COMIDA DE COMPIS 30-01-2016
Magnífico sábado. Pese a haber
amanecido con espesa niebla meona, la temperatura se suavizaba al tiempo que la
niebla desaparecía.
Hoy era el día para que unas
cuantas compis tan añejas como animosas y con tantas ganas de reunirnos como de
pasarlo bien, acudiéramos a la cita de recuerdos y risas y a fe que una vez más
lo hemos conseguido.
Lo de menos es la comida –que
estaba lógicamente buenísima- o el sitio elegido –que cambiamos cada año-; lo
principal es reunirse a intercambiar recuerdos y charlar del primer al último
momento de todo y de nadie.
Como siempre y sin necesidad
de aderezarnos de alcohol hasta las cejas, hemos reído de todo y de nadie, pasando otro inolvidable
día olvidando los problemas que nunca faltan y tomando un animadísimo café escrutadas
por cinco setas que no nos quitaban ojo y gesticulaban imitando sin ruido la risa
contagiosa y sin estruendo de una de nosotras.
Cinco setas prototipo de estupidez,
que seguramente critican todo lo que no sean ellas, puritanas y obtusas que se
llevarán las manos a la cabeza al ver cómo los jóvenes no se relacionan entre sí
por estar con un móvil entre las manos manteniendo conversaciones a través del
cacharrito en vez de cara a cara “como se hacía toda la vida de dios”. Cinco
setas de caras acelgadas que sólo levantaban la vista de las sendas revistas
que ojeaban para mirarnos y cuchichear en vez de conversar de sus aburridas
vidas o contarse historietas hilarantes como hacíamos animosas, sin
escandaleras, y sin meternos con nadie…
Cosas de la vida, quienes
las teníamos enfrente y veíamos la forma en que nos observaban y murmuraban, perdimos
unos segundos de atención a nuestra propia reunión para mirarlas fijamente y saludarlas
amistosamente con la mano sin quitarlas ojo para que apreciaran que nos dábamos
cuenta de su menosprecio. Acto seguido, cerraron las revistas y se marcharon
con viento fresco a menospreciar a cualquier congénere que se lo consienta.
Nosotras, charlábamos y reíamos
sin meternos con nadie ni merecer sus gestos de casi hastío tan sólo porque
llegamos ocho buenas amigas a interrumpir su sepulcral silencio en cafetería pública
y rodeadas de otros clientes, varios niños que correteaban y gritaban felices
al lado de sus papás.
Lo cierto es que hemos
pasado un día estupendo y después de una copa en copería moderna y acogedora, nos
despedimos guardando concertada la próxima
cita en nuestras apretadas agendas.