lunes, 29 de octubre de 2018

HASTA SIEMPRE PEQUEÑO MICO


HASTA SIEMPRE PEQUEÑO MICO  29-10-2018

Mico, pequeño perrito, tan diminuto como tu nombre. Una travesura os ha costado demasiado cara a ti y a tu familia. Sí, a tu familia, porque las personas con las que vivías lo eran y lo serán para siempre.

Ya sé que apenas me conoces y que las únicas veces que coincidí contigo me mostré en exceso temerosa, incluso estando en tu casa, tenían que apartarte de mí porque no puedo evitar formar un jaleo impropio de mi edad.
El día de la alubiada, no entendías  que me apartara de ti como si fueras un tigre de bengala. Ya ves Mico, por mucho que me empeñe en intentar ocultarlo, soy incapaz de estar tranquila cuando una cosita tan pequeñita como tú, se me acerca con la única intención de jugar y pese a mi voluntad de no sentirme ridícula, fui incapaz de  acariciarte, ni de estar en el mismo comedor, donde tú, finalmente hubieras pasado de mi.
Hoy Marina, Maite, Jose y Mario, están sin consuelo. Ha sido un duro golpe para todos ellos, sobre todo a la preciosa Marina que tanto te quiere y  tuvo la mala suerte de ser ella quien te encontrara.

Hasta siempre Mico, has volado al Cielo de los perritos buenos porque  has sido fiel, cariñoso, amigo y confidente.
Mi temor no me deja decir con claridad que fue un placer conocerte, pero por el cariño que le tengo a tu familia, quiero hoy desearte feliz viaje a tu nueva morada.

Un beso enorme a mis queridos Jose, Maite, Marina y Mario.

Mi adiós con ternura pequeño Mico.

sábado, 27 de octubre de 2018

ITALIA, UN MUNDO EN EL MUNDO


ITALIA, UN MUNDO EN EL MUNDO  21-10-2018

Tras la convulsa noche y día relatados, por fin el efecto del temporal cedió y hubo noche de gala, cosa que pensamos no podría ser. Afortunadamente el descanso, la ducha y el maquillaje borraron las secuelas y pudimos disfrutar de esa noche de gala prevista. Libres ya de olas gigantes y con nudos solamente en los zapatos para anclar bien los pies al suelo.
Las señoras del pasaje habíamos llevado los majos más elegantes que teníamos en el armario para lucirlos en ese evento famoso en los cruceros.
Las cubiertas 4 y 5 fueron testigos de las ropas que se habrían lucido durante alguna ceremonia o fiesta del pueblo. Algún que otro árbol de navidad sin bolas, madrinas sin novio al que llevar del brazo, invitadas que hace años cabían en el traje y ahora simplemente se embutieron en él a punto de reventarlo… Como en cualquier evento terrestre, habíamos de todo, tipos, tipazos y tipejos. Todas tenemos derecho a ponernos lo que nos dé la gana, nos quede como nos quede. Trajes largos, cortos, a media corva, con olor a alcanfor o al azahar de la última y reciente boda.
Ellos de traje, o no, pero también lo más elegantes o prietos que podían, asistimos a la cena y posterior posado con los capitanes a la puerta del teatro en el que veríamos las coreografías “de gala”,  que aquella noche tenían en programa.

Amaneció el día 3 de Octubre. Tras las intensas 48 horas embarcadas, el crucero atracó en el puerto italiano al pie de las montañas por unas horas, las justas para realizar las excursiones que llevábamos programadas. Desembarcamos y nos dirigimos a la salida en busca de nuestra guía. Una simpática napolitana sin rellenar de chocolate, con nombre de pizza famosa; hablando un perfecto español, nos presentó a Marco, que no llevaba al mono Amedio en lo alto, pero conducía muy bien el autocar que nos llevaba a Pompeya.
Margherita durante el trayecto iba explicando la historia de esa preciosa ciudad que con toda su gente y sus vidas, fue arrasada por el Vesubio un día 24 no se sabe si de agosto o de octubre del año 79, es decir, hace 1939 añitos.
Pompeya fue sepultada bajo varios metros de ceniza, por eso pudo ser “rescatada” para mostrarla tal como ahora está y que aún continúan los trabajos arqueológicos de recuperación de sitios o enseres que mostrar al mundo en la propia ciudad o en el museo de Nápoles, donde al parecer se guardan los hallazgos de mayor valor.
Teníamos muchas ganas de conocer Pompeya y no nos defraudó lo que vimos. Daba escalofríos imaginar lo horrible que debió ser no tener escapatoria para huir de una muerte segura tantísima gente, tantísima vida, tantas historias jamás sabidas porque nadie quedó para contarlas.
Como dato curioso, un leve apunte os daré sobre la historia de Rómulo y Remo, que según la leyenda sobrevivieron amamantados por una loba y así se los representa en diferentes estatuas, una de ellas a los pies del acueducto de Segovia.
Pues bien, aquella loba, no era ese animal de cuatro patas que mata ovejas y se comió a Caperucita y a su abuela. Loba en italiano se dice lupa, y Lupa es como denominaban en Pompeya a un rango de prostitutas. Lupa= Prostituta… Lupanar= Prostíbulo.
Deducción: A Rómulo y Remo les amamantó una de las prostitutas de cualquier lupanar, pero quiso el destino que el mérito se lo llevara una loba esteparia, tatarabuela de las amigas de Félix Rodríguez de la Fuente. Que nadie diga que no vine con la lección bien aprendida.

De regreso a Nápoles, Margherita nos enseñó algunos preciosos edificios, plazas, rincones, calles en obras y un restaurante donde degustar, ya solitas, su riquísima pizza homónima.
Un leve paseo, nos devolvió al barco, a la cubierta 11 donde se sitúan las piscinas y el Bar Agua dulce. Ahí tomamos una merecida y fresca cervecita antes de subir o bajar a las diferentes cubiertas para contemplar la puesta de sol y ver zarpar el barco. Después una ducha relajante, arreglarnos un poquillo, y bajar a cenar, tomar copitas y disfrutar del espectáculo en el teatro… O lo que quisiéramos, que para eso estábamos allí tan felices.

Tras una noche tranquila y relajada, el amanecer del jueves 4 de octubre nos pilló preparadas para el desembarco en el puerto de Civitavecchia.
Un autobús lanzadera nos acercó a la zona de autocares. Allí nos esperaba la guía que nos acompañó para la excursión a la impresionante ciudad de Roma que nos enseñaron a pie o a caballo (a los caballos del motor del autobús).  En las murallas del Vaticano nos dejó el dicho autobús e hicimos cambio de guía. Ganamos en el cambio. Un muchacho amable, ágil y simpático.
Tan impresionante como la ciudad, la mierda atrasada que había en calles, contenedores y papeleras rebosantes incluso en el centro histórico donde había también ríos de gentes en torno a los más emblemáticos monumentos conocidos y por conocer… y ni un solo barrendero.
Larguísimas colas para entrar a visitar todos esos edificios que lógicamente no pudimos ver en esta ocasión porque nuestras excursiones eran de muy pocas horas, no de días.
Tengo que volver a repetir palabra, porque es la que mejor define lo que vimos… Impresionante la Plaza de San Pedro, primera parada en nuestra ruta que después continuaríamos en forma de “visita panorámica”, sin bajar del vehículo.
Nuestro guía (de cuyo nombre no puedo acordarme, aunque no fuera de La Mancha) también  en perfecto español, iba explicándonos todo lo que veíamos de forma amena y entretenida.
Nueva parada junto al coliseo, mucho más imponente de lo que se ve en fotos y postales.
Grandiosa Roma. Edificios únicos. Plazas, calles llenas de arte en mármol y castañas asadas que vendían a precio de anillo papal. Aunque lo de vender es un decir. A nadie vimos comprar ni una de aquellas castañazas grandes como melocotones que con la boca abierta parecían decir ¡Cómeme! No las compramos para no perdernos del resto de excursionistas y porque a 83.20 pesetas por castaña, se nos quitaron las ganas de pedir “una docenita” pa calentarnos las manos, entre otras cosas porque no las teníamos frías.
Comparadas con aquellas, hasta la más grande castaña berciana los italianos dirían “Castañi españoli, enani” ¡Pues si guapi! Pero las castañas españolas te las puedes comer sin arruinarte y las italianas son de adorni o como un monumento más, para hacerlas fotos y como mucho destacar en esta crónica su existencia.
Continuamos ruta por calles “pedonales” cuajadas de… ¿Cómo se dirá peatón, si peatonal es pedonal? Bueno, da igual.
Justo antes de comer llegamos a la famosa Fontana di Trevi. Fabulosa fuente situada en una placita en la que no cabía ni una persona más y a la que de espaldas lanzamos la moneda con nuestro deseo y su ritual.
En la misma plaza está la pizzería “Melograno”, donde comimos la mejor pizza que hemos probado nunca. Varios sabores pedimos y a cual más exquisitos, al igual que los helados que también despachan allí. No sólo nos había maravillado la fontana, también su pizza dejó huella y deseo de volver a visitarla.
De nuevo en compañía del guía y el resto de excursionistas, continuamos la visita por calles y plazas… cada cosa nos gustaba más que la anterior y nos dejaba con más ganas de volver.
En la Plaza Navona acabó nuestra visita a Roma. Con la retina llena de arte y las ganas de volver a flor de piel, donde volvimos fue al autobús que nos devolvía al puerto de Civitavecchia y a nuestro crucero, que nos recibía con las puertas de embarque abiertas de par en par y todas las instalaciones listas para ser disfrutadas por nosotras.
Zarpamos a la puesta de sol y tras ella, de nuevo cena, teatro, copitas… y el descanso merecido en nuestro camarote particular.

El vienes 5 de octubre nos recibió con tan buen tiempo como los días precedentes. En este caso atracamos en Livorno y al igual que el día anterior, salimos del embarcadero en autobuses lanzadera hasta el aparcamiento de los autocares de excursiones.
En esta ocasión la primera visita era a Pisa, la torre que todo el mundo trata de enderezar para la foto, y después Florencia.
Pisamos Pisa más rato del previsto por un despiste de la guía; una mujer sosa, hablando lenta entre toses de “ticses” nerviosos y voz de cazallera ¡¡Qué pava!! Caminaba aun más lenta que hablaba. Una excursión de caracoles nos adelantó un par de veces.
Viajamos en autobús hora y pico y otro buen pico en tranvía porque no dejaban entrar autobuses en Florencia por obras…
Total, entre unas cosas y otras, eran las 8.30 de la mañana cuando desembarcamos y era la 1.30 de la tarde cuando comenzaba la visita a Florencia. Lo que vimos nos impresionó de bonito, aunque con esa la guía, no teníamos cuerpo para emocionarnos, más bien para haberla hecho subir a lo alto de la catedral y dejarla allí olvidada, total, ¡para que lo que nos servía!
Zamora no se ganó en una hora y Florencia no puede verse en hora y media. Lo único que tendremos que agradecer a la mujer aquella, es las ganas locas de volver ¡¡Sin ella!!

El sábado y domingo no tuvimos ganas de desembarcar, preferimos quedarnos a bordo y disfrutar de todo lo que nos rodeaba… el sol, la brisa, las olas, las puestas de sol, la comida servida tan amablemente por nuestro camarero particular en las cenas y por nosotras mismas en los desayunos y comidas, siempre con tripulación atenta y servicial. Comida de calidad, variada y rica.
Personal de animación que nos hizo disfrutar y reír con sus actuaciones nocturnas… Todo ha sido magnífico en nuestro primer crucero. ¿Que ocurrió algo malo? ¡¡Lo hemos dejado en anécdota de un maravilloso y soñado viaje!!

Sabíamos que las excursiones cruceristas,  son simples pestañeos para mostrar la puntita del iceberg de los lugares visitados y la promesa de volver, en este caso a Italia, en otro medio de transporte y disponiendo de más días para poder decir que realmente hemos visto lo visto.
Nos quedan también las sensaciones  maravillosas vividas dentro y fuera del barco, los buenos momentos, las risas, y hasta el mal rato que nos ha unido aún más, ¡¡como si unirnos más, fuera posible!!

Gracias una vez más por el tiempo que empleáis en leer mis crónicas hasta el final aunque sean largas. Gracias por esperarlas con ganas, y por pedírmelas por privado para hacerme saber que en verdad las esperáis. Gracias por dejar un “me gusta” o un comentario, y hasta a los que me leen a hurtadillas para después interpretar lo que quieren, que en ocasiones es diametralmente opuesto a lo que escribo y lo utilizan en mi contra. Gracias también por emplear vuestro tiempo en leerme. Cada visita al Blog cuenta.
Gracias por las críticas constructivas que me ayudan a superarme y a saber diferenciar crítica de critiqueo absurdo.
Gracias a todos por estar ahí, porque me hacéis sentir que os importo tanto como me importáis y porque gracias a saber que estáis ahí, me animo a escribir para vosotros y me sirve para revivir de nuevo lo vivido. Gracias, de corazón gracias.

jueves, 25 de octubre de 2018

QUÉ NOCHE LA DE AQUEL DÍA


QUÉ NOCHE LA DE AQUEL DÍA  21-10-2018

Pues sí ¡Qué noche la de aquel barco! Después de la puesta de sol, de la que os hablé en la crónica de ayer, bajamos a cambiarnos de ropa para la cena. En esta ocasión elegimos el bufet de la cubierta 11 entre otras cosas, porque se nos pasó la hora de la reserva en nuestro restaurante.
Ya en el camarote habíamos notado que no era verdad eso de “no notas que se mueve”. Se notaba y cada vez más, que el suelo se movía bajo nuestros pies.

Al principio, en el bufet, vernos a nosotras y al resto de comensales haciendo equilibrios para no caernos mientras íbamos o veníamos con la comida en los platos; nos hizo reír a todos.
Creíamos que sería algo puntual y pasaría rápido o que sería nuestra falta de costumbre en mantenernos dignamente en pie sobre una gran superficie en movimiento.
Particularmente emotivo fue ver cómo lloraba impotente  un niño que aún no había cumplido los dos años. No encontraba alivio ni en los brazos de su madre, ya completamente mareada y llorando entre risas nerviosas por el susto y el pudor de no verse capaz de mantenerse tranquila.
El bebé, en un instinto nato de supervivencia, caminaba a gatas y se protegió agazapado bajo la mesa en la que se disponían a cenar sus papás, tíos, primos y abuelos.
De risa lloramos no sólo nosotras al ver a tres amigas entradas en canas, sujetándose entre sí por los codos haciendo una cadena, caminando de lado a lado buscando apoyo. Parecía que acababan de salir de un fiestón y habían acabado con toda la reserva de vino peleón. Sólo les faltaba cantar el “Alegresón”.
Un simpático camarero de nombre Christian Castillo, se acercó a nosotras para recomendarnos que si nos mareábamos tomáramos manzana verde a bocaditos. En el bufet no las había, se las pedimos al encargado de cocina y nos las proporcionó amablemente.
Pensando que el movimiento lo estábamos notando más por estar en el piso 11, bajamos hasta la cubierta 7 y al mirar por el hueco de las escaleras, supimos que la cosa iba mucho más en serio. Muchos pasajeros llenaban la parte central de las cubiertas que podíamos divisar. Agarrados a las columnas, las barandillas o a todo lo que podían para no caer. Otros muchos sentados en las escaleras, otros con la cara como un cirio gordo y bolsas para el mareo en sus manos.
Un grupo de chicos que celebraban una despedida de solteros y que habían empapado bien el almuerzo, la comida, merienda y la cena con toda clase de líquidos que apenas contenían H2O; reían alborotados y jalearon un bandazo  fortísimo que pegó el barco, mientras otros, con la cabeza aun en dique seco, nos dábamos cuenta que la cosa no estaba para risa.
Por megafonía avisaban que las cubiertas exteriores permanecerían cerradas por seguridad. Daban algunos consejos y recomendaban tranquilidad y calma, que la situación no era habitual, había “algo” de temporal; que el barco iba a estar así como mínimo, toda la noche.
Cuando dijeron que suspendían el espectáculo en el teatro porque el movimiento era peligroso para los bailarines, decidimos irnos al camarote porque parecía que allí se notaba menos el movimiento. Eran las 10 de la noche cuando comenzó la nuestra.

Incapaces de dormir, sin que las biodraminas ni las manzanas verdes hicieran el efecto deseado, nos dispusimos a descansar o lo que fuera.
No sabíamos si en casa habían visto las noticias del temporal,  ni teníamos móvil para comunicarles que estábamos bien, ni contacto con humanos conocidos fuera ni dentro del barco. Sólo nos teníamos la una a la otra en aquel crucero tambaleándose como movido por un seísmo en medio del Mediterráneo agitado y oscuro.
Pasara lo que pasara, no podíamos hacer nada por evitarlo, ni salir corriendo para ponernos a salvo. Un terremoto dura como mucho unos minutos y el nuestro iba a durar horas. No sabíamos cuantas.
Las camas se mecían como si en vez de una mole de 15 pisos, estuviéramos en una barquita de pescadores. Teníamos que agarrarnos al catre para no caer al suelo. Sentadas era aun peor el mareo.
Se abrían las puertas del armario, se caían las ropas de las perchas. Escuchábamos ruidos que intuíamos serían los cajones de los camarotes contiguos que se abrían y cerraban con fuerza golpeando la pared del nuestro.
Chasquidos continuos en las paredes y el suelo y sobretodo la inestabilidad constante.
¿Miedo? Juro que no. Preocupación, incertidumbre y tratar de mantenernos alerta a cualquier aviso. Sobretodo tratar de mantener la calma para que mi niña no se asustara más de lo debido.
No teníamos escapatoria. Como dije, de haber estado en tierra, hubiéramos podido intentar escapar. Allí no se podía huir de ninguna manera y llorar o entrar en pánico, no ayudaría en nada.
Me apenaba ver la cara de desolación de Irene. Tantas ganas como tenía de hacer un crucero, y cuando al fin decidió que yo estaba preparada para vivirlo a tope, nos estaba ocurriendo aquello.  Sabía lo que pensaba con sólo mirarla. Mucho después me confirmó que acerté: “¡Pero en qué barullo he metido a mi madre! ¡Si la pasa algo no me lo podré perdonar!” Y yo, le estaba inmensamente agradecida por querer una vez más compartir conmigo un viaje tan magnífico como sin duda iba a ser el nuestro.
Sonreía para transmitirle a ella tranquilidad, calma o dar normalidad a una situación que no lo era en absoluto.
Pensaba en mi estrella y pedía ¡¡Qué pare ya!! Este Tiovivo ya no tiene gracia. Sé que no va a pasar nada malo, no hemos venido aquí con tanta ilusión para sufrir un gran disgusto… Pero ¡¡que pare ya!! Repito, sabía que tenía que mantener la calma por las dos.
Repasé mentalmente los pasos para ponernos correctamente el chaleco salvavidas, y qué ropa de más abrigo teníamos, por si sonaba la alarma de evacuación, pero también pensaba: “Aquí no hay Iceberg, si un barco de esta envergadura se mueve como una barquita caletera, ¿qué hará un temporal con esas barquitas “salvavidas” que adornan el barco en babor y estribor?

Lo que estuviera escrito por nuestro destino, iba a pasar y no podía ser nada malo. No podía hacerle esa putada a nuestros amores que en tierra quedaron ansiosos por saber lo bueno y bonito que estaríamos viviendo y fotografiando… Y yo pensando”¡¡Si ellos supieran!!”.

Quien me conozca personalmente dirá: ¿Le tienes miedo a una sandez y no tuviste miedo esa noche? Pues ya veis, así es la mente humana. Doy gracias cada día por tener la que tengo.

Serían las seis de la mañana, ocho horas de vellón habían pasado cuando por fin vi que mi niña dormía. En la televisión que tuvimos encendida toda la noche, empezó a emitir el canal 24 horas y en las noticias escuché que había temporal en el Mediterráneo, con olas de más de 9 metros de altura y vientos de no sé cuantos nudos. Estábamos en alerta naranja y así sería al menos durante todo el día… Pues nada, ¡¡a intentar capear el temporal!! ¡¡Y que aguanten en su sitio todos los tornillos bien apretaus!!
Logré también quedarme dormida, agotada por el sueño y con dolor de brazos, hombros y cuerpo entero al sujetarme tantas horas al catre, sobre todo en los momentos que más se movía el barco. Cuando despertamos dos horas después, el movimiento era mucho más suave, pero constante.
Apenas pudimos ducharnos guardando el equilibro para salir del camarote y ver cómo estaban las cosas.
Teníamos que agarrarnos a los pasamanos en pasillos y a lo que podíamos en el resto del barco. La cabeza era una jaula de grillos borrachos.
Irene muy pendiente de mí, preocupada por si el mareo me hacía caer. Las caras de ilusión que veíamos en el pasaje el día anterior, habían desaparecido oculto tras las ojeras que deja una noche insomne. Algunos decían que se sentían con resaca de una borrachera sin haber bebido ni agua, y sin habérselo pasado bien.
Contaban a quien quería escuchar, el susto y el miedo sufrido. Noche muy parecida a la nuestra, cada una con sus propios matices, porque algunos relataban que habían pasado la noche abrazados llorando durante horas. Sus ojos decían que era cierto.
Las piscinas se habían vaciado y estaban rotas las sombrillas fijas que protegían y adornaban el techo del jacuzzi.
Christian nos confesó que nunca habían vivido algo parecido. Que tuvieron que amarrarse a las literas para no caerse y que antes de acostarse, tuvieron que recoger los platos, vasos, cubiertos y enseres del comedor porque había caído todo al suelo.
A los chicos de la despedida de solteros que tanto ruido les vimos hacer antes de zarpar, jamás volvimos a verlos.

Como dije, siempre me dio mucho respeto embarcarme en un crucero y ahora, tras el vivido, diré que si se me presenta la ocasión, no me negaré a hacer otro, con la seguridad de que no siempre nos va a pillar temporal en alta mar.
Sé que quien haya sufrido estos días alguna catástrofe por la gota fría, la ciclogénesis  y los coletazos del huracán Leslie y de su prima, esto lo verá como una sandez, así fue nuestra sandez y quise compartirla y animar a quien tenga respeto a viajar en crucero, que se anime, que es precioso.
¿Cómo iba a pasarnos algo malo a nosotras; románticas de mar y más de tierra que un tiesto? ¡¡Pues no!! Nos ocurrió para tener tema para esta crónica y punto… Y aparte, que mañana toca la de excursiones.

miércoles, 24 de octubre de 2018

NUESTRO PRIMER CRUCERO


NUESTRO PRIMER CRUCERO   21-10-2018

Otro viaje lleno de vivencias para el recuerdo, porque incluso los malos momentos que en él vivimos, no queremos olvidarlos. Todo, lo bueno, lo buenísimo y hasta lo horrible, formará siempre parte de “Nuestro primer crucero”.
En esta ocasión la sorpresa volvió a llegar de la mano de Irene. Apenas 3 días antes de la fecha de inicio del viaje, me enteró de ello. Como siempre, ya con todo listo excepto las maletas.

Una vez más mi marido decidió quedarse en casita. Así él es feliz. Siempre le echamos de menos, a mi niña y a mí, nos gustaría (como mínimo) viajar los tres juntos, vivir las aventuras que tanto nos gustan,  pero él prefiere quedarse y así se hacen las cosas: ¡¡Tal como el rey de mi casa prefiere!!

No pudimos zarpar desde el puerto de Madrid porque en todos los cruceros colgaba el cartel de “No quedan localidades”, por eso rodamos en AVE hasta el lugar contratado.

Desde nuestro hotel nos movimos como pez en el agua (para ir entrenando) hasta el encuentro con la preciosa Mavi, nuestra guía particular, que sin cobrarnos 1 € por impuesto turístico, ni por utilizar WC en edificios de servicio público, ni por enseñarnos los rincones favoritos de la ciudad donde vive; pasamos juntas una tarde-cena súper agradable y bien reída.
Al día siguiente, 1 de octubre, recorrimos en taxi los 15€ de distancia que nos separaban del muelle de cruceros, dejándonos el conductor junto a la proa del nuestro.
Aguardamos la cola para los trámites de entrega de nuestras maletas y posterior recogida de la documentación que nos acreditaba como cruceristas. Con todo listo, antes del medio día abordamos el barco, repletas de ilusión.
Casi se nos desencaja la mandíbula al cruzar la puerta de embarque y ver lo bonito que es. Ilusionadas como niñas, nos dedicamos a pasear para ubicarnos e irnos familiarizando con las instalaciones.
Después de comer pudimos tomar posesión de nuestro camarote y dejar en él los equipajes de mano.
Ya con las manos libres, continuamos con el reconocimiento ocular del que iba a ser nuestro hotel flotante durante una semana completa.
Antes de zarpar, los más de dos mil pasajeros y parte de los casi mil tripulantes, fuimos avisados por megafonía de ir a los camarotes a recoger los chalecos salvavidas y con ellos ir aguditas escaleras arriba hasta la cubierta 7 donde haríamos un simulacro de evacuación, tan leve y suave, que de ocurrir alguna catástrofe, pereceríamos cual peces en red de pescador. Como decía mi padre: “¡Un traguito y a tomar polculo!”.
Tras el simulacro, regresamos al camarote tan inexpertas como salimos de él y deseando no tener que hacer por nuestras vidas más que comer, viajar, divertirnos y disfrutar por fin de un crucero, experiencia que sobretodo Irene tenía tantas ganas de vivir.
Yo siempre fui más prudente, saber que tendría que estar varios días rodeada de agua, me daba mucho respeto, aunque poco a poco me había ido convenciendo, por eso, al recibir la noticia de que nuestro primer crucero iba a ser una realidad, me sentí completamente feliz e ilusionada.

Subimos a ver zarpar el barco a la cubierta 13 y desde allí contemplar la hermosa puesta de sol. Un espectáculo para el que no se necesita localidad, asiento, acomodador ni actores, pero que es único e irrepetible cada atardecer. Disfrutarlo en alta mar, es un lujo que paladeamos felices, brindando a nuestros amores esa felicidad para sentir que estaban a nuestro lado en todo momento, pese a que tendríamos que desconectar los móviles durante el día y medio que estaríamos navegando sin tocar ni avistar tierra firme.

Durante todo ese tiempo “incomunicadas”, ocurrieron cosas tan intensas, que merecen ser contadas en crónica aparte, aunque hoy no será su publicación, como tampoco lo serán las escalas y resto de experiencias vividas en aguas y tierras italianas y españolas.

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