viernes, 13 de julio de 2018

VIAJE A EURODISNEY


VIAJE A EURODISNEY  del 6 al 11 de Julio 2018

Disney, un mundo de fantasía creado para niños y que alimenta los sueños de quienes nunca dejamos de serlo.

Una promesa muy, pero que muy añeja, un deseo agazapado por no poder cumplirlo y de pronto, una vez más, se vuelven las tornas y en vez de ser yo quien invite, soy la invitada con todo lujo de sorpresas ocultas para que no me enterara de nada hasta llegado el momento preciso.
Mi hija Irene, preparó cada detalle; estudió minuciosamente el recorrido a realizar para ejercer de anfitriona de forma tan precisa, que se convirtió para mí en experta guía.

Sabía que visitar Eurodisney iba a ser tan bonito como cansado (más o menos), para alguien que como yo, el deporte no lo hago ni en sueños. Mis sueños son otros muy diferentes y tan respetables como los que cada quien quiera tener.
También sabía que el parque iba a gustarme mucho, lo que no sabía era que podía estar tantísimas horas caminando bajo un sol de justicia, cuatro días seguidos, sin dolores de huesos, pies  ni músculos, sin apenas descansar (que tiempo tendría para el relax y el descanso en otro viaje). Cuatro días intensísimos donde no nos perdimos ni un solo instante de diversión, ni desperdiciamos una sola migaja de ilusión. Habíamos esperado demasiado para cumplir ese sueño, y no nos lo iba a estropear el hipotético cansancio.
La felicidad completa no existe, y en esta ocasión, para serlo del todo, sólo nos faltó la presencia física de Laura, Cecilia, Lucía y la pequeña Irene, a las que echamos muchísimo de menos. (Los chicos –salvo David por ir con sus niñas- no son “Disneyeros”, por eso allí no les echamos de menos). Sólo nos alivió pensar, que si la aventura al fin se nos estaba cumpliendo a Irene y a mí, nada nos impedirá volver con  las otras cuatro reinas de mi vida.

El viaje hasta Madrid primero y hasta París después, transcurrió tranquilo. Aterrizamos con el chupinazo del primer encierro de San Fermín. Fuimos cómodamente instaladas en uno de los hoteles Disney y sin perder ni un segundo, a las diez de la mañana abordamos el autobús que en cinco minutos nos dejaba en el mundo fantástico.
Envuelto en música, cada edificio, cada jardín, cada fuente, cada estatua, cada rincón y cada escenario, es precioso. Cuidado hasta el mínimo en detalles y atenciones por el personal del parque.
Inevitables lágrimas de emoción al ver que de verdad estábamos allí, que era real, y que mereció la pena la espera.
El gentío era enorme ya desde tan temprana hora. Parecía que un tsunami humano iba a inundar las pulcras calles. Ahí donde mirabas había ríos de gente con cara de felicidad. Mayores convertidos en niños y niños convertidos en protagonistas de su propia historia fantástica.
Mil diferentes lenguas parlantes. Humanos procedentes de todos los rincones del mundo. Un surtido enorme de tallas, formas, modelos, colores… Algunos disfrazados de forma tan extravagante (friki) como indescriptible y respetable.
Los niños, en ocasiones daban envidia, otras inspiraban ternura y otras muchas veces lástima al ver cómo (criaturicas del Señor) exhaustos, que por su edad actual sólo recordarán por foto y porque se lo cuenten que estuvieron allí, que un día estuvieron en el maravilloso mundo Disney cumpliendo con la ilusión de los padres y abuelos, que soportaron lloros y mocos sin que el nieto pudiera disfrutar de tan magno momento ni de todo lo que veían por puro cansancio. Otros en cambio, metidos en su papel, disfrazados de cuento se sentían cuento y siempre recordarán la magia que vivieron junto a quienes más les quieren, y que seguramente se han dejado tres o cuatro riñones reales para viajar al mundo de fantasía.
Había que hacer cola para cada atracción, algunas demasiado largas, pero todo a visitar merecía la pena.
Era curioso ver las filas de carritos de bebés, de sillitas de niños aparcados con todos sus avíos sin vigilancia ninguna mientras disfrutaban sus dueños de las atracciones a las que lógicamente, no se puede acceder con ellos.
Múltiples y grandiosos restaurantes (también de cuento o de película), con comidas tan variadas como la temática a la que estaban dedicados.   Menús muy ricos… (O no, depende del gusto, a nosotras nos encantaba todo).
Multitud de tiendas preciosas por dentro y por fuera, donde dejarse otro par o tres riñones para regresar llenos de regalos para quienes en esta ocasión se quedaban en casa. Pocas sombras para guarecerse del calorón y pocos bancos donde descansar o ver los precioso espectáculos de calle donde actuaban muchas de las princesas con sus princeses, y muchos “dibujos animados” que cobraban vida gracias a los humanos que se recuecen con los perfectos disfraces de piel o pelo, ropa nada veraniega, pero que bailaban como si en verdad no les molestara en absoluto vestir así. Su papel era dar vida al personaje, y se dejaban la piel que hiciera falta en el intento. Todo con tal de que chicos y grandes disfrutáramos viéndolos o soportando largas colas también esperando a que nos firmaran un autógrafo y se fotografiaran simpáticamente con cada visitante que quería hacerlo.

Había que hacer cola, hasta para hacer cola… Pero no veías a nadie molesto por las esperas, ni veías a nadie tratar de colarse, ni una voz más alta que otra porque todos estábamos a lo mismo y en lo mismo. No he visto nunca tanto civismo entre tanta y tan variada humanidad.

Si durante el día veías llegar esas mareas humanas que dije, al llegar la tarde, miles nos concentrábamos en la avenida por donde transcurría el desfile de las carrozas infantiles. Enormes y muy coloridos carromatos musicales en movimiento que portaban o eran escoltados bailando a pie por multitud de personajes que si el propio Walt Disney viera, se descongelaba de la emoción al ver en lo que se ha convertido su ingeniosa fantasía.

Tras el desfile veías a tanta gente saliendo del parque, que pensabas que no quedaría aire suficiente para continuar allí respirando, o que pocos se quedarían al espectáculo de la noche.

No recuerdo nada que no nos haya gustado de todo lo que hemos visto, incluso en muchas ocasiones nos hemos emocionado hasta la lágrima por lo que veíamos sin dejar de recordar a quienes ansiosas esperaban nuestras fotos al instante… ¡¡¡¡Bendito Whatsapp!!!!

A las 11 de la noche comenzaba el  espectáculo de luces, fuegos artificiales, música y efectos especiales con explosiones  y proyección de imágenes  en el castillo de Cenicienta. Más de dos horas antes, el gentío se agolpaba frente a ese mítico castillo tan representativo del parque Eurodisney para no perder detalle.
La inmensa mayoría sentados en el suelo, como una alfombra tejida con cabezas, los visitantes repartidos entre los mejores lugares que cada uno elegía (si podía) o se conformaba con el hueco que hubiera si llegaban a última hora. Cuando al fin comenzaba,  en casi absoluto silencio (salvo expresiones de incredulidad emocionada), contemplábamos extasiados de principio a fin el grandioso espectáculo.
Tras la traca final, una traca de aplausos y vítores emocionados,  llenos de admiración al haber disfrutado de uno de los mejores y más mágicos momentos de la visita; llegaba el de dejar el parque hasta el día siguiente y entonces volvías a caminar entre ese tsunami de “almas” (como diría mi abuela) que a paso “agudito” y como si de veras fuéramos un río humano tras una tormenta y deshielo,  íbamos todos en dirección a la salida y autobuses que nos llevaban de vuelta al hotel para descansar (nosotras, tras 22 horas en pie el primer día, y haber dormido tan sólo 3 horas el anterior, con viaje a Madrid incluído), y seguir soñando con lo vivido y los que nos quedaba por vivir.
Así los cuatro días que pasaron en un suspiro (pese al agotamiento… sin dolores por parte de mi cuerpo no musculado).
Muchas anécdotas recopilamos en nuestra memoria, y nunca olvidaremos lo tan bonito vivido, ni el disgusto enorme al encontrarnos un niño de escasos tres años (aún llevaba pañal), perdido y llorando entra la multitud de gente viendo la cabalgata de la tarde.
El niño no era español y no nos entendía, él, seguramente apenas hablaba su propio idioma, pero dejó de llorar y se abrazó a mi cuello y escuchaba mis palabras tranquilizadoras.
Uno de los trabajadores del parque, al que por su parecido con nuestro amigo habíamos rebautizado como “Josué”, había estado cerca de nosotras mucho rato vigilando, pero en ese momento no estaba. Tardó un eterno minuto en volver a su puesto de oteo ya con el desfile comenzado,  y le dijimos que el niño estaba perdido. Trató de hablar con él en varios idiomas, pero el pequeño no quería soltarme. De pronto, una cara desencajada de mujer que sin palabras  decía la angustia que estaba viviendo, pasó frente a nosotras mirando en todas las direcciones. Irene llamó su atención y señaló al chiquitín. Al verlo, la madre lo tomó en sus brazos y lo abrazó llorando. Sin más despedida, ni palabras de agradecimiento (lógico porque su comprensible angustia sería más grande que su cortesía) desapareció abrazando a su hijo y “Josué” nos agradeció la ayuda prestada para mantener al niño tranquilo.

La última mañana, disfrutamos sin colas de las atracciones que abrían para nosotros, ocupantes de uno de los hoteles Disney, dos horas antes que para el público en general, y tras despedirnos de la fantasía con ansias de volver con mis amores, cogimos un tren y metro hasta los pies de la misma Torre Eiffel. Allí tomamos un barco para realizar un paseo por el Sena contemplando los más emblemáticos edificios parisinos.

Eran muchas las ganas de vivir Eurodisney, de empaparnos con su magia, fantasía, sueños, ilusiones, imaginación, colorido… Que el descansar, con tiempo a la vuelta lo haremos soñando en volver de nuevo, esta vez todas juntas.

Disney, un mundo aparte del mundo, en el que todo es como quieres imaginar y no como realmente es.
Sentirse de nuevo niña, en ese mundo que cuando en realidad lo fuiste, ni soñaste que podría existir y mucho menos que un día podrías formar parte de él.

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