QUÉ SUERTE POR FIN HACE BUENO 7 de Abril de 2014
Pues sí, por fin hace bueno
y como apetece, abro mi ventana para que se vaya la polilla y entre el airecito
de la tarde.
Me asomo por un momento,
porque no soy yo de estar mucho rato “brazos
sobre el alfeizar”.
Ya suena mi calle a
primavera… Niños alborozados corretean libres de abrigos y bufandas y llenan el
paseo con sus alegres gritos infantiles.
A lo lejos, en el parque más
griterío infantil y gorjeo de pajarillos tan alegres como los niños que al fin
ven desaparecer –no se sabe por cuánto tiempo- el crudo y largo invierno. Quizás
hasta que llegue la Semana Santa.
Veo pasear gentes tranquilas
con ropas veraniegas y me fijo en un viejo gordinflón (incluso más que yo, ¡que
ya es decir!) que ha parado en el lugar donde todo el mundo espera a que el
semáforo cambie de color, llevando un perro atado a una correa que micciona y
cacotea a placer ¡así en tol medio del paso! Y así en el mismo medio este señor
presunto amante de los animales, deja el regalito del suyo y continua su paseo
tan feliz (o más) que si hubiera llevado una bolsita para hacerse cargo del fruto
del vientre de su amigo canino.
Veo que el hombre echa mano
al bolsillo de su pantalón y pienso que me he precipitado al juzgarle.
Del bolsillo saca un
caramelo que se lleva a la boca y el papel al suelo, a tan sólo un palmo
de dos de las múltiples papeleras que
adornan el paseo y esta vez pienso dos cosas: “Qué cerdo” y “En un momento ya
tengo la crítica de hoy”.
Por suerte cuando media hora
después hice la foto, alguien había retirado el mojón, y por la ausencia de
huellas, al parecer, sin llevárselo prendido en el zapato. ¡Pobre persona sin
suerte!
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