Ellas son “culpables” de que también me guste la música de Manolo García, aún así no había ido a verlo en directo y como nunca es tarde para experimentar cosas nuevas –y si son agradables mejor que mejor- cuando se anunció que el 8 de Mayo comenzaba la segunda parte de su gira “Saldremos a la lluvia”, precisamente en este Valladolid donde tantísimos seguidores tiene Manolo; mis tres hijas no dudaron en que fueran cuatro las entradas a reservar.
Irene nerviosa e ilusionada se fue pronto para “hacer cola” a las puertas del polideportivo “Huerta del Rey”, para ser de las primeras en entrar a “pillar” buen sitio en las gradas.
Laura y yo, junto con otras dos amigas, llegamos una hora antes de que abrieran esas puertas, y Cecilia se reuniría con nosotras al salir de trabajar.
Dado el título y como no podía ser de otra manera, cuando aun estábamos en la calle, poco antes de las nueve de la noche, “salimos a la lluvia” o mejor: la lluvia quiso estar presente, calando a los que esperábamos en las largas filas ya formadas, aun así, pasaban las 9,15 cuando al fin abrieron las puertas.
Sin prisa ni pausa, nos sentamos en la primera fila de gradas, en lugar privilegiado muy cerca del escenario y desde allí me dispuse a disfrutar con los cinco sentidos – y alguno más- todo lo que ocurriera a mí alrededor.
El primero, La vista:
Como si de una grabadora se tratara, “filtré” con mi retina las imágenes, para almacenar en el cerebro todo lo que veía, recordando a quienes hubieran deseado estar allí y por una u otra circunstancia les fue imposible. Por eso les presté mis ojos para que a través de ellos pudieran ver lo que yo privilegiadamente miraba.
Sabiendo de sobra la respuesta, puesto que las entradas para el concierto llevaban varios días agotadas, les dije a mis hijas: “parece mentira que todo esto vaya a llenarse en tan poco tiempo”… y así fue. En pocos minutos la gente entró como en riada y tanto los asientos como el “parqué” se llenaron de bulliciosos Manoleros, que esperaron el comienzo en alborotado respeto.
Tras veinte minutos de riguroso retraso, por fin daba comienzo el recital.
No me queda muy claro si la organización solamente “estima peligroso” acceder con botellas de agua de "a seis por 1 Euro", porque nada pone en la entrada sobre la “prohibición” de comprar en el bar del local, botellas de agua, una a 1 Euro de idéntico plástico y misma capacidad; y mucho menos prohíbe el acceso con vasos de litro conteniendo cerveza o refrescos con o sin aderezos que proliferaron en demasía, -dado el peligro de derramarlo entre tanto gentío dando botes y palmas- y mucho menos recordaba la prohibición de fumar cualquier clase de cigarrillos en recinto cerrado, como era el caso, ya que en pocos minutos se sobrecargó el ambiente, sobre todo de humo.
Desde los primeros acordes, uno se da cuenta de que Manolo se mete y a lo largo de todo el concierto no deja de meterse, al público en el bolsillo; en el bolsillo y supongo que en el corazón, porque debe ser muy estimulante para su espíritu ver como toda esa gente corea su nombre y se desgañita cantando las letras que compuso en la soledad… de donde él componga.
Al cantante se le veía feliz, pletórico, fundido con cada uno de sus admiradores como si de una sola persona se tratase.
También hice uso de otros de mis sentidos, el tacto: Palpar la felicidad de mis hijas al ver a su “ídolo”, pendientes en todo momento de cómo me encontraba, y qué me estaba pareciendo el espectáculo, recibiendo como respuesta lo mucho que estaba disfrutando, y por tanto utilizando al tiempo mi sentido del gusto: porque me gustó acariciar el maravilloso ambiente de camaradería que me rodeaba.
No tanto disfruté el ambiente “humístico” (no místico, ni humorístico) pues al utilizar mí desarrollado sentido del olfato: pude diferenciar perfectamente unos humos de otros y eso sí lo hubiera eliminado sin dudar. Afortunadamente a las gradas no llegaba el “olor a humanidad” que mucho más que presuntamente se respiraba a pie de escenario.
Mi quinto sentido, el oído: En un concierto de música, se supone que uno de los sentidos más importantes, y así debería haber sido de no haberlo impedido la pésima acústica del recinto.
Por más que intenté desligar el ruido de la música, no fui capaz y no me enteré más que de frases sueltas, tanto en las canciones, como en las “apostillas” sabias de Manolo García, involucrado con el medio ambiente, el paro, la crisis…al punto que el auditorio en pleno coreó “¡¡Manolo presidente, Manolo presidente!!”.
En dos ocasiones el artista abandonó el escenario para continuar cantando entre su público, incluso accediendo a las gradas, siempre acompañado por sus guardaespaldas que no impedían que sus admiradores pudieran llevarse como trofeo, unas gotas del copioso sudor de Manolo, o el instante que tocándolo, permanecieron a su lado.
Todo estaba resultando como lo esperaba, pero ni yo, ni mis hijas, ni las personas que teníamos alrededor, entendimos a ton de qué, durante la interpretación de “Morder el polvo” apareció por primera vez sobre el escenario una figura menuda, no sabría si hombre con aspecto femenino o mujer de aspecto hombruno, que se movía como un robot bruto, pretendiendo baile o coreografía que a su madre orgullosa de haberlo parido, seguramente le hubiera gustado ver. ¡Qué a gusto debió quedarse el coreógrafo!
Si alguna vez este alcaraván ensayó esos movimientos absurdos, ¡Lástimas de pérdida de tiempo!
Poco después envuelta/o en un traje de periódico plastificado, un nuevo intento fallido de bailar bonito o ejecutar una agradable ¿danza?
Era evidente que ni echando mano del mejor sentido del ritmo ni con el más desarrollado sentido del ridículo hubiéramos entendido la presencia en escena del saltimbanqui aspaventoso.
Manolo llena de tal forma el escenario, que aquella patética “mosca cojonera” sobraba del primer al ultimo momento, mucho más cuando tras la ranchera que interpretó Manolo en ultimo lugar, este ser humano al borde del “éxtasis”, agarró el micrófono y dio un grito más desatinado si cabe, que el revoloteo por el que seguramente habrá cobrado.
Durante las más de dos horas que duró el espectáculo, Manolo García logró lo que pretendió: fusionarse literalmente con su público para que todos los presentes nos divirtiéramos con su actuación y logró lo que estoy segura no tiene ni idea: Que de entre todos, mis tres hijas disfrutaran segundo a segundo toda la actuación de quien tanto admiran; especialmente Laura con “Levedad”, Irene con “Pájaros de barro”; y logró que Cecilia se olvidara de su maltrecha rodilla, sobre todo cuando –como si Manolo lo intuyera- casi al final interpretó “Rosa de Alejandría”.
Magnífica experiencia la que acababa de vivir y que espero repetir en cuanto me sea posible y mientras mis hijas así lo deseen.

Manolo llena de tal forma el escenario, que aquella patética “mosca cojonera” sobraba del primer al ultimo momento, mucho más cuando tras la ranchera que interpretó Manolo en ultimo lugar, este ser humano al borde del “éxtasis”, agarró el micrófono y dio un grito más desatinado si cabe, que el revoloteo por el que seguramente habrá cobrado.
Durante las más de dos horas que duró el espectáculo, Manolo García logró lo que pretendió: fusionarse literalmente con su público para que todos los presentes nos divirtiéramos con su actuación y logró lo que estoy segura no tiene ni idea: Que de entre todos, mis tres hijas disfrutaran segundo a segundo toda la actuación de quien tanto admiran; especialmente Laura con “Levedad”, Irene con “Pájaros de barro”; y logró que Cecilia se olvidara de su maltrecha rodilla, sobre todo cuando –como si Manolo lo intuyera- casi al final interpretó “Rosa de Alejandría”.
Magnífica experiencia la que acababa de vivir y que espero repetir en cuanto me sea posible y mientras mis hijas así lo deseen.
