15-11-2015
El pasado sábado 14 de
noviembre y nuevamente en compañía de dos de mis tres amores, estuve en el
auditorio Miguel Delibes de esta ciudad de espesa y húmeda niebla, para ver el
concierto de 50 aniversario del grupo “Los Sabandeños”.
A muy pocos os queda por
saber que estuve, estoy y siempre estaré enamorada de la Tuna de Ciencias de
Valladolid: mi tuna, con “El Moto” como director e inimitable bandurria, mi
niño “El Vitorino” como barítono guitarra y el resto de integrantes de la
ínclita, docta y epicúrea a la que siempre querré; interpretaban -versionadas o
adaptadas- muchas de las canciones que Sabandeños paseaba y pasea por el mundo.
Para mí, primero fue la tuna
y después Los Sabandeños. Aún así, y por bien diferentes razones, durante años
no me fue posible escuchar ni a los unos ni a los otros, pero el tiempo cura o
adormece los sentires y poco a poco volvía a disfrutar escuchando la música de
ayer.
Tener a Víctor como hijo y a
casi todos los demás miembros de mi tuna como “ahijados”, sin duda me ayuda a ello.
Me sorprendí muy gratamente
al recibir la noticia de que vería en directo a este grupo canario tan exitoso
y el sábado muy feliz ocupé mi asiento al lado de Irene y Laura y con Cecilia
en la fila 0.
Durante las dos horas de
espectáculo, no dejé de alegrarme por estar allí.
Lógicamente unas canciones
nos gustaron más que otras; sobre todo las más conocidas, aunque indudablemente
me emocioné con “María la Portuguesa” y otras tantas que mi tuna versionó, y
que aun sabiéndolas de memoria, no conozco el título exacto y no voy a
tararearlas, porque si de viva voz tarareo fatal, escrito ya ni os cuento.
Los Sabandeños magníficos en
voces, música, instrumentación e interpretación. Un concierto impecable que
recordaré siempre, aunque voy a confesaros que hice un poco de trampa: en
varias ocasiones, cerré los ojos y coloqué sobre el escenario a mi querida Tuna
de Ciencias. Entonces mi emoción y mis aplausos, fueron también para ellos.
Una vez más, de la mano de
mis amores, pasé una magnífica velada y reí hasta desencajar la mandíbula
durante la posterior cena en casita con “Hamburguesa Reina” (para no hacer
publicidad cambié el rey por la reina… y punto).
Gracias, gracias, gracias…
Eternas. No os canséis de sorprenderme, siempre me gustarán vuestras sorpresas.
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