Quiero demostrar que puedo hablar bien de alguien que no me agrada.
Nunca me gustó Fernando Fernán Gómez, ni como actor ni como famoso entrevistado.
En lo primero, porque cada uno tenemos nuestras propias preferencias y en las mías no estaba Fernando Fernán Gómez. Procuraba por eso a la hora de ver una película, no elegir alguna de las suyas, aunque he de reconocer que me gustó en “La lengua de las mariposas” y “El abuelo”.
En lo segundo, es decir: al ser entrevistado, tampoco me gustaba porque se mostraba como una persona con desagradable mal humor, que parecía no saber sonreír. Además en los últimos años se lo conoció sobretodo por su famosísimo: “¡¡A la mierda!!” que quizás empañó miles de cosas bien dichas o bien hechas.
Este hombre hacía bueno el dicho de: “una cosa es el escenario o la parcela que un famoso quiera mostrar de su trabajo y otra, su vida privada”.
Tras su muerte, le ha sido concedida “la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio”. Me pregunto como es que en sus más de 80 años de vida, de los cuales muchos han sido dedicados a su trabajo, no han tenido tiempo de conceder esta medalla más que a titulo póstumo, tan póstumo como que a partir de ahora un teatro llevará su nombre. ¿Las medallas que lleguen aunque sean a título póstumo?
Seguro que él lo está viendo, pero quizás ahora le va a ser más difícil agradecerlo personalmente, como quizás le hubiera gustado.
En este caso he de decir que me ha parecido maravillosa la despedida que le han tributado sus amigos, familiares y compañeros de profesión; ¡por algo será!
Imagino que haber compartido con esos amigos y familiares un último buen rato, habría sido lo deseable. Su enfermedad debió impedírselo, aunque quizás los amigos para algunas invitaciones buscan excusas, y para la despedida, encontraron hueco en sus agendas el día que dejó de respirar. No es crítica, pero suele ocurrir.
Ha sido realmente emotivo, creo que nunca me ha conmovido tanto la despedida de alguien que ni me era cercano por familiaridad ni por admiración o preferencia.
El escenario estaba presidido por una gran foto del finado a cuyos pies, colocaron el féretro iluminado con la luz del cañón, sobre las tablas de ese escenario, que pisó con paso firme, ofreciendo lo mejor de si mismo a quienes le admiraban.
El actor ha pasado sus últimos momentos rodeado de amigos que sentados alrededor de pequeñas mesas de cafetín y en emocionada tertulia, le rendían un último homenaje; mientras sonaba la música del tango “Caminito”. Algunos de esos amigos recitaban poemas, leían textos e incluso una pareja bailó ese tango; que al parecer era su preferido, mientras otro lo interpretaba.
El patio de butacas se encontraba lleno de los más especiales espectadores que un actor podría soñar antes de que entre grandes aplausos, cayera el telón y se apagaran las luces del teatro por última vez para él.
No se, ni evidentemente me importan sus creencias religiosas, pero no creo que ninguna religión despida a los muertos como realmente les gustaría ser despedidos: Rodeados de aquellos a los que amó y que le quisieron y en el lugar donde hizo lo que más amaba; interpretar o dirigir historias y personajes a los que prestó su imagen y en los que dejó su propia piel tatuada.
Ahora ya sabe lo que hay después. Habrá visto claramente los aciertos o errores que cometiera en su longeva vida de mortal y ahora descansa en paz después de una preciosa y emotiva despedida de los que realmente van a echarlo de menos y han llorado con verdadero dolor su partida, puesto que sus admiradores siempre tendrán sus películas; que es lo que siempre tuvieron.
Nunca me gustó Fernando Fernán Gómez, ni como actor ni como famoso entrevistado.
En lo primero, porque cada uno tenemos nuestras propias preferencias y en las mías no estaba Fernando Fernán Gómez. Procuraba por eso a la hora de ver una película, no elegir alguna de las suyas, aunque he de reconocer que me gustó en “La lengua de las mariposas” y “El abuelo”.
En lo segundo, es decir: al ser entrevistado, tampoco me gustaba porque se mostraba como una persona con desagradable mal humor, que parecía no saber sonreír. Además en los últimos años se lo conoció sobretodo por su famosísimo: “¡¡A la mierda!!” que quizás empañó miles de cosas bien dichas o bien hechas.
Este hombre hacía bueno el dicho de: “una cosa es el escenario o la parcela que un famoso quiera mostrar de su trabajo y otra, su vida privada”.
Tras su muerte, le ha sido concedida “la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio”. Me pregunto como es que en sus más de 80 años de vida, de los cuales muchos han sido dedicados a su trabajo, no han tenido tiempo de conceder esta medalla más que a titulo póstumo, tan póstumo como que a partir de ahora un teatro llevará su nombre. ¿Las medallas que lleguen aunque sean a título póstumo?
Seguro que él lo está viendo, pero quizás ahora le va a ser más difícil agradecerlo personalmente, como quizás le hubiera gustado.
En este caso he de decir que me ha parecido maravillosa la despedida que le han tributado sus amigos, familiares y compañeros de profesión; ¡por algo será!
Imagino que haber compartido con esos amigos y familiares un último buen rato, habría sido lo deseable. Su enfermedad debió impedírselo, aunque quizás los amigos para algunas invitaciones buscan excusas, y para la despedida, encontraron hueco en sus agendas el día que dejó de respirar. No es crítica, pero suele ocurrir.
Ha sido realmente emotivo, creo que nunca me ha conmovido tanto la despedida de alguien que ni me era cercano por familiaridad ni por admiración o preferencia.
El escenario estaba presidido por una gran foto del finado a cuyos pies, colocaron el féretro iluminado con la luz del cañón, sobre las tablas de ese escenario, que pisó con paso firme, ofreciendo lo mejor de si mismo a quienes le admiraban.
El actor ha pasado sus últimos momentos rodeado de amigos que sentados alrededor de pequeñas mesas de cafetín y en emocionada tertulia, le rendían un último homenaje; mientras sonaba la música del tango “Caminito”. Algunos de esos amigos recitaban poemas, leían textos e incluso una pareja bailó ese tango; que al parecer era su preferido, mientras otro lo interpretaba.
El patio de butacas se encontraba lleno de los más especiales espectadores que un actor podría soñar antes de que entre grandes aplausos, cayera el telón y se apagaran las luces del teatro por última vez para él.
No se, ni evidentemente me importan sus creencias religiosas, pero no creo que ninguna religión despida a los muertos como realmente les gustaría ser despedidos: Rodeados de aquellos a los que amó y que le quisieron y en el lugar donde hizo lo que más amaba; interpretar o dirigir historias y personajes a los que prestó su imagen y en los que dejó su propia piel tatuada.
Ahora ya sabe lo que hay después. Habrá visto claramente los aciertos o errores que cometiera en su longeva vida de mortal y ahora descansa en paz después de una preciosa y emotiva despedida de los que realmente van a echarlo de menos y han llorado con verdadero dolor su partida, puesto que sus admiradores siempre tendrán sus películas; que es lo que siempre tuvieron.
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