DOMINGO DE RAMOS 1966 |
13-04-2014
Domingo
de Ramos… Es fácil continuar la coletilla, casi sale sola, y aunque quizás la
costumbre de “estrenar” en este día se ha perdido como tantas otras, afortunadamente
todos seguimos teniendo manos (algunos demasiado largas y cuenta de ello
tendrán que dar).
Hoy
Valladolid estrena primavera en todo su esplendor, luz, tradiciones, color y Semana
Santa.
La
gente con ilusión de feria nos hemos echado a la calle en mañana soleada y de
temperatura más que cálida para ver la procesión de la Borriquilla, pollino
pequeño y paso muy querido en Valladolid, pese a no tener altísimo valor
escultórico como el de la mayoría de los que procesionan o se veneran en esta
castellana ciudad.
Tras
comprar a Lucía la tradicional palma, tuvimos suerte de encontrar un lugar
perfecto de primera fila en la ya cuajada de gente calle Duque de la Victoria.
Aguardamos y poco antes de ver aparecer el primer pendón… (Estandarte), por los
altavoces empezó a resonar esa musiquilla que nunca falta en Domingo de Ramos y
que me llevó en volandas a mi colegio “Cardenal Cisneros”, cuando era una de
sus alumnas y vestidita de uniforme,
contando tan sólo nueve años de edad, participaba
en esta citada procesión de Ramos.
Los
días previos, en el colegio nos hacían canturrear machaconamente esa
cancioncilla: “Gloria al Hijo de David, sol inmenso de bondad, hosanna que
viene en nombre del Excelso Jehová…” para que durante la procesión la
cantáramos.
Al
escuchar de nuevo la añeja canción, volví por un instante a verme vestida con
mi uniforme azul, gorrita del mismo color que jamás supe llevar con mínimo
gusto, guante blanco de algodón y el cuello de plástico que afortunadamente sólo
se utilizaba en esa procesión, porque era duro e incómodo como collarín
cervical.
En
la foto que muestro, se puede ver además
de a mi querida prima Feli y a mí de la guisa descrita, a mi hermano Toño,
hombretón y guapísimo y al tibio de nuestro primo “Julito”, que nos hizo llegar
un poco tarde a la procesión porque se cayó y tuvo que volver a casa para que
le pusieran la “Micromina” que como magia, curó la leve raspadura que se hizo
el tonto.
Yo
no estaba acostumbrada a que un niño fuera tan lerdito, (quizás las niñas sí lo
eran o éramos a esa edad y en esa época) mi hermano con sus once años ya era
fuerte como un roble y si se caía, sólo le hacía coger fuerzas para no volver a
caer. Hacía tiempo que él ya no lloraba por semejante memez.
De
vuelta a la realidad 2014, la procesión poco ha cambiado: capuchones tradicionalmente descapuchonados en
representación de algunas de las cofradías de la ciudad y niños uniformados (o
no) de algunos colegios también de nuestra ciudad… gente impaciente metiendo
codo para ponerse los primeros habiendo llegado los últimos. Otros foráneos
queriendo cruzar la calle cuando a ambos lados de las aceras había varias filas
de personas estrujándose para ver pasar a la Borriquita que cerrando el cortejo
lo hizo una hora después del primer estandarte.
Después
y de regreso a casa, nos cruzamos con ríos de gente haciendo exactamente lo
mismo que nosotros.
A
algunos casi se les podían apreciar las etiquetas colgando de la ropa
primaveral, que demostraban que sus manos estaban intactas. Otros para que no
les molestara sobre el brazo, iban aguantando el calorón de medio día embutidos
en el grueso abrigo que abrigó su apenas alejado invierno.
Nada
nuevo bajo el sol, salvo que con el paso de los años, en vez de niña de
colegio, soy abuela de la pizpireta más maravillosa del universo.
1 comentario:
Si María, aunque ya anuncian nubes y lluvias para Jueves y viernes...
Besitos guapa
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