CHIRINATOS AL COSTAL... UNO A UNO Y PAR A PAR
Tener la pila de años que tengo, me convierte en persona de: “Ya tenemos edad de recordar”.
Aunque mejor voy más allá: “Tenemos edad de añorar”, pues aunque “no todo tiempo pasado fue mejor”, al llegar (o pasar) la cincuentena, cada recuerdo, cada momento vivido en infancia y juventud, lo guardamos intentando que no se nos vayan jamás.
No es pretender que vuelvan los días antañones, pero recuperarlos y compartirlos con quienes fueron nuestros compañeros de juegos y de los primeros despertares acnéicos, es muy gratificante; tanto como lo ha sido siempre atrapar recuerdos durante el aperitivo en una cómoda terraza de la plaza de mi pueblo con algún amigo, conocido o similar.
Durante el verano Alaejos se llena de gente y las calles de coches. Deja de ser el pueblo tranquilo para convertirse en una “mini” cuidad, con todos los inconvenientes del tráfico –a pequeña escala-, porque aunque parezca increíble, aun para distancias tan cortas, los forasteros van en coche a cualquier parte; a mí me gusta menos caminar que pillarme los dedos con una puerta, pero aseguro que en el pueblo el coche se queda aparcado desde que llegamos hasta que nos vamos. Sólo lo utilizamos cuando es estrictamente necesario, o si necesitamos cargar con compra.
Para quienes no vivimos en él todo el año, el pueblo es para pasearlo y disfrutarlo. Este verano, la crisis lo ha llenado aún más de lo que viene siendo habitual, pero no tanto como para hacerlo incómodo.
Ayer, al llegar al pueblo con mi hermano y pasar por la derruida casa de los abuelos comentamos que entre aquel montón de escombros en que se ha convertido, habían quedado para siempre demasiadas vivencias y recuerdos.
De haber podido, habríamos conservado “nuestra” casa, pero no ha sido posible y tras demasiados años deshabitada, ha terminado por derrumbarse.
Siempre que estamos juntos, solemos “sacar a colación” recuerdos de cuando éramos niños o cuando aún solteros y vivíamos bajo el mismo techo de la casa de nuestros padres.
Desde hace muchos años no coincidía a solas con Toño en Alaejos, y teniendo en cuenta que nuestra infancia la pasamos enterita en este precioso pueblo donde tuvimos la suerte de nacer, no es extraño que volver a estar aquí nos haga sentir intensamente esa añoranza a la que me refería al principio.
Después de la cena, me acompañó a la calle y al sentir el perfume del fresquito de la noche le dije: “Mira, huele a chirinatos”.
Charlamos sobre ello un momento y nos despedimos; después, ya sola, me dirigía a mi casa disfrutando de la noche. Durante el día el calor había sido muy intenso y a esas horas la temperatura era maravillosa.
Una vez más, “El olor de los recuerdos” me invadía por completo. Olor a tierra mojada que llegaba desde las cercanas huertas recién regadas, y el bullicio de las calles por las que parecía no haber pasado el tiempo.
Hacía años que no veía tanta gente “al fresco” a la puerta de las casas como antaño, sentadas en sus cómodas sillas bajas o en el mismo suelo calentorro de haber aguantado el implacable sol durante todo el día.
Las voces al conversar de los vecinos y la algarabía de algunos niños jugueteando tranquilos, me devolvieron a la calle Tejedores, y a la puerta de la casa de mis abuelos 45 años atrás, cuando tantas noches “al fresco” pasé de pequeña.
Cada verano cuando nos juntábamos los primos “Muñoz”, el abuelo nos llevaba a “cazar Chirinatos”, nombre inventado por él, de un inexistente “animalito” que supuestamente habitaba en la huerta de enfrente de la fundición –la de la “Patacorta”- dicho animalito sólo salía de noche, pero había que actuar con sumo cuidado o perderíamos nuestras “presas”.
Los nietos un poco más mayores, ya conocíamos el secreto, pero alimentábamos la imaginación de los más pequeños.
“Esta noche salimos a cazar Chirinatos”; frase suficiente para pasar la tarde ideando cómo sería la “expedición” y el lugar que ocuparíamos en la fila, “india” porque había que colocarse por edad y altura de menos a mayor.
El abuelo iba delante con un farol encendido y a su lado se colocaba el nieto más pequeño –y el más inocente- mientras uno de los mayores (Toño seguramente) llevaba un costal o saco de esparto.
Tenía que colocar los brazos bien estirados haciendo que la boca del saco permaneciera abierta para que los Chirinatos pudieran caer en la trampa.
Había que caminar agazapados, despacio y en silencio, sin hacer ningún ruido –cosa imposible porque los yerbajos resecos crujían bajo nuestros pies- a una señal del abuelo, algún nieto sabedor del secreto de los Chirinatos (Toño o yo misma en este caso) decíamos con voz alta, firme y ceremoniosa: “Chirinatos al costal”, y Feli, que en aquel entonces era la nieta más pequeña contestaba: “Uno a uno y par y par” alzando la voz a todo lo que daban de si sus cuerdas vocales, para regocijo de nuestros padres y la abuela, partidos de risa a la puerta de la casa, escuchando en el silencio de la noche la voz firme de la niña que crédula, ponía todo su empeño en hacer a la perfección el cometido encomendado.
Entonces el portador del saco, tenía que apretar fuertemente sus manos para impedir que los Chirinatos se escaparan.
Todos salíamos corriendo de la huerta y bajo la bombilla del exterior de la casa, y la atenta mirada de padres y abuelos, comprobábamos que los Chirinatos habían desaparecido, echando la culpa a la pequeña Feli porque algo hizo mal… gritó poco o no agarró bien el saco y la pobre niña con gran disgusto comprobaba, que no quedaba ni un solo Chirinato en el costal.
Naturalmente en su afán de hacer las cosas bien, insistía en repetir la hazaña, confiando en que esa vez, lograría atraparlos y mantenerlos en el saco, culpando a los otros de haber hecho ruido o no haber sabido cumplir bien con su cometido.
Nuevamente toda la parafernalia y otra vez: “Chirinatos al costal” “Uno a uno y par a par” con idéntico resultado, hasta que cansados de la frustrada caza, decidíamos suspender la expedición hasta la noche siguiente… o el año siguiente o nunca jamás, porque los Chirinatos tenían idéntico final que los reyes magos o el ratoncito Pérez.
Continuará
2 comentarios:
Jejeje, ME ENCANTA. Nunca había escuchado esa palabra. Las ocurrencias de los abuelos, jejejeje, ME HA GUSTADO MUCHO. QUE BONITO, tata guapa. Que de cosas, miles de gracias por compartir. Besos enormes
Pues si, los abuelos son... somos tam importantes!!!!
Mil besitos tata guapa
Publicar un comentario