PINGÜINOS EN
PUCELA 14-01-2017
Con frío
casi polar, sol de aún lejana primavera y mucho ruido, regresa un año más a
Valladolid la más famosa concentración pingüina, clásica ya en la ciudad donde
pazco.
El
aterimiento no arredra el ánimo de moteros y moteras que a lomos de sus jamelgos
de dos ruedas se acercan desde cualquier lugar de España y parte del extranjero
a disfrutar de un frío que aquí les regalamos sin necesidad de presentar
credenciales.
Fin de
semana donde la ciudad permanece tomada por bramido de motores, ropas de cuero y camaradería.
Nuestra Plaza Mayor lucía su esquelético árbol de Navidad rodeado de motacas
impresionantes como si de regalos de Reyes Magos se tratase.
Calles,
avenidas, plazas y paseos cuajadas de motos paradas en hilera para ser
admiradas por el público en general o rodando al ritmo del apretón de
aceleradores, de caballitos y piruetas que roban el aliento a quienes tenemos sentido
y temor por la integridad física del exhibiente quemador de ruedas.
Quizás el
ruido ensordecedor no deja conversar tranquilamente a los paseantes que lo aguantan
respetuosos sabiendo la ilusión y el divertimento que ello supone para nuestros
moteros.
Hoy
Valladolid pierde gustosa la monotonía invernal para convertirse en el hábitat de
estos pingüinos de pinar, carpas y asfalto. Fiesta, hogueras que calientan
cuerpo y espíritu; amistad, antorchas en recuerdo de los que ya no volverán encendidas
en la noche en interminable hilera. Sopas de ajo que calientan el estómago al
ritmo del castañeteo de dientes y huesos congelados. Risas, abrazos de
bienvenida y llanto de despedida hasta los siguientes eventos, que llámense
como se llamen concentra a los amantes de las dos ruedas allá donde los
convoquen.
Un año más
–y ya van 29- nuestra comida de amigas coincide con esta fiesta. ¿Casualidad?
¡¡Tradición!! ¡¡Qué le vamos a hacer!! Ojala podamos volver a ver la metamorfosis
pucelana con la misma ilusión… Y si se puede con más, mejor que mejor.
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