mucho porque lo vivías como realidad. Era muy difícil hacerte ver que eran ensoñaciones. Eso sí, incluso en momentos tan dramáticos, tenías “golpes” que me hacían reír. No habías perdido tu sentido del humor, ni yo las ganas de reír contigo.
Pese a tanta desgracia, continuabas luchando con fuerza y conservabas intactas las ganas de vivir. Luchabas a brazo partido para vencer tu mala suerte.
Nos parecía mentira a todos. Cada paso, era un tropiezo: nos dijeron infinidad de veces “de esta noche no sale”, y salías, para sorpresa -sobre todo de los galenos- salías con más fuerza y más positividad.
Recuerdo el día que te amputaron la pierna. Esperando a la puerta del quirófano, -no nos garantizaban que salieras con vida- nosotros afligidos pensando cómo te iba a afectar verte sin tu pierna… Y cuando te subieron los celadores, llegabas animoso, eufórico, diría yo, mostrando con fuerza cómo podías mover el muñón. Feliz porque los dolores terribles ya no estaban y lo primero que me dijiste: “mira qué bien, como es la izquierda podrán ponerme una prótesis, y podré conducir”.
Pensabas que con la amputación estaba todo arreglado, pero no: casi al principio, en la segunda intervención para colocarte un stent en una arteria, entraste por tu propio pie y al despertar, te habían provocado “Isquemia medular”. Estabas parapléjico: inmóvil de cintura para abajo y condenado a ser dependiente para siempre. ¡¡Con lo independiente que siempre fuiste!!
No controlarías esfínteres y tendrías que moverte en una silla de ruedas para el resto de tu vida. Jamás volverías a caminar, ni con dos piernas ni con una. Todo fueron negligencias tras negligencias y de rositas se fueron los culpables. Nunca te dijimos tan crudamente tu verdadero estado, (yo de ningún modo lo hice).
Por eso, conducir tu nuevo cochazo, era tu meta, y al quedarte sin ella: al saber que tenías que autorizar su venta, tiraste la toalla. Nunca antes.
Este día, mirando las fotos, llenas de vivencias bonitas, recordando toda tu buena vida, volverás a gozar de las cosas que te gustaban y de cuando te lo podías permitir físicamente… ¡¡O no!! Porque, aunque por exigencia médica, tenías que cortarte un poco, le pegabas brincos a la dieta, sin darte cuenta, que, las analíticas chivatas decían si cumplías o burlabas a escondidas alguna tajante prohibición.
En fin, que me desvío del tema. Toda tu vida concentrada en recuerdos fotográficos, que te harán sonreír y rememorar el momento en el que fueron disparadas, aunque a ti, para tener buena memoria, nunca te hicieron falta fotos. Imágenes que son eso: recuerdos de la vida que te tocó, con claros, oscuros, e incluso finalmente muy negros.
La fiesta -como te digo- será temática, por y para ti. No será volando en avioneta, como la sorpresa que te dieron tus sobrinas, y que tan feliz te hizo cuando cumpliste los 60. ¡¡Tus sobrinas!! ¡¡Te adoraron siempre!! Tanto, que había que estar ciego para no verlo… y sentirlo como lo sentías.
¡¡Ay hermano qué de cosas!! Hasta la nube en la que habitas, no te hizo falta avioneta para volar muy alto, libre de presiones y daños; dolores y sinsentido.
Ya sabes ahora que, en ocasiones los árboles no nos dejan ver el sol, y comprobaste que el amor entra por la demostración de cariño, se afianza por los besos y abrazos, y se nutre de los ratos compartidos.
Siempre supiste que el querer, no entra por las orejas, ya que hay veces, que los ruidos del tráfico, contaminan el aire más que el tubo escape de un tráiler, y se escuchan las palabras con distorsión.
¡¡Qué de momentos felices juntos nos robó la bicha vida!! Sobre todo, en tu final, cuando tenías los sentidos obnubilados por tanta medicación y tanto sufrimiento injusto. Entonces seguías estando, pero ya no eras tú.
Hasta el final de tus días, recordabas perfectamente todo y a todos… y nos lo demostrabas siempre. Memoria a largo plazo, aunque la de corto, se te había quedado de pez, que dicen, es más efímera que la luz de un fuego artificial. Igual eso también te ayudaba a mantener la esperanza, porque en verdad no eras en absoluto consciente de en qué te habías convertido. Lamentablemente, ya no eras tú, ni tu figura.
Hoy serás afortunado: estarás rodeado de “las personas de tu mayor agrado” y de tantos amigos como atesoraste, estando especialmente arropado por nuestros padres, Loren, Chemari y tantos familiares que te quisieron y te abrieron sus brazos hace casi un año.
Esta vez no interrumpiré tus charlas con los invitados con mi llamada para desearte lo mejor en tu cumple 70.
Aprendí desde muy pronto, que no te gusta que te interrumpan cuando estás de “guateque”, ni te gusta “mezclar gente”, por eso me mantuve al margen y siempre esperé una invitación para visitarte, aunque tú, en mi casa, no la necesitabas: mi casa era tu casa y nos hacías felices con tu sola presencia. Por eso, una vez más te escribo, aun sabiendo que no me contestarás, aunque eso no me pillará de sorpresa, porque nunca lo hacías… y aun así, te escribí mil poemas y otras tantas cartas, que, al releerlas ahora, me refrescan la memoria y me doy cuenta que, aunque hablamos de todo; te aclaré todas las dudas que tenías, y pude liberar la incertidumbre que te acosaba, aun así, nos quedó mucho por conversar, porque lo hacíamos, cuando la ocasión nos daba un respiro y podíamos reunirnos y hablar sin mezclar gente, que interrumpiera nuestros recuerdos de niños, que sólo eran tuyos y míos. No todos los hermanos pueden presumir (siendo verdad), de quererse tanto, como nos hemos querido tú y yo.
Sólo rompí ese “permanecer al margen”, cuando ingresaste y en un rato que nos quedamos a solas, me preguntaste ¿por qué? En ese momento con tu cabeza en perfecto estado de revista; con mi corazón en la mano, te di todos los porqués, que necesitabas y tu mente y corazón quedaron tranquilos. Los dos nos quedamos tranquilos. Habíamos sufrido sin necesidad. Habíamos intentado coser un roto rasgando la tela, cuando los dos sabíamos, que, para hacer la mejor labor, se necesita una aguja, aunque haya que pinchar la tela y escueza el hilo al pasar. Después, el bordado queda espectacular.
Borré cuidadosamente la sombra que cegaba tus ojos y viste la luz. Con la absoluta verdad -como siempre- te iban ajustando todas las piezas del tejido roto, que eras incapaz de encajar… y encajaron. Le pese a quien le pese, todo lo aclaramos.
Felices, porque aún no sabíamos lo que se te veía encima, volvíamos a estar de nuevo tú y yo más unidos que nunca. Prometimos que entre nosotros jamás habría malentendidos, ni volveríamos a tocar ciertos temas dolorosos hasta que no estuvieras en tu casa recuperado. Cumplimos la promesa. No era necesario hablarlo más. Desgraciadamente, muy pocos días después, empezó el horror.
Pese al estricto horario impuesto por el centro, por ti, burlé la vigilancia del mostrador de entrada al hospital. Burlé las órdenes de los médicos ineptos, que, estando en primero de carrera (de galgos), se las daban de catedráticos, prescribiendo lo que era bueno o malo para tu lamentable estado físico, sin pensar jamás, en tu estado emocional y, sobre todo, nunca les importó que estaban ante un hombre con la sentencia de muerte, firmada por ellos mismos. Por eso, sin hacerles ni caso, me colé cuando me dio la gana, para estar a la cabecera de tu cama, porque sabía que tú eras feliz con mis visitas y con los pecaditos que te llevaba y comías a escondidas con cara de pillín. Con la mirada de un niño travieso burlando a la autoritaria maestra.
Sabíamos que tenías la estocada en tó lo alto, que tu vida tenía los días contados, y también por eso, me empeñé en llevarte esos pequeños placeres, que, aunque fueran poquitos, para ti eran un mundo, y yo sabía que iban a ser los últimos que podría darte, y, además, ya, ni te matarían, ni te salvaría la vida no darte esos caprichos.
Estoy segura que esperabas mis visitas más por las galgadas que por verme, pero me daba igual. Iba contenta, con tal de propiciar y verte disfrutar de ese ratito.
Los cuidados en la dieta, debieron haber sido durante mucho tiempo antes, y como no entraba en tus planes privarte de ellos… como te acabo de recordar, durante años, “pecabas” a escondidas, sin darte cuenta que el peor engañado eras tú.
Por eso, para el día de tu cumple 70, aunque no me lo perdones, no te llevaré tabaco, no quiero ser fumadora, ni pasiva, pero, para que no te falte de nada, ya me encargué de hacerte llegar una bandeja con cabeza de jabalí y salchichón del que tanto te gusta. Otra de salchichón, chorizo y jamón de Alaejos, de ese curado con una especial receta que teñía la piel con pimentón, y le daba un sabor extraordinario, y podrás comerlo cortado con la navajita, entre dedo y pan, con pan de rescaños y una barra de Fabiola.
¡Ah! También te hice llegar una racioncita de sepia a la plancha, con bien de mayonesa y otra de “torresnos”, de los que te quitan el sentido. A ver quién tiene cojones ahora, de quedarte con las ganas de disfrutarlo. Ya no existe la excusa para prohibírtelo, no te dañaría el corazón, del que supuestamente estabas tan enfermo durante años, y finalmente fue el único que permanecía latiendo incansable cuando ya habías muerto.
Con esos “pecaditos” –que así los llamábamos- ahora ya, ni vas a engordar, ni te subirá la tensión, ni la diabetes, y tampoco te dañará la circulación… La puta circulación.
Hoy al cumplir tus 70, por la tarde, cuando caiga la fuerza del sol, como tanto te gustaba, volverás, a prender la lumbre de tu barbacoa, para hacer una buena cama de brasas y poner toda la carne en el asador. Como siempre, te pegarás una entripada hasta reventar de todo lo rico que te gustó comer y beber en los festejos, mientras las charlas y las risas no cesen.
Ya, cuando todos los invitados se hayan ido, cuando tu fiesta haya terminado, y no sea más que un recuerdo, para no dejar trastos pendientes, te darás el placer de quemar todo lo bueno y lo malo que aquí quedó: entoñarás entre los rescoldos de las brasas, todas esas fotos, los dibujos que te hicieron las niñas, las cartas y poemas que te escribí, las promesas cumplidas e incumplidas… por caprichos del destino, quedará toda tu vida reducida a un montón de cenizas, ese destino traidor que escribió para ti un final temprano y cruel.
Ahora, para gozar de todas tus pertenencias, ya no te hace falta mantenerlas tangibles entre tus manos, seguirán en tu memoria eternamente, tanto como yo guardo en la mía las conversaciones y las risas que mantuvimos toda la vida, sobre todo en los últimos meses, cuando estabas levemente mejorcito de salud y entendederas (como diría nuestra madre), reímos más que lloramos pese a la situación horrible de salud, dolores y sufrimiento físico y mental que te envolvía.
Yo tampoco olvidaré nunca esas palabras que me dedicabas llenas de cariño, que, sin estar escritas, para mí, se convirtieron en eternas al marcharte. Es todo lo que me quedó de ti, corazón mío.
Eso me vale, y no quiero más… ni menos.
Te diré que, la vida aquí, sigue igual de cómo la dejaste, seguimos con nuestras: algunas penas, persistentes dolores, sueños cumplidos, pesadillas por cumplir y disfrutamos de lo que tenemos. Sigo sin ambicionar lo que no puedo permitirme, alegrándome del bien ajeno y aún más, si el bien es mío.
Tras años de contar peseta a peseta para poder llegar a final de mes, sin deber nada a nadie, ahora, por fin, cuando se nos antoja algo, lo compramos, lo pagamos “al PÚN”, para que no se nos acumulen pagos atrasados. Bien sabes lo que odio las deudas pendientes. Por eso no le debo nada a nadie.
Como muchas veces también te dije: veo poco los “telediarios” porque no informan de cosas buenas, ni bonitas, y porque sigo huyendo de las noticias tóxicas, las mentiras, la manipulación de voluntades, las envidias absurdas entre humanos. Los informantes demuestran padecer mitomanía crónica, por eso, que les escuchen los necios, yo cerré de golpe las puertas a las informaciones que dañan mi cuerpo y mi mente. Prefiero esperar a que el Karma actúe y mientras, emplear mi tiempo en actividades que me sean agradables. Así, vivo inmensamente feliz, con quienes quiero y me quieren.
Como lo hice durante toda mi vida, lo único que quiero es tener mis recuerdos intactos, mis capacidades físicas lo mejor que pueda, y tener mucho amor para dar y recibir. Ya ves, en eso tampoco hemos cambiado.
Como sabes, estoy muy orgullosa de la familia que formé con mi marido hace 48 años. Somos como siempre fuimos: como una piña: felices con muy poco porque estando juntos, tenemos todo y no nos hace falta más… ni menos, que nos costó mucho tenerlo, como para que nos lo arrebaten injustamente.
Querido, queridazo, galán, galanazo… (¿Recuerdas quién te lo decía cada día a la hora del recreo?) Pues eso… la vida... la vida sigue, y tú, afortunadamente, ya sabes de qué va esto. Ahora me conoces mejor que nunca.
Disfruta de tu nube, de tu balcón en el universo y de una eternidad sin sufrimiento.
Una vez más te repito, que: te quise ciegamente. Hasta el día que tus preciosos ojos verdes me dejaron de alumbrar y de golpe abrí los míos...
Felices 70 querido cabezota.
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