domingo, 24 de septiembre de 2017

LA MUDANZA



LA MUDANZA     23-09-2017

Tras haber perdido la fe en la amistad, con esto que os cuento me di aun más cuenta que amigo no puede ser quien te hace daño. Ahí nunca estuve de acuerdo con  mi madre que aprendió de su padre ese: “quien bien te quiere te hará llorar”.
Amigo es el que por agazapada que parezca la amistad, siempre aparece en el momento que más lo necesitas para echarte una mano física o psicológica impagable; aunque de alguna forma esas dos manos van unidas en apretado lazo.

La mano física llegó sin duda de la de una gran persona cuya amistad en esta familia es añeja y eterna. Alguien que sin yo saber el qué, algo bueno he debido de hacer en mi vida para tenerlo tan cerca como cada uno en su casa… y dios en la de todos.

En la tarde de la primera mudanza de piezas grandes, cuando íbamos camino de ella, nos descargó encima una tormenta brutal. Caía el agua en torrente, como si las nubes se hubieran abierto para tirar abajo una herrada diciendo “¡¡Agua va!!”.
No había forma de parar en el arcén porque apenas se veía ni donde estábamos, y otros coches podrían no saber que estábamos parados y hubieran podido envestirnos. Los relámpagos se sucedían sin parar; los limpia no daban más para quitar el agua del parabrisas. Mi conductora, imperturbable, tranquila y manejando la situación como si tuviera línea con el cielo para poder decir ¡¡Basta ya!! Y la hicieran caso.

Además de ganas de que escampara porque era peligrosa la conducción, temíamos que si continuaba lloviendo en esa forma no podríamos cargar y descargar los trastos. Afortunadamente, al llegar a Alaejos, la tormenta había pasado ya, aunque las nubes continuaban tercas amenazando la tarde.
Caído del Cielo con su sonrisa perenne llegó puntual nuestra tabla de salvación.
Gracias a la tormenta y al temor de que volviera, nos dimos una prisa infernal para llenar el camión de nuestro ángel de la guarda, recorrer el trayecto y reubicar los pesados cachivaches empapados eso sí, de sudor, y de agradecimiento.

No habíamos podido cargar con todo el primer día y hubo un segundo. Esta vez la nube que descargó sobre nosotros era de mosquitos. No se podía ni respirar el aire alaejano, pero igualmente llevamos raudos a cabo la mudanza. No importaban nuestras mermadas fuerzas añosas, la sonrisa de nuestro amigo y su propia fuerza, nos hizo reactivar los músculos y   llevar a cabo la dura tarea del realojo.
Gracias infinitas por esa sonrisa que nunca nos faltó, y porque no dudaste ni un instante en acudir en nuestra ayuda cuando tanta falta nos hizo… y sin pedir nada a cambio.

El relato veraniego continuará…

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