Parecía que el otoño iba a
instalarse definitivamente; había empezado a llenarnos de melancolía y lluvias
torrenciales devastando muchos lugares de nuestra piel de toro, pero el
calorcillo ha vuelto en este llamado “veranillo” con nombre de santo y que no
es más que una pequeña escurribaja veraniega.
Con el sol luciendo
espléndidamente y sin el agobio calorífico veraniego; ahora que tengo
suficiente rato, llega el momento de hacer recuento y recuerdo del ya “lejano”
verano, extrayendo todo lo bueno que vivimos y tirando lo malo –si lo hubiere-
a la basura del olvido para siempre.
En mi caso he de decir que
ha sido un bonito verano; lleno de cosas buenas y muy positivas para mi alma y
mi espíritu; cosas que poco a poco compartiré con vosotros mis queridos y
fieles lectores a la par que amigos o seguidores.
En breve publicaré las
crónicas de las excursiones que realicé
con el Club Cicloturista alaejano; crónicas que como sabéis nunca faltan a su
cita aunque sea con retraso. Este año visitamos Coca en el mes de mayo y Candás
y Luanco el ultimo día de junio y primero de julio.
Recordaré –con fotos- la
magnífica semana que pasé en un hotel “risó” de Fuerteventura, la escapada a un
balneario, y ¡cómo no! Las fiestas de la Casita de las que sólo queda el
recuerdo y poder hacer balance de ellas. Aquí lo tenéis.
El tiempo acompañó en casi
todos los actos importantes, y en general las noches fueron cálidas y
agradables que permitieron disfrutar al máximo –quien quiso- de esta Casita que,
como digo, ya pertenece al recuerdo.
El día 11 las calles
parecían tristes, el bullicio de los días precedentes había dado paso al
silencio. Atrás quedaron el ruido de charangas, verbenas, disco movidas,
encierros y las inconfundibles Dianas y Carretillas.
Empecemos como debe de ser:
por el principio, en este caso por el magnífico pregón pronunciado por Alfredo
Otero; pregón que -como imaginé- no sólo no me defraudó, sino que consiguió
emocionar desde la primera frase a muchos de los asistentes sobre todo a
aquellos que nos hizo recordar pasadas y
añoradas Casitas que no volverán, pero que con su forma de explicar sus propios
recuerdos, atrajo como imán a los nuestros.
Tras el pregón y la cena
–cada uno donde fuera- en la plaza hubo un espectáculo de danza ya conocido y
muy apreciado por mis convecinos y que el mal tiempo deslució mucho más de lo
deseado. Esa fue la peor noche en cuanto a climatología festera se refiere.
Cuando por fin amaneció el
día 7 –díalavispera- el aire de Alaejos se envolvió con el añorado sonido de
nuestra Diana; si bien no tan concurrida como hace unos años, sí tan deseada
por muchos, y por otros tantos que nos conformamos con verla desde la ventana
aguantando plácidamente el “feas, feas son”.
Al término de la dicha
Diana, se toma gratuitamente chocolate; al menos eso pone en el programa,
porque salvo a la paella, no suelo yo asistir a los actos de tragantón
multitudinario, para ver cómo la gente pierde un poco las formas, como si en
sus casas no tuvieran mucho más de lo que se les ofrece “gratis”.
Tampoco fui al encierro
“ecológico”, que según mis amigos estuvo muy entretenido.
La paella -como viene siendo
habitual- la disfrutamos en la piscina, que ese día se llena de pandas y corros
de gente. Te das cuenta que no parece que hubiera pasado un año, siempre somos
los mismos, alegres y divertidos comilones.
Tras la siesta el desfile de
peñas; cada año se esmeran más en diseñar disfraces y hasta coreografías que
pasear por las calles del pueblo. Lástima que no habían estas cosas cuando yo
era joven, aunque a la que pertenecí de jovencita, fue de las primeras en tener
camiseta de peña. La misma que guardo nostálgicamente y cada año parece haber
encogido un poco más. Me pregunto cómo es posible que este cuerpo serrano
estuviera holgado bajo esa camisetuca que apenas le valdría ahora a mi nieta.
Tras el multitudinario
desfile, la primera de las también tradicionales cenas en la peña y luego la
actuación de “Bordón 4” añejo grupo que hizo las delicias de sus, sin duda,
añejos seguidores.
Una muchacha simpática que
se sentaba a mi lado, dijo con desparpajo: “Cuando mis hijos sean grandes
actuará en esta plaza Bisbal y yo les diré ¿No os acordáis? Es el de “Ave
María” ¡¡menudos brincos pegaba!! Sin duda tuvo gracia y mucha razón.
Una vez acabado el espectáculo,
comenzó la verbena y con ella (entre canción y canción) la “vistosa colección
de Carretillas”; fuegos artificiales que por un corto espacio llenan la plaza
de color y olor a pólvora. Siempre decimos lo mismo porque es la sensación que
tenemos: “Son los mismos del año pasau”.
Desde pequeñita una de las
cosas que más me gustaban eran las carretillas. De más mayor, tomaron especial
significado porque entorno a ellas era la “quedada” y el reencuentro con todos
los amigos que sólo veíamos en fiestas y también entorno a ellas echamos de
menos a los que nunca más íbamos a volver a ver.
El sonido del primer “PUM”
de la Diana y el petardeo de las Carretillas me devuelven esos abrazos de
amigos y familiares insustituibles que en forma de estrellas brillan cada noche
para quienes les añoramos y queremos.
El primer encierro, la
romería en la ermita, la comida familiar, la siesta, el concurso de cortes,
“toro del Caño”… “refrescos” y cenas en la peña, encierro a caballo, mas
verbenas, vaquillas y por el fin la retirada de banderas peñistas del balcón
del ayuntamiento, y junto a la ultima charanga, la explosión de la traca que
anunció el se acabó.
Una vuelve a recordar
aquella canción de “El Dúo Dinámico”, aquel “final del verano”, al ver las
lágrimas de jovencitas que han vivido su primera Casita con el corazón
ilusionado por haber conocido al muchachito de sus sueños y que el último
estruendo de la traca fue el comienzo de la separación. Para ellas, esa separación será eterna sin verse, porque
incluso con los adelantos tecnológicos de ahora, un año es demasiado tiempo y
quizás ya nada vuelva a ser lo mismo.
Cada uno vive y recuerda a
su modo las fiestas de La Casita; es evidente que cada edad tiene un encanto
para vivirlas; lo importante es disfrutarlas al modo que a cada uno le place.
Como desde hace años a mi
cuerpo no le satisface la danza ni el trote, busco acomodo en el mejor palco
para no perder detalle de cuanto me rodea; aunque ese palco sea el ultimo banco
de la plaza porque ahí el ruido de la verbena no ensordece, ni llegan las
morceñas de las Carretillas; pero si pueden verse y oírse, e incluso oler la
pólvora que estalla en coloridas y efímeras bombillas.
Tengo “mi sitio” para ver
los encierros y mi lugar para no perderme detalle de los espectáculos taurinos.
Atrás quedaron hasta dentro
de un año los buenos ratos en la peña… momentos repetidos e irrepetibles… ¡¡La
Casita!! Afortunadamente ya queda menos de un año para volver a vivirla.
1 comentario:
Se me quedó este comentario sin moderar y lo veo ahora.
Pues si, habéis estado relativamente cerca; habrá que ponerle remedio la próxima vez.
De momento no tengo previsto viaje pero ya tengo ganitas de volver a Cádiz.
El veranito por aquí ha durado hasta ayer. Hoy ya amaneció mas fresquito y nublado ¡¡Cosas del tiempo!!
Un abrazo
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