DÍA INTERNACIONAL
DE LA MUJER 08-03-2023
Ayer se cumplieron 125 años del nacimiento de la mejor mujer que
conocí: mi abuela Felisa, nacida en 1898. A ella dedico esta crítica como
regalo de cumpleaños.
De unos años acá, han “inventado” un “día
de la mujer” que no tiene ni pies ni cabeza, aunque lo celebran como si
sí.
Parece que las mujeres somos tan importantes en el mundo, que
hasta nos dedican un “día mundial” para nosotras solitas.
No estoy muy segura de en qué consiste este día y por qué hay que
celebrarlo con tanto bombo y hasta platillos.
Eso sí, siempre reivindicando derechos para las mujeres, así en
global, pero este día no es para reivindicar nada, para las mujeres que
realizamos en casa todos los trabajos… sin remuneración, y en muchos casos sin
ayuda, porque “eso es cosa de mujeres”.
¡¡Ay!! Si un día nos declarásemos en huelga de “mandiles
caídos”, entonces se notaría todo lo que mereceríamos ganar en euros
morados, color que han elegido como representativo del 8 de marzo.
¿Derechos para las mujeres? ¿Para cuáles? ¿Quizás
piensan que con “celebrar” un día al año ya está todo hecho?
¡¡Bien nos venía!!
Nos “regalan” un día para… para… para
llenar algún minuto de las noticias o polemizar con frases vacías que no quedan
ni bonitas; dichas por una ministra cuyo ministerio no me representa como
mujer.
Antes incluso lo llamaban “día de la mujer trabajadora”
en clarísima discriminación con las “amas de casa” que al parecer
no trabajamos nada de nada.
Ahora con quitarle la coletilla parece que por fin nos
permiten “ser mujer” para que hagamos bulto en las
manifestaciones, porque no van a mover un dedo por nuestros derechos. No hay
dinero para que nuestro trabajo se vea remunerado. Ese dinero lo emplean en
pagar los sueldos de quienes se descojonan en nuestra propia cara. ¿Quién mira
por las sufridas… sufridísimas, amas de casa que tantos millones ahorramos al
estado con nuestros trabajos sin cargo a las arcas del estado?
Al parecer, las mujeres pedimos derechos que no tenemos y yo en
eso estoy de acuerdo: exijo los mismos derechos para los hombres y las hombras.
Lo de diferenciar el género y al hablar o escribir estemos obligados a
apostillar “miembros, miembras y miembres”, me parece una
soberana tontería que no conduce a nada que no sea crear polémica en el léxico…
Si te quedas embarazada dices “Voy a tener un niño o niña”, pero no un bebé o
una baba…
¿Derechos para las mujeres? ¿Los mismos que para los
hombres? Parece que seguimos siendo un género menor. Ahora que hay tanda
diversidad de género: hombres, mujeres, Chiques, binarios, no binarios,
transgénero… Y más que no me sé porque me pierdo… Todos piden y obtienen sus
derechos y me parece divinamente, pero claro, ¿Y nosotras qué? Toda la vida
calladas y si hablamos claro se nos echarán encima, y nos acusarán de “algofobia”
pero de reconocer nuestros derechos nada.
Me voy a ir muy lejos… (O quizás no tanto). Luego
haremos eso de encontrar las 7 diferencias… A ver si encontramos alguna.
En verdad lo que quiero es comentaros así por encima (como suelo
hacer), que no sé cuándo hicimos el cambio de generación. No sé cuántos años
dura ese espacio de tiempo, pero por avanzar en el texto diré que, a las
mujeres de mi generación, cuando fuimos jóvenes, (que lo fuimos), no
nos enseñaron que teníamos derechos. Ya entonces, ellos tenían derechos y
nosotras derechas… ¡¡Como una vela!! Tampoco sé en realidad el porqué de
ese dicho, pero “derecha como una vela”, era la premisa para nuestro correcto
caminar en la vida.
¿Los hombres hacer tareas domésticas? Eso no entraba en
vocabulario, ni pensamiento de mente humana.
Un hombre se quedaba viudo sin hijas, ni madre y no faltaba la
vecina o familiara que le echara una mano al pobre “manco”, que tenía
suficiente con ganar el jornal. Hasta que enseguida encontraba otra mujer y se casaba por amor… por
amor a tener una criada por el módico precio de cama y comida.
En cambio, si una mujer con varios hijos a su cargo enviudaba, también
tenía que ganar el jornal para sacar adelante a todos esos hijos
e incluso a los suegros mayores, si los hubiere heredado al enviudar, sin ayuda
alguna o si acaso, con la ayuda de la abuela de los huérfanos de padre… (Ya que
pasaba por allí).
Desde bien pequeña viví el machismo moderado de mi padre y del único
abuelo que conocí vivo, aunque en realidad, no sé si las machistas de alguna
forma eran la educación de mi madre y abuela que incluso les ponían la ropa
interior en la manita, como si ellos no fueran válidos para abrir un cajón y
coger los calzones planchaditos, que ellas les habían dejado allí únicamente
para ellos… y siempre en el mismo cajón para que no hubiera perdida.
Las mujeres de la generación de mi madre y abuela, (y las mujeres de la época) trataban como a reyes a sus hombres, porque ellos “trabajaban”
y ellas no… ¡Casi nada! De esa forma en vez de convertirse ellas en reinas, se
convertían en vasallas… sin sueldo… aunque la ley no escrita les halagaba diciendo que eran “las
reinas de la casa” … sin sueldo propio ni derecho a nada. ¡Espera! Que
en eso las amas de casa no hemos evolucionado tanto, ni llegaremos jamás a
conseguirlo por mucho día de la mujer, que, por cierto,
comenzó siendo el “día de la mujer trabajadora”, claramente discriminatorio para
las amas
de casa, que al parecer no trabajamos nada de nada… ¡¡Ojalá no
trabajáramos tanto para lo poco agradecido que es nuestro “gremio”!!
Desde pequeñas, hacer “los recaus” era cosas de chicas.
Recuerdo que iba a la bodeguilla a por el vino a granel que mi padre tomaba en
las comidas. Eso sí, cuando comencé a ser mocita y los parroquianos de la
bodeguilla podrían mirarme con ojos “golositos”, no me mandaron más
a por el vino.
En casa, la mesa la ponía y quitaba yo, sin protocolos. Fregar,
fregaba mi madre, “no fuera yo a romper algo” … Aunque romper, romper, en cristal sólo podría romper vasos, ya que nuestros platos,
los humildes platos que conformaban nuestra vajilla, eran de loza, que romperse
no, pero con un solo
golpe se podrían “esporcellar” y quedarían
feos y antiestéticos, ya que esos
desconchones negros, quedarían feos en nuestra pobre mesa, por eso lo del
fregar lo hacía ella.
Si a mi padre se le acababa el pan durante la comida, si
necesitaba una servilleta o cualquier utensilio necesario al menester comensal…
la niña (yo) “por lógica” y sin que supusiera para mí un trauma o
discriminación, lo hacía con naturalidad,
se lo ponía en la manita… y no era
manco mi padre, ni por entonces tenía problemas de movilidad.
Cuando mi padre llegaba a casa después de trabajar, le preparaba sus zapatillas que estaban en lugar inaccesible para sus masculinas manos:
en el taquillón de la entrada.
Hiciera lo que hiciera la
niña en ese momento, lo dejaba todo, para orgullosa y gustosa, preparar al
padre las zapatillas y guardar sus zapatos.
Cuando mi padre quería irse a acostar, cada noche, yo misma tenía
que retirar la cocha que ponía mi madre adornando la cama matrimonial durante el día y tenía que doblarla cuidadosamente para que no se
arrugara por la noche al dormir.
Cuando de la tele nos gustaban hasta los anuncios, porque era el
aparato mágico del momento, hubiera lo que hubiera, aunque fuera el momento cumbre
en la trama del Estudio 1 de turno, si mi padre decía: “Maisi,
ábreme la cama que me voy a acostar”, no había excusa, había que ir a
doblar la colcha minuciosamente para que mi padre descansara a gusto, que para
eso se lo había ganado el hombre… Recuerdo que a veces me contrariaba tener que
hacerlo, (lógico, era una cría) por mucho que encontraba natural que
fuera yo la requerida.
Sí, efectivamente, re-querida, porque siempre
me sentí muy querida por mi padre y él me lo pedía con la misma naturalidad con
que se pide un beso. No me imagino a mi hermano doblando la cocha cada día,
mucho menos sin protestar.
Mi padre o hermano, al
acabar de bañarse, dejaban la
ropa sucia regada por el suelo y la bañera “lógicamente” también
sucia. ¿Quién lo limpiaba cuando pude hacerlo a gusto de mi madre? ¡¡Exacto!! ¡¡La
niña!!
Aprendí a limpiar bien el polvo porque lo hacía cada día al volver
del instituto, teniendo a mi madre como vigía pasando el dedo por la superficie
de los muebles y teniendo que repetir la operación hasta que los ácaros no
encontraban acomodo en nuestra impoluta casa.
Éstas y mil tareas más, las hice desde que tengo
memoria, eso sí, yo
tenía todos esos quehaceres “propias de mi sexo femenino” lo realicé
de niña, adolescente y moza casadera en el hogar paterno-materno y a cambio, mi
premio era un horario de llegada a casa bien tempranito en cualquier estación
del año, mientras mi hermano con tan sólo año y medio más que yo, tenía toda la
noche para sus diversiones, también desde muy tempranito.
Comencé a trabajar cuando tenía 13 años y a los 14 mi
padre firmó mi primer contrato laboral de mi vida (y el último) ya que en Zaida
comencé a esos 14 y acabé a los 20 cuando me salí para casarme, porque entonces
era así: No querían casadas, por eso dejé
mi trabajo de dependienta para dedicarme en cuerpo y alma al cuidado de mi
familia.
Mientras estuve soltera, mi madre siempre administró
mi raquítico sueldo que comenzó siendo de 1300 pesetas (unos 7,81 euros) al mes,
de las cuales mi madre me daba “de propina” 50 pesetas a la semana (0,30
céntimos de euro). Cogía 250 pesetas (1,50 euros) para mi manutención (y era
mucho) y el resto lo ingresaba en una cartilla a nombre de mis padres porque
una niña de 14 años que podía trabajar, pero no ser titular de su propia
cartilla de banco, en la que ingresar su infantil sueldo. Eso sí del dinero de
la cartilla me iba comprando la ropa de vestir, las ropas para “el equipo
de novia”, algo que ya ni se recuerda, o la máquina de coser…
(por ejemplo), que nunca reconoció que fuera mía, pero, si la compró con mi
sueldo ¿de quién era?... Aunque este es otro tema, que da para una crítica
completa.
Si necesitaba dinero extra para hacer un regalo a
alguna amiga, tenía que apañarme con esas 5 pesetas semanales.
Me eché novio a los 16 años y desde entonces mi madre
dijo que “ya tienes quien te pague el cine y lo que gastéis”, y no me subió “la
propina” de esas 50 pesetas jamás.
La primera vez que lo vi salir del baño, allá que fui bayeta en
mano a recoger el tiradero de ropa al que estaba acostumbrada, pero no: lo
había recogido y limpiado él perfectamente.
Mi hombre se ponía solito las zapatillas y guardaba sus zapatos e
incluso sin que yo lo pidiera, lustraba los míos si falta hiciere.
En esas pequeñas cosas cambió mi vida nada más casarme (y en otras
que no vienen al caso). Total, que, llegados a nuestros días, socialmente poco
ha cambiado la cosa de las mujeres trabajadoras por cuenta ajena, es decir, “amas
de casa”.
Eduqué a mis hijas en la igualdad, sin saber que lo que hacía era
eso “igualdad”, porque “igual da” cómo lo hagamos. “Hemos
venido a trabajar el resultado nos da igual”. Y algunos lo habréis
leído con el tonito de la cancioncilla del “a emborracharnos”.
Durante los últimos días previos a cualquier 8 de marzo, escuchamos
los revuelos que las polítiques hacen.
Se escudan en que defienden
los derechos de las mujeres, aunque entre tanto griterío feministe, no me queda
claro cuándo por fin podré cobrar una pensión digna tras 46 años trabajando
para la misma empresa: (Mi hogar). Ni entiendo a qué se refieren
con las palabras nuevas que emplean y que tampoco me reportarán salario alguno
ni mejora en mi vida laboral, porque sí, mi marido se jubiló, pero una mujer no
se jubila jamás y de eso tampoco escucho decir nada a las vociferadoras.
No me gusta acudir a charlas que sólo sirven para mayor goce y
disfrute de la oradora de turno o como reunión de amigas a la salida –vale-
pero no me gustan esas cosas que al final no me aportan soluciones ni me hace
sentir más mujer ni hombra, y como las palabras se las lleva el viento, suelo
ponerme a cubierto para no salir volando y en ese rato hago otras cosas que me
placen más, aplaudiendo siempre a quien hace como yo: “lo que le da la
gana” (dentro del orden que se nos está permitido).
Esta es mi reivindicación, otras tendrán otras y
otras, otras y así tol rato. Animo a que cada una exponga las suyas que también
serán las mías. De otros temas, de otras reivindicaciones habría mucho que
escribir, por eso voy a dejarlo para otro rato.
Para mí este día no es de fiesta, es un día de aperturas.
Sí, de apertura de heridas porque salvo en ligeros matices, seguimos igual que
cuando era “la niña”.
Por eso señore y mujere, si tú no me lees,
no pretendas que te escuche, mucho menos que te vote porque ¿sabes? Si puedes
vivir de ese cuento de palabras que llenan las cestas tanto como el agua, es
porque hombres y mujeres te votaron.
Con lo cual, felices 365 días del año a las queridas mujeres de mi
vida y a las que no me aportan nada, pues igual me da lo que hagan.