La Nochevieja de mi niñez en Alaejos en cuanto a tradición y cena, era casi exacto a la Nochebuena, exceptuando la recogida mañanera de la colación y la visita de Ángel “El Dormido” antes de sentarnos a la mesa, el ceremonial era practicamente un calco y como lo tenéis en el artículo anterior, os voy a ahorrar repetirlo.
La primera época de mi más “tierna infancia”, no recuerdo la forma de tomar las uvas, quizás nos guiábamos por las campanadas del reloj del ayuntamiento… caso de que funcionara. Después el abuelo compró una vieja “arradio” de segunda mano que tardaba mucho en calentarse para coger sintonía y luego hacía tanto ruido que lo raro fue que el abuelo no lo lanzó contra el suelo en una de aquellas noches de imposible sintonización de emisoras; pero ese será otro capitulo de “El olor de los recuerdos”.
Lo que toca hoy es hablar de la Nochevieja y de tomar a las doce en punto de la noche las uvas que permanecían en el “sobrau” de la abuela guardadas “como oro en paño” desde la vendimia del lejano octubre.
En aquella vieja radio escuchábamos la retransmisión de las campanadas desde la Puerta del sol, y tomábamos las doce y arrugadas uvas.
Nunca estuvimos pendientes de las supersticiones que poco a poco han ido arraigando en la tradición de esta última noche del año.
No importaba el color de nuestra ropa interior. Daba igual si en vez de roja era blanca o el color que tocara, nunca nos preocupó entrar al nuevo año con el pie derecho, no brindábamos con espumoso ni lo poníamos con oro en una larga copa; caso de tener oro, copas largas…o espumoso del que se oía hablar pero nadie podía permitirse el lujo de comprar.
Lo más cercano a espumoso que tomábamos era sidra y las únicas copas con las que podíamos brindar, eran las de anís o coñac, aunque sí recuerdo tras recibir el nuevo año, brindar en vaso con sidra… nosotros, los pequeños, sólo un sorbito que aprendí buenas costumbres desde la cuna.
Después de las 12 de la noche era tradicional que los hombres –incluido mi hermano desde sus cuatro años- ir a ver encender “la hoguera de los quintos” mientras las mujeres fregaban y yo me aburría solita sentada al calor del brasero en la camilla de la sala.
No había tele, ni una sola cadena de televisión que “amenizara” la primera noche del año con programas largos como condenas y aburridos como los que ponen en la actualidad de “refritos”; imágenes mil veces repetidas, como si no hubiera guionistas con una mínima imaginación para entretener a las muchas personas que no vamos de cotillón y preferimos quedarnos en casita… con la tele apagada, o viendo pasar el tiempo que va tan rápido, que es todo un espectáculo.
La tradición de la hoguera –con marcadas diferencias de hombría- sigue existiendo en Alaejos y seguramente en muchos pueblos de España.
Entonces los chicos que “entraban en quintas” para ir a la obligatoria y tediosa mili, se reunían al amanecer el día 31 de diciembre para recoger leña y formar un montón, una enorme hoguera compitiendo con los quintos de todos los tiempos en que fuera la mejor, la más grande y la que más ardiera.
Pasada la media noche, entre cánticos, borracheras y en presencia de casi todo el pueblo –pocas mujeres, eso si-, se encendía la leña que durante muchas horas calentaba el aire helado del pedacito de Alaejos donde ardía “la hoguera de los quintos”.
Como decía, la tradición de la hoguera sigue existiendo actualmente en mi pueblo, aunque no sirve para demostrar aquella “virilidad” de antaño. Ahora no hay mili obligatoria y desde hace algunos años –más de veinticinco- las chicas y los chicos que cumplirán los 19 a lo largo de los 365 días del año nuevo, se reúnen también para buscar leña, pero las hogueras que demostraban “la hombría”, son un simple recuerdo. Ahora ponen una “hoguerita” por tradición y por tener un motivo más de juerga o para cogerse una de las monumentales “cogorzas” tan habituales desgraciadamente en muchos de nuestros jóvenes, cada vez a más temprana edad.
Sigamos para rematar, con los recuerdos de la “Nocheañeja” de mi muy lejana infancia.
Después del lustre a la “loza”, y el barrido de cocina y sala, las mujeres íbamos a esperar a los hombres a casa de la tía Victoriana donde nuevamente reunirnos toda la familia para jugar a las cartas, cantar, reír y pasar una preciosa noche para guardar siempre en la añoranza y el recuerdo.
Para el próximo año, prometo contaros las Nochebuena y Nochevieja de mi adolescencia y juventud. Para ello tendréis que esperar a diciembre de 2010, os aconsejo que no tengáis prisa. Si os dais cuenta, hace nadita, estaba colgando las crónicas de comienzo de 2009 y ya veis donde está…
Lamento no poder apuntar la procedencia de la primera fotografía de la plaza en blanco y negro y recogida de Internet. Si su autor la ve (ligeramente retocada) y quiere decirme que es suya, con gusto daré su nombre si me lo permite.
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