Es increíble la forma en que afloran los recuerdos; cómo la mente los guarda curiosamente ocultos por años pero tan claros al recuperarlos que pareciera que tan sólo hayan transcurrido escasos minutos.
Evocando mi pasado han acudido recuerdos de mi corta etapa de “estudiante” aunque no me sirviera de mucho para mi posterior caminar en la vida por lo poco que aproveché el dinero que mis padres emplearon en libros de texto para mi.
El único que conservo es este de inglés que costó la “friolera” de 70 Pesetas y que utilicé en el curso segundo de Bachillerato pintarrajeado con las iniciales del chico que me gustaba en 1970.
También guardo –en peor estado por el uso posterior- los diccionarios de Lengua Española y de inglés.
A los 11 años –curso 1968-69- comencé a asistir a clases en el instituto Nacional de enseñanza media “Núñez de Arce” filial Nº1, y que estaba situado en el barrio de San Pedro Regalado, un lugar allí donde cristo perdió los zapatos.Por aquel entonces había dos edificios, uno para chicos y otro para chicas, menos mal que con los años alguien tuvo la suficiente cordura y cambió esa absurda ley que separaba por sexos a los estudiantes de cualquier edad.Quizás no fue una de las mejores épocas de mi vida, pues bien sabido es lo poco que me gustó dejar el colegio donde siempre obtuve excelentes notas, no así en el “Insti” que por mucho que en las primeras hojas de mis libros escribiera; “Virgen Santa, Virgen Pura haz que apruebe esta asignatura”, jamás llegaba a casa con menos de cuatro suspensos.
A esa edad se empieza a tener más consciencia de las cosas, situaciones y sobre todo personas que nos rodean.
Durante la adolescencia es posible conocer amigos que lo serán para siempre por mucho que la vida nos separe de ellos.
Durante años no pensaba en el instituto y de repente como por arte de magia; de una maravillosa magia voy recordando y compartiendo esos recuerdos con cuatro de las personas más importantes para mí en aquellos años de locura y hormonas disparadas que fueron la “antesala” de mi juventud.Quisiera tener aun mucho más claros esos recuerdos, las vivencias compartidas con mis siempre añoradas amigas Chus, Maribel, Choni y Angelita.
Evocando mi pasado han acudido recuerdos de mi corta etapa de “estudiante” aunque no me sirviera de mucho para mi posterior caminar en la vida por lo poco que aproveché el dinero que mis padres emplearon en libros de texto para mi.
El único que conservo es este de inglés que costó la “friolera” de 70 Pesetas y que utilicé en el curso segundo de Bachillerato pintarrajeado con las iniciales del chico que me gustaba en 1970.
También guardo –en peor estado por el uso posterior- los diccionarios de Lengua Española y de inglés.
A los 11 años –curso 1968-69- comencé a asistir a clases en el instituto Nacional de enseñanza media “Núñez de Arce” filial Nº1, y que estaba situado en el barrio de San Pedro Regalado, un lugar allí donde cristo perdió los zapatos.Por aquel entonces había dos edificios, uno para chicos y otro para chicas, menos mal que con los años alguien tuvo la suficiente cordura y cambió esa absurda ley que separaba por sexos a los estudiantes de cualquier edad.Quizás no fue una de las mejores épocas de mi vida, pues bien sabido es lo poco que me gustó dejar el colegio donde siempre obtuve excelentes notas, no así en el “Insti” que por mucho que en las primeras hojas de mis libros escribiera; “Virgen Santa, Virgen Pura haz que apruebe esta asignatura”, jamás llegaba a casa con menos de cuatro suspensos.
A esa edad se empieza a tener más consciencia de las cosas, situaciones y sobre todo personas que nos rodean.
Durante la adolescencia es posible conocer amigos que lo serán para siempre por mucho que la vida nos separe de ellos.
Durante años no pensaba en el instituto y de repente como por arte de magia; de una maravillosa magia voy recordando y compartiendo esos recuerdos con cuatro de las personas más importantes para mí en aquellos años de locura y hormonas disparadas que fueron la “antesala” de mi juventud.Quisiera tener aun mucho más claros esos recuerdos, las vivencias compartidas con mis siempre añoradas amigas Chus, Maribel, Choni y Angelita.
No puedo por más que intento saber cómo sería aquel primer encuentro con ellas y la forma en que decidimos ser amigas tan inseparables.Recuperar sus risas y su vida ha sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.Naturalmente a lo largo de este capitulo explicaré en que forma nos hemos reencontrado y en la actualidad planeamos alborozadas como niñas un encuentro físico para el próximo mes de Agosto.
En principio éramos tan sólo Chus Gutiérrez García y yo. Las dos habitábamos en un nuevo y modesto barrio obrero de las –por entonces- afueras de Valladolid, “La Rondilla de Santa Teresa” concretamente en la Calle de Las Moradas.Chus era hija única de Lucía, una mujer menuda, con mucho genio pero muy buena y trabajadora. Vestía de negro por el luto que durante muchos años guardó a su querido esposo Melchor. La recuerdo pegada a su maquina de coser y su aguja confeccionando primorosamente lencería. Aún conservo los pañuelos con puntillas que me regaló en alguno de mis cumpleaños junto con un precioso camisón de cuadritos azules y callos bordados que me dio como regalo de bodas. Ya está muy viejecito y no podría ponérmelo, pues mi tamaño hace mucho que no es el mismo, pero nunca quise deshacerme de él para guardarlo como recuerdo.
El pañuelo blanco conserva el planchado original, nunca lo estrené, no así el azul que en alguna ocasión utilicé antes de que aparecieran en nuestras vidas los comodísimos pañuelos de celulosa.
Por cierto; Lucía se llama la protagonista de mi primera novela.
Chus y yo teníamos edad de jugar a muñecas y lo hacíamos muy a menudo.Recuerdo un muñeco que ella tenía; un bebe con dos caras vestido con un saquito azul y gorrito. Una especie de tuerca hacía girar la cabeza del muñeco que sonreía o lloraba. Lo malo era quitar el gorrito al muñeco, su cogote también tenía rostro y en medio del “cráneo” una franja de pelito rubio que servía como flequillo para ambos lados de las caras del bebe.Me encantaba jugar con aquel muñeco “tan moderno”.
Poco después llegó al barrio –a la misma Calle Moradas- Maribel Cordero Piedras, a la que por algún tiempo confundí su segundo apellido. Yo entendía “Piedad”.Maribel una niña tímida e introvertida, fue para mi como el hermanito pequeño. Ese que llega de improviso sin que tu lo hayas pedido y con el que tienes que compartir lo que antes era sólo para ti.
Tuvimos varias peleas, pero nunca nada que no se arreglara en un pispas... gracias en gran medida a la buena voluntad de Chus que mediaba entre las dos.Los padres de Maribel oriundos de Toro, regentaban una bodeguilla también en la misma calle y donde solíamos comprar el vino “a granel” que mi padre tomaba habitualmente en las comidas.
Maribel tenía una hermana que se llamaba –creo- Mari Carmen. Si tenía algún hermano más se me escapa en estos momentos.
Las tres además estudiábamos en el mismo instituto. Aunque lo de estudiar es una mera forma de hablar... al menos en mi caso.
En dicho instituto coincidimos además con otra niña también vecina del mimo barrio; Choni Centeno Sandin, hija de emigrantes que más tarde volverían a emigrar a Bélgica.
Choni junto con mi único hermano; Toño, recibía también clases particulares en el domicilio de la profesora Doña Isabel Navarro, a las que por una corta temporada también acudí ya cuando no iba mi hermano, aunque no recuerdo si coincidí en ellas con Choni. Creo que no.
Hago aquí un inciso para recordar a Doña Isabel, mujer de agria voz y dulce corazón cargada de hijos y maltratada por un marido vago, déspota y mal nacido, que nos miraba a las niñas de forma asquerosamente libidinosa y que de haber sabido entonces las cosas que sabemos ahora, habríamos intentado que le apartaran de aquella familia. Espero que la vida le haya maltratado tanto como él lo hizo con sus hijos y su mujer.
Bien, pues Choni, Maribel, Angelita, Chus y yo protagonizamos algunas “trastadas” que comparadas con las que –en algunos casos- hacen los niños de ahora, lo nuestro era de puros angelitos.Corría el año 1968 cuando en Octubre me matriculé en el citado centro al que era obligatorio asistir de uniforme consistente en una falda de tablones gris que desde aquel año era novedad puesto que antes la falda era de “cuadros príncipe de Gales” . Una blusa blanca y chaqueta con cuello de pico azul marino. Medias de “sport” preferentemente blancas y zapatos marrones de “Segarra”, una zapatería de mucho renombre entre los “humildes” porque eran de material muy resistente y duraban “para toda la vida”. Lo malo era que al principio nos quedaban grandes y rápidamente apretaban como condenados, porque durar, duraban, pero no crecían al ritmo de nuestros pies en aquella época.
En principio éramos tan sólo Chus Gutiérrez García y yo. Las dos habitábamos en un nuevo y modesto barrio obrero de las –por entonces- afueras de Valladolid, “La Rondilla de Santa Teresa” concretamente en la Calle de Las Moradas.Chus era hija única de Lucía, una mujer menuda, con mucho genio pero muy buena y trabajadora. Vestía de negro por el luto que durante muchos años guardó a su querido esposo Melchor. La recuerdo pegada a su maquina de coser y su aguja confeccionando primorosamente lencería. Aún conservo los pañuelos con puntillas que me regaló en alguno de mis cumpleaños junto con un precioso camisón de cuadritos azules y callos bordados que me dio como regalo de bodas. Ya está muy viejecito y no podría ponérmelo, pues mi tamaño hace mucho que no es el mismo, pero nunca quise deshacerme de él para guardarlo como recuerdo.
El pañuelo blanco conserva el planchado original, nunca lo estrené, no así el azul que en alguna ocasión utilicé antes de que aparecieran en nuestras vidas los comodísimos pañuelos de celulosa.
Por cierto; Lucía se llama la protagonista de mi primera novela.
Chus y yo teníamos edad de jugar a muñecas y lo hacíamos muy a menudo.Recuerdo un muñeco que ella tenía; un bebe con dos caras vestido con un saquito azul y gorrito. Una especie de tuerca hacía girar la cabeza del muñeco que sonreía o lloraba. Lo malo era quitar el gorrito al muñeco, su cogote también tenía rostro y en medio del “cráneo” una franja de pelito rubio que servía como flequillo para ambos lados de las caras del bebe.Me encantaba jugar con aquel muñeco “tan moderno”.
Poco después llegó al barrio –a la misma Calle Moradas- Maribel Cordero Piedras, a la que por algún tiempo confundí su segundo apellido. Yo entendía “Piedad”.Maribel una niña tímida e introvertida, fue para mi como el hermanito pequeño. Ese que llega de improviso sin que tu lo hayas pedido y con el que tienes que compartir lo que antes era sólo para ti.
Tuvimos varias peleas, pero nunca nada que no se arreglara en un pispas... gracias en gran medida a la buena voluntad de Chus que mediaba entre las dos.Los padres de Maribel oriundos de Toro, regentaban una bodeguilla también en la misma calle y donde solíamos comprar el vino “a granel” que mi padre tomaba habitualmente en las comidas.
Maribel tenía una hermana que se llamaba –creo- Mari Carmen. Si tenía algún hermano más se me escapa en estos momentos.
Las tres además estudiábamos en el mismo instituto. Aunque lo de estudiar es una mera forma de hablar... al menos en mi caso.
En dicho instituto coincidimos además con otra niña también vecina del mimo barrio; Choni Centeno Sandin, hija de emigrantes que más tarde volverían a emigrar a Bélgica.
Choni junto con mi único hermano; Toño, recibía también clases particulares en el domicilio de la profesora Doña Isabel Navarro, a las que por una corta temporada también acudí ya cuando no iba mi hermano, aunque no recuerdo si coincidí en ellas con Choni. Creo que no.
Hago aquí un inciso para recordar a Doña Isabel, mujer de agria voz y dulce corazón cargada de hijos y maltratada por un marido vago, déspota y mal nacido, que nos miraba a las niñas de forma asquerosamente libidinosa y que de haber sabido entonces las cosas que sabemos ahora, habríamos intentado que le apartaran de aquella familia. Espero que la vida le haya maltratado tanto como él lo hizo con sus hijos y su mujer.
Bien, pues Choni, Maribel, Angelita, Chus y yo protagonizamos algunas “trastadas” que comparadas con las que –en algunos casos- hacen los niños de ahora, lo nuestro era de puros angelitos.Corría el año 1968 cuando en Octubre me matriculé en el citado centro al que era obligatorio asistir de uniforme consistente en una falda de tablones gris que desde aquel año era novedad puesto que antes la falda era de “cuadros príncipe de Gales” . Una blusa blanca y chaqueta con cuello de pico azul marino. Medias de “sport” preferentemente blancas y zapatos marrones de “Segarra”, una zapatería de mucho renombre entre los “humildes” porque eran de material muy resistente y duraban “para toda la vida”. Lo malo era que al principio nos quedaban grandes y rápidamente apretaban como condenados, porque durar, duraban, pero no crecían al ritmo de nuestros pies en aquella época.
CONTINUARÁ...
1 comentario:
Bonitos recuerdos, tambien yo escribia eso de "Virgen Santa.......". Estoy de acuerdo contigo en eso de separar chicos y chicas, en la EGB nunca estuve con chicos y me parece un absurdo
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