lunes, 16 de enero de 2023

PINGÜINOS 2023 EN VALLADOLID

PINGÜINOS 2023 EN VALLADOLID 14-01-2023

 Valladolid vivió durante el fin de semana la ya famosa concentración motera mundialmente conocida como “Pingüinos”. Al parecer en esta 41ª edición se han alcanzado casi los 40.000 inscritos (más los que participaran sin inscribirse) y esos son muchas motos para una ciudad que aún no alcanzamos los 300.000 habitantes.

Fácil es suponer que Pucela ha sido un hervidero de ruidosos motores y motoristas encuerados.

Hasta este año no se me había ocurrido ir a ver el desfile de banderas y lo hice en compañía de mi marido. Encontramos un lugar “privilegiado” en una curva bajo el Arco de Ladrillo desde la que divisábamos perfectamente cómo iban llegando las motos hasta pasar por delante de nosotros, pudiendo también seguir la estela que dejaban a sus espaldas.

Como digo, un lugar privilegiado con un “inconveniente” que no empañó nuestra ilusión de continuar viendo allí mismo el espectáculo de principio a fin.

Más de una hora disfrutando del precioso desfile y el ruido ensordecedor de los motores, mucho más ensordecedor por estar debajo del viaducto que no dejaba traspasar el sonido  bajo su techo.

La mayoría de los moteros giraban sus aceleradores haciendo bramar sus motores o acelerando y cortando de repente consiguiendo que el carburador tenga mucha gasolina y poco oxígeno, lanzando ese petardeo que tanto les gusta para “fardar” de sus cacharros… y que tanto me altera  cuando una sola moto con ridícula cilindrada comparada con las que tenía delante en ese momento; motuchas destartaladas con medio tubo de escape carcomido irrumpiendo bajo el balcón en plena siesta o en el preciso momento en que van a decir la frase importante en la emisión televisiva de la que disfrutas en tu propia casa y que me hacen  acordarme del dueño del cacharro y hasta del que inventó las bujías.

Diréis: ¿¿y con ese incordio que te produce una sola moto te vas a ver miles de ellas desfilando y pasando a centímetros de ti?? ¡¡Pues sí!! Igual que odio un petardo navideño y sin embargo me encanta ver una sesión de fuegos artificiales cuanto más cerca mejor.

 Hora y cuarto viendo pasar motos y motazas, Vespas y otros  cacharros impresionantes de cilindradas imposibles y casi todas ellas aceleraban ensordecedoras al paso por debajo del arco donde las disfruté con el corazón alborotado viendo las caras de ilusión de motoristas y paquetes, protegidos con impresionantes y variopintos cascos.

Todos los participantes destilaban felicidad. Nos sonreían y saludaban a la muchedumbre que llenábamos las aceras de nuestra ciudad, formando de alguna manera parte del cortejo pingüinero. Porque el público, también es importante.

Me sentía feliz, aunque sabía que en ese desfile no participaban mis chicos preferidos: mis hijos Víctor y Laura, mis moteros queridos, que este año por motivos ajenos a esta crónica han decidido no rodar junto a sus amigos. Por ellos, por saber que no les vería caí alguna lagrimilla, tan leve como la “escupicina” de lluvia que por medio instante cayó sobre nuestras atolondradas cabezas dejando mi pelo en modo “puerto de mar”: con el familiar ricito Santana en el flequillo. Besos al cielo a mi abuela Felisa de la que heredé esa onda que procuro estirarme y que en cuanto caen dos gotas soporto con cariño… y porque no me queda otra.


Por echar de menos a mis chicos, me alboroté al ver el Side y  a su vera, en su inconfundible Vespa blanca y rosa a Marina que llenaba de luz el cortejo con su sonrisa… y con su cariñoso saludo al verme ¡¡Es tan bonita!!

Pese a la emoción de ese momento, me dio penita no ver a mi Maite como siempre tan guapa equipada de motera, con su risa contagiosa. Su sitio en el Side estaba vacío y a los mandos no iba Jose, tan buen amigo, tan buena gente… ¡¡Otro año será queridos míos!! Volveré a veros pingüineando junto a mis adorados Víctor y Laura.

 Como decía, vi en muchos de esos miles de moteros la ilusión, la pasión por las dos ruedas que tanto miedo me dan y tantísimo me hicieron disfrutar y emocionarme ayer.

Entre las cientos de banderas, desfilaban algunas de Asturias y en ellas vi la ilusión y la sonrisa de Evaristo de nuevo junto a Jacqueline. Por primera vez has visto Pingüinos desde ese balcón de nubes en el que habitas. Por ti volaban ayer las banderas, no sólo asturianas. Al menos así lo sentí.

 Imposible encontrar entre los “desfilantes” a mi nuevo amigo Javi (de Olmedo). Un ser magnífico y especial, que bajo su apariencia ruda, esconde un corazón de oro y una sensibilidad que pocos chicos de su edad tienen, o si la tienen no se atreven a exteriorizar esos sentimientos tan profundos y hermosos.

Tú y yo lo hemos hablado Javi. Seguramente la gente te juzga por tu aspecto fuera de lo común y seguramente a priori ni tú ni yo somos candidatos a ser amigos, pero lo tuvimos muy fácil: nos conocimos  sin habernos visto, porque veníamos “recomendados” y de la mano de otras magníficas personas.

Como me decías en la preciosa felicitación de año nuevo: “amiga de lápiz, gran persona y uno de mis mejores descubrimientos de pandemia”… Tú también lo eres para mí y lo sabes.

También unos días después me decías: “Que bonito escribe la mano cuando la tinta sale de lo más profundo de nuestra alma y la mano, como poseída, se deja guiar por el corazón”. Perdona amigo motero que haya compartido aquí las bellísimas palabras que me dedicaste.

Me siento afortunada por haberte conocido, aunque la primera vez que nos vimos fuera en tan penosa circunstancia.

Con los años, no he perdido el lujo de conectar con los amigos de cualquiera de los grupos a los que pertenecen mis hijas y que me hacen sentir querida, respetada e integrada como una más de ellos y sigo dando gracias al destino por haber escrito para mí esos divinos renglones.

 Cuando acabó el desfile tenía un rebujón de sensaciones buenas… y de señora de mi edad: La emoción me hacía caminar como en una nube ¿o era el dolor de riñones y de pies hora y media a pie quieto? ¿Quizás el dolor de cuello y hombros de sujetar con estabilidad el móvil para grabar el evento sin oscilaciones ni trípode? ¿O todo era fruto de la inmensa emoción de lo visto y vivido? No lo sé, pero estoy segura de que o  se me han curado los acúfenos y las lumbalgias y cervicobraquialgias o soy más osada de lo que pensaba, porque ahí no quedó todo, la cosa es que mi día no había hecho nada más que empezar.

Había quedado con mis amigas para celebrar la 34ª comida pingüinera e hicimos lo de cada año: reunión de  -ahora- abuelas sin parar de hablar de lo  preciosas que son  las seis nietas que de momento atesoramos.

Tarde de rebajas y cuando la preciosa puesta de sol desapareció, tras un breve descanso para reponer fuerzas, nos acercamos al sitio en primera fila donde nos aguardaba por sorpresa mi hija Irene para ver el desfile de antorchas tan emotivo y colorido como ruidoso.

 Por motivos de organización, lo vimos tras el poste móvil con canas en cuya espalda ponía “Protección Civil” que cumpliendo con su impecable trabajo, se plantó justo delante de nosotras. Muy bien, aunque ¡¡pudo haberlo cumplido tres cabezas más a la derecha de la nuestra el hombre!!

Volví a emocionarme como la primera vez que lo vi en 2020 con mi nieta Irene en brazos. Esta vez, tras una pandemia y tres años de miedos y precauciones por causa de ella; me emocioné, pese a tener que mover la cabeza y la cintura más que un tentetieso para tener visión perfecta del desfile, que nos venía de frente y giraban justo delante de nosotras.

El de antorchas es un desfile además de precioso, muy emotivo porque honra y recuerda a los motoristas fallecidos durante los pasados años, incluido el que esta misma mañana subía al universo de lo desconocido a lomos de su moto a la salida de Valladolid cuando se dirigía camino de regreso a su casa, tras participar en el desfile de banderas que con tanto amor acabo de describir.

Emoción, mucha emoción pensando en todos los moteros (o no) que pierden la vida en las carreteras (o no).


Esas antorchas también brillaban por ti Evaristo, por motero y por buena gente. Para ti lancé un beso al cielo estrellado de mi ciudad, sabiendo que brillas como una de ellas.

Se nos hizo excesivamente corto el espectáculo. Menos participantes que otros años, no por gusto, que de haberlo permitido, seguramente hubieran participado los mismos miles que desfilaron por la mañana, pero al parecer sólo permitían encender 300 antorchas. ¡¡Una Pena!! Aunque seguramente no pensarán lo mismo los conductores que sufrían los cortes de tráfico y los viandantes del paseo de Zorrilla que no pretendían más que ir de un lado a otro sin quedarse como público y tuvieron que aguantarse ya que por el desfile estaban algunas calles cortadas, además de colapsadas de gente que sí queríamos verlo.

Valladolid estaba radiante, cuajada de gente (parecíamos la Plaza del Ayuntamiento pamplonica en día de chupinazo… o de “pobre de mí” por las antorchas). Pucela atestada de tráfico e inundada de motos; miraras donde miraras o estaban a cientos aparcadas, o circulando o exhibiendo la potencia de sus caballos, petardeando el tubo de escape y mostrando la estupidez del “caballero” cuando lo que hacía era quemar rueda a lo bobo…

De la contaminación acústica y “humífera” producida por tales alardes, hoy no me da la gana hablar. Que cada uno saque sus propias conclusiones y las exponga tan libremente como lo hago.

 ¡No! ¡No y no! De ninguna manera penséis que me he vuelto motera de repente. Ni pienso embutirme uno de esos preciosos trajes de cuero (aunque talla para mi existe) ni pienso pasarme una noche botando en el concierto de la carpa, riendo o charlando a la luz y el calor de las hogueras, con la cara ardiendo y la espalda cubierta de carámbano. Tomando los 12 piñones el viernes. Viendo quemar la falla el sábado, o abrasarme la lengua por ansiosa tomando una cazuelita de sopas de ajo. Ni pretendo emocionarme disfrutando de los amaneceres de escarcha y puestas de sol increíbles entre pinares... ¡¡qué de cosas se hacen en Pingüinos!!

 Tampoco me veo de paquete (mucho menos conduciendo) una de esas preciosas motos con más caballería que la preciosa academia de mi ciudad frente a la que vimos el mentado desfile de antorchas.

No, eso no. A tanto no llego. Sigo con mi cabeza bien encima de los hombros y mis cervicales perjudicadas y sé lo que quiero y puedo hacer en mi vida y lo que no.

Lo que quiero es disfrutar como lo hice ayer sábado, custodiada por mi marido en el desfile de banderas y por mi hija en el de antorchas.

Emocionada viendo la emoción de moteros y moteras, viviendo la ilusión de mi ciudad que durante tres días pierde la monotonía de su acento y se funde con el de los miles de visitantes del mundo entero y más allá.

Emocionada al sentir el ruido ensordecedor de esas motos latiendo tan fuerte como el corazón de quienes participan subidos a una de ellas.

Emocionada al ver por un día (tampoco nos vamos a pasar) ésta ciudad en la que respiro, rodeada de motos por todas partes.

Emocionada y feliz por lo vivido con quienes lo viví y deseando en otra ocasión no echar de menos a quienes no dejaron de estar presentes ni un instante a mi lado.

Emocionada sin esperar nada más que ese disfrute y que no me falten las pastillitas. Todo disfrute tiene un coste que pagaré con gusto. Sabía y se cumplió, que iba a acabar degollada tras haber caminado más de 7 km entre unas cosas y otras, además de las horas a pie quieto, pese a que el camino de regreso a casa lo hice comodísima en el coche de mi niña, que pa eso (además de ver conmigo el desfile) fue a buscarme.

Al llegar a casa, me acomodé ya con el relajo que no aliviaba  mis huesos y músculos en su atrofia habitual ya que como habitualmente, me dolían hasta los dolores de esos mis huesos y mis músculos que tan solo me valen pa pasar el día y la noche de un sueño.

Calibrando que si hubiera pensado en esos dolores no hubiera vivido lo vivido, aunque al levantarme esta mañana, tenía mis agujetas convertidas en agujas de hacer punto y ganchillo clavadas en mi cuerpo como estacas. En mis bolsas bajo los ojos me cabía la compra del mes y los brazos me pesaban como si fueran de hormigón armau… ¡¡Bueno y qué!! Como diría quien yo me sé: “Si valgo para trabajar, valgo para divertirme”.

 Lo principal es que esos 40.000 moteros, regresen todos a sus casas sanos, salvos y felices… aunque necesiten recuperarse del frío, de la resaca emocional y cuenten los días que les quedan para volver a vivir Pingüinos… ¡¡Y yo que los vea!!

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