LEYES Y DERECHOS SIN DEBERES Atemporal
La vida tiene demasiados peligros para los jóvenes, como para, además, permitir que destruyan su salud.
El joven no es culpable de tener todo a mano, ni de por tenerlo hacer uso e incluso abuso de ello.
Somos los padres y educadores los que una vez más tenemos la obligación y el deber de aguantar los que los hijos hagan con sus derechos, mientras los hijos tienen todos los derechos y ni una sola obligación. ¡¡Dios nos libre de obligarlos a nada!!
Pienso que no es maltrato un cachete a tiempo, ni lo es un castigo justo, pero es que actualmente ni cachete, ni charla, ni castigo… vale, pues algo habrá qué hacer.
Castigo no: inventemos la estimulación para cumplir normas en casa, en el centro escolar y en la calle.
No es peor padre el que “raciona” que el que da a su hijo a manos llenas, incluso más de lo que en propio niño pide, y mucho menos necesita.
Cachete no: inventemos o pongamos en práctica lo ya inventado.
La rebeldía de un joven no nace, se hace y empieza a “reproducirse” en la familia por permitir demasiadas exigencias desde que el niño aprende a balbucear.
Un bocinazo no: Podría traumatizar al brutito.
Cuando un niño se pone terco, un golpecito en el cachete del culo con la mano abierta y sin demasiada fuerza, hace más efecto que cualquier otra cosa, aunque ahora ese cachete es delito y podrían incluso encarcelar al padre… ¡¡¡Nos hemos vuelto locos!!! A saber qué harán privadamente en sus casas los que han inventado esa ley, cuando uno de sus hijos se pone bruto, justo en ese momento en que el infante no entiende de razonamientos ni razones.
Hace años asistí con mi hija pequeña en su primer año de preescolar, acompañada por varios niños más de su clase, con sus madres, a una charla que nos daba un dentista para “educarnos” en la forma de cuidar la boca de nuestros pequeños y evitar las caries.
Según el doctor no había que darles chuches siempre que lo pidieran y en caso de que tomaran algún dulce, hacerles cepillar los dientes durante varios minutos y bla, bla, bla…
Ante el “acoso” a preguntas y “apostillas” de las madres, ante la imposibilidad de llevar sus cepillos de dientes en el bolso y a cada sesión de chuches, seguida otra de cepillado, o ante la reiterada negativa de darles golosinas, con la consiguiente rabieta, el joven doctor finalmente nos dijo: “Yo he dicho lo que obligatoriamente como dentista debí decirles, ahora voy a confesarles que como padre, permito que mis hijos coman golosinas; sin abusar, porque muchas veces es la única forma de que nos dejen un rato tranquilos.
Creo que como ejemplo vale perfectamente lo de “consejos vendo y pa mí no tengo”, que será lo que aplicarán los inventores de semejante “Ley contra el cachete”, que tenemos desde finales del lejano 2007. (Uf, cómo pasa el tiempo, desde que escribí esta crítica y la olvidé en un cajón).
Retomo: casi 20 años, en los que nos ataron las manos para aplicar un simple cachetito como correctivo… Pues, porque me ha dicho Google la fecha, porque yo creía que no había pasado tanto…
Prosigo: si a un hijo se le dan alas, lo lógico es que vuelen, aunque sea sin instructores, de ahí que estén abocados a estrellarse, y ser los padres quienes recojan los pedazos.
Desde hace muchos más años, los hijos tienen muchos derechos, todos los derechos que existían y los que se van inventando a lo largo del camino, aunque no tienen prácticamente ninguna obligación y además se les otorgó el derecho a con 16 años poder tomar libremente la píldora del día después o abortar sin permiso ni conocimiento de sus padres.
Imagino que, para aprobar dichas dos temerarias leyes, no consultarían ni a padres, ni a médicos, ni farmacéuticos.
Una vez más empezaron la casa por el tejado.
A los padres se les quedó completamente indefensos ante lo que se les puede venir encima: Trastornos ginecológicos a muy temprana edad por el uso o el abuso de esa píldora que pueden adquirir sin control o incluso perder a su hija cuando le practiquen una operación de aborto, que, como todos sabemos, conlleva demasiados riesgos físicos y mentales, como para no necesitar siquiera autorización, ni compañía de sus padres y tutores, con los que presumiblemente vive esa menor.
Primero y como mínimo debería haber una buena educación sexual, con mayúsculas, complementado con la educación en el entorno familiar y los colegios, en los que –como mucho- dan cuatro charlas leves, ¡en los que raramente se dan!
A los menores se les prohíbe comprar tabaco o alcohol con muy buen criterio, hasta a partir de los 18 años y como bien sabemos, se buscan las mañas para hacer botellones y llegar a casa como muchos llegan con la tranquilidad de no recibir correctivos… no vayamos a mermar sus derechos…
Las personas de mi generación, nos adelantamos demasiado para nacer y haber tenido alguno de esos derechos.
Afortunadamente, crecimos sin demasiados traumas, porque si no sabíamos lo que eran derechos para los invisibles niño y jóvenes, mucho menos sabíamos lo que eran traumas… ¡¡Oye!! Y hemos llegado a vejestorios habiendo sabido educar con amor a nuestros hijos y ayudado en la crianza de nuestros nietos, con buen criterio, con mejores medios y más “adelantos”, de los que tenían nuestras familias, pero lo hicimos lo mejor que supimos y pudimos, sin tanta restricción como nos pusieron a la generación: “bocata de chóped… nacimos sin derechos, porque no pasamos de ser “ropa tendida” para nuestros padres y abuelos, y cuando íbamos a convertirnos en “lo rico de dentro”, nos ponen la tapa de encima con los derechos de hijos y nietos… No tocó ser invisibles.
Vivamos: sin traumas, con
derechos, con deberes, con ilusión… ¡¡Vivamos!! ¡¡Morirse es lo último!!
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