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NACIMIENTO SITO A LA IZQUIERDA Y FORMANDO PARTE DEL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA. LO RECIBÍ COMO POSTAL NAVIDEÑA ALLÁ POR 1985 DE MANOS DE PATRICIO SANTANA Q.E.P.D. |
UN PASEO POR ALAEJOS
30-06-2016
Ayer tuve
ocasión de volver a recorrer calles y rincones de mi Alaejos sin la prisa del
habitual quehacer rutinario; degustando cada palmo de sus añorados recovecos. Calles
casi desiertas bajo el implacable sol, saludando contenta de volver a ver a
quien no vi desde hace meses.
Quien aquí
nació y –salvo a algún viaje- nunca salió a vivir fuera de este terruño y
cotidianamente caminan sus calles, nunca vivirán la emoción de la añoranza y la
felicidad del reencuentro con ellas. A cambio se permiten el lujo de llamar
forastero a quien unido al cordón umbilical de la madre respiró por primera vez,
igual que ellos, bajo este mismo cielo azul.
En esta
ocasión mi marido y yo hacíamos de anfitriones de nuestros queridos amigos que
vinieron a pasar el día con nosotros.
Lo primero
que hicieron Sari y Begoña al poner un pie en Alaejos fue manifestar el deseo
de ver nuestras iglesias. Ya era pasado el medio día de este veraniego Junio,
hacía mucho calor, y en la iglesia de San Pedro celebraban misa en honor al
santo del mismo nombre. Hasta allí llegamos con intención de visitar el templo
una vez terminado el oficio. Vi quela oficina de turismo estaba abierta y me
acerqué para preguntar por la
posibilidad de ver las dos iglesias. Me recibió Cristina, una jovencita amable,
de sonrisa permanente que este año trabaja en el agradable trabajo de mostrar
su pueblo. No tardó en darme una cita para aquella misma tarde. Mis amigas se
alegraron al saberlo y los seis nos sentamos al fresco del soportal en una de
las mesas del Restaurante “El Callejón” donde siempre me hacen sentir como en
casa y puedo así disfrutar de la maravillosa Plaza de mi pueblo. Pocas plazas de ciudades importantes pueden presumir de ser tan hermosas como esta.
Por lo
mismo que decía al principio, me gusta tomar en pequeñas dosis el disfrutar el
entorno en aquel mágico lugar, porque mirarlo por rutina pierde el encanto de
la añoranza.
Poder
compartir con nuestros amigos mis vivencias, sobretodo infantiles, es todo un
lujo y un verdadero placer, además de la satisfacción de disfrutar de un lugar
fresquito en día tan caluroso en compañía, al acabar la misa, de la jovialidad
de mi octogenaria y vitalísima madre.
Tras
agradable comida y sobremesa en nuestra casa, puntuales fuimos en busca de
Cristina. Enseguida comenzó nuestra excursión. La iglesia de San Pedro nos
recibía con su inconfundible olor falto de incienso, su impagable acústica y su
belleza tras la restauración en 2010.
Cristina
nos mostraba el templo amable y con fluidez apuntando datos de retablos,
imágenes, pinturas recuperadas e historia, aportando yo, pinceladas de lo que
recordaba de la iglesia antes de la citada restauración: El retablo que al
parecer “desentonaba” y fue relegado a un escondrijo donde parece que “sólo
dios basta” no tiene sentido, pero yo me pregunto que si ese retablo desentona
¿No desentonan los bancos modernísimos que ahora soportan los beatos culos? ¿Y
la iluminación? ¡¡En fin!! Cosas mías supongo.
En un
pequeño habitáculo vimos algunas de las imágenes que descansan 364 días al año
y que durante la Semana Santa
procesionan el día que les toca.
Contemplar
a “Barrona” con sus fieros ojos a la altura de los míos y no sentir
absolutamente nada del temor que antaño producía a la chiquillería al verlo
tras la vitrina donde antes ubicaban el conjunto del paso, me hizo confirmar
que no soy aquella niña temerosa (hoy de 59 años), que puedo enfrentar
cualquier fiera mirada con el valor y la seguridad que dan los años vividos.
Pude en
aquel mismo lugar conocer “en persona” a la borriquilla que acompaña con laurel
el comienzo de la Semana de Pasión desde hace apenas dos años y al joven
Resucitado con carita de felicidad y tan moreno tras su paso por el taller de
reparaciones, que más parece recién llegado de unas vacaciones en el Caribe que
salido del sepulcro que custodiaban soldados dormidos.
Presumimos
de iglesia, de tallas y de retablos antes de encaminarnos por la calle de
Zabacos hasta la iglesia de Santa María, la que siempre fue mi “iglesia de
cabecera”, donde recibí mi bautismo y primera Comunión; donde jugaba a escuchar
la novena de la mano de mi querida y añorada abuela Felisa, o los sermones
interminables y aburridos mirando al púlpito y deseando tener entre mis manos
los bolardos azules de cristal que lo adornan. En esta misma iglesia, mi hija
Irene celebró el Corpus y despedí a mi querido padre en la última vez que por promesa
a él escuché funeral en su memoria.
Me
enorgullece poder enseñar a mis amigos el valor de mi iglesia de Santa María y
su museo interparroquial.
Una vez
más la contemplé como si fuera la última vez que pueda hacerlo para guardar su
recuerdo en mi corazón.
Santa
María está herida de muerte por dentro y por fuera y temo que los andamios, por
poco que tarden en instalarlos, no lleguen a tiempo de salvarla y si la salvan
quedará hermosa como la de San Pedro, pero como en ella, también desaparecerán
cuadros, retablos –quien sabe si las bancadas- y el polvo que los años y los
rezos han ido depositando en el interior del templo de mis amores.
Nos
despedimos de la adorable Cristina muy agradecidos y contentos de haberla
tenido como instructora.
Un paseo
por el entorno de las ruinas del castillo que actualmente vuelve a estar
inmerso en el trabajo de desescombro y luce en su nuevo paseo un aspecto descuidado y cuajado de maleza que
desaparecerá cuando las entrañas de nuestro desaparecido baluarte queden listas para ser visitadas y que Alaejos pueda presumir de
tener un pasado glorioso, un presente de añoranzas y un futuro… tan futuro que
ni los mejores videntes alcanzan a adivinar.
Alaejos
querido pueblo, fue grato volver a presumirte y pasearte con ojos de niña,
corazón de mujer más que madura y comprobar que hay en ti cosas que nunca
cambian ni deberían cambiar; reencontrarse con algunas personas que hacen del
pueblo la enseña y siempre te agrada el reencuentro o toparte desafortunadamente con otras que deberían evolucionar y no
quedarse ancladas en su terca necedad. La misma por la que a “los de pueblo”
nos denominan despectivamente “catetos”.
Una
opípara cena con parladísima sobremesa en el patio más acogedor de Alaejos culminaba
con un día especial que no tardará en volver a repetirse.