jueves, 12 de enero de 2023

QUERIDA AMIGA CHUSINA

QUERIDA AMIGA CHUSINA 12-01-2023

 Cuando me planteo escribir una carta, siempre me digo que no me extenderé mucho, pero en este caso me temo que una vez más será tan extensa como desean aquellos a quienes les gustan mis historias, que afortunadamente me consta que son muchos. En esta carta, desde la primera letra comenzaron a agolparse los recuerdos que salían a borbotones y entonces me dije: total, va a leerla hasta el final únicamente a quien le importe un poco la historia y quien la deje a medias, se perderá el resto… peor para ellos, yo si pienso leerla hasta el final.

 Querida amiga Chusina: Vivo ejemplo de que los amigos; los de “de veras”, lo son para toda la vida, aunque nos veamos poco o poquísimo, siempre que nos vemos sentimos que la última vez “fue ayer” y continuamos con la conversación que “ayer” dejamos a medias.

¡¡Qué de recuerdos!! ¡¡Qué de vivencias compartidas!! ¡¡Qué de momentos aún por compartir!!

 Mi primer recuerdo también lo guardas tú, clarísimo en la memoria.

No hacía demasiado tiempo había cumplido dos añitos. Mis padres se cambiaron de casa. Hasta entonces habían vivido de alquiler en la calle Ronda del Castillo, muy cerca del foso y acababan de comprarse una casita en la calle Tejedores.

Era el día del traslado. Recuerdo trasiego a mis espaldas, supongo que estarían recolocando los muebles y los pocos enseres que habían sido transportados por mi padre con el carro de mi abuela Casimira.

 Por entonces viviendo en un pueblo, salir a jugar la calle era lo más natural para unas criaturas de nuestra  edad: yo apenas dos años y tú apenas cuatro.


 
De la casa que había frente a la mía, saliste tú, una niña de largas trenzas en el pelo. Cruzaste la estrecha calle sin asfaltar y te paraste a mi lado en la acera empedrada. Yo estaba agachada dibujando con mis deditos círculos sobre una de las piedras. Nos miramos y tímidamente te pregunté:

-      ¿Cómo te llamas?

-      Chusina ¿y tú?

-         Yo Maisi. ¿Quieres que seamos amigas?

 Lo hermoso es que aún seguimos siéndolo en el año 2023, más de 63 años después de aquel mi primer recuerdo de vida.

 Crecimos juntas y fuimos felices, “enredando” al juego que estuviera de moda según la época del año, quizás a lo que más jugamos era a “los cacharritos”. Los juguetes que no teníamos los inventábamos. Imaginación desde luego no nos faltó nunca para ello.

 Recuerdo que tenías tu “panda” de amigas y yo la mía. Eras dos años mayor que yo y eso se notaba mucho a la hora de estar con otras niñas. Tus amigas no querían que yo fuera con ellas porque era pequeña, (y un trasto) aunque para nosotras nunca fue un obstáculo tan grande como para que nuestra amistad pudiera truncarse.

Debido a esa circunstancia, jugábamos mucho después de comer, antes de ir a la escuela y sobre todo “al fresco” en la calle durante las noches de verano. Eso sí eran buenos ratos. Nuestra calle Tejedores cuajada de niños jugando a “donde están las llaves”, carrera arriba, carrera abajo para goce y disfrute de nuestros padres y el resto de vecinos, todos sentados en el suelo de las aceras junto a las puertas de sus casas, hasta bien entradas las… por lo menos 11 de la noche que luego los padres tenían que madrugar.

Una noche tuvimos un jolgorio impresionante. Tu hermano Jose Félix llenó de arena un calcetín y lo puso detrás de un florero que tenía mi madre en el portal. No sé en qué momento mi madre entró al portal y Jose gritó ¡¡un ratón!!

Alboroto general para intentar dar caza al intruso. Mi madre atacada de los nervios, mi padre partido de la risa se dio cuenta enseguida del truco pero le siguió un buen rato el juego al “malvado bromista” mientras el resto de vecinos intentaban ayudar en lo que podían. Cuando se descubrió el engaño, las risas se escuchaban más allá de la Reguera.

 ¿Y el río? Ese Trabancos caudaloso que reunía a montones de familias los domingos. Nosotros íbamos en el carro de mi abuela, tirado por una mula que se llamaba “Castaña”. Vosotros seguramente en el tractor de tu padre, aunque lo más seguro es que nosotras nos intercambiáramos en los vehículos para la ida o la vuelta.

 Y nos bañábamos en ese río que desde hace años debería llamarse “Rio sequísimo”, puesto que Rioseco ya existe. Los más osados se metían a lo hondo, nosotras a la orillita y tu padre, grandón y fuertote, a pescar unos riquísimos cangrejos… ¡¡Qué risa, verlo en calzoncillos de lienzo con pernera!! ¡Qué falta hacía bañador!

 ¡Qué rica la tortilla de patata hecha lentamente a la lumbre y metida en medio del pan de rescaños de “Los Ramones”!

 ¿Recuerdas el recipiente donde la llevaban nuestras madres? Envuelta en un paño de cocina con un nudo en lo alto atado de las cuatro esquinas.

Ni mesa, ni sillas de campo: mantel en el suelo, todos sentados en el mismo suelo alrededor del mantel y felicidad, mucha felicidad, risas y unión de amigos.

 Íbamos juntas a la escuela, aunque tú “dos grados” más adelantada, pero nos juntábamos en el recreo. Cuando era la época, jugábamos a los alfileres, esos alfileres doblados a la mitad y cubiertos de polvos de talco o harina dentro de una cajita. Qué ilusión “entoñarles” en la arena, golpear el montón con una piedra gorda y ver asomar alguna cabecita. Si había suerte y sacabas una ristra, ¡menuda alegría!

 También en el recreo jugábamos al “esconderite”, a “la maya”, a la goma, las tabas, que aún conservo incluso con las que jugaba de niña  mi madre. Las cuatro esquinas, al “coger”, siempre había una que rifaba: “Plón, una bolita de algodón, pa ti, pa ton”, a la que le tocaba el “ton” se libraba y la última “se la quedaba”. Todas salían corriendo perseguidas por la que se la quedaba, y si podías librarte de ser pillada, llegabas a la  casa” gritabas ¡¡Por mí!! Y estabas salvada.

Otras veces jugábamos a “Civiles y ladrones” Recuerdas la canción para ver quién era quien

 Una dole tele catole, quile quilete, estaba la reina en su gabinete, vino Gil, apagó el candil, candil candilón, civil y ladrón.

 Nos encantaba jugar al “Al tarol”, a la comba que más de un “zurriagazo”  nos llevábamos cuando las que tenían los extremos de la cuerda daban un tirón fuerte que podía atraparte. Ese  a estirar” tenía un nombre y no lo recuerdo, pero si recuerdo algún que otro “dubles” que nos daríamos jugando a “la soga”:

 -         Santa Teresita hija de un rey moro

-         que mató a su padre con cuchillo de oro,

-         no era de oro ni tampoco plata

-         era un cuchillito de esos de hojalata.

 O con la soga bajita, sin levantarla del suelo, para jugar con las niñas más pequeñas:

 

-         Soy la reina de los mares

-         ustedes lo van a ver

-         tiro mi pañuelo la suelo

-         y lo vuelvo a recoger.

 Un verano fuimos a la escuela de la señá Manuela, “la del Rus Pelús” (con perdón por el apodo, con mucho cariño el recuerdo). Una buena mujer que en la cuadra del burro puso una pizarra con las 5 vocales escritas con tiza; barría y regaba por la mañana el suelo de tierra negra de la cuadra y esa era nuestra “escuela mixta de verano”. Cada niño llevábamos nuestra sillita, y éramos una buena “recría”. Lo que más nos  gustaba era “el recreo”.

¿Patio? ¡¡Bien nos venía!! ¡¡El corral!! Con las gallinas, el basurero, el olor a mier… a basurero y nada parecido a higiene... Aún sigo preguntándome cómo nuestras pulcras madres nos dejaban asistir a semejante “escuela”, pero ¿sabes? Este año celebré mi quinta de 65 años y Mario caballero –el nieto del señor Braulio- recordaba con idéntico cariño aquella “escuela”, aunque mi permanente “recuerdo” lo tengo en la muñeca izquierda.

Juanjo Baraja Q.E.P.D. Agarró del basurero la tapa de hojalata roñosa de una lata de conserva, la lanzó a modo de bumerang y el cortante artefacto redondo y plano fue a parar a mi muñeca haciéndome un profundo corte, que se curó sin vendaje, con “microbina”. ¿Tétanos?  ¡¡Na!! ¡¡Ni falta que hizo llevarme al médico o a don Federico!! ¡¡Pa qué!! ¡¡Por el corte de una lata roñosa de nada!! Los niños de antes no éramos tan canijos.

 ¡¡Cuantas tardes de verano, querida Chusina, cambiamos la siesta por los juegos  en el “sobrau” de tu casa!!

 No éramos muy dadas a dormirla y para no molestar a quienes sí lo hacían, subíamos al sobrau a jugar a los comercios, porque había una especie de despensa donde Regina –tu querida madre- almacenaba los “canteros” de jabón elaborados a base de manteca de cerdo o el sobrante de aceite de la “olla”.

Recuerdo vagamente que había como una despensa con algo parecido a un mostrador y estantes donde colocábamos “el género”. Eso sí, los perfumados canteros eran todo lo que podíamos comprar o vender, por tanto la imaginación tenía que hacer el resto.

Al sobrau no solíamos subir nada de lo que utilizábamos para jugar en la calle (arena, ladrillos, hojas)… Había que dejarlo todo limpio y ordenado para que nos dejaran subir otro día.

 Nos las ingeniábamos para preparar un peso como los que se usaban en los comercios de entonces.


Como “platillos” utilizábamos las dos tapas de una caja vacía de betún para los zapatos y como pesas, piedrecitas de varios tamaños.

Esos juguetes los guardábamos con esmero, junto a las cazuelitas y platos de aluminio abollado que –como mucho- componían  todo nuestro “arsenal” de cacharritos.

 Nosotras no necesitábamos monedero ni imitación de monedas y billetes dentro. Ni mucho menos caja registradora, que entonces no se estilaba. Los tenderos, guardaban las perras en un cajón bajo el mostrador, pero a nosotras con el gesto nos bastaba. Echábamos mano a un imaginario bolsillo, abríamos un imaginario monedero, rebuscábamos y poníamos en la palma de la mano unas imaginarias monedas –billetes ni siquiera imaginarios, no los veíamos utilizar demasiado- y se las entregábamos a la tendera que imaginariamente las contaba y de su cajón imaginario, nos daba la imaginaria vuelta.

 Pasada la hora de mayor calor y con la merienda en la mano; probablemente “un rebojo pan y una pastilla chocolate”, buscábamos a nuestras respectivas amigas y continuábamos en el difícil arte de seguir jugando.

Nuestras muñecas eran de cartón, no sé cómo no nos daban miedo. Mirando la de la foto, con los deditos de los pies rojos, parece que se hubiera dado un buen “chitazo” la criaturica.

Yo no recuerdo cuánto te duraban a ti, pero seguramente más que a mí, porque por mucho cuidado y amor que le pusiera en el cuidado de mi muñeca, cartón piedra y “sapada”, muñeca “esporcellada”. Enseguida la pobre “niña” tenía algún “desollón”, yo le metía la uña a ver qué tenía dentro y claro, chiquilla meticona y muñeca de cartón, sinónimo de muñeca rota. Aun así, era lo único que teníamos, nos las echaban los reyes  y tan felices que nos hacían. Tanto, que les celebrábamos su bautizo y todo y les poníamos nombre, pero a tanto no me llega la memoria para recordar nombres.

  Casi estoy segura que también hicimos al tiempo alguna colección de cromos. Aseguraría, aunque tendrás que confirmármelo; que hicimos aquella que de la película “El Cid Campeador” protagonizada por Sofía Loren y Charlton Heston regalaba el chocolate Dulcinea, que por otra parte era nuestra merienda diaria; al menos la de mi hermano y mía.

Había que rellenar por completo el álbum de cromos para completar el álbum –que aún guarda mi hermano- para obtener una muñeca o un balón de reglamento.

El pegamento escaseaba para nuestros bolsillos infantiles –y el de mi madre- por lo que para adherir los cromos a las páginas del álbum, utilizábamos engrudo, hecho con harina y poca agua, dejando para cosas más importantes y difíciles de pegar el que por entonces se podía comprar “aunde” el señor Aquilino. La marca era  pegamín” y desde entonces y por muchos años cualquier pegamento para nosotros siguió siendo  pegamín”.

 Mi hermano y yo completamos el álbum, también tendrás que confirmarme si vosotros la terminasteis.


Con esa colección por fin pude conseguir, ya con 8 años de edad, mi primera muñeca con pelo “natural”, y aunque soñaba con una muñeca de larga melena para peinarla, me pareció preciosa mi muñeca de pelito corto, a la que si recuerdo que “bauticé” con el nombre de “Mari”. No jugué con ella para no estropearla. Mi madre tejió para ella un jersecito y unas bragas. La falda es la que traía de fábrica. Aun la conservo intacta. Por supuesto, ni que decir tiene que mi hermano se quedó sin balón.

Tú por entonces ya tenías muñeca de pelo largo, preciosa, enorme, que le había tocado a tu padre en una tómbola en las ferias de Valladolid, aunque lo que le tocó al llegar a casa, fuera una bronca de tu madre, por haber cogido la muñeca en vez de la preciosa torre de cazuelas que le dieron a elegir, pero él optó por la muñeca para su niña.


Esta era tu muñeca, aunque la niña no eres tú, es Mª Jesús, que jugaba con ella, o simplemente se la prestaste para la foto, aunque por el tamaño me queda la duda si la niña jugaba con la muñeca o la muñeca cuidaba de la niña.

Vivían en una pequeña casa colindante con la vuestra y poco después de esta foto, ellos emigraron, tu padre compró esa casita y hasta que  hicieron obra de reforma uniendo las dos casas, tú y yo jugábamos en ella, más concretamente en una despensa que tenía.

De la droguería nos dieron una caja grande de detergente “Rol” y jugábamos a peluqueras.


El secador era esa caja de detergente en polvo y había que meterse en ella para “secarse”, mientras tú me peinabas y ponías “rulos”. Pasamos horas jugando en aquella improvisada peluquería.

Ya vivíamos en Valladolid, y cuando íbamos a Alaejos,  nunca me faltaron las visitas a vuestra casa; en una de ellas, ya la casita formaba parte de vuestra reformada y ampliada casa.

Iba a echar de menos la peluquería y la caja de Rol, pero cambié de idea enseguida cuando me contaste  la clientela que aquel secador llegó a tener.

 ¿¿Y las comedias?? ¿Recuerdas? Ya sé que la respuesta es sí. Tú misma me recordaste hace años aquella de “Barre barra mi escobita”:

 La criada: Barre, barre mi escobita que vendrá la señorita

La señorita: ¿La cocina sin barrer? 

 -         ¡Cómo quiere que la barra si no me da de comer!

-         ¡Ahí tienes pan y chocolate!

-         ¡A mí no me gustan las golosinas!

-         ¡Pues ahí tienes la puerta abierta por si te quieres marchar!

 Salía la señorita y entraba un “caballero”:

 -         ¿A dónde vas?

-         ¡A la compra!

-         ¿Me das un beso?

-         ¡Ni por eso!

-         ¿Me das dos?

-         ¡Ni por Dios!

-         ¿Me das tres?

-         ¿Y si me viera mi novio que me diría?

-         ¿Quién es tu novio?

-         ¡Un pescador!

-         ¿Y qué pesca?

-         ¡Pececitos de color!

-         ¿Y por donde los agarras?

-         ¡Por la colita!; ¡¡Por la colita los agarro yo!!

 En  algún corralón de “gente rica” se improvisaban los escenarios y con una cuerda de pared a pared, colgaban  viejas cortinas a modo de telón, tras el que se escondían los actores fuera de escena. Había ensayos y quien tenía la suerte de tener un buen baúl en el sobrau, repleto de antiguallas, trajes y adornos en ocasiones antiquísimos y de gran valor sentimental, lo utilizaban para aquellas comedias.

A la chiquillería nos cobraban una perra gorda –o chica- y nos tenían entretenidos un buen rato. Me encantaban las comedias,  entrañables y tan desaparecidas como la farola del medio de la plaza o “Los tablaus” añorados para ver aquellas corridas de toros en las fiestas de aquella Casita que nunca volverá.

 Recuerdo y sé que recuerdas, a las “carameleras” donde comprábamos los dulces que aún no denominábamos chucherías. Nos encantaban “las regalizas


negras. Duras, pero no tanto como las actuales Zara. Tú las chupabas lentamente, dejando el extremo delgadito, y en forma de pico, yo sin paciencia me duraban muy poquito. Acababa rápidamente con la boca negra y las manos vacías.

 Cuando mi familia decidió emigrar a Valladolid, no me fui del todo y sigo siendo parte del aire del Alaejos que me vio nacer, aunque enseguida aprendí, que en Valladolid sería “la de pueblo” y en Alaejos para muchos, “la forastera”, con lo cual desde entonces adopto la identidad que mejor me convenga en cada momento, sin perder la esencia de ser alaejana hasta la médula y más allá.

También recuerdas aquel pirulí… Un caramelo con forma de cono cubierta de barquillo con palo de madera en forma de cubo, no como el que muestro con palo redondo de plástico. Además aquellos tenían mucho más sabor que los de ahora… en realidad todo era mucho más rico.

Bien, pues una de aquellas veces que estaba “a parar” “an cá” mis abuelos, como pasaba muchas horas contigo, no sé de qué árbol se caería mi abuela, me dejaron a dormir en tu casa. Nos habíamos comprado un pirulí y era hora de irse a la cama y apenas habíamos comido solamente el barquillo que lo cubría. Para evitar que el caramelo se nos llenara de moscas (supongo que ese sería el motivo), se nos ocurrió la feliz idea de dejarlo metido en un vaso con agua, así cuando nos levantáramos, no estaría seco… ¡¡Qué sorpresa cuando nos levantamos y lo único que había en el vaso era el palo de madera y agua de color rosita!! ¡¡Cómo no se nos ocurrió que el agua simplemente iba a derretir el pirulí de la misma forma que se derrite chupándolo!! ¡¡Cómo se reía de nosotras tu hermano Jose Félix!! Tanto, que le echábamos la culpa acusándole de haberse comido nuestro preciado pirulí.

 Pese a la férrea educación para que me portara bien “en las casas ajenas” cuando mi madre no estaba cerca, me comportaba de forma más relajada. Además de un poco (o mucho) trasto, era una niña muy “airosa”, aunque educadamente ponía cuidado de salir al pasillo a dejar la estela (sin recato para evitar el trompeteo) ¡¡Cómo se reía tu padre!! ¡¡Cómo me reñía mi madre cuando con naturalidad el tuyo le contaba mis idas y venidas al pasillo!! Tal osadía y desparpajo me hicieron “tener la fama”, aunque jamás “cardé la lana” ni con ayuda de “anti aerógrafos”, con lo malísimo que es para la salud el guardar dentro lo que debería siempre salir fuera con la misma naturalidad con que tosemos o nos rascamos. 

La cosa es que José Félix nos enseñó una canción que seguro recuerdas:

 Las partes del pedo son 10… hincha, deshincha, música y tambor, se abre, se cierra, se mete pa su tierra y aquí queda el olor…

 No sé de dónde sacaba él las cuentas, aunque estoy segura que has leído cantándola.

Ya bien entradas en años, tengo un magnífico recuerdo de vuestra familia: Tenía añoranza de asistir a un mondongo, pero en la ciudad que me acogió como “la del pueblo” no se hacían mondongos, eso es cosa de los pueblos.

Fabiola y tú sabíais las ganas que yo tenía de estar “girjoliando” en tales trabajos artesanales  y me invitasteis. Esa fue la última vez que acudí a una matanza y fue  el siglo pasado, concretamente en  Enero de 1994 en Alaejos, donde vosotros aún seguíais matando el cerdo para uso particular.

Me alojé en tu casa, Chusina. Hice un paréntesis en mi trabajo de “cortinera” y me fui tan contenta cargada con mi entonces inseparable cámara de vídeo. Compartí con vosotras y vuestras familias tres inolvidables días en los que tras esa cámara de vídeo, grabé recuerdos imborrables en mi memoria.

Vivir aquella matanza fue casi como volver a mi infancia. Poco habían cambiado las formas de hacer las cosas desde antaño ¿o Sí?

Fueron unos días increíbles y felices al lado de mis grandes amigos, recordando tantas cosas vividas junto a algunos de vosotros  en mi lejana infancia…

Hoy 29 años después, he vuelto a ver esas grabaciones  y escuchar las ocurrencias del bueno del señor Félix caballero. ¡¡Qué gratos recuerdos!! ¡¡Cuánto les eché de menos a él y a nuestro querido Rafa al ver esa vieja cinta de VHS!!

 En fin, mucho más habría para recordar, pero creo que mi carta se ha extendido demasiado en esta ocasión y ha llegado la hora de decir: Por ahí viene un toro, por ahí una vaca… cada una a su casa…

 Como decíamos literalmente ayer, de todo esto ha pasado mucho tiempo, pero en realidad no hemos cambiado tanto ¡¡Bien nos venía!!

 Muchos recuerdos amiga mía, que hoy me sirven para desearte un feliz cumpleaños, que cumplas muchos más ¡¡¡y yo que lo vea!!!

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