El tiempo está loco, loco, loco… siempre se ha oído decir lo mismo, aunque ahora yo creo que está loco de remate y así están los cuerpos, que no saben qué hacer y en vez de estar con “apalastre” otoñal, previendo la llegada del largo y tedioso invierno, resulta que lo tenemos de jota, con ganas de hacer en casa la limpieza primaveral y sofocos de verano (no vamos a echarle toda la culpa a la menopausia). Las moscas continúan incansables y cojoneras mientras las hojas se resisten a caer de los árboles.
Cada vez tiene más razón mi amigo Yuyu que decía en su chirigota "Los Monstruos de pueblo": "Un día volví de la playa y le dije a mi parienta vamo a poné el nacimiento".
No sabe uno cómo salir a la calle.
Tempranito te asomas a la ventana, ves la niebla y te preparas el abrigo y la bufanda. Abres para ventilar mientras te acicalas un poco y cinco minutos después, la niebla se ha disipado, luce un sol precioso y la temperatura pasa de “friesca” a “frescalentita”, sin pasar por “templaria”.
Vuelves a elegir ropa y te decides por la veraniega, aunque el calendario diga lo contrario.
La ropa de verano está aburrida por no poder descansar y la de otoño-invierno (que aquí es estación única), permanece “escojonadita” de la risa colgada en el armario; corriendo peligro de pasarse de moda sin haber sido estrenada.
No me quejaré de estos días de regalo que está dando la capa de ozono, pero es que no pegan ya “estas calores” a finales de octubre, mucho menos en este Valladolid, frío como saludo de mala suegra.
Las castañeras no tardarán en quejarse por la poca –o nula- venta de tan rico fruto asadito y calentito, y cambiarán su bonita y típica caseta por una maquina expendedora de refrescos; y es que aunque quiera ser solidaria, de veras, no me veo yo de manga corta, con abanico y con sandalias, deseando calentarme las manos con un cucurucho de castañas, cuando lo que de verdad sigue apeteciendo es un helado.
Que no, que no pega ver ya el turrón de Jijona en las estanterías de los comercios mientras en el telediario te enseñan las playas alicantinas repletas de sombrillas y culos, como en pleno agosto.
Tampoco “pega”, pasar por el cementerio y no verlo envuelto en la neblina Donjuanesca de “tó los santos”; sin embargo las floristerías y los “tocienes y chinos” lucen sus arreglos florales-funerarios, porque haga el tiempo que haga, el día 1 de Noviembre harán su particular “agosto”.
La fiesta de todos los santos (que no “jalogüin”), ese día donde los vivos comen gracias a los muertos… los vivos que comen de los muertos; es decir, “buñuelistas” y “huesitistas” que se dedican a poner postre a la celebración y floristas, marmolistas y demás “istas”, cuya profesión es engalanar nuestros cementerios, que por unos días lucirán floridos y hermosos como jardines en primavera.
Muchos estos días se preguntan si esta “fiesta” de todos los santos, es cultura, tradición o negocio. Evidentemente, negocio es, eso no lo puede negar nadie; ni que hay mucha competitividad, sobre todo en pueblos o poblaciones pequeñas, para adornar ostentosamente los panteones y tumbas, rivalizando en quien coloca más flores, aunque los arreglos florales alcancen para este día precios abusivos, porque cueste lo que cueste, se paga, ¡un día es un día! Allá cada uno, hoy no quiero entrar en eso.
Si es cultura o tradición, supongo que un poco de cada, porque como en todo, en esto también hay diferentes formas de ver y actuar, tan respetables y comentables unas como otras.
Hay quien no puede dejar de “visitar” en el cementerio a sus seres queridos y habemos quienes pensamos que no es necesario ir al cementerio a llenar de flores una piedra para sentir cerca a aquellos que perdimos y quisimos tanto, que su muerte no nos separó del todo, porque ciertamente ¿Cuántas flores caben en un cementerio? ¿Cuántas lágrimas caben en un cementerio? ¿Cuánto dolor encerrado entre sus tapias?
Seguramente mucho más que flores, que sólo se llevan el día del entierro, en todos los santos y poco más, sin importar el mal gusto de ponerlas de plástico, que para el resto del año “duran más”, aunque queden horrorosas.
Las lágrimas de cementerio, cuestan más que cualquier otra cosa en el mundo.
Son de desesperanza, dolorosas y terriblemente amargas. La pena duele infinitamente más, que los golpes físicos; sobre todo cuando esa pena llega tras la injusta y prematura partida de un ser verdaderamente querido.
Yo no necesito visitar el cementerio donde dejaron su cuerpo para sentir que sigue aquí, por eso, aunque no critico a quien lo hace, no seguiré el juego del gasto desmesurado en días que se me impongan.
Y el tiempo… el tiempo que siga loco, loco, loco, que es lo suyo.
3 comentarios:
Chas gracias guapa, me alegro que te guste; aunque mucho mejor que mi escrito es tu visita porque quiere decir que te encuentras mejor.
Muchos ánimos y que siga esa mejoría.
Besos.
Marisa
Buenísimo Marisa!!!
Gracias!
Gracias Rosama. Me alegro que te haya gustado.
Besitos guapa
Publicar un comentario