AGRADEZCO A MIS LECTORES -22-05-2016
Hay días
que me llevo gratas sorpresas al comprobar cómo gente que nunca me ha visto en
persona, que me conoce apenas de “hola y adiós”, ha sabido entenderme y hasta
de alguna forma apreciarme por el mero hecho de leerme.
Muchos que
sí me conocían un poco más, se han dado cuenta de cómo soy por cómo escribo.
Sí, soy
una persona tremendamente imperfecta, cargada de miedos e inseguridades que
procura llevar siempre la cabeza muy alta, consciente de que no a todo el mundo
le gusta lo que lee, ni todos han de estar de acuerdo conmigo en cada una de
mis palabras ¡Faltaría más! Por eso siempre gradezco las críticas constructivas,
no los critiqueos faltos de sentido, sobre todo común.
Escribir
me proporciona mucha más satisfacción que sinsabores, mucho más desahogo del alma que apretura de estómago, de hecho,
si no fuera así, no escribiría o mejor dicho, no publicaría nada, pero nunca dejar de escribir porque me apasiona. Afortunadamente
en mi equipaje hay muchos más escritos positivos que sinsabores, aunque mi innata
rebeldía me haga defender mis ideas con uñas y dientes. Si la cara es el espejo
del alma, el espejo de quien escribe, no siempre refleja las maravillas que uno
quisiera mostrar.
Reconozco
que en ocasiones escribo con rabia de
pena hacia lo que me sucede y me parece injusto, aunque no pueda afrontarlo
para poner solución. De esas cartas y poemas tengo muchas en mi cajón;
sentimientos que una vez escritos, una vez cumplido el desahogo de mi alma, lo
guardo con celo y –salvo que sea estrictamente necesario- procuro no volver a
leerlo para que no me haga daño nuevamente el objeto que me impulsó a lanzarme
al papel y lápiz por no lanzarme al cuello de quien me proporcionaba el
desasosiego de turno, o no lanzarme al hombro de quien hubiera estado encantado
de enjugar mi pena y no quise hacerle sufrir.
En
ocasiones decido no publicarlo porque quiero demasiado a la persona o personas
que con su incomprensión o actuación de buena o mala fe, me hacen sentir que
hubiera sido mejor no nacer si verdaderamente sufren por mi causa lo que dicen,
pese a llevar toda mi vida intentando ser una “buena persona”, explicando que
mi proceder no es en su contra, si no porque así lo siento.
Otras,
esos escritos plasmados en sangre, es hacia las personas que hacen daño
injustificadamente a quien yo más quiero.
A veces
son en defensa de esos ataques gratuitos que me hace la gente que alguna vez
compartió aire conmigo.
No soy
mejor que nadie, soy como todo el mundo, aunque mi pecado sea escribir lo que
pienso y siento en vez de comentarlo al rededor del velador de un café, -que
también lo hago porque me encanta departir y cambiar impresiones con la gente que quiero- aunque en demasiadas ocasiones las palabras dichas se las lleva el
viento y desafortunadamente en otras, el “difama que algo queda” sea muy utilizado por
mentes retorcidas e insatisfechas consigo mismas, que nunca podrán demostrar
que el mundo es como ellos le pintan, pero si pueden demostrar que son como son, sin más.
Soy
persona de cumplir promesas –y quien me conoce bien lo sabe-. Si alguna vez
prometí no publicar nada que pudiera ofenderles o descubrir algo que pertenezca
a su intimidad, aunque no fuera secreto, a fe que lo he cumplido. No me merece la
pena dejar en el camino a personas muy queridas exponiendo públicamente escrita
alguna felicitación –o queja - cuando puedo deshacer frente a frente el nudo que
hubiera podido hacerse. Tampoco soy de poner la otra mejilla si ese nudo no
fuera tan fácil de desembrollar.
En otras
ocasiones, tras publicar durante años defensas vehementes sobre “conocidos íntimos”
me encontré con su traición en plena cara y no me quedó más remedio que
defenderme, y no me arrepiento de ello, lo volvería a hacer mil veces; si
publico fue el desprecio, publica ha de ser la defensa, aunque con ello se
destape una olla de mierda y me vea difamada e injuriada aun con más fuerza. Quienes
lo hicieron quedaron retratados y tuve la fortuna de descubrir lo que en
realidad tenía y por lo que afortunadamente nunca doblegué mi corazón para
obtenerlo.
No escribo
de política ni de fútbol porque no lo hago de lo que no me apetece; huyo de
malos rollos y ensalzo o repruebo lo que a mi humilde juicio es de loar o censurar.
Soy tan
como todo el mundo, que me ocurren cosas tan naturales como la vida misma. Cosas
que te proporcionan felicidad infinita y compartes parte de ellas guardando
bajo llave lo que no quieres que ni el aire roce.
Tengo una
familia de la que puedo presumir porque sin ellos no sería quien soy ni como
soy. Encontré a lo largo de mi vida cantidad de amigos que se quedaron en ella
como tesoros impagables. Me siento afortunada por ello, aunque como el resto
del mundo, no me libré de otros que en ocasiones entraron en mi vida. Personas
que acepté por compromiso y que al cabo de un tiempo tuve la fortuna de
librarme de ellos. Pese a haber recibido de mi –como si de buenos amigos se
tratase- todo lo bueno que tuve; salieron de mi entorno a hurtadillas, desaparecieron
como un pedo silencioso que deja fétida estela a los que están cerca,
llevándola con ellos vayan donde vayan, y cuando desaparecen, sólo los recuerdas
porque estuvieron ahí y formaron parte de tu espacio, pero que al difuminarse,
aprecias aun más el aire limpio que te rodea.
Quizás no
llegas nunca a entender cómo lo hicieron de esa forma en lugar de explicar porqué,
pero en este caso, dices como Rhett Butler en “Lo que el viento se llevó”… “Francamente
queridos, me importa un bledo”.
Una vez un
gran amigo dijo de mi: “Es una mujer hecha a si misma que comenzó escribiendo
poesías más o menos buenas y sin estudios, ahora escribe de forma que nada
tiene que envidiar a los periodistas de verdad”. Con esto me quedo, con esto y
con el cariño de la mucha gente que me aprecia, dando las gracias a todos los
que me leéis y a los que me criticáis, porque de las buenas críticas salen los
mejores textos… y las mejores personas.
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