jueves, 14 de mayo de 2015

FIESTA DE SAN ISIDRO EN ALAEJOS



FIESTA DE SAN ISIDRO EN ALAEJOS  
 Escrita 11-05-2015
Como decíamos ayer… ¡Vale, lo escribí el lunes! Hoy día de San Isidro Labrador, voy a relatar lo que recuerdo de esta tradición alaejana que estoy segura os hará rememorar aquellos felices días que algunos tuvisteis la suerte de disfrutar en Alaejos; y a los que nunca lo hicieron, les hará saber (que no ocupa lugar).

Ni mis padres ni abuelos fueron labradores, ni jornaleros, mucho menos hacendados, quizás por eso nunca fui el día de San Isidro a Misa, ni procesión, ni bendición de los campos, que otros amigos me cuentan lo bonito y emotivo que era. Para mí, -y la mayoría de mis paisanos- San Isidro es (fue) sinónimo de merienda en la pradera de la ermita de Nstra Sra de La Casita y sobretodo de empanada.
Llegado el 15 de Mayo, en las casas estaba  el bollo relleno a apunto y la tortilla de patata entre pan y pan… Explico: Poner el aceite en la sartén y cuando esté calentito, añadir patata cortada en láminas finitas, cebolla y huevo, todo junto. Tapar y cuajar lentamente, dando vuelta a la mitad de la cocción. Una vez hecha, abrir al  medio un buen pan de rescaños y colocar la tortilla tapándola con la parte de arriba del pan… Teníamos suerte de no necesitar fiambrera ni “tapper” aún por inventar. La tortilla cocinada a la lumbre así de lentamente con todos los ingredientes juntos, zampado entre pan y pan es un manjar poco superable con cualquier otro. ¿Qué exagero? Quizás sí, pero en tortilla es lo que opino.

Las pandas se juntaban sin necesidad de utilizar teléfono mucho menos el impensable móvil o el ahora insustituible whatsApp. ¿Cómo lo harían? Ah, sí, por tam tam… golpeando la puerta de las casas, “mandando recau” con “Alguién” o simplemente se veían en la pradera de la Virgen de la Casita, lugar indispensable para esta celebración isidril.
Como los coche no eran cosa de pobres (ni de ricos), los más afortunados subíamos a la ermita en carro tirado por mula… los mucho más pudientes en remolque y los beatos andando en promesa; no como deporte que no les hacía falta caminar por la necesidad de perder kilos, ni para “hacer” ganas de comer.


Mi padre era de los primeros en subir a La Casita para colocar a la izquierda de la ermita el puesto de limonadas, vino, gaseosas e incluso cervezas. Mi abuela Casimira –su madre viuda dos veces- siempre regentó la cantina de Lorenzo “El Sebo” (mi abuelo), y mi padre la ayudaba en todo lo que podía. Nunca probé limonada tan exquisita como la que siempre hacía mi padre.
No puedo recordar mi primer San Isidro porque mi madre aún no sabía que me tenía de inquilina en la barriga, pero foto si hay de aquel día y aquí os la dejo.
 
Ikea no había llegado a tiempo de inventar mesas y sillas de camping; en realidad, no estaba inventado el camping, entonces simplemente se iba de merienda al campo, mucho más español ¡¡donde va a parar!! Tampoco existía la nevera azul donde mantener frescas las bebidas y comidas. Con una buena bolsa y la tortilla y empanada envueltas en un paño de algodón o en papel de estraza, y unas servilletas de tela, poco más hacía falta.
Tampoco había necesidad de mesa y sillas, teniendo la fresca y mullida yerba para sentarse, un mantel de cuadros para colocar la merienda… Y hambre.
 
Cuando la venta de limonada cedía, llegaba el mejor momento de la tarde, mi padre podía sentarse con nosotros a merendar y a disfrutar del porrón o la bota que pasaba de mano en mano de los hombres para empapar el gaznate y la empanada que además de exquisita, es un buen mazacote que se agarra a la garganta casi como los polvorones.
Las mujeres no bebían vino, sólo un traguito de limonada “por probarla” y los niños teníamos prohibido beberlo porque “se nos ponía el tete azul”. (Para otros sitios del mundo explicaré que “Tete” es el ombligo).
Recuerdo un año: No tendría más de tres o cuatro años, pero lo recuerdo perfectamente (yo y toda la panda de mis padres), Apenas levantaba un palmo del suelo  y como nunca me sentí cómoda sentada en él, me pusieron una caja de gaseosas a modo de silla. Se ve que el algún descuido de los mayores le di algún que otro “buchito” al porrón y me cogí una media tajada. Primera y última de mi vida. Aunque la verdad, no recuerdo que mi tete cambiara de color, pero se de haberme caído “patas arriba” desde el cajón de gaseosas al suelo.

Con las últimas luces del día, la barriga contenta y el ánimo más, regresábamos a casa entre cánticos y sueño, felices esperando la próxima fiesta... y comer las sobras de empanada al día siguiente. No teníamos más, con poco llenábamos el buche y el alma.

Actualmente, la fiesta ha perdido aquel encanto, aunque no del todo la tradición. Subir a merendar a la ermita es muy raro. La gente tiene merenderos, bodegas, o cualquier otro lugar donde acomodarse. Siempre en pandas, eso sí. Alrededor de las mesas repletas de rico surtido de comida y toda clase de bebida; sólo faltan el hambre y la sed. La empanada ya no es casera, aunque como expliqué, Juan Pablo las hace de sabor muy similar. Filo continúa haciéndonos la tortilla “a la lumbre”, tan exquisita como siempre.
Si el lugar elegido para merendar está lejillos, vamos en coches tirados por los caballos del motor. Caminar no es promesa, es para eliminar calorías tras la opípara comida. Lo único que de San Isidro perdura en el tiempo es la alegría de reunirse para celebrarlo entorno a la empanada.

La vida sigue, en las reuniones van quedando huecos que se van rellenando con las nuevas generaciones… En fin… ¡¡Viva San Isidro y quienes con ilusión merecen celebrarlo en buena compañía!!

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