AQUEL ÚLTIMO VIAJE EN FAMILIA
30-07-2018
Aquel último viaje que
hicimos juntos los cuatro “Pérez Muñoz”, antes de que mi hermano y yo
comenzáramos a trabajar y nuestros días de vacaciones dejaran de coincidir… En
realidad, tampoco es que hasta aquel, hubiéramos hecho muchos viajes, ni juntos
ni separados.
Mi padre no tenía coche, y
como mucho, nuestros “viajes en familia” se limitaban a viajar en tren y pasar magníficos
y añorados domingos en Viana, en “La finca de mis tíos”… Ese será otro emotivo
capítulo aparte.
El viaje al que me refiero,
es uno de los recuerdos imborrables por la forma y desde luego por el “con
quién y cómo”, aunque muchos detalles que quisiera recordar, ya se fueron para
siempre.
Surgió como casi todo lo
bueno: sin pensar. Un día cualquiera (quizás puente), de un mes cualquiera, que
bien pudo ser de un Junio no cualquiera porque fue el de 1970.
Mis jóvenes padres (casi cuarenteños)
y sus aún más jóvenes amigos (treinta y piqueños), Daniel y Tere,
decidieron que sería buena idea ir a
pasar el día al Lago de Sanabria con los niños (sólo había un niño y tres
niñas, pero no había la idiotez del distingo de géneros casi obligatorio que
tenemos actualmente para hablar o escribir).
Daniel tenía un
flamante Seat 1500 en el que podían
viajar cómodamente 5 personas adultas.
El día elegido, de buena
mañana vinieron a buscarnos y los padres cargaron el maletero con las bolsas de
“las meriendas” y las toallas de baño, que para pasar un día, no nos hacía
falta más. Las madres se acomodaron junto a la bulliciosa muchachada en los
asientos traseros.
Así el 1500 nos acogió como
pudo a Antonio, Paz, Toñin (14 años bien holgados) Maisi (yo, 13 años no
precisamente escuálidos) Belén (de 3 añitos a punto de cumplir), Mariángeles (4
añitos y medio), Tere, (intuyendo estar embarazada de Yoli) y Daniel, nuestro
conductor y mecánico de automóviles. Casi 9 personas, las meriendas, la herramienta
por si alguna avería imprevista y nuestras ilusiones. Sólo nos faltó la jaula
del loro y el gato, que no llevamos porque se daba la casualidad que ninguna de
las dos familias teníamos loro ni gato.
Tampoco llevamos cámara de
fotos porque fue tan improvisado, que no teníamos carrete que llevarnos a la
cámara.
Los dos cabezas de familia
viajaban en los asientos delanteros, y como dije, las madres con las cuatro criaturas y media
detrás. No había cinturones, ni sillitas homologadas para menores, ni falta que
nos hacían.
Lógicamente no recuerdo a
qué hora pusimos nuestros culos a remojo en el Lago de Sanabria, pero puedo
intuir que el baño fue divertidísimo y que las tortillas de patata metidas en
un pan redondo a modo de fiambrera, y poca vianda más, nos supieron a gloria.
Tan felices debíamos estar,
que a los mayores les dio pena regresar a casa y dijeron: “Ya que estamos aquí,
podíamos ir a Asturias”… Ni cortos, ni perezosos, ni ropa de repuesto, ni
pijama, ni saber a cuantos kilómetros estábamos del destino; volvimos a abordar
el 1500 y emprendimos viaje a Asturias, rodando por estrechas y curvosas
carreteras que hacían difícil el adelantar o el correr a más velocidad de la
que corre ahora un coche parado. Ni soñar con las autovías que actualmente
ennegrecen los paisajes, ni túneles que horadan las montañas astures acortando
kilómetros.
Imagino que haríamos alguna
parada para poner gasolina, o a regar campo y cuneta.
Los ojazos de Daniel fijos
en la carretera y mi padre, al pasar por los pueblos haciendo sonar el claxon
para saludar a los habitantes que tomaban el fresco a las puertas de sus casas.
(Esto no lo recuerdo, pero mi padre lo hacía siempre y no iba a ser excepción
durante aquel feliz viaje. Saludaba agitando la mano con aspavientos y sonreía
como si fuera un viejo conocido del
humano que seguramente se quedaba un rato pensando ¿Quién será? ¡Tenía que
conocerme porque me saludó con familiaridad!
En Asturias hay varios
pueblos cuyos nombres son “Pola” de algo. Las dos madres viajeras llevaban su cachondeíto
al leer Pola de Tal o Pola de Cual… ¡Qué contentas estarán las asturianas con
tanta Pola! –decían.
Explicaré que por aquel
entonces, era común denominar coloquialmente así al aparato reproductor externo
masculino. Por cierto hace muchísimo que no se utiliza ese término. Ahora para
referirse a ese miembro viril, se emplean muchas otras vulgaridades.
Ya llevábamos mucho rato de
viaje y aun no se veían indicadores en los que pusiera “a Asturias, tantos
kilómetros”. Daniel paró el coche y mi padre bajó a preguntar a un “paisanín”:
“Oiga jefe, ¿queda mucho pa Asturias amigo? A lo que el hombre contestó:
“¡¡Lleva usté un buen rato en Asturias!!”.
Así de puestos en viajes y
geografía viajábamos en aquella ocasión. Creíamos que Asturias, era una ciudad…
No recuerdo a qué hora llegaríamos
a Gijón. Pero si recuerdo que Daniel y mi padre buscaron enseguida una pensión
económica donde pasar la noche las dos familias.
Pronto encontraron en una,
las dos humildes habitaciones que necesitábamos…Limpias (supongo) porque en una
sucia las matriarcas nunca hubieran metido a su prole.
El aseo (no baño) era común
para todas las habitaciones y estaba al otro lado del largo y oscuro pasillo.
Por turnos fuimos utilizándolo entre la algarabía infantil que suponía la
novedad, los “shhhh, no molestéis que
hay gente durmiendo” y el miedo a tener ganas de ir a desaguar durante la noche
a tan lejano retrete.
Supongo que cenamos las
sobras de aquellas añoradas tortillas con sabor a campo… y nos fuimos a
descansar tan ricamente… sin pijama ni ropa de recambio… pero absolutamente
felices.
Mi padre era el hombre más orgulloso
del mundo en aquel momento porque sus hijos estaban viviendo la experiencia de
dormir en una pensión… ¡¡Cómo iba a dar yo, que mis hijos tan jóvenes, podían
disfrutar de este lujo!! ¡¡Dormir en una pensión!!
Hay que entender que mi
padre desde muy pequeñito iba con su padre a comprar y vender vino por los
pueblos y dormían en… ¡¡Vale!! Eso también merece otro capítulo aparte.
A la mañana siguiente,
desayunamos en un bar cercano a la pensión, y con los bañadores secos del agua
del Lago de Sanabria, nos bañamos en el mar que mi padre y hermano veían por
primera vez en su vida.
Las matriarcas se encargaron
de comprar pan y algún embutido para comer en la playa o quizás en cualquier
recodo del camino, porque no tardamos en emprender el largo viaje de regreso a
casa. Ahora sí sabíamos lo lejos que estab "Asturias" de Pucela.
Lástima no tener fotos de
ese viaje que con tantísimo cariño recordamos los ocho y medio que lo hicimos.
Cuando poco después Tere
confirmó que su retraso no era por tardona, si no que realmente estaba
embarazada, decidió que su hija Yoli tendría los padrinos más chulos del
universo: Mis padres.
No siempre el cariño entre
humanos es por lazos de sangre. En ocasiones, esos lazos son aun más fuertes;
lazos de “Amigos de toda la vida, para toda la vida”.
De aquel flamante 1500 no
queda más que el recuerdo y de aquellas dos familias ya se nos han ido cuatro importantísimos
pilares.
De los cuatro padres, Tere
es la mami que aun podemos abrazar al vernos y de los pequeños, perdimos a Mariángeles
demasiado pronto.
Ahora en la más brillante
estrella están Antonio, Paz, Daniel y la preciosa Mariángeles cuyos ojos siguen
brillando y sonriendo para iluminar el camino de quienes aquí jamás les
olvidaremos.
Besos al Cielo para ellos
cuatro. Abrazos y mucho cariño para Tere, Belén, Yoli, Toño, yo misma… y a
nuestros preciosos descendientes.