domingo, 9 de marzo de 2025

HASTA SIEMPRE JUAN LUIS


HASTA SIEMPRE JUAN LUIS 08-03-2025

 ¡Hola vecino! ¡Hola vecina! Era nuestra premisa, santo y seña que no utilizo con nadie más… ¿Una tontería? Podría ser, pero era nuestra tontería.

 Ahora ya sabes lo que hay después, porque ayer descansaste de la durísima prueba que la vida te puso delante durante demasiados años... En todo lo que creyeras o no, divino o humano, contigo lo llevaste.

 Lo que Correos y Telégrafos unió, no lo separó la convivencia en el mismo rellano. Hace 47 años que conocí a varios compañeros de mi marido, justo el día en que, ilusionados unos cuantos jóvenes carteros y telegrafistas, pero sobre todo amigos, cada uno con su pareja, (muchos estábamos casi recién casados); acudimos a la cita del notario, que uno a uno nos entregó las llaves de nuestros nuevos y flamantes pisos.

 Fue una gran suerte acceder a esa vivienda, que para muchos de nosotros era como un verdadero buque donde comenzar a navegar una nueva vida.

Pronto la amistad que teníais nuestros maridos, se convirtió en amistad también entre nosotras: vuestras mujeres. (No de todas, no vamos a engañarnos, porque también había huesos duros de roer y decidimos enseguida que “a otro perro con esos huesos”.

Como una gran familia, vimos crecer a nuestros hijos: los que en ese momento estaban, y a los hijos y nietos que fueron arribando para engrandecer la flota de nuestros barcos.

 Por aquel lejano día de la entrega de llaves, entre varias niñas de otros compañeros, estaba vuestro Mario, el niño precioso, rubio, de ojazos azules que con la sonrisa y la mirada iluminaba el barrio entero. Años después, junto a varias niñas más, de otros tantos vecinos amigos, alegró vuestra casa la ilusión de la llegada de Virginia. Una niña deseada y adorable, que al igual que Mario, con su sola sonrisa y el azul de su mirada, ilumina ya no el barrio, porque ella, junto a vuestros nietos Álvaro y Sandra alumbran la ciudad entera… Con el consiguiente ahorro de luz para el Valladolid de la leyenda del Pisuerga.

 Hoy esos ojos estaban apagados. Llenos de lágrimas por ti, su querido padre y abuelo, que ha zarpado en el último viaje, a surcar nuevos mares libre del dolor de su cuerpo, dejando en la orilla, para su querida familia, su alma y su amor.

Se va un hombre luchador, de fuerte carácter, tan necesario para afrontar y sacar adelante aquello que te proponías.

 Muchas horas de tu tiempo libre, dedicaste a que el barrio donde habitamos fuera un lugar digno en el que vivir y criar a nuestros hijos, y que también pudieran disfrutar nuestros nietos, aunque con el paso de los años, inundaron los arrecifes unas algas dañinas que están destruyendo nuestro ecosistema, y ya no estás para intentar erradicarlas, tal como hiciste mientras tuviste fuerzas.

 Eras tenaz y defendías tus ideales. Sabías que navegabas en aguas turbias y olas que a veces debilitaban la quilla y hasta el mascarón de proa te pedía no luchar contra corriente, con las velas rasgadas por la furia que los vientos desataban.


Quedas escrito con tinta invisible en el diario de a bordo, páginas que sólo lee quien las escribe y quien, con tu permiso, leyó algunas de esas frases para guardarlas en secreto. Todos tenemos uno de esos metafóricos diarios, y un confidente al que dejar que lea nuestros profundos sentimientos, y tú, capitán de tu propio barco, estoy segura que guardaste celosamente el tuyo, y ahora navega encerrado en tu camarote bajo llave.

 Ojalá existieran más personas como tú. El mundo sería mucho mejor, pese a que muchos en vez de agradecer tu esfuerzo, tus horas, tus días y tus años para lograr ese bien común, denostaban tus buenas acciones, incapaces de remar en la misma dirección, para lograr el beneficio por la causa, que era la de todos.

No soportabas las injusticias y te implicabas al máximo para lograr los objetivos que en beneficio de todos te marcabas, sin importarte perder tu tiempo, dinero y salud en ese empeño.

Muchos, demasiados, necios y malagradecidos que nos rodean, quizás se quedaron con el último portazo que diste, en vez de darse cuenta de la cantidad de veces que abriste cuidadosamente las puertas, para entrar a hurtadillas haciendo el bien sin mirar a quien, hasta que harto de injusticias, dabas ese portazo, ganándote algún apelativo que no merecías… Así nos ocurre a los que decimos la última palabra mucho más alta, para que se escuche bien. Se nos tacha de lo que no somos, y si hicimos algo bueno, desaparece entre la montaña de maldades, de las que injustamente se nos acusa… lástima que los maledicentes se quedan en la cáscara, perdiéndose lo mejor del fruto: su corazón y sus valores… Ellos se lo perdieron.

 Vamos a extrañar no ver tu sonrisa, y mirar como tirabas “palante” de la vida, casi sin fuerzas, porque se te acabó muy pronto la fortaleza, atrapado en esa puta enfermedad de la que una y otra vez salías, hasta que se terminó del todo la esperanza y dejaste de respirar.

No fue derrota vecino. Siempre digo que no hay derrota, puesto que no había guerra ni batalla, era una maldita enfermedad la que te atrapó, y con la que te tocó convivir, quisieras o no.

 Me quedo con aquella inolvidable tarde de Nochebuena. ¿Recuerdas? Los tiestos de Correos se secaron porque mi marido y tú os bebisteis el agua de regarlos y llegasteis a casa con una alegría inusual… muy inusual, porque ninguno de los dos teníais esas feas costumbres de beber sin sed, hasta caer de culo, ya que ¡¡Ay de vosotros, si se os hubiera ocurrido!! Pero un día fue un día, en el que me hicisteis reír mucho.

Estabais muy graciosos… comisteis los dos en nuestra casa, un arroz con pollo, que, por las horas, más de merienda que de comida a la llegasteis, seguramente se había quedado bueno para enfoscar, ese alicatado hasta el techo con el que os sentasteis a la mesa aquel 24 de diciembre de 1979.

Foto hay, para dar fe del momento… ¡¡Menudas pintas llevabais vecino!!

Afortunadamente, se os diluyó el maremoto en risas, y en saber mear a tiempo para sentaros a la mesa de la cena familiar de Nochebuena, con la elegancia que la noche requería.

Otros momentos inolvidables son para mi marido las muchas jornadas domingueras, cuando os hicisteis socios del Pucela, e ibais los dos juntos en nuestra vespa roja al estadio para ver a un Real Valladolid tan mediocre como querido por los pucelanos… eso no cambia ni cambiará vecino.

 Dejas una herencia genética cuajada de buena gente. Para ellos, serás la estrella y el faro que alumbrará sus noches, y con esa luz de amor, continuarás viviendo en cada uno de ellos, en cada uno de todos los que te quisimos y apreciamos por como eras, tal como eras… Nadie es perfecto.

 Ahora Maricarmen, mi querida Maricarmen, va a tener que acostumbrarse a continuar la vida sin ti.

Seguirá compartiendo contigo sus temores, sus alegrías, sus penas… y tú desde donde estás ahora, podrás aliviar ese dolor y el vacío inmenso que has dejado en vuestra casa, y en su alma.

 Han sido muchos años pendiente de esa enfermedad que era tuya, los dolores tuyos y las consecuencias tuyas, pero inevitablemente la compartíais, porque para quien está al lado de un enfermo, es tan duro, que, con la rutina, apenas se da cuenta que ha tenido que ser la fuerte para contrarrestar tu debilidad.

Va a tener mucho tiempo para olvidar los malos momentos y revivir los buenos y bonitos de toda una vida juntos. Extrañará incluso las peleas tontas y listas que, como las rosquillas de San Isidro, llenan las cestas de las vivencias familiares.

Rarezas que ya traemos al nacer, pero con la edad se desarrollan y crecen sin dejarnos ver el sol. Rarezas que con motivo o sin motivo duelen.

 Así somos los vejestorios. Aunque en vuestro caso motivos había, porque la enfermedad agrió el carácter y ahora, ya no hay tiempo de enojos, sólo de revivir el amor y los momentos maravillosos, que los hubo, y os unió con los lazos más fuertes que existen: los del amor y los buenos recuerdos.

 Querido vecino, me quedo, con la última vez que te vi, hace tan solo un par de días. Ya se notaba que estabas en tus ultimas horas de vida. Sin apenas fuerzas, me tendiste la mano para que la tomara entre las mías. Entendí que era tu forma de despedida, con ese inmenso cariño mutuo, que guardaré para siempre en lo más profundo de mi corazón.

 ¡¡Hola vecino!! ¡¡Hasta siempre buen amigo!! ¡¡Hasta siempre vecino!! 


 

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