NO ODIO A LOS PERROS 05-11-2025
Pues no: NO odio a los perros, de hecho, me encantan los animales: en los documentales de tele, me parece interesantísima la inteligencia que poseen, muy por encima de la de los humanos. A ellos sólo les faltaría hablar, (y pagar una hipoteca) para estar muy por encima de todos nosotros.
NO odio a los perros tanto es así, que a lo largo de los años he escrito un montón de cartas, en prosa o verso, como despedida para los ladradores que subieron al cielo de los perritos. Lo escribí como consuelo para los humanos con los que convivían, y que los querían como si fueran familia de sangre.
Si odiara a los perros nunca hubiera escrito algo bonito, poético, profundo y sensible salido del corazón. Hoy lo haré en la forma que leeréis, porque he vivido la gota que ha colmado mi vaso del silencio.
A pesar de haber nacido y vivido en un pueblo, nunca tuve perro, ni yo, ni ninguno de mis antepasados. ¿De haberlos tenido, quizás mi enfermedad no existiría? No lo creo, porque ninguno de mis antepasados fue carnicero y no le tengo fobia a los filetes.
Las enfermedades no las buscas, ellas te encuentran. ¿O eso era el amor?
No tener perro no es algo que me machaque el día a día. Vivo muy feliz… soy lo feliz que se puede ser, tal como lo es todo el mundo.
Repetiré las veces que haga falta que: NO odio a los perros, odio las situaciones con las que algunos dueños me obligan a sufrir con su mascota.
Bueno, hablemos como manda la santa actualidad: antes eran mascotas, y ahora son los familiares del perrito (o perrazo, dependiendo de la talla del cánido).
NO odio a los perros: soy “perrofóbica”, que, si la palabra no la registra la RAE, la registro yo, como enfermedad tatuada en propia piel, cada vez que me cruzo con un perro sin correa, o con jaurías de perros sin dueños, aunque de estos: “perros callejeros”, cada vez hay menos, afortunadamente para ellos, aunque cuando se me da esta horrible circunstancia, me apaño para huir, en muchos casos formando una escandalera que Sí odio formar, porque ver perros sueltos por la calles, siempre fue y será mi tortura… y ODIO que se me note… o peor aún, se cuente en todas las reuniones durante años, la cara que puse, o el jaleo que formé, aquel día que aquel perro… Nadie entiende que no lo hago por gusto, es visceral, incontrolable, y quien piense lo contrario, es mas irracional que el animal que causa mis males psíquicos… Maldito el viejo sin alma, aquel cabrón, que me azuzaba a sus perros siendo una niña, de ahí me viene la fobia.
A pesar de ello, soy tan respetuosa con los perros, que a lo largo de mi vida he dejado de acudir a fiestas o reuniones donde sabía que había un perro (o si ya eran varios, pues no yendo, evitaba un ingreso en cardiología).
En otras ocasiones, el respeto de mis amigos hacia mí, hacía que guardaran a su perro en el jardín o en habitación donde pudiéramos NO coincidir su amiguito y yo.
Era entonces cuando otros, “buenos amigos” con dudoso sentido del humor, se reían de mí (que no conmigo), por tener miedo de los perros, cosa que aún me frustraba más, aunque me desfrustraba cuando me reconocían que ellos, lo que no soportaban era ver una cucaracha o una araña… ¡¡ya ves truz!! Podrían permitirse ser cucarachofóbicos o aracnofóbicos, y morían de asco… pues, de esas fieras, les salvaría yo, aunque les hiciera huir, para no escuchar el craaaack de una cucaracha al pisarla, no me reiría de su enfermedad, (que las fobias lo son, y muy graves en muchos casos).
Muchas veces me excusé para no ir a esas reuniones, porque mi educación y mi sentimiento, no me permitía, consentir que el animalito tuviera que ser encerrado, por la presencia de una insignificante “perrofóbica”.
Antes, en los restaurantes, bares o tascas, había enormes carteles donde ponía: PERROS NO o NO SE ADMITEN PERROS. Ahora es incontrolable, porque como “se puede” acudir a dichos locales donde sirven comidas a humanos en compañía del amigo perrito, parece que en vez de “se permite”, leyeran sus humanos: “es obligatorio, venir con su perro”, aunque olvidan lo que de lógica tenga esa nueva ley, que desafortunadamente no incluye en su decreto, el adiestramiento, el respeto y urbanidad que sus humanos, han de marcar a su amigo perruno, ellos por instinto no saben de esas normas, pero tampoco sabían de otras que sus entrenadores les inculcaron, y aprendieron.
Lo lamentable, es que, cuando se me ocurre decir: “por favor, sujete al perro”, se enfadan y hasta me increpan, en vez de pedir perdón.
Los dueños… perdón, los amigos… ¡qué coño! En este caso los dueños, (que ellos sí necesitarían bozal), de perros, se ríen de la regla: “se admiten perros con correa”, mientras escribiendo sus propias normas, permiten al perro, suelto, meterse entre mis pies, paseando por debajo de mi mesa… entonces me muero de miedo, formo el alboroto por el disgusto, y me acusan como mínimo de “odiar a los perros” … ¡no! NO odio al perrito, te odio a ti, tanto como tú me odias.
A vosotros os está permitido llevar al perro a comer, donde antes estaba prohibido, pero esa ley a mi no me obliga a que me encante todo lo contrario.
A mí no se me ocurriría poner a mi niño, con un pañal sucio, sobre el velador de una tasca, o la mesa de un restaurante. Como tampoco se me ocurriría decirle al respetable señor de la mesa de al lado: “cambie usté el pañal a mi niño, que es precioso, pero está de mierda hasta las cejas” …
Es más, si se diera la circunstancia, iría con el muchachito al baño para no cambiarlo delante de otros comensales… ¡Tengo la mala costumbre de ser educada! Y de seguir unas normas de convivencia lógica.
Señores y señoras, todos sabemos de sobra que, los perros no tienen zapatos, que caminan por las calles donde pisan y olisquean todo lo que haya tirado en el suelo; olisquean los meaus de las esquinas y los culos de otros perros, y vosotros, besáis en el morro húmedo a vuestro amigo… Allá vosotros, si os apetece contraer: leishmaniosis, tiña, toxocariosis, moquillo… impregnándoos del pis de otro perro al besar en la boca al vuestro, o incluso allá si os da lo mismo contraer la rabia, que es la que demostráis en muchas ocasiones, cuando veis a alguien como yo, (que somos muchos), que no nos acercamos a hacerle monerías a tu perro sin correa… ni con ella… apostillando: “si no hace nada, es muy buenecito”… No te hará nada a ti, que es tuyo, pero a mi que no me conoce de nada, como mínimo va a ladrarme, suficiente para que me mate del susto.
Si yo evito, a mis convivientes, la sola visión del pañal de mi niño lleno de caca, evitar vosotros, depende de qué hábitos no obligatorios en público con tu perro, por mucho amor mutuo que os tengáis, que en eso ni entro, ni entraré.
Tampoco es de lógica, que pongan sobre la mesa o velador, pedazos de alimento para que el perrete dejando huella de sus patas, sus babas, su lengua, y su hocico, participe del aperitivo, que, al ver la escena, el comensal de al lado, se le atragante el propio que esté tomando.
Aplaudo y aplaudiré a quiénes tengan amigos perros (antes mascotas), pero educarlos, ya que a un amigo no se le adiestra, demostrar que sois educados, que, si los perros tuvieran un poco más de conocimiento, se avergonzarían de vosotros.
¿Os imagináis? Que todos diéramos rienda suelta a los “se puede” o “se permite” y cada uno llegue al bar con su… vete a saber que bichito suelto.
Un ganadero, o mayoral, está orgulloso de sus toros, los aman y crían desde becerritos y se tienen un amor y confianza mutuos, pero a estos, no se les ocurre sacarlos sueltos de paseo, para lucirlos, pensando si a algún humano le puedan dar miedo los cuernos, (del toro).
A los perros los tengo respeto, NO odio a los perritos, ya he dicho que a quien odiaría sería al dueño, ya que, en este caso, me voy a permitir no denominarles amigos o familiares, del indefenso animalillo, porque no tiene culpa de que no lo eduquen, y los humanos avasallan e insultan a quienes no podemos soportar lo que a vosotros parece encantaros.
Desde que sacaron otra ley magnífica, he dejado de ser fumadora pasiva en los bares, para ser perro pasiva, aunque no pueda “pasar por alto”, el tema por más tiempo, y hoy es justo lo que me ocurrió, y que provocó el nacimiento de esta crítica.
Mi hija y yo, entramos en un conocido bar, con ánimo de desayunar tranquilamente. Justo me acomodé en la mesa, mientras mi hija pedía en la barra las consumiciones.
Enseguida entró una señora mayor… perdón, por su falta de respeto, voy a denominarla como debe de ser: entra una vieja con un perro grande y peludo, que se viene a mí como si me conociera de toda la vida el animal.
Por no decir: “aparta de mi a la fiera”, simplemente y sin mediar palabra, me parapeté “discretamente”, detrás de la mesa, para lo que tuve que agarrar la mesa y arrastrarla hasta poder caber detrás y además utilizar las patas de la dicha mesa como distancia entre el perro y yo…Nadie en el bar, salvo mi hija que vino en mi auxilio, se percató de mi acción.
La vieja, lejos de pedir perdón al ver mi miedo, me gritó: “que yo sepa, aquí está permitido que entren perros”.
A lo que dado su descaro contesté: “pero no es obligatorio que, a mí, me apetezca, que tu perro se me acerque y me asuste”.
La vieja pretendió continuar despotricando, pero yo no abrí más la boca, porque mi niña salvadora, puso en su sitio a la vieja maleducada, que agarró su perro y con el rabo entre las patas, salió a sentarse con el perro en la terraza exterior, aunque ya para entonces, todo el bar se enteró del incidente… y vosotros estáis partidos de risa imaginando la escena… no os culpo… Eso sí, vosotros los que habéis llegado hasta aquí con la lectura, y el que no, se lo ha perdido.
Algunos dueños me dicen: “si no te gustan los perros, quédate en tu casa”. Pues a quien lo piense o exprese así, le diré que, una: interpretó a su libre albedrío lo que no escribí, y dos: me estáis dando la razón con todas las letras.

No hay comentarios:
Publicar un comentario