VACACIONES CON EL IMSERSO 2017 04-04-2017
Ya hace una
montonera de días que regresamos de ellas y aún perduran en nuestro rincón de
los buenos recuerdos y las críticas sin acritud.
Críticas
que hago desde el respeto y con la esperanza de aconsejar o ayudar a elegir a
otros usuarios de este programa creado exitosamente hace muchos años para que
los vejestorios pudiéramos viajar a buen precio.
Esta vez
contratamos para vacacionar con una pareja de buenos y grandes amigos. Nos
quedamos con las ganas de otro destino más atrayente y optamos por lo único que nos ofrecían. Era
esto; repetir los de otros años o un
destino que no quiero ni aunque me lo regalaran y dieran dinero encima.
El
alojamiento era en Santa Susana, sito a una hora y varios peajes en bus desde
el aeropuerto del Prat donde arribamos contentos procedentes del de Villanubla.
Para
variar, en el citado pueblo había poco o menos que ver, pero teníamos la estación
de tren de cercanías a la misma puerta del hotel que fue nuestro “hogar” por
una semana.
También
disponíamos de las ya famosas excursiones en las que te ofrecen muchísimo más
de lo que te dan y que como no escarmentamos, optamos voluntariamente por
cualquiera de ellas. Sin duda existe la opción de alquilar un coche y ver la
zona por cuenta propia o no moverte del hotel y disfrutar de lo que te ofrezca
el recinto o la climatología permita.
No era
época de playa ni de piscina aunque allí las teníamos para alegrarnos la vista
desde la terraza de la acogedora habitación.
Las
temperaturas eran magníficas para estar a principios de marzo, pero no
calurosas. Hubo incluso un temporal que agitó España por los cuatro costados y
el Nordeste no fue una excepción, aunque la intensa lluvia y brutales vientos
que lanzaron las tumbonas dentro de las piscinas y agitaron el mar hasta
enfadarlo, nos visitaron solamente una noche y por dormir como lirones, apenas
nos afectaron.
Al hotel
mencionado y ofertado como 4 Estrellas, al menos le sobraba una, sobretodo en
la limpieza de las habitaciones que no vieron un mocho de fregona ni una escoba
en toda la semana, ni habían visto agua en su enlosado desde mucho antes de llegar nosotros. Así también
brillaba por su ausencia absoluta el escamondado de la preciosa y confortable
ducha, de aspecto tan poco fiable que
accedíamos a “regarnos” con chanclas de piscina para no traernos en los
pies una buena ración de hongos sin aliñar.
Afortunadamente
las camas estaban limpísimas, de no haber sido así, no me meto en una “descansadora”
que no reúna condiciones higiénicas, por ahí no paso. Nos cambiaron las sábanas a mitad de estancia,
así como las toallas que reponían a diario todas las que habíamos utilizado.
Ni qué
decir tiene que advertí a la encargada de limpieza y al no ser atendida, repetí
la queja en recepción, la necesidad de que fregaran las manchas que encontré en
el suelo y que finalmente allí quedaron para el siguiente huésped cuando acabó
nuestro tiempo.
Ignoro por
qué no se atendió mi lógica y educada petición. No culpo ni culparé a las
limpiadoras, pero sí al encargado del personal que seguramente contrata a menos
del que necesita para mantener dignamente limpias las habitaciones ocupadas por
aquellos días en su mayoría por personas usuarias de Imserso.
Quizás nos
tratan como “clientes inferiores”, sin darse cuenta que con nuestra ocupación,
ayudamos a mantener puestos de trabajo hostelero en temporada baja y tenemos
además el derecho a ser tratados tan dignamente como lo serán, seguramente, los
clientes de temporadas más altas para el turismo, y no la invernal repleta de
viejos pedorros jubilados disfrutando de buen precio en vacaciones después de
muchos años trabajando, ayudando a que la economía de este país permitiera
vivir bien o al menos con decoro.
Imserso no
es sinónimo de desguace, aunque muchos así parecen verlo. Allá llegarán y vete
a saber si continúe existiendo este programa o lo hayan denigrado tanto que
haya desaparecido y ellos no puedan disfrutarlo como tantas cosas buenas que
logramos o “nos lograron” quienes nos precedieron.
Muy de
agradecer el personal de comedor, amable y atento. La comida de calidad tirando
a buena, aunque de surtido tirando a muy escaso. De cantidad correcto. Nunca
faltaba comida en los expositores del bufet. Faltaba –insisto- surtido; así
como faltaron las actuaciones nocturnas que se limitaban a baile para quien
baile y nada para quien pretende distraer un ratillo tranquilo y ameno de la
noche con alguna actuación como las que ofrecen actualmente los hoteles de
categoría incluso inferior a este que presume de ser un “4 Estrellas” y para
esas “cosillas” de las que me quejo, dista mucho de la realidad para poder
exhibirlas honradamente.
Esos “ratos
tranquilos”, al no haber actuaciones, -ni tres de nosotros cuatro ganas de
bailar- ocupamos nuestro tiempo jugando unas partiditas de Tute cada noche. Lo
importante no era ganar, ni había enfado por perder. Los cuatro ganamos en risas, buenos ratos metiendo la pata en las
jugadas, haciendo renuncios o cantando las 40 cuando la baza no era de aquel
pinte.
En el capítulo
excursiones… De todo hubo. La primera, sólo para una tarde que nos vendieron
como “Costa Brava”.
Pensamos
que nos llevarían a visitar un par de pueblitos típicos, pero nada más lejos de
la cruda realidad. Primero y para no variar, recorrimos un buen rato recogiendo
excursionistas de otros pueblos. Salimos del nuestro a las 14.15 de la tarde y
regresamos a las 20, es decir, casi seis horas de autobús, parando escasos
cinco minutos en algún recodo para “admirar las vistas” que nos vendían como
“Impresionantes” y que he disfrutado en Galicia, Asturias o Cantabria mucho más
hermosas que aquellas.
Media hora
en Tossa sin separarnos de la guía y otra media en otro pueblo al que habíamos
llegado por la montaña, es decir, carreteras estrechísimas, curvas más cerradas
que un Mercadona en domingo, escarpadas laderas y vistas de casas suntuosas o
presuntuosas de gentes que ni conocíamos, ni conoceremos y que si las tienen
allí tan arriba por impresionantes que fueran, ni las disfrutarán porque de la
mayoría de ellas hablaba la guía en pasado de sus moradores, conclusión: excursionistas deseando llegar a tierra firme
y besar el suelo como hacía el Papa.
Afortunadamente
el viaje de regreso lo hicimos por “autopeaje” deseando vernos libres de nuevo
en el hotel. Muchas horas para no ver nada que en concreto mereciera la pena.
Esa fue mi opinión y la de muchos de mis compañeros de aventura.
Aquella
noche fue la huracanada y lluviosa. Al amanecer teníamos contratada otra
excursión y con la experiencia de la tarde anterior, no abordamos el autobús
con demasiado entusiasmo. Afortunadamente, nada más lejos de nuestra imaginación.
Fue un día
ventoso, pero soleado y chispeó tan poquito que ni abrir el paraguas hizo falta,
aunque no pudimos desprendernos del abrigo a primera hora, durante nuestra
corta visita a Olot y luego a un precioso
pueblo llamado Hostalets, cuyo nombre es más largo que el propio pueblo, muy pequeñito,
con sólo una calle, pero nos gustó
mucho. Después continuamos por una carretera tan sinuosa como las del día
anterior hasta llegar al Santuario de Nstra Sra del Faro, que estaba en lo alto
de una montaña con vistas –esta vez sí- impresionantes.
Al llegar
allí, estaba cubierto de neblina, comenzó a chispear nieve y algo de granizo,
pero pronto salió el sol y ya no se escondió en el resto de los cinco días que
nos quedaban de vacaciones.
En el
citado Monasterio, aprovechando que el Pisuerga pasa por Pucela, han
aprovechado para acondicionarlo como restaurante, donde nos llenaron el buche
de rica comida típica de la zona y embutidos en lonchas más transparentes que
ostias sin consagrar y que vendían a la salida del comedor en la típica tienda
de recuerdos.
Bien
alimentado cuerpo y espíritu de risas por cosillas que nunca faltan, abordamos
de nuevo el autobús para ir al precioso pueblo de “Rupit”. Nos encantó, y sólo por
verlo mereció la pena aquella excursión. Nos sentimos afortunados de haberla
elegido; tanto como Juani se sintió feliz al saber que de regreso no tendría
que volver a cruzar el bonito puente colgante por el que accedimos al pueblo,
que la pobre mujer creyó era única ruta, cuando teníamos a pocos metros un
puente estable de piedra maciza, del que la guía no nos informó, para hacer
cruzar a todo el mundo por el colgante.
Se dio la
circunstancia que cuando íbamos por la mitad del puente, un “graciosito” , al escuchar
el susto de mi amiga, agitó las barandas y a punto estuvo de hacer lanzar el móvil
de mi marido por los aires y hacerlo caer al riachuelo que discurría varios
metros por debajo de nuestros pies.
Regresamos
al hotel satisfechos y felices. Un día después, recibimos la visita de mis queridos
primos Xus y Pere. Un rato agradable comiendo juntos y charlando de mis cosas
sabidas y por saber. Muy felices estuvimos también ese día.
Llegó el
lunes y con él, la excursión a Barcelona que no tacharé de fraude pero casi.
Tontos no
somos y sabemos que esa impresionante urbe no puede verse en media mañana, pero
sí, que habiendo aprovechado horas de la tarde, alguna cosita más hubiéramos podido
ver.
Madrugamos
y pronto abordamos el autobús ya habiendo dado buena cuenta del desayuno. La
mayor parte del tiempo lo pasamos, escuchando atentos –o no- la inacabable verborrea
de la guía de turno detallando el lugar por el que estábamos pasando o íbamos a
pasar a paso ligero de autobús. Fotos a través de los cristales y una parada
rapidísima sin tiempo ni para miccionar ni para realizar con calma la visita al
“pueblo español”. Tampoco paró en lo alto de aquel mirador desde el que hubiéramos
podido tomar fotos preciosas de la gran mole que es la ciudad que nos prestó su
aire durante unas horas de nuestro tiempo.
La parada
más extensa fue en la Plaza Cataluña; plaza que adivinamos, imposible
acercarnos a su “cogollo” por lo rápido que tuvimos que bajar y alejarnos rumbo a la catedral, ni después al volver al lugar
de cita, igualmente por la premura en volver a ocupar nuestros asientos y salir
zumbando de allí.
Al llegar
a la citada plaza, fuimos como un rebaño tras la guía, hasta las puertas de la
catedral. Allí mismo nos explicó en cuarto de hora lo que supuestamente íbamos a
ver dentro en diez minutos y juro que de esa forma es imposible enterarse de
nada, máxime cuando de esos pocos minutos has de emplear unos cuantos en buscar
el claustro y en él, el excusado que previo pago, alivió las prisas de buena
parte del gentío que visita el templo.
Es la
primera vez que en una catedral veo aseos públicos, y se me hace raro que precisamente
allí, sean de pago… Se ve que Cristo predicó: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, y cobrar al que se mea.
Tras la
entrada y salida a la catedral –que eso no es visita y mucho menos recrearse la
vista con el arte sacro- nuevamente la verborrea de la guía, nos mostraba el Barrio
Gótico, con un característico y casi nauseabundo olor a humedad de uretra.
La visita
a dicho barrio necesita mucha menos prisa de la que llevábamos para habernos
podido enterar de algo.
Por fin
llegamos a Las Ramblas, -las intuimos- vimos la puerta de entrada al Liceo, y
visitamos en apenas diez minutos de tiempo “libre” el típico mercado de la Boquería,
una especie de “Plaza del Portugalete” con la mayoría de sus puestos cerrados y
que en tan poquísimo tiempo, no pudimos degustar aquello que se nos ofrecía en
el pintoresco lugar.
Una vez
reunidos de nuevo en el autobús, rodamos hasta las inmediaciones –más o menos- de
la Sagrada Familia, y frente a ella, un restaurante muy aparente donde calmamos
hambre y sed.
Tras la rica
comida, pudimos admirar por fuera el impresionante templo “Gaudiniano”, las grúas
de obra y la arquitectura modernista en vías de culminar.
Sin hacer
más visitas, a las seis de la tarde, nos dejaban ya en el hotel al que llegamos
con la sensación de no haber visto apenas nada de lo que Barcelona podía
ofrecernos en una tarde tan preciosa y desperdiciada como aquella.
El resto
de días los empleamos en ir a conocer pueblos de alrededor, como Mataró,
Blanes, Pineda y otros.
Han sido días
de descanso de la rutina diaria, de risas, de charlas, excursiones con mayor o menor
acierto; partidas de Tute divertidas y ganas de volver a repetir pronto nuevos y
diferentes destinos, una nueva experiencia, compartida en cuerpo con los mismos
amigos y en crónica con quien tenga el placer de leerme.
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