De “toda la vida de Dios” Santa Cecilia se celebraba en mi casa puesto que Ruperto, mi abuelo materno y Pedrito, hermano de la misma rama máter, eran músicos.
Durante años recordé, que mi abuelo era componente de la banda municipal de Alaejos, pero había olvidado el instrumento que tocaba. Así como recordaba, o mejor, creí recordar, que mi tío Pedrito tocaba la charambita y con ella, interpretaba “El baile de la Virgen” de la Casita, que así la conoce popularmente el pueblo, aunque al parecer el nombre de la pieza es “entradilla”.
Hoy con ayuda de mi querida tía Chus y mi primana Charo (su hija) he ordenado un poco más mis recuerdos, e incluso he acuñado alguno nuevo que dejaré aquí compartido, para que, entre todos, podamos recordarlo siempre… siempre que me leáis.
Mi abuelo era el bombo de la mentada banda municipal de Alaejos y además hay una anécdota registrada en el libro: “Nstra Sra de la Casita de Alaejos … 500 años de advocación Mariana”.
Cito y copio el texto editado por la Diputación Provincial de Valladolid, en 1991 con motivo del V Centenario de la aparición de nuestra chiquitita:
“En uno de los años de la década de los 50, el día 10 de mayo, como el párroco se opusiera (no pone nombre del tal opositor), a que se bailara a la Virgen (mira tú la cabezonería del portador de alzacuellos y sotana) y a que se tocara la “charambita” (nombre popular con el que se conoce la dulzaina), el baile hubo de realizarse con objetos rudimentarios: un embudo y una lata grande de escabeche. La interpretación fue de Cándido López y Ruperto Muñoz, (mi abuelo querido). De este modo, se consiguió que no se perdiera esta bonita costumbre”.
Hasta aquí el texto con apostilla y ahora añado: Alaejanos del mundo, gracias al empeño o convicción de mi abuelo Ruperto, (que bailó a la virgen mientras tuvo aliento y fuerzas, tal como también hizo mi padre), seguimos todos los alaejanos poniéndonos los bellos de punta cada 10 de mayo y cada 8 de septiembre, con la misma música, durante toda nuestra vida.
Mi Abuelo, en aquellos complicados años 50, se enfrentó al mismísimo clero; y alguno aún se pregunta de dónde me viene la cabezonería, o, mejor dicho, el empeño, en hacer y decir las cosas como justamente las pienso y siento, haciendo que reluzca la verdad, por encima de toda falacia, aunque con ello sólo consiga que se me tache de lo que no soy.
Verdaderamente quien soy y lo que soy, lo saben quienes me importan, los que no leen en mis escritos lo que quieren leer, porque leen precisamente lo que está escrito y no lo que inventan para manchar mi nombre.
Me rodeo de buena gente, así me quieren, así los quiero.
Esas convicciones férreas de pensar y sentir, me llevaron en diciembre de 2001 -se ve que gracias a mi sangre Muñoz- a atreverme a contradecir, (sin embudo, ni lata de escabeche), a un señor del mismo gremio, en una crítica escrita y publicada incluso en el Diario de Medina… Dije (escribí), lo que todo el pueblo pensaba, y decía en corrillos, pero en voz baja, por eso las ostias sin consagrar, me las llevé yo… Y el orgullo de haberlo hecho, también.
Diré también con mucho orgullo, que: la letra y música de ese himno que acompaña desde hace años el principio de los actos oficiales en Alaejos, y que lleva por título el poco enrevesado título: “Himno de Alaejos”, también se lo debemos en parte, a mi abuelo Ruperto Muñoz Ramos, puesto que es coautor de música y letra de ese emotivo himno que todo el pueblo corea sin saber autoría.
En cuanto a mi tío Pedro (Pedrito) Muñoz Santana, hoy sé que el instrumento que tocaba, no era “la charambita”, si no, el "requinto de clarinete”.
La diferencia principal es que: el requinto es
un clarinete más pequeño y agudo afinado en Mi bemol (
E♭cap 𝐸♭) mientras
que el clarinete estándar (soprano) es más grande y se afina más
comúnmente en Si bemol (B♭cap 𝐵♭) Esto
hace que el requinto tenga un timbre más brillante y proyectado, ideal para
notas altas, y sea utilizado principalmente en bandas y música que requiere
pasajes agudos… que,
para alguien como yo, esta explicación le suena a 音乐 (yīnyuè), que
al parecer significa música.
Afortunadamente la música (la melodía) suena igual, se escriba como se escriba la partitura. Por eso, la música es universal y por eso, cuando además de la melodía, quiero enterarme de “lo que dice la letra”, prefiero escucharla en el idioma que la entiendo… Pero esto es otra crónica.
Mi tío falleció de neumonía, a la corta edad de 16 años, cuando le faltaba poco más de un mes para cumplir los 17; en el momento, en que aún no había llegado a España la penicilina que lo hubiera salvado, aunque llegó muy poco tiempo después y demasiado tarde para Pedrito, sus padres y hermanas, que lo han llorado siempre.
El retrato a plumilla de mi tío, presidía de tamaño grande, la sala de mis abuelos y por eso siempre estuvo muy presente y fue querido y no olvidado por todos nosotros.
Hoy al hablar del requinto, mi tía Chus, de 88 años, recordaba la muerte y entierro de su hermano querido. Aunque ella aún le quedaban unos meses para cumplir los 7 años cuando él falleciera.
El infortunado muchachito, enfermó y en pocos días falleció, pese a haber tomado agua con la tierra donde se apareció la virgen de La Casita, a la que se le atribuían poderes milagrosos de curación a los enfermos, y por ser su abuela Petra la Casitera, pudo acceder a esa tierra que finalmente no obró el milagro… (lógicamente), pues, aunque dicen que la Fe mueve montañas, a veces no puede mover una piedrecita.
Ya entonces, pese a las costumbres de aquellos tiempos, y para evitar a la niña el disgusto horrible que había en la casa, llevaron a la pequeña a la casa de unos vecinos.
Alguien de esos vecinos, (con la sensibilidad quizás menos “exquisita” que la de mi familia; por la cultura de las buenas gentes de la época), o quizás fueron otros niños de aquella familia, los que tuvieron la ocurrencia (criaturas), de sacar a la chiquitina a la calle, al paso del acompañamiento fúnebre.
Se da la circunstancia, que pese a no ser habitual que la banda de música acompañara esos cortejos, por ser miembro de la misma el fallecido y su padre; la música acompañó el cortejo. Intuyo que sería con la música que en mi infancia y adolescencia acompañaba las procesiones durante la Semana Santa, acompañando al Nazareno, y que yo sin saber el por qué, siempre me emocionó escuchar. Ese sexto sentido será.
Lo cierto es que cuando en las procesiones, cambiaron esa tonada por los clarines, trompetas y tambores de otro pueblo, el mío se quedó sin esa preciosa seña de identidad que sigue viva en mi recuerdo.
Aquel triste día para mi familia, la pobre niña, vestida de riguroso luto, corrió llorando como loca al lado de la caja donde se llevaban a su hermano para siempre, y que, en lo alto de la tapa, reposaba su requinto, seguramente habían pensado enterrarlo con él, pero la pequeña Mª Jesús, pidió que no enterraran ese instrumento que tantas veces escuchó tocar a su hermano. Sólo imaginar la escena me parte el alma. Enseguida alguien tomó la manita de la niña y se la llevó de nuevo a la casa de los vecinos.
El cortejo continuó con todos sus actos eclesiásticos, de humana despedida y ya en el cementerio, el requinto quedó en manos de mis abuelos, junto al llanto y el dolor eterno por la perdida de su querido hijo.
Pedro fue enterrado sin su instrumento, pero con todo el amor de amigos y familiares.
En esta familia se ve que somos de persuadir decisiones poco acertadas. Aunque no venga a cuento: cuando nació mi tía, como era la sexta hija del matrimonio, se ve que se habían quedado sin nombre bonitos, y mi abuelo quiso ponerle el de su madre: Tiburcia. A lo que mi madre, que tenía 14 años y jamás hubiera levantado la voz a los suyos -por la cuenta que le tendría- llorando, como después de haber cortado cebolla en un mondongo, persuadió a mis abuelos y le pusieron el moderno nombre elegido por su hermana: Mª Jesús, aunque años después, yo misma la “rebauticé” como Chus y así la conoce el mundo entero… al menos el mundo que la conoce.
La
cosa es que “el requinto de clarinete” que os muestro, es el mismo que continúa
en la familia, incluida la funda, bordada con sus iniciales, seguramente por mi
madre o por mi abuela Felisa, que lo atesoró con todo su amor, y actualmente
continúa guardado celosamente por mi prima Charo, que hoy me lo envió en foto.
El instrumento está tan bien conservado, después de tantos años, porque su marido: mi primo Eloy, que también es músico, lo restauró aún en vida de mi abuela.
El nombre de mi hija Cecilia, en nada tiene que ver (o sí), con la tradición familiar del nombre de la santa de la que lleva su nombre. Lo cierto es que ese nombre me gustó desde siempre.
Envío besos al cielo a los músicos de mi vida y de mi tuna. Actualmente, continuamos teniendo muchos músicos amigos, entre otros: (La chirigota del Yuyu o Jose Caballero, que toca la Diana bajo mi balcón siempre que puede). Así como tenemos músicos en la familia: Eloy, al que acabo de mencionar, Víctor, mi yerno, mi querido “Vitorino”, perteneciente a la tuna de Ciencias de Valladolid y ahora mi nieta Lucía que ha encontrado en la música su instrumento para ser feliz y hacernos felices a quienes la escuchamos tocar o interpretar sus propias melodías… “compositora e intérprete de su propia vida” …


