DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER 08-03-2023
Ayer se cumplieron 125 años del nacimiento de la mejor mujer que conocí: mi abuela Felisa. A ella dedico esta crítica como regalo de cumpleaños.
Parece que las mujeres somos tan importantes en el mundo, que hasta nos dedican un “día internacional” para nosotras solitas.
No estoy muy segura de en qué consiste este día y por qué hay que celebrarlo con tanto bombo y hasta platillos.
Al parecer, las mujeres pedimos derechos que no tenemos y yo en eso estoy de acuerdo: exijo los mismos derechos para los hombres y las hombras. Lo de diferenciar el género y al hablar o escribir estemos obligados a apostillar “miembros, miembras y miembres”, me parece una soberana tontería que no conduce a nada que no sea crear polémica en el léxico… Si te quedas embarazada dices “Voy a tener un niño o niña”, pero no un bebé o una baba…
En verdad lo que quiero es comentaros así por encima (como suelo hacer), que no sé cuándo hicimos el cambio de generación. No sé cuántos años dura ese espacio de tiempo, pero por avanzar en el texto diré que a las mujeres de mi joven generación, no nos enseñaron que teníamos derechos, ya entonces, ellos tenían derechos y nosotras derechas… ¡¡Como una vela!! Tampoco sé en realidad el porqué de ese dicho, pero “derecha como una vela” era la premisa para nuestro correcto caminar en la vida.
¿Los hombres hacer tareas domésticas? Eso no entraba en vocabulario, ni pensamiento de mente humana.
Un hombre se quedaba viudo sin hijas ni madre y no faltaba la vecina o familiara que le echara una mano al pobre “manco”.
En cambio si una mujer con varios hijos a su cargo enviudaba, sacaba adelante a todos esos hijos e incluso a los suegros mayores si los hubiere heredado al enviudar, sin ayuda alguna o si acaso, con la ayuda de la abuela de los huérfanos de padre… (Ya que pasaba por allí).
Desde bien pequeña viví el machismo moderado de mi padre y mi único abuelo, aunque en realidad, no sé si las machistas de alguna forma eran la educación de mi madre y abuela que incluso les ponían la ropa interior en la manita, como si ellos no fueran válidos para abrir un cajón y coger los calzones planchaditos que ellas les habían dejado allí únicamente para ellos… y siempre en el mismo cajón para que no hubiera perdida.
Las mujeres de la generación de mi madre y abuela, trataban como a reyes a sus hombres, porque ellos “trabajaban” y ellas no… ¡Casi nada! De esa forma en vez de convertirse ellas en reinas, se convertían en vasallas… aunque la ley no escrita les halagaba diciendo que eran “las reinas de la casa”… sin sueldo ni derecho a nada. ¡Espera! Que en eso las amas de casa no hemos evolucionado tanto, ni llegaremos jamás a conseguirlo por mucho día de la mujer, que por cierto, comenzó siendo el “día de la mujer trabajadora”, claramente discriminatorio para las amas de casa, que al parecer no trabajamos nada de nada… ¡¡Ojalá no trabajáramos tanto para lo poco agradecido que es nuestro “gremio”!!
Desde pequeñas, hacer “los recaus” era cosas de chicas. Recuerdo que iba a la bodeguilla a por el vino a granel que mi padre tomaba en las comidas. Eso sí, cuando comencé a ser mocita y los parroquianos de la bodeguilla podrían mirarme con ojos “golositos”, no me mandaron más a por el vino.
En casa, la mesa la ponía y quitaba yo, sin protocolos. Fregar, fregaba mi madre, “no fuera yo a romper algo”… Aunque romper, romper, era difícil porque nuestros platos eran de loza y con un solo golpe se podrían “esporcellar”. Esos desconchones negros quedarían feos en nuestra humilde mesa, por eso lo del fregar lo hacía ella.
Si a mi padre se le acababa el pan durante la comida, si necesitaba una servilleta o cualquier utensilio necesario al menester comensal… la niña (yo) “por lógica” y sin que supusiera para mí un trauma o discriminación, se lo ponía en la manita… y no era manco mi padre, ni tenía problemas de movilidad.
Al llegar a casa le preparaba sus zapatillas que estaban en lugar inaccesible para sus masculinas manos en el taquillón de entrada. Hiciera lo que hiciera la niña en ese momento, lo dejaba para orgullosa y gustosa, preparar al padre las zapatillas y guardar sus zapatos.
Cuando mi padre quería irse a acostar, cada noche, yo misma tenía que retirar la cocha que ponía mi madre adornando la cama durante el día.
Cuando de la tele nos gustaban hasta los anuncios, porque era el aparato mágico del momento, hubiera lo que hubiera, aunque fuera el momento cumbre en la trama del Estudio 1 de turno, si mi padre decía: “Maisi, ábreme la cama que me voy a acostar”, no había excusa, había que ir a doblar la colcha minuciosamente para que mi padre descansara a gusto que para eso se lo había ganado el hombre… Recuerdo que a veces me contrariaba tener que hacerlo, (lógico, era una cría) y hasta encontraba natural que fuera yo la requerida. Sí, efectivamente re-querida, porque siempre me sentí muy querida por mi padre y él me lo pedía con la misma naturalidad con que se pide un beso. No me imagino a mi hermano doblando la cocha cada día, mucho menos sin protestar.
Mi padre o hermano, al salir del baño, dejaban la ropa sucia regada por el suelo y la bañera “lógicamente” también sucia. ¿Quién lo limpiaba cuando pude hacerlo a gusto de mi madre? ¡¡Exacto!! ¡¡La niña!!
Aprendí a limpiar bien el polvo porque lo hacía cada día al volver del instituto, teniendo a mi madre como vigía pasando el dedo por la superficie de los muebles y teniendo que repetir la operación hasta que los ácaros no encontraban acomodo en nuestra impoluta casa.
Eso sí, yo tenía todos esos quehaceres y a cambio, mi premio era un horario de llegada a casa bien tempranito en cualquier estación del año, mientras mi hermano con tan solo año y medio más que yo, tenía toda la noche para sus diversiones, también desde muy tempranito.
Estas y mil tareas “propias de mi sexo femenino” realicé de niña, adolescente y moza casadera en el hogar paterno-materno y cuando me casé, dejé mi trabajo de dependienta para dedicarme en cuerpo y alma al cuidado de mi familia.
Mi marido se ponía solito las zapatillas y guardaba sus zapatos e incluso lustraba los míos si falta hiciere.
La primera vez que lo vi salir del baño, allá que fui bayeta en mano a recoger el tiradero de ropa al que estaba acostumbrada, pero no: lo había recogido y limpiado él perfectamente.
En esas pequeñas cosas cambió mi vida nada más casarme (y en otras que no vienen al caso) Total, que llegados a nuestros días, socialmente poco ha cambiado la cosa de las mujeres trabajadoras por cuenta ajena, es decir, “amas de casa”.
Eduqué a mis hijas en la igualdad, sin saber que lo que hacía era eso “igualdad”, porque “igual da” cómo lo hagamos. “Hemos venido a trabajar el resultado nos da igual”. Y algunos lo habréis leído con el tonito de la cancioncilla.
Durante los últimos días escuchamos los revuelos que las polítiques hacen, dice que por los derechos de las mujeres, aunque entre tanto griterío feministe, no me queda claro cuando por fin podré cobrar una pensión digna tras 46 años trabajando para la misma empresa. Ni entiendo a qué se refieren con las palabras nuevas que emplean y que tampoco me reportarán salario alguno ni mejora en mi vida laboral, porque sí, mi marido se jubiló, pero una mujer no se jubila jamás y de eso tampoco escucho decir nada a las vociferadoras.
No me gusta acudir a charlas que sólo sirven para mayor goce y disfrute de la oradora de turno o como reunión de amigas a la salida –vale- pero no me gustan esas cosas que al final no me aportan soluciones ni me hace sentir más mujer ni hombra, y como las palabras se las lleva el viento, suelo ponerme a cubierto para no salir volando y en ese rato hago otras cosas que me placen más, aplaudiendo siempre a quien hace como yo: “lo que le da la gana” (dentro de un orden).
Esta es mi reivindicación, otras tendrán otras y otras otras y así tol rato. Animo a que cada una exponga las suyas que también serán las mías. De otros temas, de otras reivindicaciones habría mucho que escribir, por eso voy a dejarlo para otro rato.
Para mí este día no es de fiesta, es un día de aperturas. Sí, de apertura de heridas porque salvo en ligeros matices, seguimos igual que cuando era “la niña”.
Por eso señore y mujere, si tú no me lees, no pretendas que te escuche, mucho menos que te vote porque ¿sabes? Si puedes vivir de ese cuento de palabras que llenan las cestas tanto como el agua, es porque hombres y mujeres te votaron.
Con lo cual, felices 365 días del año a las queridas mujeres de mi vida y a las que no me aportan nada, pues igual me da lo que hagan.
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