domingo, 19 de agosto de 2018

QUERIDA TERE


 19-08-2018

Querida Tere: El destino se ha equivocado de nuevo creyendo que poniendo otra piedra en tu camino vas a rendirte ¡Bien le venía! No sabe lo fuerte, lo valiente y luchadora que eres Sebi.
Ya demostraste una vez que si la vida te declara la guerra, tú vas a ganar todas las batallas por duras que sean.
También demostraste que no hay quien pueda borrar tu sonrisa, apagar tu risa, ni mermar tu férrea voluntad para seguir llenando el pueblo con tu voz cantarina, ni de plagar las noches de verano en la placita con esos chascarrillos que hacen que a tu lado no exista la tristeza.

Doy las gracias a la vida que un día puso en mi camino a Pablo y Jose, como los dos grandes amigos que han demostrado ser. Gracias a esa bonita y gran amistad con tus hijos, pude conocerte de forma bien distinta a como te conocía desde siempre. Dejaste de ser “una chica de mi pueblo; la mujer de Teodoro el de la trompeta”, para ser una gran persona que tener en mi vida.
Supe que eres generosa, dicharachera, amable, gran mujer, excelente persona, agradecida, siempre dispuesta a hacer favores sin pedir nada a cambio…
Jamás volviste la cara al cruzarte conmigo haciéndote la desentendida… Al contrario, si no te veo, llamas mi atención para saludarme y si el tiempo no lo impide, charlar un ratillo.

Con esta carta, te envío fuerza, mucho cariño, ánimo y energía positiva para seguir superando todo lo que esté por venir.
No te canses de luchar, así el destino se cansará de ponerte trabas.

Un abrazo muy fuerte…

Tu amiga:

Marisa Pérez

miércoles, 8 de agosto de 2018

AQUEL ÚLTIMO VIAJE EN FAMILIA


AQUEL ÚLTIMO VIAJE EN FAMILIA   30-07-2018

Aquel último viaje que hicimos juntos los cuatro “Pérez Muñoz”, antes de que mi hermano y yo comenzáramos a trabajar y nuestros días de vacaciones dejaran de coincidir… En realidad, tampoco es que hasta aquel, hubiéramos hecho muchos viajes, ni juntos ni separados.
Mi padre no tenía coche, y como mucho, nuestros “viajes en familia” se limitaban a viajar en tren y pasar magníficos y añorados domingos en Viana, en “La finca de mis tíos”… Ese será otro emotivo capítulo aparte.

El viaje al que me refiero, es uno de los recuerdos imborrables por la forma y desde luego por el “con quién y cómo”, aunque muchos detalles que quisiera recordar, ya se fueron para siempre.
Surgió como casi todo lo bueno: sin pensar. Un día cualquiera (quizás puente), de un mes cualquiera, que bien pudo ser de un Junio no cualquiera porque fue el de 1970.
Mis jóvenes padres (casi cuarenteños) y sus aún más jóvenes amigos (treinta y piqueños), Daniel y Tere, decidieron  que sería buena idea ir a pasar el día al Lago de Sanabria con los niños (sólo había un niño y tres niñas, pero no había la idiotez del distingo de géneros casi obligatorio que tenemos actualmente para hablar o escribir).

Daniel tenía un flamante  Seat 1500 en el que podían viajar cómodamente 5 personas adultas.
El día elegido, de buena mañana vinieron a buscarnos y los padres cargaron el maletero con las bolsas de “las meriendas” y las toallas de baño, que para pasar un día, no nos hacía falta más. Las madres se acomodaron junto a la bulliciosa muchachada en los asientos traseros.  
Así el 1500 nos acogió como pudo a Antonio, Paz, Toñin (14 años bien holgados) Maisi (yo, 13 años no precisamente escuálidos) Belén (de 3 añitos a punto de cumplir), Mariángeles (4 añitos y medio), Tere, (intuyendo estar embarazada de Yoli) y Daniel, nuestro conductor y mecánico de automóviles. Casi 9 personas, las meriendas, la herramienta por si alguna avería imprevista y nuestras ilusiones. Sólo nos faltó la jaula del loro y el gato, que no llevamos porque se daba la casualidad que ninguna de las dos familias teníamos loro ni gato.
Tampoco llevamos cámara de fotos porque fue tan improvisado, que no teníamos carrete que llevarnos a la cámara.
Los dos cabezas de familia viajaban en los asientos delanteros, y como dije,  las madres con las cuatro criaturas y media detrás. No había cinturones, ni sillitas homologadas para menores, ni falta que nos hacían.
Lógicamente no recuerdo a qué hora pusimos nuestros culos a remojo en el Lago de Sanabria, pero puedo intuir que el baño fue divertidísimo y que las tortillas de patata metidas en un pan redondo a modo de fiambrera, y poca vianda más, nos supieron a gloria.

Tan felices debíamos estar, que a los mayores les dio pena regresar a casa y dijeron: “Ya que estamos aquí, podíamos ir a Asturias”… Ni cortos, ni perezosos, ni ropa de repuesto, ni pijama, ni saber a cuantos kilómetros estábamos del destino; volvimos a abordar el 1500 y emprendimos viaje a Asturias, rodando por estrechas y curvosas carreteras que hacían difícil el adelantar o el correr a más velocidad de la que corre ahora un coche parado. Ni soñar con las autovías que actualmente ennegrecen los paisajes, ni túneles que horadan las montañas astures acortando kilómetros.
Imagino que haríamos alguna parada para poner gasolina, o a regar campo y cuneta.
Los ojazos de Daniel fijos en la carretera y mi padre, al pasar por los pueblos haciendo sonar el claxon para saludar a los habitantes que tomaban el fresco a las puertas de sus casas. (Esto no lo recuerdo, pero mi padre lo hacía siempre y no iba a ser excepción durante aquel feliz viaje. Saludaba agitando la mano con aspavientos y sonreía como si  fuera un viejo conocido del humano que seguramente se quedaba un rato pensando ¿Quién será? ¡Tenía que conocerme porque me saludó con familiaridad!
En Asturias hay varios pueblos cuyos nombres son “Pola” de algo. Las dos madres viajeras llevaban su cachondeíto al leer Pola de Tal o Pola de Cual… ¡Qué contentas estarán las asturianas con tanta Pola! –decían.
Explicaré que por aquel entonces, era común denominar coloquialmente así al aparato reproductor externo masculino. Por cierto hace muchísimo que no se utiliza ese término. Ahora para referirse a ese miembro viril, se emplean muchas otras vulgaridades.

Ya llevábamos mucho rato de viaje y aun no se veían indicadores en los que pusiera “a Asturias, tantos kilómetros”. Daniel paró el coche y mi padre bajó a preguntar a un “paisanín”: “Oiga jefe, ¿queda mucho pa Asturias amigo? A lo que el hombre contestó: “¡¡Lleva usté un buen rato en Asturias!!”.
Así de puestos en viajes y geografía viajábamos en aquella ocasión. Creíamos que Asturias, era una ciudad…
No recuerdo a qué hora llegaríamos a Gijón. Pero si recuerdo que Daniel y mi padre buscaron enseguida una pensión económica donde pasar la noche las dos familias.
Pronto encontraron en una, las dos humildes habitaciones que necesitábamos…Limpias (supongo) porque en una sucia las matriarcas nunca hubieran metido a su prole.
El aseo (no baño) era común para todas las habitaciones y estaba al otro lado del largo y oscuro pasillo. Por turnos fuimos utilizándolo entre la algarabía infantil que suponía la novedad,  los “shhhh, no molestéis que hay gente durmiendo” y el miedo a tener ganas de ir a desaguar durante la noche a tan lejano retrete.
Supongo que cenamos las sobras de aquellas añoradas tortillas con sabor a campo… y nos fuimos a descansar tan ricamente… sin pijama ni ropa de recambio… pero absolutamente felices.
Mi padre era el hombre más orgulloso del mundo en aquel momento porque sus hijos estaban viviendo la experiencia de dormir en una pensión… ¡¡Cómo iba a dar yo, que mis hijos tan jóvenes, podían disfrutar de este lujo!! ¡¡Dormir en una pensión!!
Hay que entender que mi padre desde muy pequeñito iba con su padre a comprar y vender vino por los pueblos y dormían en… ¡¡Vale!! Eso también merece otro capítulo aparte.

A la mañana siguiente, desayunamos en un bar cercano a la pensión, y con los bañadores secos del agua del Lago de Sanabria, nos bañamos en el mar que mi padre y hermano veían por primera vez en su vida.
Las matriarcas se encargaron de comprar pan y algún embutido para comer en la playa o quizás en cualquier recodo del camino, porque no tardamos en emprender el largo viaje de regreso a casa. Ahora sí sabíamos lo lejos que estab "Asturias" de Pucela.

Lástima no tener fotos de ese viaje que con tantísimo cariño recordamos los ocho y medio que lo hicimos.
Cuando poco después Tere confirmó que su retraso no era por tardona, si no que realmente estaba embarazada, decidió que su hija Yoli tendría los padrinos más chulos del universo: Mis padres.

No siempre el cariño entre humanos es por lazos de sangre. En ocasiones, esos lazos son aun más fuertes; lazos de “Amigos de toda la vida, para toda la vida”.
De aquel flamante 1500 no queda más que el recuerdo y de aquellas dos familias ya se nos han ido cuatro importantísimos pilares.
De los cuatro padres, Tere es la mami que aun podemos abrazar al vernos y de los pequeños, perdimos a Mariángeles demasiado pronto.
Ahora en la más brillante estrella están Antonio, Paz, Daniel y la preciosa Mariángeles cuyos ojos siguen brillando y sonriendo para iluminar el camino de quienes aquí jamás les olvidaremos.
Besos al Cielo para ellos cuatro. Abrazos y mucho cariño para Tere, Belén, Yoli, Toño, yo misma… y a nuestros preciosos descendientes.

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