miércoles, 3 de diciembre de 2008

EXCURSIÓN A LA SIERRA DE LAS QUILAMAS



5-OCTUBRE-2008


Por segundo año consecutivo el Club Cicloturista de Alaejos organizó la ultima excursión cultural comenzado el otoño; y por segundo año también el buen tiempo acompañó a los participantes en ella, tanto en bici como a los senderistas o los que optamos por seguir en autocar una ruta alternativa.

También esta vez el autocar comenzó su marcha en Valladolid, camino primero a Tordesillas y finalmente Alaejos.

Con el vehículo repleto de gente abrigadita…, ¡¡por lo que pudiera pasar!! , comenzó esta última excursión 2008 rumbo a “La sierra de las Quilamas”.

A las diez y cuarto de la mañana avistamos “Monleón”. El sol brillaba y comenzaba a calentar, pero a esa hora no había tenido fuerza suficiente para derretir el manto de las primeras escarchas otoñales que cubrían parte del pequeño pueblo.

Almorzamos con lo propio porque no había bar –ni falta que hizo- donde tomar un cafelito a tan “temprana” hora. Una vez contento el buche, dimos un corto paseo para que privadamente los ciclistas pudieran enfundarse las mallas apropiadas para su deporte favorito.

Tras el corto pero intenso paseo, llegamos a tiempo de “dar la salida” al pelotón, que en esta ocasión estaba compuesto por seis fornidos chavalotes y por la aguerrida, y no menos fornida, a la par que delicada Alicia.

Cumplido este primer objetivo, a las diez y cuarenta el autocar reanudó la marcha hasta el cercano “Linares de Riofrío”, donde hicimos una parada de casi una hora para comprar pan, tomar café y pasear hasta encontrar y visitar la bonita iglesia de la Asunción.

La siguiente parada fue pocos kilómetros después en “San Miguel de Valero”, donde paramos el tiempo justo para apear senderistas.

No fuimos pocos los que optamos por esa ruta alternativa que antes mencionaba, con preciosas vistas y pronunciadas curvas. El pueblecito de “Miranda del Castañar” nos esperaba soleado y con temperatura exquisita, pero hubo que llegar hasta él por una carretera que en el mapa, que nos dio Gerardo, se asemejaba al intestino grueso de puro enrevesada…; y así les fue a algunos, que bajaron del autocar con la cara más blanca que el jalbiegue que vendía mi abuela Casimira.

Tratando de ayudar a los más perjudicados, nos afanamos en ofrecerles remedios que les aliviara el mareo y evitara que se repitiera en el inevitable viaje de regreso por el mismo camino.

Quizás el remedio que más gracia nos hizo a todos y con el que tuvimos mofa ya para todo el día fue cuando escuchamos: “ponte una tirita en el ombligo”. Ignoro si alguno de los afectados utilizó tan peregrino remedio, pero aseguro que imaginarles con una tirita en el “tete” es absolutamente efectivo para el cachondeo.

“Miranda del Castañar” es un pueblo precioso, el escenario perfecto de una novela medieval, tanto para ambientarla como para inspirarse y escribirla en una de aquellas casas de madera y piedra. Algunas calles empedradas, como lo estuvo nuestra añorada Plaza Mayor, son tan estrechas que sería imposible transitarlas a no ser “en fila india” y por personas de no demasiado volumen. Ahí se cruzan dos gordos que no se hablan y con tal de no retroceder se atrancan, y como no puede entrar la grúa para sacarles tienen que esperar hasta que se “esqueleticen”. (No se me ocurrió bobada más grande, por eso puse esta).

El ruido del chorro de una fuente cercana nos hizo acercar y con ayuda de las manos a modo de vaso pudimos dar unos sorbos de aquel agua fresca con un envidiable sabor a… agua. Algo que, a no ser embotellada, en pocas ocasiones podemos tomar sin que nos quede ese mal gusto a cloro… y esa alegría de disponer de ella con sólo abrir el grifo, sin tener que acarrearlo con el burro y las aguaderas en cántaros desde “El Caño”: ¡no vamos a quejarnos de todo al referirnos al agua!

Paseamos por aquel pueblo tranquilo, agotando el tiempo y disfrutando verdaderamente de la hermosura del lugar, antes de regresar en busca del autocar que había aparcado a la llegada en una bonita plaza presidida por un castillo que, aunque actualmente está en restauración, sigue siendo escenario de espectáculos taurinos celebrados durante las fiestas de septiembre (casualmente los mismos días que las nuestras): todo un lujo de emplazamiento, y es que en esto como en casi todo en la vida hasta para ser toro hay que tener categoría.

A la una y cuarto, muy a pesar de los afectados, circulábamos de nuevo por aquel intestino de hermoso paisaje que nos condujo de nuevo a “San Miguel de Valero” al encuentro de ciclistas y andariegos.

No tuvimos que esperar mucho para ese encuentro y el posterior desalojo del porta neveras del autocar. A Gerardo le habían dicho que encontraríamos un merendero cercano donde poder comer todos juntos como solemos hacer, pero ni estaba tan cercano ni nuestra hambre quiso esperar más. No podríamos compartir comidas, ese “¡toma! ¿quieres?” intercambiando exquisiteces. En esta ocasión no pudo ser; por eso decidimos entonces desperdigarnos por grupos, y entre buen humor, risas y chanzas, nuevamente dimos cuenta de las neveras que dejamos “aviadas” en un momento.

Daba gusto comer sobre rocas, entre pinos, con olor a resina fresca, que pegadita a la ropa algunos lucimos como “trofeo” en las posaderas el resto del día. Eso sí, no nos acostamos sin saber que la resina desaparecería fácilmente de la ropa frotando con un paño impregnado en acetona (quita esmaltes de uñas). Así de instructivas son las excursiones de nuestro club. Intercambiamos tan ricamente conocimientos y “trucos”, aprovechando al limite los momentos juntos.

Después de comer, y antes de volver al autocar, tuvimos tiempo de “bajar las migas” dando un paseíto por los alrededores del pequeño pueblo, para llenar los pulmones de aire puro y las retinas de vegetación y colores otoñales.

Sin perder un minuto del tiempo establecido y programado, lo siguiente fue – para los afortunados que consiguen dormir viajando- una siestecita en el autocar camino de “Alba de Tormes”, donde permanecimos una hora y cuarto visitando iglesias, pastelerías, tiendas y cafeterías (según el gusto y preferencia de cada cual).

Terminada la visita al pueblo donde descansa el cuerpo incorrupto de Santa Teresa de Jesús, quemamos la ultima hora y pico viajando hasta Alaejos, donde nos despedimos de los que allí terminaban su recorrido, haciendo lo propio en “La Torre de Sila”, donde con un “¡hasta la cena!” decían adiós las alegres tordesillanas.

A Valladolid “arribamos” puntualmente a las nueve de la noche. También nos despedimos con la nostalgia de saber que tenemos por delante un largo invierno hasta que con la llegada de la primavera podamos disfrutar del trabajo que, “desde mañana mismo”, comenzarán impecablemente a preparar nuestros organizadores y amigos del “Club Cicloturista” de Alaejos.

Un año más gracias a todos por vuestra compañía y colaboración, y un año más enhorabuena porque “salió todo rodado”.

2 comentarios:

Inma dijo...

¡que zona mas bonita tiene que ser esa! Valladoliz no lo conocemos, lo más cercano es Ávila y Segovia.

Anónimo dijo...

Pues si teneis un ratito, no dejeis de visitarnos. Ciertamente es bonito este trocito de España.

Un beso.

Marisa

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